Capítulo Veinticuatro

Gabriel estacionó el Audi de Samson en el garaje y apagó el motor. Miró hacia el asiento del pasajero y se encogió. Maya no había dicho una sola palabra desde que salieron del hospital. Cuando abrió la puerta y salió del coche, sus movimientos eran robóticos, como si estuviera sonámbula.

Gabriel la siguió escaleras arriba. En el pasillo, le tomó la mano y la llevó a la sala de estar. Carl apareció al instante—. ¿Puedo traerle algo? —Su voz fue suave, como si intuyera que Maya no estaba bien.

Gabriel negó con la cabeza—. Gracias, Carl. Sólo asegúrate que no seamos molestados.

Carl asintió con la cabeza y cerró la puerta detrás de él, dejándolo solo con Maya, que se había alejado de él y se quedó mirando el fuego.

—Es todo culpa mía.

Gabriel cruzó la distancia entre ellos y se detuvo detrás de ella—. No. La culpa es del rufián. Ni se te ocurra pensar que es tuya.

—¿Cómo no podría? Por mi culpa, mis dos amigas están muertas. —Un sollozo salió de su pecho.

—¿Tus dos amigas? —Una terrible sensación de malestar se revolvió en Gabriel.

Maya se volvió, sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Paulette está muerta. La encontré… fue él. Él la mató.

Él la tomó en sus brazos y la abrazó—. Lo siento, nena. Me gustaría poder revertirlo.

Ella lo empujó, liberándose de su abrazo—. Él escribió con su sangre «La culpa es tuya Maya».

Gabriel se estremeció ante la idea de que Maya hubiese visto el cadáver de su amiga, su sangre.

—Yo debí haber advertido a Bárbara —continuó culpándose a sí misma—. Sabía que Paulette estaba muerta cuando hablé con Bárbara.

La tomó de la barbilla y la hizo mirarlo—. ¿Hablaste con ella? ¿Qué te dijo?

—No tuve oportunidad de preguntarle acerca de él. La llamaron para un Código Azul. Nunca debí dejarla ir. Yo debí haber insistido.

—No es tu culpa. La mató porque ella sabía quién era. La culpa es mía. Deberíamos haber traído a tus amigas de inmediato. Yo debería haber sabido que no era seguro para ellas. —Gabriel se maldijo por su mala planificación. Dos vidas se podrían haber salvado, si sólo hubiera pensado bien las cosas. Pero cuando se trataba de Maya, él nunca pensaba las cosas apropiadamente. Estaba demasiado distraído cuando se trataba de ella.

—Ella aún está en su casa. La colgó en un gancho detrás de la puerta del dormitorio, como si fuera un trozo de carne. Y yo ni siquiera tuve las agallas para bajarla y darle un poco de dignidad. Sólo corrí.

Gabriel le acarició suavemente el pelo y la atrajo hacia sus brazos. Ella enterró la cabeza en su pecho, sus lágrimas empapaban su camisa—. Voy a mandar a alguien a la casa de Paulette.

Sin soltar a Maya, sacó su celular y llamó al número de Yvette con el botón de marcado rápido. Ella respondió de inmediato.

—Yvette, necesito que hagas algo por mí. Quiero que tú y Ricky vayan a la casa de Paulette. Es otra amiga de Maya. Ella está muerta también.

—Oh, mierda —fue la respuesta de Yvette.

—Sí, lo sé. Revisen el lugar y encuentren todo tipo de pruebas. Ricky tiene la dirección… se suponía que debía encontrarla y preguntarle lo que sabía acerca del acosador de Maya. Supongo que es demasiado tarde para eso.

—Estoy en ello.

Terminó la llamada. Luego se volvió de nuevo a Maya y le dirigió una larga mirada—. Maya, yo sé que lo que pasó con tus amigas es doloroso para ti, y me gustaría poder darte un tiempo para llorar, pero no tenemos ese tiempo. Para mantener tu seguridad, tengo que estar seguro de que confías en mí al cien por ciento, y sé que no es así en este momento.

