Capítulo Treinta y tres

El cerebro de Gabriel dio un salto mortal. Maya lo aceptó por lo que era. Una pequeña sonrisa confiada se curvó en sus labios rojos, y el brillo de sus ojos era el mismo que había visto antes en ella, en la sala donde habían hecho el amor como locos—. ¿Me deseas?

—Sí, y dado que no podremos salir de aquí hasta el atardecer de todos modos, no puedo pensar en nada mejor que tener sexo, ¿verdad? —preguntó y le dio un guiño coqueto.

Él tampoco. Gabriel la envolvió en sus brazos, su boca se cernía sobre la de ella. Levantó la cabeza y le ofreció los labios a él—. Bésame.

Le dio una pequeña sonrisa—. Me encanta besarte. —Luego puso sus labios en los suyos y le dio un suave beso en la boca. Un bajo suspiro fue la respuesta de Maya. Su respiración rebotó contra la suya, y separó sus labios para beberla. Sus sentidos se inundaron con su aroma y sabor.

Gabriel dejó que sus manos recorrieran su espalda. Una mano llegó hasta su trasero, acunándola con su gran palma y apretándola más cerca hacia sus caderas. Sintió presionar sus erecciones dobles contra la suave piel de su estómago, mientras que sus grandes pechos se aplastaban contra su duro pecho. Todo se sentía tan bien. Ella era la mujer perfecta, el yin para su yang.

Él clavó su lengua y la sumergió en ella, batiéndose en duelo, acariciándola, mordisqueándola y chupándola. Sus suaves gemidos eran música para sus oídos, sus manos sobre él, lo animaban para continuar con lo que estaba haciendo. Maya ya había sacado la camisa de sus jeans y estaba deslizando sus manos sobre su pecho desnudo, lo que lo hizo recuperar el aliento que tanto necesitaba.

—Ahora enséñame lo que tienes —le susurró contra sus labios, respirando tan fuertemente como él lo hacía.

—¿Impaciente? —Besó el borde de su boca.

—Curiosa.

—¿Con miedo? —Sus labios siguieron por su cuello, donde sentía palpitar su vena debajo de sus labios.

—Deseosa —dejó salir entre suaves gemidos.

—Tenía la esperanza de que esta vez pudiera haberte ofrecido una cama blanda. —La primera vez la había tomado contra la pared en la sala de estar, ¿y ahora? Le hubiera gustado hacer esto más especial para ella.

—No me importa.

—No va a ser muy cómodo para ti.

Sacó la cabeza y lo miró—. No quiero comodidad. Te quiero a ti.

Se perdió en sus ojos oscuros—. Y yo te quiero a ti. Pero esta vez, terminarás conmigo, así sea lo último que haga.

—¿Orgullo masculino?

No tenía nada que ver con el orgullo—. Instinto de supervivencia.

Ella levantó una ceja, sin entender, así que él le explicó—. No haré que me dejes por no poder satisfacerte.

Sus labios se curvaron, y apretó sus caderas provocativamente contra su ingle—. Es posible que tengas lo que necesito.

—Espera un momento —Se separó de su abrazo y se fue hacia el armario de suministros.

—¿Qué estás haciendo?

Gabriel abrió el armario y examinó el contenido—. Tratando de ponernos más cómodos. No puedo conseguir una cama, pero por lo menos podré ofrecerte algo de esto. —Él tiró un par de mantas gruesas que habían sido empaquetadas para protegerlas del polvo y la humedad. Arrancó el plástico abriéndolo y las sacó de su funda protectora.

Avanzó unos pocos pasos se encontró en la esquina, donde habían varios catres apilados. Él llevó a un lado uno de los catres y extendió las mantas sobre él para proporcionar mayor amortiguación.

—Eres un hombre muy práctico —comentó Maya.

Gabriel se volvió hacia ella y sonrió—. Te darás cuenta con el paso del tiempo, que tengo muchas cualidades útiles.

