A pesar de sus esfuerzos incansables en el resto de la noche, Amaury no pudo encontrar un rastro de la misteriosa mujer, cuando ya tenía que reunirse con Carl. De hecho, había pasado tanto tiempo en la búsqueda, que había descuidado sus otras tareas. La maldita mujer estaba jugando con su cabeza, y él estaba cada vez más irritado al respecto.
Esa condenada perra lo había besado con pleno conocimiento de que era un vampiro. ¿Y por qué? Para poder matarlo. Ella lo había distraído completamente. ¡Con un beso!
Él más que nadie debería ser completamente inmune a tales distracciones, dado que era un experto sobre el sexo y todo lo concerniente a eso. ¡Jugar con él como si fuera un idiota! Que agallas tenía esa mujer.
A ella le esperaba una severa nalgueada, una vez que la encontrara. Y él la encontraría… tarde o temprano. Luego se acabarían las contemplaciones, y le daría su merecido. A ella le esperaba una dosis letal de Amaury.
Nadie se ha burlado de Amaury LeSang… o por lo menos, nadie se salía con la suya. Y menos una mujer humana.
El toque de una bocina lo alertó con dirección a Carl, que estaba estacionando el coche. Amaury abrió la puerta de la limusina negra y subió por el lado del copiloto.
—El coche parece sucio —amonestó Amaury.
Carl tenía una mirada de fastidio en su rostro. Perfecto. Dos vampiros enojados juntos en un coche. La noche no podría estar peor que eso.
—Lo sé. Esos trabajadores inútiles de construcción bloquearon la entrada al estacionamiento, así que tuve que dejar el coche estacionado afuera. No me sorprendería encontrar rayones en la pintura.
—Sí, apesta. —Su comentario no era para Carl, sino para sí mismo. ¿Dónde demonios estaba escondiéndose esa mujer? ¿Por qué darle un beso así con tanta pasión, como si lo hiciera en serio, cuando lo único que quería era matarlo? Incluso horas después de besarla, aún podía saborearla, y lo volvía loco.
—¿Has visitado alguna casa esta noche? —preguntó Carl.
Como agente personal de Samson, Amaury se encargaba de todas las inversiones de bienes raíces de Scanguards, así como de las propiedades de Samson.
Amaury negó con la cabeza—. Algo surgió.
Sí, su pene.
Que por cierto, todavía estaba parado. Sólo el pensar en la diablilla rubia lo mantenía en un estado permanente de alerta.
—No tuve la oportunidad. Sin embargo, hay algunas casas que acaban de salir al mercado. Algunas de ellas pueden servir para Samson y Delilah. Voy a verlas mañana por la noche. Con el bebé en camino, sin duda necesitarán más espacio ahora.
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta. En previsión a la visita de las casas, había llevado su llave maestra con él. La cual le daría acceso a las viviendas disponibles en venta, sin que fuera necesario que el agente de ventas estuviera presente. Un buen sistema, sobre todo porque él sólo podía ver las casas por la noche. Y por suerte, el mito medieval que un vampiro necesita ser invitado a una casa, era simplemente falso, de lo contrario ser un agente de bienes raíces, no sería la opción más inteligente como carrera para un vampiro.
En silencio, se dirigieron al aeropuerto privado, varios kilómetros al sur de San Francisco. Scanguards tenía sus propios aviones, especialmente equipados para el transporte de los vampiros durante el día. Tomar aviones comerciales era demasiado arriesgado.
Carl se estacionó al borde de la pista, apagó el motor y miró su reloj—. Deberían aterrizar en unos pocos minutos.
Amaury tamborileó los dedos sobre sus muslos. Él ya no estaba de humor para encontrarse con sus viejos amigos, ya que lo alejaba de su búsqueda de la mujer humana, quien lo había besado tan profundamente. Le molestaba que hasta ahora no hubiese podido dar con ella en ningún lado. Tan pronto como pudiese reanudaría su búsqueda. No tenía mucho para guiarse… sólo su olor… pero ella no se le escaparía.
El estruendoso sonido sobre sus cabezas anunció el descenso del jet privado. Minutos más tarde se detuvo por completo en el otro extremo de la pista de aterrizaje. Carl condujo el auto hasta el avión mientras las puertas se abrían.
Gabriel fue el primero en salir. Siempre con un gusto por lo dramático, salió vestido con jeans negros, camisa de vestir y abrigo de cuero. Junto con su gran cicatriz, que representaba autoridad y confianza. Y siendo el número uno de Nueva York, ejercía un poder considerable dentro de la empresa. Sólo Samson era más poderoso.
