Cuando Amaury necesitaba pensar, siempre cocinaba. La actividad lo relajaba. Por supuesto, no podía comer los platos que preparaba, pero eso no era lo que importaba. Tenía mucho en qué pensar, por lo que decidió hacer comida francesa.
No tenía idea de por qué Nina se había escapado de él. Para cualquier otro, sería una ocurrencia común, ya que de todos modos, ningún hombre realmente sabía lo que una mujer pensaba o sentía. Pero Amaury siempre sabía lo que todo el mundo sentía, así que de todas las personas, él debería haber sabido lo que ella sentía. Sólo que, por alguna razón, él era incapaz de sentir sus emociones.
Esto nunca le había ocurrido antes.
Al igual que la noche en que ella lo había besado, al principio ni siquiera había notado la ausencia de las emociones bombardeándolo. Durante la lucha en la calle, había sentido la determinación de los dos vampiros de matarla, y su reacción de salvarla había sido automática. Mientras la había llevado a su apartamento y luego cuando le curaba sus heridas, había estado abrumado por el efecto que ella tenía en su cuerpo, no había notado nada más. Ni siquiera el hecho de que su cabeza no sentía ninguna otra emoción. Y él, ni siquiera había tenido sexo con ella.
Desgraciadamente.
Amaury puso una ramita de tomillo en la mezcla de caldo y vino que ya había vertido sobre los muslos y pechugas de pollo. El olor familiar de coq au vin, ascendía a su nariz, y lo aspiró. Lo que daría por una buena comida, degustar un sabroso churrasco de nuevo, o un aromático guisado.
Cerró la tapa y puso la hornilla a fuego lento. Mientras procedía a ordenar las patatas en rodajas en un plato para preparar un gratinado, volvió a pensar en Nina.
Él se ponía duro sólo de pensar en lo dulce que era la sangre que había probado y la suavidad de su piel, que había sentido bajo sus besos. Aunque él había tocado y besado a muchas mujeres humanas en su vida, ninguna sabía lo que él era. Si lo supieran, nunca habrían respondido a él.
Pero Nina sabía lo que era. Demonios, había matado a un vampiro justo en frente de sus ojos. Y si bien ella había luchado contra él al principio para dejarlo que la atienda, se había entregado a su toque. Él no había utilizado su control mental en ella. Fue su decisión el corresponderle. Está bien, quizás había usado todos sus poderes de persuasión como hombre para ayudar a que esa decisión se tomara, pero no había usado ninguna habilidad de vampiro.
Siglos de experiencia con las mujeres le habían enseñado lo que a las mujeres les gustaba, y nunca fue tímido sobre el uso de lo que había aprendido. Cuando se trataba de sexo, estaba preparado para cualquier cosa que una mujer pudiese pedirle. Y siempre estaba listo para más.
Pero algo había cambiado de repente el estado de ánimo de Nina, a pesar de que su cuerpo había sonado como un piano bien afinado. Le hubiera gustado componer una sinfonía, si le hubiera dado una oportunidad.
Un suave «ding», le anunció que el horno se había precalentado a la temperatura correcta, y colocó el plato gratinado en la bandeja del medio. Revolvió rápidamente lo que puso en la olla sobre la estufa, asegurándose que nada se estuviera quemando. Nada, aparte de su deseo por Nina.
Tenía que encontrarla. Ahora que había probado su sangre, él tenía una oportunidad infinitamente mejor de rastrearla. Era como un sabueso, con un sentido muy bien desarrollado del olfato, sería capaz de encontrarla aún desde unos 400 metros de distancia.
Los labios de Amaury se curvaron, formando una sonrisa. Y una vez que la encontrara, iban a terminar lo que habían empezado. El único problema que enfrentaba ahora, eran sus colegas. Si alguno de ellos se enteraba que estaba viendo a una mujer humana y no le había borrado su memoria, estaría en la perrera. La advertencia aún resonaba en sus oídos: la exposición a un humano tiene que ser evitada a toda costa.