Tarareó— Mmm, mmm. Dos en particular —Bajó los ojos a su entrepierna. Al instante el calor se disparó por su cuerpo. Ella fue directa, y él apreciaba eso en ella. No había rodeos acerca de lo que quería. Y lo que claramente quería Maya en esos momentos, era a él… o mejor dicho, sus dos ansiosos penes muy erguidos. Y no la privaría de ese placer, o a él mismo, si vamos al caso. Incluso si él estaba un poco aprensivo acerca de sus propios deseos en ese momento… sus propios deseos muy oscuros y prohibidos. Porque seguro que una mujer como ella nunca estaría de acuerdo en…

—¿Has cambiado de opinión? —preguntó y se acercó más, su atractivo aroma al instante lo drogó.

—Ni pensarlo. —Gabriel alcanzó su mano y la atrajo—. ¿Puedo desnudarte? —Por alguna razón, se sentía nervioso. Este era un gran paso. Si no le gustaba lo que estaba a punto de hacer, todavía lo podía dejar. Y no dejaría que eso sucediera. No, tenía que mantener su propio deseo oscuro escondido, para no espantarla. A pesar de que sabía exactamente lo que quería. La idea de tomar a Maya por detrás con dos penes en su empuje, uno en su dulce concha y el otro en el pasaje oscuro y prohibido que de repente ansiaba, hizo palpitar sus erecciones sin control.

—Si puedo desnudarte al mismo tiempo —ella respondió, interrumpiendo sus pervertidos pensamientos.

Sus manos se dirigieron a su camiseta, y poco a poco la sacó de sus jeans. Cuando tiró de ella, levantó sus manos sobre su cabeza y le permitió liberarla. No llevaba sostén.

***

Maya sintió un silbido de aire frío contra su pecho desnudo, y sintió que sus pezones se endurecían. Sin embargo, ella sabía que no era el aire frío lo que la excitaba, era la forma en que Gabriel la miraba: el deseo apenas contenido. Tenía hambre de ella, la misma hambre que ella sentía por él. Las cosas que él le había dicho sobre él y sobre sí misma, de repente todo tenía sentido.

Su fiebre inexplicable, su necesidad insaciable de sexo, y su incapacidad para sentirse satisfecha con los hombres con quien ella había estado. ¿Podría ser todo diferente ahora? ¿Gabriel la podría satisfacer?

Maya llegó a los botones de su camisa y abrió uno por uno, exponiendo su pecho musculoso. Tan pronto como lo despojó de ella, se fue hacia sus jeans. Debajo de sus jeans, el bulto había crecido hasta alcanzar proporciones masivas.

Dos penes. Sabía instintivamente lo que eso significaba. Qué tenía que suceder. Él la tomaría con ambos. Los deseos que nunca había sido capaz de poner en palabras y expresar, finalmente se ponían a su alcance. Ella sabía lo que su cuerpo había deseado siempre, pero al mismo tiempo, su cerebro había tratado de alejar. Sentir dos penes en ella, al mismo tiempo. Aquí estaba Gabriel, mitad vampiro y mitad sátiro, que podría darle lo que ella nunca se había atrevido a soñar: la satisfacción sexual que siempre había anhelado, los oscuros deseos que nunca se había permitido escuchar.

Cuando abrió el primer botón de sus pantalones y deslizó el cierre, Gabriel exhaló bruscamente. Con ambas manos bajó los jeans hasta sus caderas, y luego por sus piernas donde rápidamente, quitó sus botas y salió de ellos.

La mirada de Maya regresó a su bóxer, el cual tenía una tienda de campaña en el frente. Ella deslizó sus manos entre la piel y la cintura y empujó la tela hacia abajo, por fin expondría lo que había deseado durante tanto tiempo. Apenas notó cuando se liberó de los calzoncillos y los calcetines, porque estaba fascinada con lo que tenía a la vista delante de ella.

Incluso cuando él la ayudó a salir de sus propios jeans y zapatos, no pudo apartar los ojos.

—Gabriel eres precioso —susurró ella, con las manos llegando hacia sus penes. Cada una de sus manos agarró un pene erecto, sentía la suave y dura piel por debajo. Las cabezas eran púrpuras bombeaban llenas de sangre, preparadas para explotar, señalando hacia ella, pidiendo mucha atención.

—¡Mierda! —Jadeó sin aliento—. Bebé, me estás haciendo perder el control.

Dejó curvarse una maliciosa sonrisa alrededor de sus labios, mientras lo miraba a la cara—. ¿No es ese el punto?

—No, el punto es que yo te tengo que satisfacer primero.