Amaury estaba al mismo nivel que Gabriel. En el pasado, sus luchas internas por poder habían provocado algunos conflictos. Sin embargo, desde que Amaury se había mudado a California, sus peleas habían disminuido, y su amistad había tomado prioridad.
Amaury saltó del coche para saludar a su viejo amigo. Se estrecharon los brazos uno al otro—. Me alegro de verte.
—Ha sido un largo tiempo —dijo Gabriel.
—No lo suficiente —dijo una voz femenina desde las escaleras.
Amaury miró hacia esa dirección. Era Yvette, tan sexy y encantadora como siempre, se deslizaba por las escaleras. Llevaba pantalones de cuero y un top rosa ajustado, acentuando sus curvas seductoras. Su pelo negro y corto estaba peinado hacia atrás, lejos de su perfecta cara. Las mujeres matarían por tener un rostro como el suyo.
—¿Todavía duele? —Amaury se obligó a sonreír. No iba a permitir que ella le ganara.
—No te alagues a ti mismo, Amaury.
Ella dio un paso hacia abajo con sus piernas largas y sexys, las mismas que él recordaba muy bien y que habían rodeado su cintura hace mucho tiempo. Amaury se sacó ese recuerdo de la cabeza y centró su mirada nuevamente hacia el presente.
Yvette se detuvo junto a su jefe, tal vez un poco más cerca de lo que se sugería fuese necesario en su relación de trabajo—. No eres tan difícil de olvidar.
Él sabía que lo era, pero no tendría satisfacción alguna el tratar de probárselo. Era mejor dejar dormir a los leones… o leonas… antes de que sus garras salieran.
Gabriel se dirigió a la puerta del avión—. Quinn, Zane, ¿qué demonios están esperando? Tenemos que apurarnos antes de la salida del sol.
—¡Ya vamos! —Fue la respuesta. Un segundo más tarde, Zane apareció en la puerta con dos maletas en la mano—. Estaba tomando el equipaje. Oye, Amaury, ¿me puedes dar una mano?
—Permíteme —Carl interrumpió y tomó las maletas de Zane.
—Gracias, Carl.
Después de haberse librado del equipaje, Zane estrechó la mano de Amaury. Su cabeza estaba rapada, y a pesar de la falta de pelo, era un apuesto diablo. Delgado y bronceado, vestido con jeans desteñidos y una camisa tipo polo blanca, tenía un aire casual a su alrededor. Pero Amaury lo conocía bien.
Zane era una cruel máquina de lucha: rápido, despiadado, y letal. Nunca querría tomarlo por su lado malo, no es que Zane tuviera un lado bueno.
—Me alegro de verte —Amaury se dirigió a él—. Me siento mejor sabiendo que te unes a la lucha.
Zane curvó la boca, pero no lo suficiente para sonreír—. Lo que sea por una buena pelea. Gabriel rara vez me deja entrar en acción.
Una mirada de reojo a Gabriel, mostró a Amaury que el jefe de Nueva York les daba una mirada impaciente, torciendo la boca hacia un lado—. Y Zane sabe exactamente por qué.
Sonaba como una reprimenda en los oídos de Amaury. Zane parecía encogerse de hombros como si estuviera hecho de teflón—. Será como los buenos viejos tiempos.
—No recuerdo que los viejos tiempos fuesen tan buenos —dijo la voz de Quinn desde el interior del avión. Un segundo después su cabeza pelirroja emergió. Tenía una tez clara, ojos color avellana y una sonrisa infantil. Su edad quedó congelada para siempre en sus veinte. Se tomaba la libertad de comportarse como su edad aparentaba, a pesar de que tenía más de 200 años de edad.
—Tal vez no para ti —respondió Zane— pero para Amaury y para mí, las cosas fueron bastante entretenidas.
No estaba seguro a cuál de sus muchas batallas se refería su viejo amigo, Amaury sólo asintió con la cabeza. No es que él lo llamara divertido. Horrible, era probablemente una palabra mejor. La mayoría de las peleas en las que Zane participaba, se convertían en un revoltijo de sangre derramada.
Quinn finalmente salió del avión, con una maleta de ropa colgando sobre su hombro—. Estoy listo.
—Ya era hora. —Gabriel miró su reloj y frunció el ceño.
