Capítulo Veinticinco

Amaury se detuvo en la parte superior de las escaleras y miró hacia abajo. Los rápidos pasos de Nina, se hacían eco en el pasillo. ¿Qué había sucedido?

Pasó las manos por su pelo.

¿Había realmente tratado de ofrecerle su sangre?

Era lo que él había fantaseado durante los últimos días, desde que lamió la sangre de sus heridas. Lo perseguía el saber que estaba deseando no sólo su cuerpo, sino también su sangre. Quería a Nina, toda ella.

Mientras corría por un tramo de las escaleras, se tropezó con un paquete delante de la puerta de la señora Reid. Al instante se detuvo en seco. La vieja señora estaba todavía ausente… todo, por culpa de él.

Tan loco como se sentía ahora… sediento por la falta de sangre… su cerebro respondió, y el miedo se esparció en su pecho. ¿Qué pasaría si él hería a Nina como había dañado a la señora Reid? ¿Y si no podía controlarse a sí mismo? Teniendo en cuenta la forma en que él quería a Nina en estos momentos, no estaba seguro si sería capaz de dejar de beber de ella.

Recordó el dulce sabor de su sangre en la lengua, el embriagador aroma, la suave textura cuando había cubierto su garganta. Su pene se puso rígido ante el mero pensamiento de probarla otra vez, bebiendo de ella, más esta vez, mucho más. Sus manos se apretaron en puños, mientras luchaba contra el impulso de correr tras ella y clavarle sus colmillos.

Su deseo chocó con la culpa, pulsando a través de él. Tenía que poner algo en claro primero, tenía que asegurarse de que la señora Reid iba a vivir. La carga de otra muerte en sus manos, sería demasiado para sobrellevar, y no podría volver con Nina, sabiendo que su conciencia no estaba limpia. Ella lo había perdonado por un asesinato… pero él no creía, que incluso ella, tuviese el perdón por otro más.

Si pudiera salvar a la señora Reid, sólo entonces merecería otra oportunidad. Si no, no era lo suficientemente bueno para ella, no lo suficientemente bueno para tomar lo que Nina le ofrecía.

***

Una hora más tarde, se enteró a dónde había sido llevada la anciana, y se metió en su habitación del hospital.

La señora Reid parecía frágil, echada rodeada de tubos y máquinas. Amaury se sentó junto a su cama y se limitó a mirarla. Su piel estaba pálida, y tenía un montón de moretones. ¿Acaso se había caído, porque la había debilitado demasiado?

Sus entrañas se retorcían por el asco que sentía de sí mismo. Él era un ser despreciable, se alimentaba de los débiles y vulnerables, era un monstruo. Amaury dejó caer la cabeza en sus manos, sin saber cómo continuar.

Un ruido en la puerta lo hizo saltar.

—No puede estar aquí. Las horas de visita ya terminaron —dijo la joven enfermera. Estaba de pie en la puerta, con las manos en la cintura y una mirada de regaño en su cara.

—Lo siento. Acabo de llegar a la ciudad.

—¿Y usted es? —Él sintió que ella lo trataba con sospecha.

—Su nieto, —le mintió, a sabiendas de que si no afirmaba que era de la familia, ella llamaría a seguridad para que lo echaran al instante—. Lo siento. Estaba tan preocupado por ella que no quise esperar hasta mañana.

Su mirada se suavizó, y ella le mostró una triste sonrisa—. ¿No has hablado con la policía todavía?

Amaury se puso rígido—. ¿La policía?

Ella asintió con la cabeza y dio un paso más en la habitación. Si ella lo iba a arrastrar a la policía, tendría que usar el control de la mente para borrar su memoria—. Sí, creo que tienen una pista sobre el tipo que hizo esto.

Tragó saliva. ¿Iban hacia él? ¿Cómo? Había borrado la memoria de la señora Reid. No había nadie en las escaleras cuando él entró en su apartamento, para alimentarse de ella. Amaury se puso de pie, dispuesto a hacer lo que tenía que hacer. Su cuerpo se endureció, mientras se disponía a usar sus poderes.

—¿Quieres decir que no te han dicho todavía? Es realmente terrible lo que le hicieron. Una señora buena como ella, y un sinvergüenza le roba y la golpea, mientras ella iba a cobrar su cheque del seguro social. No sé a lo que está llegando el mundo.

—¿Le robaron? —Echó otro vistazo hacia atrás a la señora Reid. En sus brazos lucía moretones negros y azules.

—¿Quieres decir que nadie te lo dijo? —La enfermera le lanzó una mirada incrédula—. Ella fue atacada justo afuera de su edificio.

Amaury negó con la cabeza—. Nadie me dijo. Llegué aquí tan pronto como me enteré que estaba en el hospital. —¿Él no había causado esto? ¿Esta no era su culpa? Sintió que se sacaba un gran peso de encima, como una roca del tamaño del Monte Rushmore.

—¿Va a estar bien?

—Va a salir adelante. Ella sólo necesita algo de descanso. Váyase a casa ahora. Vuelva mañana durante las horas de visita.

Él asintió con la cabeza—. ¿Sólo unos minutos más?

—Yo no te he visto.

Él le sonrió cuando ella salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.

Amaury se acercó a la señora Reid dormida, y le acarició con la mano sobre su mejilla. Él no la había lastimado después de todo. Era terrible lo que le había sucedido, pero al menos estaba libre de culpa. Podía sentir su dolor, y sabía que podía ayudarla.

Rápidamente, se pinchó el dedo y una pequeña gota de sangre apareció. La guio hacia su boca. Con su mente, envió sus pensamientos en ella.

Abre tu boca y toma la medicina.

Dormida con los labios entreabiertos, dejó que varias gotas de sangre, cayeran en su boca.

Traga.

Unas pocas gotas serían suficientes para ayudarla a sanar más rápido. Para mañana, los moretones negros y azules se habrían ido, y sus huesos y músculos adoloridos, le dolerían menos. No habría efectos secundarios. La sangre de vampiro era una cura para muchas enfermedades humanas, y si los científicos lo supieran, lo cazarían a él y a sus hermanos. Por suerte, ni siquiera sabían que los vampiros existían.

Duerme ahora.

Amaury la besó en la frente. Con una última mirada a su rostro, que ya tomaba un color más natural que antes, salió de su habitación. Su paso era más ligero que cuando entró al hospital.