Antes de que pudiera reaccionar, él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama improvisada. La bajó suavemente sobre ella. Estiró su cuerpo desnudo, apreciando la suavidad que le proporcionaban las dos mantas por debajo de ella.

Con una pierna apoyada en el suelo, Gabriel bajó su cuerpo, con una rodilla encajada entre sus piernas. Él empezó a besarle el cuello. Sus labios besaron a lo largo de la delicada piel justo debajo de su oreja, y luego más abajo, cerniéndose sobre su pulso donde su cuello se conectaba con su hombro. Él succionó el lugar.

Luego sus labios viajaron hacia el sur, llegando hasta sus pechos, donde sus duros pezones los adornaban. Tocó uno de ellos y chupó la punta con su boca, su gemido le dijo lo mucho que disfrutaba de la acción. Su cuerpo se calentó bajo su caricia, su centro derritiéndose y acumulándose en el ápice de su entrepierna.

Maya se movió, abriendo más las piernas para permitir que sus dos duros penes se frotaran contra ella mientras se movía.

—¿Perdiendo la paciencia? —le susurró mientras lamía tranquilamente su pecho.

—Te quiero dentro de mí.

—No he terminado aquí —aseguró, y continuó torturando sus pechos de la manera más deliciosa que jamás habían sido torturados por un hombre. Sus manos amasaban un pezón, mientras que su boca se amamantaba por el otro casi con avidez, como si él no pudiera saciarse de ella.

—Puedes tener más de eso más tarde —le convenció— pero en este momento, sólo dame lo que quiero.

Él la miró y sus ojos parpadearon con afirmación.— Sólo porque me lo estás pidiendo tan bien —bromeó.

Gabriel movió su cuerpo, y de repente puso a su pene inferior justo en la entrada de su canal húmedo, mientras que su otro pene se posaba sobre su triángulo rizado. Con su dedo tocaba sus pliegues—. Estás tan húmeda, bebé. —Luego se sumergió en su humedad y la extendió sobre su clítoris, provocando un gemido ahogado desde su garganta.

Pero antes de que ella pudiera presionarse contra su dedo, había retirado su mano. En su lugar, dirigió su pene superior a su clítoris y lo frotó sobre el botón ahora húmedo—. Ahora estoy listo. —Su voz era un grave rumor, procedente de una profundidad desde el interior de su pecho.

En el momento en que él empujó, llevó a su pene profundamente en ella, mientras que el segundo se deslizaba sobre su clítoris, acariciándola con presión perfecta. Él la llenó, estirándola para poder adaptarse a su tamaño. Se sintió más grande de lo que se había sentido cuando estuvieron en la sala de estar, pero tal vez era sólo la posición en que se encontraba: encarcelada por debajo de su gran cuerpo, los muslos rozándole, sus penes empujando, en concierto entre sí.

Nunca había sentido algo tan perfecto. Maravillada, sintió que su cuerpo se unía a él en perfecta sincronía. Sus gemidos se mezclaban con su aliento, sus cuerpos se retorcían uno contra el otro, bailando en una nube de ingravidez. Se sentía como si cayera, sin embargo, sabía que estaba a salvo en sus brazos, a salvo debajo de su cuerpo fuerte, mientras sus golpes se intensificaban y se convertían en un ritmo más rápido.

Con cada golpe y cada roce, su núcleo se calentaba, los latidos del corazón corrían en un ritmo frenético hacia lo inevitable. Gabriel en ningún momento rompió el contacto visual, pero mantenía su mirada cruzada con ella como si quisiera asegurarse de poder leer lo que ella quería, lo que necesitaba de él. Su piel brillaba por el sudor, y su mano se acercó a acariciarle la cara—. Maya, bebé. —Se veía como si quisiera decir algo más, pero no lo hizo.

Maya sintió que su clítoris se hinchaba aún más con todos los roces de su pene sobre ella. Ella sintió el comienzo de su clímax en las plantas de los pies. Y a medida que las ondas viajaban hacia arriba, su respiración salía en jadeos cortos. Ella vio la sonrisa de Gabriel, un momento antes de sentir las olas del orgasmo golpeándola. Inesperadamente, un grito salió de su garganta. Ella nunca antes había gritado durante el sexo. Y nunca había terminado con el pene de un hombre dentro de ella—. Oh, Dios.