Tan pronto como se subieron a la limusina, Carl dio la vuelta enrumbando hacia San Francisco. Amaury se aseguró de no quedar frente a Yvette, quién ya lo había apuñalado con la mirada momentos antes. Con Quinn sentado entre él y ella, mientras miraba a Gabriel y Zane, Amaury estaba a salvo tanto del contacto físico como visual.
Por un momento hubo silencio, hasta que por fin, Gabriel habló—. Samson debe estar extasiado.
—Nunca pensé que lo vería así —confirmó Amaury.
—Eso no ocurre en muchos de nosotros, pero cuando sucede, es un cambio de vida. —Había una mirada triste en los ojos de Gabriel. Él aún no había encontrado a su compañera, y Amaury supo al instante que la soledad lo estaba afectando. Era más fuerte ahora, que cuando lo había visto por última vez cara a cara unos años antes.
Si bien a menudo hablaban a través de videoconferencias, Amaury no había sido consciente de cuán intensas se habían convertido las emociones de Gabriel. El don de Amaury no funcionaba por cable. Necesitaba una proximidad física para detectar ciertos sentimientos de la gente.
Quinn rebotó una mirada confusa entre ellos—. ¿Extasiado acerca de qué?
Al parecer, el jefe de Nueva York no había informado aún a sus empleados sobre los últimos acontecimientos en el hogar Woodford.
—Samson será padre —respondió Gabriel—. No perdió el tiempo, ¿verdad?
Hace tan sólo tres meses, Samson y Delilah se habían unido.
—Ellos están bien juntos. —Amaury lanzó una mirada nostálgica por la ventana mientras pasaba su mano por la fría y suave incrustación de caoba sobre la puerta.
Él habría preferido que Gabriel eligiera hablar de trabajo, en lugar de hacer una conversación trivial. Necesitaba sacarse la imagen de la pareja feliz de su mente. Hablar de la felicidad de otras personas era demasiado en comparación con su propia vida vacía.
—Oh, eso es genial —comentó Quinn.
Amaury necesitaba terminar la charla.
—¿Has elaborado alguna estrategia, Gabriel? ¿Cuál es tu plan? —La acción era una buena manera de conseguir que su mente pensara en otras cosas.
—Llamé a Ricky desde el avión. En primer lugar, vamos a tener una reunión de personal. Nosotros nos mantendremos en segundo plano y dejaremos que Ricky la dirija, pero vamos a utilizar nuestros poderes para explorar sus mentes. Básicamente, somos sólo tú y yo Amaury. Voy a tratar de desbloquear sus memorias y revisarlas para encontrar algo útil, tú captarás sus emociones y sabrás lo que están pensando —explicó Gabriel.
Amaury se retorció en su asiento. Vio que un gran dolor de cabeza se acercaba, literal y figurativamente.
—Hay una gran diferencia entre pensar y sentir —contestó Amaury—. Tú sabes tan bien como yo, que no puedo leer las mentes de las personas. Claro, puedo entender más o menos lo que podrían estar pensando basado en lo que presenta su estado emocional, pero de ninguna manera es fiable o detallado. Tu don, es mucho más preciso. Tal vez deberíamos depender solamente del tuyo.
Amaury estaba tan acostumbrado a sentir las emociones, que su cerebro había empezado a traducirlas en pensamientos para él mismo, pero no tenía ni idea si su cerebro estaba haciendo un buen trabajo o no.
—No, te necesitamos para esto —protestó Gabriel.
El sonido de la voz de Gabriel, le dijo a Amaury que no se quedaría fuera de eso. Y en ese momento, estaba demasiado cansado para sostener una pelea verbal, que en el mejor de los casos, ni siquiera estaría seguro de ganar—. Estamos hablando de varios cientos de personas aquí. No podemos hacerlo todo en una sola sesión. —No había manera en que él pudiera soportar tantas emociones a la vez. El dolor sería terrible.
—Vamos a dividirlos en grupos más pequeños. ¿Cuántos puedes manejar al mismo tiempo?
Preferiblemente uno a la vez.
—Veinticinco, tal vez. —Nunca correría el riesgo de ser visto como un debilucho—. ¿Y tú?
—Veinticinco serán más que suficientes. Voy a instruir a Ricky. No podemos reunirlos a todos al mismo tiempo de todas formas. Se nos vienen unas cuantas noches ocupadas.
Amaury se dio cuenta que Gabriel tenía razón, serían noches muy ocupadas. No habría mucho tiempo para la caza de una comida fresca o conseguir suficiente sexo para mantener a raya su dolor. Tendría que encontrar tiempo para escabullirse, de lo contrario, las cosas se pondrían feas para él. Después de cuarenta y ocho horas sin sexo, empezaría a subirse por las paredes.
