Capítulo Treinta

Gabriel salió del coche abruptamente, sus largas piernas devoraron la distancia hacia la puerta de la casa de Samson. Estaba completamente abierta, y la luz llegaba hasta las escaleras. No era una buena señal.

El pánico que ya se había apoderado de él antes, sólo se intensificaba al ver el vestíbulo vacío y el silencio en la casa. Al instante vio el polvo en el suelo, junto con un teléfono celular, algunas monedas, y un anillo… el anillo de Carl. ¡Oh, Dios, no! Ricky había estado ahí.

El dolor por su amigo y fiel servidor de Samson, estuvo a punto de hacer que sus rodillas se doblaran. Pero no podía… no sería… débil ahora. No cuando Maya…— ¡Maya! ¡Maya! —él gritó, sin esperar ninguna respuesta. Sabía lo que iba a encontrar.

Dando tres pasos a la vez, corrió por las escaleras e irrumpió en la habitación de huéspedes que Maya había estado ocupando. El hedor de sangre al instante le asaltó. Sus ojos se centraron en un atizador de metal, que estaba sobre la alfombra, con una de las puntas cubierta de sangre.

Gabriel inhaló y por un instante, se sintió aliviado. La sangre no era de Maya. Ella había luchado contra él. Un sentimiento de orgullo se extendió dentro de él, sólo para ser inmediatamente sustituido por otro, miedo. Reconoció la sangre como la de Ricky. ¿Estaba muerto o sólo lo había herido antes de que él pudiera llevársela con él? No había indicios de polvo sobre la alfombra por lo que tenía que asumir que los dos estaban vivos.

Se quedó mirando el palo de metal cubierto de sangre y cerró los ojos por un momento, tratando de reunir sus fuerzas. No podía perderla, no ahora, no cuando había allanado el camino para que estén juntos.

A su vez, antes de que pudiera abandonar la sala con el fin de buscarlos, sintió una punzada en la cabeza. Una fracción de segundo después, sus ojos miraron la escena delante de él, una escena que había sucedido en esa misma sala unos minutos antes. Había entrado en los recuerdos de Maya. Cómo, no lo sabía. Esto nunca había sucedido antes. Nunca había sido capaz de acceder a los recuerdos de otra persona, a menos que estuviera físicamente cerca. Tal vez su conexión con Maya era tan fuerte, que no tenía necesidad de estar cerca de ella para acceder a lo que había visto.

Gabriel se concentró y vio que Ricky la besaba con brutalidad. Vio cómo ella utilizaba su nueva habilidad, deshabilitándolo para poder alejarse de él. Mientras corría hacia la puerta, lo vio todo a través de sus ojos, las calles que veía, el camión en el que había saltado.

Sus pies lo llevaron hacia las escaleras y salió por la puerta. Él la cerró con fuerza y se dirigió al Audi. Mientras se concentraba en el tráfico con un solo ojo, su ojo interior mantenía la conexión con los recuerdos de Maya. Reconoció las calles y las casas por las que había pasado, cuando el camión en que estaba sentada conducía más y más hacia el oeste.

Ella se había escapado de él, pero Gabriel no se engañaba ni por un segundo que Ricky no estuviera sobre sus talones ya. Tenía que llegar a ella primero y asegurarse de que estuviera a salvo.

***

El camión se detuvo en un semáforo en rojo, y Maya saltó. Habían llegado al extremo este del Parque Golden Gate. Se dio cuenta de que el sol saldría pronto, y que tenía que encontrar un refugio antes de que fuera demasiado tarde. Si bien era tentador entrar en el hospital que estaba a sólo cuadras del parque, Maya sabía que Ricky esperaría que ella se escondiera ahí y la encontraría. No, tenía que ir a algún lugar donde él no sospechara y esconderse hasta que pudiera pedir ayuda.

Cruzó la pradera y pasó por el patio de juegos con su carrusel. Las canchas de tenis estaban a su derecha. Si bien había una casa club donde pudiera encontrar un refugio contra el sol, estaría aglomerado de gente tan pronto como saliera el sol y los primeros jugadores de tenis llegarían para un partido temprano por la mañana. Ella no estaría segura por mucho tiempo.