En la última oleada de su orgasmo, ella lo sintió rígido, y un momento después el pene dentro de ella, pulsó violentamente disparando su semen en ella. Al mismo tiempo, sintió una humedad en su estómago y vio que su segundo pene había estallado al mismo tiempo.

—¡Oh, Dios, bebé! —él cayó, sus ojos reflejaban la incredulidad en su voz. A pesar que se derrumbó encima de ella, tuvo cuidado en no llevar todo su peso.

Apoyó la frente en ella y respiró con dificultad—. No tenía ni idea. Maya, nunca había terminado así. Nunca con tanta intensidad.

Ella sonrió y le dio un suave beso en los labios—. Yo tampoco.

Gabriel la besó profundamente, con su lengua devorando la de ella con pases largos y demandantes. Cuando dejó sus labios, su boca continuó hacia abajo de su cuello de nuevo, succionando el mismo lugar donde la había chupado antes. Pero esa vez, sus dientes rozaron suavemente contra su piel. De la nada una visión entró en su mente: la de él hundiendo sus colmillos en ella y bebiendo de su sangre.

Ella abrió la boca y sintió que él se hacía hacia atrás—. ¿Te he hecho daño?

Maya miró sus ojos nublados de pasión y tragó saliva fuertemente. Y antes de que pudiera evitarlo, ella expresó su deseo más profundo—. Muérdeme.

***

Gabriel gimió. ¿Ella quería que él la mordiera? Estaba poniendo su mayor tentación en frente de él, cuando no tenía derecho a tomar tanto de ella. No con lo que estaba pasando dentro de él ahora mismo, no con el impulso que había comenzado a hervir en él, y con las ganas de hacerle cosas indecibles a ella. Cosas que ninguna mujer decente permitiría que un hombre hiciera, las cosas que aún las más putas se negarían.

—Oh, Maya, no tienes idea de lo que me estás ofreciendo. —Emociones contradictorias luchaban en su mente: el deseo por un lado, la cautela por el otro. No podía atarla a él, cuando ella podría huir de él, apartarse de él cuando se enterara de lo que quería hacerle. Cogerla de la forma más bestial. Ella no podría querer eso.

—¿Qué pasa?

—Si te muerdo mientras tenemos sexo y tomas de mi sangre, al mismo tiempo crearemos un vínculo de sangre… Maya, un vínculo de sangre es para siempre. No hay salida.

Su respuesta llegó más rápido de lo que esperaba—. ¿Tú no lo quieres para siempre?

Él reconoció la decepción en sus ojos, el dolor. No podía dejar que creyera eso, ni siquiera por un segundo—. Yo te quiero para siempre, pero hay algo que tienes que saber acerca de mí primero. —Hizo una pausa y cerró los ojos antes de hablar otra vez. Desnudar sus deseos más profundos de sí mismo, era la cosa más dura que jamás había hecho, pero ella se merecía eso, se merecía honestidad de lo más oscuro dentro de él.

—Quiero tomarte de la manera más bestial que puedas imaginar, y no creo que pueda suprimir ese tipo de lujuria por mucho tiempo. Ahora que sé lo que soy, ahora que me doy cuenta de lo que mi cuerpo quiere, no puedo mantenerlo por mucho tiempo. —Abrió los ojos—. Maya, quiero cogerte con mis dos penes al mismo tiempo, uno llevarlo a tu concha y el otro a tu… —Se interrumpió y miró hacia otro lado, no queriendo ver el disgusto que pronto inundaría sus ojos—. Y el otro en tu trasero. ¿No ves? Es depravado. No debería querer algo así para ti, pero lo quiero. Si te vinculas conmigo, no te escaparás de eso, tendrías que soportarlo.

Su corazón latía frenéticamente en su pecho. ¿Y si ella se alejaba de él ahora?

—¿Soportarlo? —Con la mano en la barbilla, lo obligó a mirarla—. Gabriel, quiero todo lo que tienes que ofrecerme. Los dos somos sátiros. ¿Qué te hace pensar que no tengo el mismo exacto deseo? ¿Qué te hace pensar que no siento un deseo vehemente de ser tomada de esa manera?

Sus ojos se abrieron por la sorpresa—. ¿Quieres esto? —Él buscó sus ojos y no podía ver nada que le pareciera ni remotamente como un disgusto.