Ella se apartó de él—. No puedo hacer eso, Gabriel. No puedo pensar en mí misma, cuando sé que mis amigas han muerto por mi culpa.

—Tienes que dejar de decir eso. Es lo que él quiere que creas. Él quiere romper tu espíritu, y no lo voy a permitir. ¿Me escuchas? —Puso las manos en sus hombros y la sacudió con suavidad—. Vamos a vengar a tus amigas. Él va a pagar por sus muertes. Te prometo eso.

—No quiero hablar ahora. No contigo.

—Entonces no lo hagas. Sólo escúchame. Lo que viste en mi habitación no fue lo que pensaste.

Maya trató de zafarse de sus manos, pero él se mantuvo firme. Tenía que escucharlo. Necesitaba que confiara en él para mantenerla a salvo. Y estaba dispuesto a ganarse esa confianza, incluso si eso significaba desnudarse a sí mismo.

—La mujer que viste, no me estaba dando una mamada. No había nada sexual en ello. Ella es una curandera. —Hizo una pausa para darle tiempo de procesar lo que le había dicho.

Su mirada desafiante, finalmente se transformó en curiosidad—. ¿Qué clase de curandera?

—Ella es una bruja, y tengo un problema que nadie ha sido capaz de resolver. Pero ella cree que puedo hacerlo.

La mirada de Maya cayó en sus jeans—. ¿Qué tipo de problema?

Gabriel se aclaró la garganta. En realidad no había forma sencilla de decir eso. ¿Cómo debería expresarse?—. Es algo físico. —Sabía que eso no lo explicaría, por lo que lo intentó nuevamente—. Tiene que ver con mi… —se interrumpió de nuevo. Eso no era nada fácil de decir en absoluto. ¿Cómo era posible que alguna vez pensara que podía confesárselo y decirle lo que le aquejaba, cuando estaba muerto de miedo a que ella lo dejara si se enterara?

—Gabriel. Si se trata de algo físico, puedes decírmelo. Soy un urólogo, trato los órganos reproductivos de los hombres todo el tiempo.

Gabriel se encogió, pero todavía no podía abrir la boca.

Maya puso su mano en la parte delantera de sus jeans y abrió el botón—. Bueno, si no puedes decirme nada al respecto, entonces voy a tener que examinarte.

Eso lo sobresaltó. Tomó su mano con la suya, impidiéndole abrir sus jeans—. No quiero que lo veas.

Apartó la mano de él y dio un paso atrás—. Bueno, Gabriel. Este es el trato: si no puedes decirme cuál es el problema, sólo voy a tener que creer, que mi primera suposición es correcta y que me engañaste. En cualquier caso, voy a seguir estando enojada contigo, y en cuanto todo esto termine, estaré fuera de tu vida. ¿Es eso lo que quieres?

—¡No! —La palabra llegó tan rápida y furiosa, que se sorprendió. No le permitiría dejarlo. Él la necesitaba. Ella era su pareja. Y además, ¿Había olvidado ya, que todo lo que bebía era su sangre? Ella moriría de hambre sin él.

—Está bien. —Con manos temblorosas, abrió el botón de sus jeans—. Es lo que me ha atormentado. A causa de esto, las mujeres me han rechazado toda mi vida. He tenido esto incluso antes de convertirme en un vampiro. Nada que haya tratado de hacer para deshacerme de él, ha funcionado.

Gabriel buscó sus ojos antes de continuar—. Maya, quiero que sepas, sin importar lo que pase o lo que podrías pensar de mí cuando lo veas, que te amo. Tenía la esperanza de que la bruja fuera capaz de hacer algo al respecto, para que no pudieras verlo.

Así no me dejarías como las demás.

Lentamente bajó el cierre y empujó sus pantalones hacia abajo. Como siempre, cuando estaba en presencia de Maya, su pene estaba duro, y su bóxer estaba como tienda de campaña. La masa de carne por encima de él, se sentía hinchada también. Cerrando los ojos, él se bajó los calzoncillos y mostró toda su vulnerabilidad.