Maya se adentró en la zona arbolada. Había un lugar que ella conocía, había escuchado a uno de los médicos hablando de cuando se había encontrado con un vagabundo. Había escuchado la historia de dónde exactamente lo habían encontrado, y sabía que sería capaz de recordar el camino. Había estado ahí antes. La curiosidad la había llevado ahí, en uno de sus paseos dominicales, por una parte para comprobar si el paramédico había dicho la verdad, y por otra parte porque no había tenido nada mejor que hacer esa tarde.

Encontró el camino que estaba buscando y se fue corriendo a ritmo acelerado. A cada sonido, se daba la vuelta, lista para acelerar si Ricky estaba detrás de ella. Él nunca se daría por vencido hasta que la tuviera, lo había visto en sus ojos. El mal que emanaba de él era fuerte, y ahora que sabía lo que era capaz de hacer, se sorprendió a sí misma que ella no lo hubiese sentido en el momento en que Gabriel se lo presentó en la cocina.

¿Cómo había sido capaz Ricky de enmascarar sus verdaderas intenciones de sus amigos y colegas durante tanto tiempo? ¿Tenía algo que ver con el don especial de Ricky que Gabriel le había mencionado? Que podía disipar las dudas de la gente. Había confesado que él lo había hecho con ella. Ahora recordaba que su piel le había picado incómodamente esa noche que lo conoció en la cocina, pero ella lo había atribuido a la fiebre que le estaba empezando. Ahora sabía que había usado sus habilidades en ella en ese momento.

Incluso Gabriel había confiado en él, lo suficiente como para enviarlo a hablar con Bárbara y Paulette. Y ella sin saberlo, había entregado a sus dos amigas en bandeja de plata. Todo lo que tenía que hacer era matarlas. El estómago de Maya se tambaleó ante la idea. No, ella no podía permitirse pensar de esa manera ahora. Tenía que permanecer fuerte. Ricky era un malvado, y las habría encontrado de cualquier manera, incluso sin su ayuda. Y se hubiera asegurado de que nadie fuera capaz de encontrar ni siquiera un rastro de lo que había hecho.

Maya se detuvo al percibir un sonido detrás de ella. Contuvo la respiración y se quedó quieta, con miedo de hacer un movimiento y delatar su posición. Ahí, otra rama se rompió. Alguien estaba caminando hacia su dirección. El corazón le latía en la garganta y el sudor apareció en sus palmas y en su cuello. Sentía la humedad corriendo como pequeños riachuelos por la espalda y el pecho. ¿La había encontrado ya?

El gran árbol detrás del cual se había escondido bloqueaba su vista. Pero ella sabía que él estaba ahí. Escuchó el crujido de las hojas y el sonido de sus botas sobre el terreno. Buscó en el suelo bajo sus pies, todo lo que pudiera servirle como arma, y descubrió un palo corto de madera. Sin hacer ruido, se agachó y lo agarró. Esperaba que fuera una buena estaca.

Maya tomó un muy necesario respiro… y se quedó inmóvil mientras el olor llenaba sus pulmones.

Ella dio un paso alrededor del árbol y saltó hacia el hombre que estaba parado frente a ella—. Gabriel.

Sus brazos la envolvían mientras la apretaba contra él y enterraba la cabeza en su pelo—. Oh, Maya… pensé que te había perdido.

Antes de que pudiera contestarle, su boca la reclamó en un feroz beso, borrando el recuerdo del toque de Ricky. Cuando se separaron para tomar aire, Gabriel pasó su mano acariciándole la cara.

—Ricky, él me persigue. Es él. Él es el rufián. —Las palabras salían desparramándose por su boca.

—Lo sabemos. Amaury y Zane lo descubrieron. Me alertaron, pero llegué a la casa demasiado tarde.

—Conseguí herirlo, pero no creo que vaya a darse por vencido.