Bueno, no era su culpa. Nina ya sabía acerca de que él era un vampiro, antes de ellos siquiera se conocieran. ¿Quién sabía cuánto de su memoria tenía que borrar?, ¿qué tan atrás tenía que ir? Era imposible saberlo. No, lo mejor era encontrarla, hablar con ella, enterarse de qué tanto sabía y luego decidir.
Definitivamente podría justificar su actitud. Y si en el proceso conseguía un poco de acción horizontal, seguramente nadie podría culparlo por ello. Cualquier hombre de sangre caliente haría lo mismo. Después de todo, ella era una mujer deseable con pechos preciosos y una boca atrevida. ¿Quién no querría un pedazo de ella?
Seguro que no le importaría pasar una noche entera con ella, hacer arder las sábanas. Ahora, eso era algo que él no había hecho en mucho tiempo. Claro, tenía relaciones sexuales todas las noches… sólo que no en la cama. Ese lugar estaba reservado para alguien especial… y tenía la sensación, de que ella merecía una invitación a su cama. Y la próxima vez, se aseguraría que la puerta estuviera con llave, y ella no se escaparía con tanta rapidez.
Al momento de que la comida estuvo lista, Amaury ya había hecho un plan de cómo dar con ella. Asumiendo que ella vivía en la ciudad, patrullaría en una cuadrícula, empezando por todos los barrios del centro antes de proseguir con los suburbios. Le llevaría un par de noches a lo sumo.
Amaury sirvió la comida en platos con una cuchara y los colocó en una bandeja antes de salir de su apartamento, y luego tomó su camino por un tramo de las escaleras. El apartamento de la señora Reid se veía oscuro, pero sabía que ella normalmente estaba despierta hasta tarde, así que tocó el timbre y esperó.
Pasó un minuto, y no pasó nada. Tocó el timbre de nuevo y no escuchó ningún sonido desde el interior de su apartamento. Detrás de él, oyó abrirse una puerta.
—Ella no está —dijo una voz masculina.
—Oh, ¿tan tarde? —preguntó Amaury, dirigiéndose a Philipp, uno de los inquilinos que vivía en el edificio.
—¿No has escuchado? Ella está en el hospital.
Amaury sintió una punzada en el pecho. Se había alimentado de ella la noche anterior, y ahora estaba en el hospital. ¿Qué había hecho?
—¿El hospital? —Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Sí, ella está en malas condiciones. —Philipp estiró el cuello para mirar la bandeja que Amaury llevaba en las manos—. Eso huele bien. ¿Es comida francesa?
—Sí, claro. Toma.
Amaury puso la bandeja en las manos de Philipp y se alejó antes de que el hombre pudiera incluso darle las gracias. Corrió por las escaleras de nuevo a su apartamento, cerrando la puerta detrás de él.
Pobre mujer. La dulce anciana. Había tomado demasiado de ella, y ahora estaba pagando el precio. ¿Qué pasaría si no se recuperaba? ¿Y si ella moría?
Su fuerza lo abandonó y él cayó de rodillas, disparando a través de él la culpa. Había perdido el control. Había tomado demasiado. Era cierto, era un monstruo. Y le estaba ocurriendo de nuevo. Estaba matando de nuevo. Al igual que en aquel entonces. No había cambiado en absoluto. Después de 400 años, todavía era el mismo monstruo cruel.
Un asesino.
***
Francia, 1609.
La lucha de Amaury para mantener a su familia, pronto se acabaría. Había tomado una decisión. La oferta que había recibido una semana antes, era tan buena como cualquiera que pudiese recibir. Y todo lo que sabía del hombre, era sólo que se había presentado por su primer nombre, Hervé, que pagaría por algo que Amaury ni siquiera tendría que entregar. Creía sólo en la mitad de la historia, de todos modos.
La luz de la luna le ayudó a encontrar el camino hacia el pequeño puente, donde había acordado reunirse con Hervé. Si todo salía bien, le pagaría a Amaury, para que fuese su alimento todas las noches, lo suficiente como para asegurarse de que su esposa y su hijo tuvieran algo para comer y ropa que vestir. Ya había recibido unos billetes como una muestra de la intención sincera del hombre.