—¿Por qué un sátiro tendría dos penes, sino fuera para usarlos en satisfacer a su pareja?

En primer lugar, ella lo había llamado perfecto, y ahora Maya se ofrecía a cumplir sus más oscuros deseos. En ese momento, Gabriel supo que sí existía la divina providencia, o algo muy semejante a eso. Era la personificación de todo lo que había deseado: un hogar, una esposa cariñosa, una vida sexual completa. Y mientras que la vida sería aún más perfecta si pudieran tener hijos, no era lo suficientemente importante para él como para renunciar a ella. Su decisión estaba tomada, de hecho siempre había sido así.

—Comprometo mi corazón y mi vida a ti. —Su voz casi quebrada, continuó— yo quiero un lazo de sangre contigo, pero no aquí. Quiero que tengas un recuerdo que siempre mirarás hacia atrás como algo especial. —Él miró a su alrededor para indicar que esto no era el lugar—. Cuando nos vinculemos, será en una habitación llena de velas rojas. Vamos a estar en sábanas blancas mientras hacemos el amor, y todo será perfecto. Te lo prometo.

Ella le sonrió—. ¿Podría ser que tú eres un romántico empedernido?

—No empedernido… lleno de esperanza. —Dijo él rozando sus labios contra los de ella—. Prométeme que no le dirás a nadie. De lo contrario, podría afectar mi puesto.

Ella rodó sus ojos—. ¡Hombres! —y entonces se echó a reír. El sonido llegó a través de él y dio calidez a su corazón. Maya se veía feliz, y se prometió que haría todo lo posible para asegurarse de que siempre estuviera así.

Ella pareció darse cuenta de que él la estaba mirando, y dejó de reírse. Tenía los ojos clavados en los suyos, y él sintió como si viera su alma—. Te amo.

Él contuvo las lágrimas que amenazaban hacerlo menos hombre con su declaración inesperada—. Mi corazón es tuyo.

El beso que siguió se convirtió de dulce y suave, a caliente y exigente en un abrir y cerrar de ojos. Todavía estaba dentro de ella, y habiendo permanecido semi duro casi todo el tiempo en el que habían hablado, se estaba poniendo duro otra vez.

Él se salió fuera de su tibia envoltura y cortó el beso.

—¿Pasa algo? —preguntó su voz suave, casi somnolienta. La reconoció como la de una mujer muy satisfecha. Y le satisfacía saber que había sido capaz de hacer que terminara.

—No me pasa nada, cariño. Quiero hacerte el amor de la manera sátiro, pero no quiero hacerte daño.

Él se levantó de la cama improvisada y se dirigió al gabinete de los suministros. Anteriormente, había visto suministros médicos allí, y si no se había equivocado, había un frasco de vaselina entre ellos. Tendría que bastar con eso. Cuando se giró hacia ella con el lubricante en sus manos, Maya se había girado sobre su estómago. Gabriel contuvo el aliento. Ella sería su perdición, ¿cómo saldría alguna vez de la cama en los próximos cientos de años teniéndola a ella a su lado como compañera?

Dejó que su mirada viajara sobre las curvas de su espalda, luego sobre las olas suaves de su redondo trasero, antes de seguir por sus piernas bien torneadas. Ella las había separado un poco, lo que le permitía ver los rizos oscuros en la cima, rizos que brillaban con la humedad. Sus labios inferiores de color rosa rezumaban humedad con el semen que había dejado en ella, y él sintió la necesidad de deslizar su pene nuevamente dentro de su atractivo canal, para que se mantuviera en su interior. Era un pensamiento estúpido porque sabía que su semen nunca quedaría fijo en ella. A pesar de que… ¿no había dicho algo la bruja acerca de que las mujeres sátiro eran fértiles? Pero tenía tanto material para comprender que no estaba seguro de haber escuchado bien.

Sin prisa, se acercó a la cama y se sentó en el borde. Él no había terminado de admirar su belleza y de contar sus bendiciones. Había sido agraciado con el regalo más increíble de su vida: una mujer que lo quería a pesar de todo, a pesar de la cicatriz en la cara, a pesar de sus dos penes y los oscuros deseos que tenía.