Gabriel asintió con la cabeza—. Voy a alertar a los demás de donde estamos. Estarás a salvo en unos pocos minutos.

Sacó su teléfono celular y comenzó a marcar.

Maya lo miró, recordando al instante el propio teléfono de Ricky—. ¡Mierda! —Ella le arrebató el celular de sus manos antes de que pudiera reaccionar y lo estrelló contra un árbol con tal fuerza, que se dividió en cientos de pedazos pequeños.

—Pero qué…

***

Gabriel la miró fijamente, mientras ella destruía el único medio de comunicación con sus colegas. ¿Qué diablos se le había metido?

—Lo llevaste derecho hacia nosotros. —No había ninguna acusación en sus ojos, sólo el horror sombrío.

—¿Cómo?

—Él tiene un rastreador en ti. Lo vi en su iPhone. Sabe dónde te encuentras. Tenemos que correr.

Gabriel se maldijo. En lugar de protegerla, la había puesto en mayor peligro. La había encontrado a causa de su conexión única con ella y el hecho de que pudiera entrar a sus recuerdos. Ricky no tenía esas habilidades y probablemente lo siguió desde el principio. Y él, idiota que era, lo había llevado a donde estaba ella. Él no podía estar muy lejos detrás de ellos.

—Dios, lo siento.

—Por aquí. Conozco un lugar donde podremos escondernos.

Sin dudarlo, él la siguió mientras corría para adentrarse en el bosque. Sólo esperaba que Ricky estuviera lo suficientemente lejos detrás de ellos, para tener una oportunidad de escapar.

Zigzaguearon a través de la zona boscosa, antes de llegar a la orilla de un pequeño prado. En lugar de cruzarlo, Maya continuó abrazando la línea de árboles, permaneciendo ocultos en las sombras. Gabriel estaba a sólo unos pasos detrás de ella. Pero no hablaba, a pesar de las muchas preguntas que tenía. Si Ricky estaba cerca, cualquier sonido podría llevarlo hacia donde estaban. Aunque estaba seguro de que podría derrotarlo en caso de enfrentarse, estaban demasiado cerca de la salida del sol para combatir. A pesar de que odiaba la idea de esconderse, por razones de seguridad de Maya, él sabía que tenía que hacerlo.

Cuando ella se volvió y lo miró a los ojos, sabía que no estaba enojada con él, más bien tenía miedo. Y le gustaría poder borrar ese miedo de su rostro, pero no había tiempo para eso ahora. Él hizo un gesto tranquilizador y la siguió por una curva en el sendero apenas reconocible, que ella parecía conocer.

Al llegar a un montículo de tierra, se detuvo.

Gabriel se puso a la par y vio lo que ella estaba viendo. Enterrado en la pequeña loma que parecía una loma de topo de gran tamaño, había una puerta de metal. Estaba cerrada con un candado.

—¿Puedes abrir esto? —Le preguntó ella.

—¿Qué es esto?

—Un refugio antiaéreo antiguo.

—¿En San Francisco?

—Se construyó muchos años atrás, durante la Crisis de los misiles en Cuba. ¿Puedes romper el candado?

Él asintió con la cabeza y sacó el cuchillo de su bota. Por suerte, nunca salía de casa sin él. Puso el candado en una mano, y con la otra metió el cuchillo en él y lo retorció.

—Rápido. Puedo sentir mi piel erizándose. Está cerca, —susurró.

Gabriel no cuestionó lo que ella sentía. Si lo sentía cerca, él no iba a dudar de ella. Redobló sus esfuerzos y lo retorció más fuerte. Un momento después, oyó un clic, y el candado se abrió. Lo quitó de la puerta, y presionó el picaporte. La puerta se abrió hacia el interior.

La oscuridad lo saludó—. ¿Estás segura?

Maya ya estaba detrás de él y entrando hacia el interior—. El sol está saliendo. ¡Rápido!

Entró jalando a Maya detrás de él, antes de que se cerrara la puerta nuevamente. Todo lo que podía escuchar era su respiración pesada.