Era el amor por su familia, lo que lo llevó a esta desesperada acción. ¿Y qué si un hombre rico tenía un fetiche y quería beber la sangre de alguien? Si estaba dispuesto a pagar por ello, Amaury estaba preparado para asumir el dolor momentáneo y soportarlo. ¿Qué tan malo podía ser?
El puente estaba bañado por la luz de la luna. A excepción de la sombra de un hombre alto, no había nadie más alrededor. Se había informado de ataques de animales salvajes, y no muchos habitantes se atrevían a aventurarse por la oscuridad. Nadie sería testigo de lo que iba a suceder.
Mientras Amaury se acercaba al hombre, se preguntaba si estaba haciendo lo correcto, pero al recordar el aspecto demacrado de su esposa e hijo, sabía que no podía echarse para atrás.
En el momento en que la cara de Hervé apareció ante su vista, vio cómo la luna hacía que sus colmillos brillaran. No había forma de negarlo ahora: él era un vampiro, tal como lo había afirmado. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, y los vellos en la parte posterior de su cuello se erizaron.
—Fais vite. —Cuanto más rápido esto terminara, sería mejor.
Amaury le tendió la mano e inmediatamente sintió las frías monedas en su mano. El pinchazo de los colmillos en su cuello fue doloroso sólo por una fracción de segundo, y luego cayó en un estado como si hubiera bebido demasiado vino, una borrachera. No era desagradable.
Pero cuando quiso alejarse de Hervé, no pudo. No le dejaba irse, y a pesar de su enorme cuerpo, Amaury no era rival para la fuerza inhumana del hombre. Los colmillos del vampiro se incrustaban más en él, y más sangre drenaba de su cuerpo. Su visión se volvió borrosa y sus piernas estaban débiles, hasta que se desplomó.
Amaury se despertó con una sed, como nunca había conocido. La sed de sangre. Hervé lo había engañado. No quería sólo alimentarse de él… quería convertirlo en un vampiro. Y lo había hecho. Para construir una comunidad, un tipo de familia.
Pero Amaury ya tenía una familia, una familia propia, y que lo necesitaba. No escuchó a Hervé, quien le advirtió que para ellos, ahora él era un peligro. En cambio, él corrió a su casa, haciendo caso omiso de su sed.
La primera persona que encontró a su regreso, fue su hijo Jean-Philippe. Con sus pequeños pies descalzos, el niño corrió hacia él, con los brazos extendidos, con ganas de ser levantado en los brazos de su padre.
—¡Papá!
Pero en el momento en que Amaury agarró a su hijo contra su pecho, la bestia en él imperó, y la sed lo abrumó.
Sin saber lo que estaba haciendo, hundió sus colmillos en el niño. Momentos más tarde, el cuerpo sin vida de su hijo yacía a sus pies, y los gritos histéricos de su mujer llenaban el aire de la noche.
No había camino de regreso respecto a lo que había hecho. Y como un nuevo vampiro, no sabía cómo salvarlo, cómo convertir tal vez a su hijo, en un vampiro también, así por lo menos, podría haber sobrevivido de alguna forma.
Sólo más tarde aprendió cómo crear un vampiro, cómo habría tenido que alimentar a su hijo con su propia sangre, en el momento justo en el que su corazón diera sus últimos latidos.
—¡Espèce de monstre! ¡Tu as tué mon fils! —Sí, él había matado a su propio hijo.
Los gritos de su esposa se mezclaron con las lágrimas y su fuerte voz. Pero la forma en que lo miró al salir de su trance momentáneo, cuando la bestia en él se mostró satisfecha por la sangre del niño, lo condenó con sus ojos al infierno. A un infierno en vida.
—Tu ressentiras toute la douleur du monde, les sentiments de tous, sans jamais ressentir tes propres émotions. Et ce pour l’éternité. Jamais tu n’aimeras de nouveau. Jamais.
Ella lo condenó a lo que él se merecía: a sentir las emociones de todo el mundo, a sentir el dolor que lo paralizaría por la eternidad, sin poder sentir amor en su corazón nuevamente. Jamás.
—Mon Dieu, qu-est ce que j’ai fait? —¿Qué había hecho?
Amaury cayó de rodillas y lloró.