***

Maya tragó una bocanada de aire. Por un momento se sintió como si el tiempo se detuviera. Gabriel parado enfrente de ella, con su ingle desnuda expuesta a ella. Supo inmediatamente lo que a él le había costado hacerlo. Sin lugar a dudas, se sentía horrorizado en esos momentos. Volvió a mirarlo a la cara y notó que sus ojos aún estaban cerrados.

—Voy a tocarte —anunció con calma—. No te haré daño.

Se dejó caer de rodillas. Mientras ella miraba lo que había ante sus ojos, sabía que había dicho la verdad. La bruja había estado ahí para ayudarlo con su problema. Ahora también entendía por qué no había querido tener sexo con ella. A pesar de que podría haber sido bastante… impresionante.

Su mirada se posó sobre su pene. Orgulloso y erguido, se curvaba ligeramente hacia arriba, casi veintiún centímetros de masculinidad dura, perfecta e impecable. Su cabeza era casi púrpura, sólo una prueba más de que bombeaba llena de sangre. Maya se acercó y deslizó su mano hacia la parte de abajo, acariciando la piel aterciopelada.

Un gemido escapó de los labios de Gabriel.

—No voy a hacerte daño —susurró.

—Eso no es lo que me preocupa ahora mismo. ¿No has visto suficiente? ¿Puedo vestirme ahora?

Maya dejó curvarse una sonrisa en su boca—. Shh. Estoy examinando al paciente, y si me detienes, tendré que callarte. Y dejaré que te imagines cómo lograré hacerlo. —Ella dio a su pene un firme apretón con su mano alrededor de su dura longitud. Estaba segura de que él podía entender su significado.

Ahora que sabía cómo controlarlo, trasladó su mirada a la zona de alrededor de tres centímetros por encima de la raíz de su pene—. No te muevas. —Soltó su pene.

La masa de carne adherida a su pelvis, justo en el borde de su espesa mata de pelo púbico negro, lucía roja e inflamada. A primera vista, parecía un lunar de gran tamaño… uno de casi trece centímetros de largo. Maya estimó que el diámetro era de unos cuatro centímetros. Los casi cuatro centímetros, se adherían a la parte baja del vientre de Gabriel, justo como su pene estaba.

No era de extrañarse que tuviera miedo al rechazo: había tenido pacientes que se preocupaban por mucho menos de lo que a él le estaba pasando. Ella había tratado a un hombre que había tenido una verruga del tamaño de un maní en su pene y el pensamiento de una mujer viéndolo desnudo… lo había conmocionado tanto, que había empezado a sufrir de disfunción eréctil. Le había llevado meses y la ayuda profesional de un psiquiatra recuperar su confianza de nuevo. Sólo podía imaginarse cuánto afectaba esa deformidad a Gabriel. Su corazón le dolía por él.

—Voy a tocarlo.

—Maya, por favor. No tienes que hacer esto. Es…

Pero los dedos de Maya ya se habían conectado con la masa carnosa. Entonces ella se estremeció. ¿Se había movido por su propia cuenta?— Dije que no te movieras.

—No lo hice.

Ella volvió su mirada a la carne saliente y pasó sus dedos por ella. La piel parecía arrugada con pliegues sobre pliegues, pero también se sentía suave y tersa. De hecho, la textura era similar a la de su pene, que estaba totalmente erecto y por lo tanto no estaba arrugado.

—¿Alguna vez cambia de forma? —Le preguntó, y miró hacia arriba.

Los ojos de Gabriel estaban abiertos, mirándola durante su examen—. No. Solamente a…

Ella esperó, pero él miró hacia otro lado—. ¿A qué?

—Ha crecido en la última semana. Es cada vez más grande. Incluso ahora se ve más grande que hace dos noches. —Chocaron sus miradas.

—¿Estás seguro?

Él asintió con la cabeza.

—¿Sabes cuál es la causa de su crecimiento? ¿Has hecho algo diferente en la última semana? ¿Cualquier cosa?

Él negó con la cabeza—. No. No hay nada diferente en mi vida. Me levanto, me alimento, trabajo, duermo. Eso es todo.