—¿Qué harán los demás?
—Estaré en las reuniones del personal contigo y Gabriel —respondió Yvette. Amaury levantó las cejas, pero no dijo nada. Captó la mirada de Gabriel sobre él.
—Yvette será útil. Tiene una memoria fotográfica como la de Samson.
Ahora esa sí era una información de ella que no sabía. ¿Cómo fue posible que se le escapara? Grandioso, y ella lo había visto desnudo. ¿Todavía llevaría ella la imagen en su mente? Amaury se encogió—. Perfecto. —Trató de evitar el sarcasmo en su voz, pero no estaba tan seguro de que lo hubiese logrado.
Zane carraspeó antes de hablar—. Infiltraré los elementos criminales de la ciudad para escuchar lo que se dice por ahí. Estoy seguro de que puedo encontrar algo.
—Debería ayudarte con eso —se ofreció Amaury. Navegar por las entrañas de San Francisco era mucho más su especialidad que estar encerrado en una habitación con veinticinco empleados y sus emociones. Por lo menos podría patear el trasero de alguien. Al salir con Zane ello estaba virtualmente garantizado.
—Te necesitamos en las reuniones del personal —insistió Gabriel, su tono de voz sonaba cada vez más molesto—. Como ya he dicho, necesitamos de tu don.
Don, ¡Mis huevos! ¡Es una maldición!
Antes de que Amaury pudiera responder, un fuerte ruido lo sobresaltó. Al instante siguiente, emergió humo proveniente de abajo del capó del coche e ingresó a través de las rejillas de ventilación.
—Carl, ¿qué fue eso?
—No lo sé, pero no es bueno. Agárrese todo el mundo —gritó Carl.
Estaban en una calle residencial, en las afueras de San Francisco. Carl giró el coche bruscamente hacia la acera, pero parecía tener dificultades con la dirección, y el motor de repente se desvaneció.
—Carl, háblame —ordenó Amaury. Su mano agarró la manecilla por encima de la ventana.
—El motor explotó, los frenos están rígidos y la dirección dura. ¿Qué más quieres? ¿Qué te lo dibuje?
Por primera vez desde que había conocido a Carl, lo veía perder los estribos. Sus hombros se elevaron, la piel en los músculos de su cuello se tensaron con arrugas horizontales, Carl estaba tan cerca del pánico como Amaury nunca lo había visto.
El coche pasó por un bache en la carretera y cayó fuertemente, levantando a todo el mundo de sus asientos, antes de que aterrizaran nuevamente sobre sus traseros. Los vampiros no eran de los que utilizaban cinturones de seguridad.
Otra maniobra de giro salvaje y Carl llevó el vehículo sobre la acera. El coche la rozó y unos arbustos ayudaron al coche a detenerse a sólo unos pocos centímetros antes de tocar una cerca baja.
Amaury miró a sus colegas. Todo el mundo parecía un poco revuelto, pero nadie había resultado herido.
Inmediatamente, Carl tiró de la palanca del capó y salió, Amaury salió detrás de él. Oyó gruñidos de descontento detrás de él, mientras se unía a Carl que ya había abierto el capó. Carl despejó el humo y el vapor con las manos, antes de comenzar la inspección del motor.
—Maldita sea —exclamó Carl después de varios segundos.
—¿Qué?
—Aquí, ¿ves esto? —Carl señaló una manguera, no es que Amaury supiera exactamente lo que era. Parecía haber volado en pedazos—. Esto no ocurrió por sí solo. Alguien se aseguró de hacerlo. Este no fue un accidente. —La tétrica mirada de Carl era preocupante. Él no era de los que hacía acusaciones sin fundamento.
Amaury confió en la evaluación de Carl, aunque él mismo no podía confirmarlo. Lo más cerca que él llegaba a estar sobre la mecánica, era conduciendo un coche alemán veloz. Dejaba eso a aquella gente que encontrara interesante jugar con un motor.
Carl señaló algunos objetos diminutos que colgaban del tubo destruido. Amaury siguió su dedo. Dos cables.
—Parece que alguien no quiere que volvamos. Alguien puso aquí una carga explosiva.
—Mierda. —Amaury levantó la cabeza para mirar hacia el horizonte y luego miró su reloj—. Nos quedan quince minutos para la salida del sol.