—Eres hermosa —susurró, y acarició la palma de la mano a lo largo de su espalda desnuda—. Me gustaría ser un pintor. Me gustaría pintarte en la forma en que estás.

Giró la cabeza y le sonrió—. Prefiero que me hagas el amor a que me pintes. —Entonces sus ojos se centraron en el frasco en sus manos—. Tócame.

Gabriel inhaló profundamente y mojó su dedo en el lubricante—. Te prometo que lo haré tan suave como sea posible.

Maya cerró los ojos y suspiró. Cuando deslizó la mano por su abertura, su trasero se arqueó y se abrió hacia él. Con la ayuda del lubricante, el dedo entró a la perfección por la pendiente hasta llegar al apretado anillo del músculo que protegía la entrada a su portal oscuro. La oyó aspirar una bocanada de aire cuando el dedo se quedó ahí. Poco a poco acarició el brote en círculos, esparciendo el lubricante.

La idea de romper la puerta de esta cueva oscura, hizo que su cuerpo bombeara más sangre a sus penes. Se miró hacia abajo, donde ambos penes se erguían, ansiosos por atravesarla. Por delante se asomaban placeres desconocidos, y sentía el nerviosismo metiéndose en su piel. No quería hacerle daño—. Nunca he hecho esto antes.

—Yo tampoco —confesó ella.

Con presión casi imperceptible, sondeó su agujero oscuro y sintió que cedía a él. La punta de su dedo se deslizó más allá del músculo contraído, apretándolo con fuerza.

Un gemido salió de Maya, y él sólo podía hacerle eco. Nunca en su vida había sentido algo tan apretado. La concha de Maya se había apoderado de él como un guante ajustado, pero el saber que pronto lo apretaría con más fuerza, lo dejó sin aliento. Él no duraría. Su pene no iba a sobrevivir a esa delicia, más de diez segundos. Y tal vez estaba bien así… no la sometería a esa horrible prueba durante mucho tiempo. Todavía no creía que ella realmente quería eso tanto como él. Lo más probable es que le permitía esta oscura travesura porque le quería y no se lo negaría.

Cuando su dedo penetró más profundamente en ella, le dio tiempo para adaptarse a la invasión.

—Más —susurró, su voz ronca nublada por la pasión. Su aliento erradicó su preocupación de dolor, y su dedo se deslizó más profundo hasta que estuvo completamente dentro de ella. Luego, lentamente sacó su dedo, tomó otro poco de lubricación y entró de nuevo.

Ahora Maya jadeaba, flexionando las caderas, obligándolo a entrar más rápido que antes— ¡Sí!

Su entusiasmo no se perdió. ¿Realmente le gustaba esto a ella? Su corazón se hinchaba mientras caía en el ritmo, de forma alternativa empujaba su trasero hacia atrás, después tirando hacia delante, de modo que sus dedos se empujaban hacia atrás y adelante dentro de ella. Cuando se dio cuenta de que quería más, se hizo cargo y cogió su trasero con el dedo de la forma en que ella lo exigía: con movimientos largos y profundos aumentando la velocidad mientras su respiración se agitaba.

Cuando demandó más, metió un segundo dedo dentro de ella, estirándola más ampliamente. No podía separar su mirada de esa visión erótica. Mientras sus dedos desaparecían dentro de su oscuro portal, su corazón llegó a un punto crítico, de sus penes brotaba humedad en anticipación, y todo su cuerpo entró en un agradable cosquilleo.

Pero él no podía esperar más. Cambió de posición y se arrodilló detrás de ella entre sus muslos separados—. Ponte de rodillas y manos —le convenció y sacó los dedos antes de apretar su trasero con la ingle.

Gabriel una vez más, se sirvió del lubricante y lo extendió sobre su pene superior, antes de colocarlo en su entrada. Su otro pene estaba apuntando más abajo, hacia su concha, listo para entrar en ella. Su miel tentaba la cabeza de su duro pene, prometiéndole placer más allá de su imaginación.

Con una mano sostenía su cadera, con la otra guio su pene mientras seguía adelante. Casi sin esfuerzo su punta desapareció en su interior, empujándolo más allá del anillo apretado.

—Oh Dios —jadeó.

—¿Demasiado? —estaba dispuesto a retirarse si le causaba algún dolor.