—¿Estás seguro?

—Sí, todo está como siempre, excepto que tú estás aquí, y estás alimentándote de mí.

Maya tragó. Ahora que él se lo había recordado, ella sintió que su hambre empujaba nuevamente—. ¿Crees que el cambio podría tener algo que ver con que yo beba tu sangre?

Ella lo sintió encogerse de hombros, pero no quitó los ojos de la ingle. Algo sobre el crecimiento, se sentía extraño. Pero no podía dar en la tecla.

—No estoy seguro, pero la primera vez que me di cuenta de que había crecido fue después de que te alimentaste por primera vez de mí. ¿Te acuerdas, en el estudio?

Por supuesto que ella lo recordaba. ¿Cómo podría olvidar la forma en que la había besado y se había apretado contra ella?—. ¿También tuviste una erección al mismo tiempo?

Ella lo miró y vio que una tímida sonrisa se pintó alrededor de su boca—. Maya, tengo una erección cada vez que estoy cerca de ti.

Trató de no sentirse muy contenta con su declaración, pero no podía evitarlo. ¿Qué mujer no quería tener ese tipo de efecto sobre el hombre que quería?—. Tal vez tenga algo que ver con que tú estés excitado.

—No. Cuando yo estuve con otras mujeres, nunca sucedió. —Él la miró como si hubiera dicho algo malo—. Mucho antes de que te conociera. Pero no he estado con nadie en mucho tiempo. Y no he mirado a nadie más que tú —añadió.

Ella apretó la palma de la mano sobre su pecho y lo detuvo—. Gabriel, todos tenemos un pasado. No has estado con nadie desde que tú y yo… Ya que… —Ahora era ella la que no podía decir una palabra.

—¿Hiciéramos el amor? —La ayudó y colocó su palma sobre su mano.

Los ojos de Maya se quedaron fijos en él—. Sí. Ahora lo sé. No estaba pasando nada con la bruja. Siento no haber confiado en ti antes. —Ella se levantó—. Ahora puedes vestirte. A menos que… —hizo una pausa— … no quieras hacerlo.

Tenía que afirmar la vida, olvidarse de las cosas que había visto esa noche. La vida era tan corta que a veces lo único que se podía hacer era aferrarse a lo que estaba justo en frente. Tomar lo que estaba ahí mientras todavía estuviera. ¿Qué pasaría en unas horas, o en unos días? Se dio cuenta de que nada se debía posponer, porque puede que nunca tuviera otra oportunidad.

Gabriel la miró y le acarició la mejilla con la palma de su mano—. Por mucho que me encantaría que los dos nos desnudáramos en este momento, no sería correcto. Eres muy amable por no gritar o salir huyendo, pero ninguna mujer quiere ser cogida por mí, no, mientras tenga esto.

Maya apretó la mano contra la parte posterior de su cuello y lo atrajo más cerca, hasta que sus labios estuvieron a sólo centímetros el uno del otro—. Ahora tú me escucharás, Gabriel. Yo decido quién me coge, y no voy a dejar que tu erróneo sentido de la vergüenza se interponga en el camino. Sea lo que sea, trataremos con él.

—No entiendes. No se puede quitar. He tratado con cirugías. Vuelve a crecer.

Ella rozó los labios contra los suyos y sintió su erección empujar contra su estómago— ¿Me deseas?

—Por supuesto que te deseo.

—Entonces lo resolveremos. Si quieres esperar, eso está bien, pero cuidado con la espalda, porque un día te encontrarás en una posición tentadora y yo misma tomaré lo que quiero. Me imagino que como un vampiro, soy lo suficientemente fuerte como para rasgarte la ropa y montarte hasta que termines. Y, francamente, no me importa si te brotó una cola, siempre y cuando tengas una erección con la cual atravesarme.

Sus últimas palabras fueron un susurro en los labios. Sintió su aliento escaparse, antes de que él acercara su boca y la besara. Un momento después, se encontró sin suelo bajo sus pies, suspendida en los fuertes brazos de Gabriel, presionándola contra su cuerpo todavía medio desnudo. Ella esperó que nadie entrara a la sala de estar o se darían con una imagen del trasero desnudo de Gabriel a la vista.

