DESDE LA OSCURIDAD

En este pueblucho de mala muerte estamos cayendo cada vez más en el oscurantismo y las supersticiones. Yo saldría con gusto a hacer mis necesidades a un lugar apartado, pero los murciélagos-vampiros revolotean en enjambre cual hojas secas en otoño y golpetean con las alas los cristales de las ventanas. Temo que alguno se me enrede en el pelo y se quede allí por los siglos de los siglos. O sea que no salgo, no puedo a pesar de los retortijones, y os escribo este informe, camaradas.

En lo referente a la compra de cereales: desde que el diablo se apareció en el molino y saludó educadamente quitándose la gorra, los índices no han dejado de caer. Llevaba una llamativa gorra, roja y azul, con la inscripción: «Tour de la Paix» —¡en francés!—. Los campesinos empezaron a evitar el molino, y el molinero y su esposa, a ahogar las penas en la bebida. Parecía que siempre iba a ser así, pero un día el molinero roció a la molinera con vodka, le prendió fuego y corrió a la Universidad Popular para matricularse en marxismo porque, citando sus propias palabras, estaba harto de tanta irracionalidad y quería tener algo con que contrarrestarla.

En cambio, la molinera ardió entera y así aumentó la población de trasgos.

Porque debéis saber que por las noches algo aúlla, aúlla tan fuerte… que se le hiela a uno el corazón. Algunos dicen que es el fantasma del pelagatos de Karaś que gime despotricando contra los ricachones. Otros sostienen que el millonetis de Krzywdoń se queja de las incautaciones después de muerto. ¡Vaya, ni más ni menos que la lucha de clases! Mi cabaña solitaria está cerca del bosque, la noche es negra, el bosque es negro y mis pensamientos parecen cuervos. Un día, mi vecino Jusienga se sentó en un tocón a la orilla del bosque para leer los Horizontes de la técnica y de pronto algo se le acercó por detrás. Después de aquello, anduvo tres días con los ojos desorbitados.

Os pido consejo, camaradas, porque estamos solos en esta tierra, rodeados de tumbas y de leguas y más leguas de tierra.

Un guardabosques me ha contado que, las noches de luna llena, cabezas sin tronco ruedan a cual más veloz por las trochas y los calveros haciendo entrechocar las frentes gélidas, corriendo hacia Dios sabe dónde. Y que, al romper el alba, todo desaparece y sólo los abetos murmuran. Pero no mucho, porque tienen miedo. ¡Virgen santísima! Ahora sí que no saldré de casa. Por más que me apremie el cuerpo.

Se mire por donde se mire, todo es así. Vosotros nos decís: Europa. Pero a la que intentas cuajar la leche, aparecen como por arte de magia unos gnomos jorobados que se te mean en el puchero.

Una vez, la vieja Glisiowa se despertó bañada en sudor. Miró el jergón y ¡helo allí sentado!: el minúsculo crédito que le habían concedido antes de las elecciones para construir una pasarela y que había muerto nada cristianamente. Estaba sentado allí, todo verde, tronchándose de risa. La vieja, venga a gritar. Pero ¡ya podía gritar! Nadie se movió de casa. En los tiempos que corren, cuesta saber quién grita. Y contra qué grita.

Y en el lugar donde iba a construirse el puentecillo, como no había ninguno, se ahogó un artista. Tenía sólo dos añitos, pero era un genio y si hubiera llegado a crecer, lo habría entendido todo y lo habría escrito. Pero, así las cosas, sólo vuela y fosforesce.

No es extraño, pues, que todos estos acontecimientos hayan provocado cambios en nuestra mentalidad. La gente de aquí cree en hechicerías y supersticiones. Ayer mismo encontraron un cadáver detrás del cobertizo de Moczasz. El párroco dice que es un cadáver político. Los lugareños creen en ondinas, en fantasmas e incluso en brujas. A decir verdad, por estos andurriales vive un vieja que hace que las vacas se escosen y propaga la plica, pero nosotros queremos captarla para el Partido y así dejar sin argumentos a los enemigos del progreso.

¡Madre mía!, cómo aletean, cómo vuelan, cómo chillan —¡pii-pii, pii-pii!— una y otra vez. ¡Quién viviera en un bloque de pisos! Allí seguramente todo está bajo techo y no hay que acercarse al bosque.

Pero esto no es lo peor. Lo peor es que, mientras escribo, se ha abierto la puerta de par en par y ha aparecido un hocico de cerdo que me mira de una manera extraña, muy extraña… ¿No os he dicho que tenemos nuestra idiosincrasia?