Ella se limitó a mover la cabeza y retrocedió hacia él, llevándolo más profundo. Su pene inferior se deslizaba más dentro de su concha sin resistencia, mientras que el superior seguía adelante. Ya dentro de ella, podía sentir sus dos penes rozando la delgada membrana entre sus dos canales.

—¡Oh, mierda! —no podía dejar de maldecir con el intenso placer que se extendía en su cuerpo. Antes de que él supiera lo que estaba haciendo, empujó hacia adelante, asentándose en ella al máximo. La forma en que su cuerpo se aferraba a él, lo apretaba, casi le hizo perder el control ahí mismo— Oh maldición, oh maldición, oh maldición… —Nunca nada se había sentido tan perfecto en su larga vida. No había otro placer que hubiese sentido así, tan intensamente. Si moría ahora, moriría siendo un hombre feliz.

Cuando Maya se movió debajo de él, obviamente para atraerlo a moverse, se aferró a sus caderas—. Bebé, dame un segundo, o se me escapará.

Ella se echó a reír.

—Adelante, búrlate de mí —bromeó—. Espera a que tú estés en el extremo receptor.

Estoy en el extremo receptor —señaló.

La distracción que creó su pequeña broma, lo ayudó a recuperar su compostura—. Vamos a ver después. —Gabriel se hizo hacia atrás, desenterrando sus penes excepto por su cabeza, antes de sumergirse nuevamente encontrando su ritmo y montándola con fuerza, se maravilló con el ajuste perfecto de sus cuerpos. Ella estaba hecha realmente para él, su concha lo acomodaba de la manera más perfecta, y su trasero le apretaba de tal manera, que lo mantenía justo al borde.

Los sonidos de placer que provenían de sus labios, daban calidez a su corazón y lo llenaban de orgullo. Él estaba haciendo eso. Él le estaba dando placer. Era todo lo que podía pensar. Nunca había montado a una mujer tan fuerte, tan rápido, tan ferozmente. Pero ya no tenía miedo de hacerle daño. Maya era también un sátiro y un vampiro, con un cuerpo casi tan fuerte como el suyo, un cuerpo construido para acomodarlo y saciarlo hasta el extremo.

Por primera vez, en silencio dio gracias por las circunstancias que los habían unido. A pesar de que lo que le había sucedido era horrible, Gabriel sabía que era el destino. Y haría cualquier cosa que estuviera a su alcance para hacerla feliz, y nunca más tendría que lamentar su nueva vida. Le daría todo lo que ella pudiera desear.

—Te amo —le susurró y se hundió más profundo—. Mi esposa, mi compañera, mi amor.

En sus ojos ella ya era suya. El ritual de unión sería sólo una formalidad… aunque un trámite muy agradable y estimulante.

—Gabriel —dijo en voz alta antes de que su cuerpo de repente sufriera un espasmo, los músculos ajustándose a su alrededor. Sintió su orgasmo como si estuviera vinculado de sangre ya con ella, sintió las ondas viajando a través de cada célula de su cuerpo, hasta que lo golpearon y se lo llevaron con ella. Sus penes se sacudieron al unísono, bombeando chorros calientes de semen en ella, mientras él terminaba como un volcán en erupción, sintiendo su clímax por todo su cuerpo, enviando ondas de choque a través de él que no podría producir ni siquiera una bomba atómica. Su visión era borrosa, y su mente se quedó en blanco, mientras sentía su cuerpo tornarse sin peso, como si estuviera flotando en el espacio.

Cuando se derrumbó sobre ella, apenas tuvo suficientes fuerzas para hacerse rodar a sí mismo a un lado y llevarla con él, para que ella no sufriera bajo su peso. Por unos instantes no pudo hablar, sólo podía recuperar el aliento.

Deslizó la mano sobre su pecho y sintió que su corazón latía frenéticamente como el suyo. La mano de Maya se acercó, y sus dedos se entrelazaron con los suyos. Giró la cabeza y miró los ojos de una mujer realmente saciada. Era una mirada que él quería que ella tuviera, durante todos los días de sus vidas juntos.

Un suave roce de sus labios contra los suyos, fue todo lo que podía manejar. No tenía palabras para describir lo que sentía, pero cuando miró a los ojos de ella, sabía que lo entendía. Eran uno solo.