Maya deslizó sus manos hacia abajo, hacia dicho trasero. Cuando le clavó los dedos en su firme carne, él gimió con su boca e intensificó su beso. Ella nunca lo había visto con esa pasión, ni siquiera cuando él la había satisfecho después de que había estado en celo. Era casi como si cierta limitación en él, se hubiera hartado y finalmente se estaba permitiendo hacer lo que quería.

Alejó su boca lejos de él para respirar—. Te deseo ahora. No quiero esperar.

Sus ojos estaban oscuros, mirándola con incredulidad—. Maya, por favor no juegues conmigo.

Ella se liberó, pero sólo para abrir sus propios jeans y sacárselos—. No estoy jugando contigo. —Tan pronto como salió de sus jeans… lo cual fue rápido dada su velocidad de vampiro… lo acercó de nuevo—. Cógeme, ahora. —Sabía que si esperaba más tiempo ardería. Lo necesitaba dentro de ella, y no le importaba nada más.

—Bebé —susurró Gabriel contra sus labios y los giró a ambos. Un momento después, él la apretó contra la pared—. La próxima vez, lo haremos como personas civilizadas. Pero en este momento… —su mano se dirigió a su tanga y con un movimiento rápido, se la arrancó— … te quiero rápido y fuerte.

***

Gabriel no le dio tiempo para que asimilara sus palabras, la cubrió con su cuerpo y separó sus piernas abriéndolas. Por un segundo, se mantuvo completamente inmóvil y miró hacia los ojos expresivos de Maya, donde vio brillar el deseo hacia él. Incluso después de lo que había visto, ella aún lo quería. No lo había rechazado, no se había marchado, y sobre todo, confiaba en él.

Cómo era ello posible, no lo sabía. Reconoció la necesidad de olvidar el dolor que sentía, pero eso no podía ser todo. No podría ser la razón por la que le permitiera tomarla. No, mientras él la miraba a los ojos, vio algo más que deseo y pasión. Vio afecto.

—Te amo —confesó, por lo que desnudó su corazón al igual que había descubierto su cuerpo. Y la bestia en él se hizo cargo, y la penetró con una ferocidad que nunca había conocido. Y en ese momento él estaba agradecido por el hecho de que ella fuera un vampiro también, porque la pasión que desató sobre ella, habría quebrado a un ser humano fácilmente. Sin embargo, Maya recibió sus empujes con tanta energía y determinación, como él se la daba.

Su estrecho canal estaba resbaladizo, y su aroma fustigaba su deseo al límite. Esta mujer era lo único que había querido y todo lo que desearía en el resto de su larga vida. Mientras sus piernas estaban alrededor de sus caderas, echó la cabeza hacia atrás y gruñó. Esa era la mujer que quería reclamar como su compañera, a toda costa.

Sintió las garras de Maya hundirse en su espalda y se dio cuenta que su lado vampiro estaba emergiendo. Su propio cuerpo se endureció. Cuando volvió a mirarla a la cara, vio sus colmillos sobresalir de sus labios, evidenciando que estaba perdiendo el control. Agradeció el saberlo con un gruñido—. Mía.

Con la posesiva palabra, sus miradas chocaron. Vio que sus sentimientos hacían eco en la profundidad de sus ojos. Ella jadeaba pesadamente, su pecho subía y bajaba en rápida sucesión. Sus labios separados, mostraban claramente sus colmillos. Le recordó el placer que había sentido cuando se había alimentado de él.

—Te deseo, Gabriel.

—Entonces tómame. Aliméntate de mí —le ordenó.

—¿Ahora? —sus ojos se abrieron con sorpresa.

—Ahora. —Él retrocedió y empujó de nuevo, muy dentro de ella, acentuando su punto. Sus músculos se contrajeron alrededor de él, apretándolo como un puño. Gabriel trató de hacer caso omiso de la carne que golpeaba contra su pubis con cada empuje, pero se hacía más difícil con cada golpe. Se sentía como si la maldita cosa se alargara. Pero antes de que pudiera mirar hacia abajo para investigar, sintió los colmillos de Maya en su cuello.

Todo quedó en el olvido con el primer tirón en su vena. Su corazón bombeaba con fuerza para llevar la sangre hasta la vena de la cual ella succionaba. Podía sentir su hambre ahora, sentirla físicamente. Su corazón latía contra el suyo en un ritmo entrecortado tentador, y su propio latido se igualaba al de ella en cada palpitación.

Gabriel redujo sus embestidas, mientras una sensación de felicidad absoluta se levantaba en su pecho. En sus tantas décadas como vampiro, nunca se había sentido en la gloria que sentía ahora, mientras la mujer que amaba tomaba su sangre desde su interior, al mismo tiempo que le atravesaba una y otra vez con su duro pene. No importaba que no fuera esa la manera que él se había imaginado de hacerle el amor.

Había soñado con ella en una cama blanda, con velas iluminando la habitación, música suave de fondo. Adorándola, amándola. Esto era diferente. La intensidad con la que estaban haciendo el amor le sorprendió hasta la médula. Nunca había esperado que ella fuese tan salvaje y primitiva.

Pero ahí estaba ella, permitiéndole cogerla en la sala de la casa de su jefe, donde en cualquier momento alguien podría interrumpir. Sin embargo, él no podía parar. Todo lo que quería era que ella no se separara de sus brazos, que sintiera el amor que tenía en su corazón, que entendiera que él haría cualquier cosa por ella.

Su penetrante pene no quería terminar… se conducía inexorablemente a sentir la tensión de su vagina, lo resbaladizo de su concha temblando. Había encontrado su hogar. Sentía la presión de sus bolas crecer.

—Bebé, no puedo aguantar más. —Quería que ella acabara con él. No quería ser egoísta.

Maya dejó de lado su cuello y lo lamió sobre las incisiones. Entonces ella lo miró, y sus labios brillaban con su sangre—. Entonces termina.

Gabriel apretó la mandíbula, tratando de contenerse—. No antes que tú.

Una pequeña sonrisa curvó sus labios—. Por favor, termina.

Podía sentir sus músculos apretándose alrededor de su pene, y supo que ella lo había hecho deliberadamente. Su liberación era inevitable. Sintió la embestida de sensaciones, mientras su semen salía disparado a través de su pene, llenándola—. ¡Mierda!

Retrocedió y se hundió profundamente una vez más, dejando que su orgasmo lo envolviera. Mientras se desplomaba encima de ella, el lamento lo siguió luego de la felicidad. Ella no había terminado. Había fallado.

—Lo siento —susurró.

Sus manos en su cabello tiraron de su cabeza hacia atrás, donde él la había enterrado en contra de la parte interior del cuello. Ella le sonrió—. ¿Lo siento por qué?

—No terminaste.

—Mi cuerpo no funciona de esa manera.

Gabriel se encogió—. Estuve demasiado duro contigo. No lo hice bien. Bebé, lo siento mucho. —Había dejado que sus instintos más bajos, se hicieran cargo.

Ella puso su dedo sobre sus labios—. No. Ese no es el problema. Me encantó cada segundo de esto. Pero yo no termino con la penetración. Ningún hombre me ha hecho terminar de esa manera.

—Terminaste cuando te lamí.

—Porque la única manera en que puedo acabar, es si estimulas mi clítoris.

Él deseaba saber más sobre el cuerpo de una mujer que la poca experiencia que tenía. Tenía que aprender… rápido—. Vamos a intentarlo de nuevo. Te prometo que terminarás cuando esté dentro de ti.

Le había sido entregado un reto, y por Dios que haría frente a ese reto, aunque le costara su último aliento. Necesitaba que terminara con él para que pudieran compartir ese éxtasis supremo y experimentar esa cercanía que sólo vendría, cuando ambos estuvieran en el punto máximo, dejando sus cuerpos caer y agarrándose uno al otro.