Capítulo Veintiuno

—No pude comunicarme con Thomas —dijo Yvette, mientras cerraba su teléfono celular y miraba a Gabriel, quien estaba manejando mientras se disponía a marcar un número en su propio teléfono celular.

Gabriel escuchó la grabación en la otra línea y maldijo—. Zane no responde tampoco.

—Ya casi estamos allí. —Trató de calmarlo Yvette.

Él le dio una mirada de reojo. Por lo menos ahora que las cosas se habían aclarado entre ellos, Yvette estaba un cien por ciento con él. Y necesitaba toda la ayuda posible. Maya andaba por ahí por su cuenta… y estaba a merced del rufián. El bastardo la encontraría y Gabriel la perdería para siempre. No podía permitirlo. Necesitaba protegerla.

—Zane. Maya se ha ido. Búscala. Es prioridad uno. —Gabriel cerró su teléfono celular.

Momentos después, se detuvo frente al apartamento de Maya y saltó fuera del coche. Subió corriendo las escaleras, e Yvette iba detrás de él.

La puerta estaba cerrada, pero a Gabriel no le importaba. Sin mucho esfuerzo, dio una patada contra la cerradura, astillando la madera. Tiró la puerta y corrió escaleras arriba.

Estando ya en el apartamento de Maya, hizo lo mismo… si ella estaba ahí, no respondería a una llamada amable de todas formas. Estaba demasiado enojada con él. Por ahora, no le importaba. Todo lo que necesitaba, era que regresara a la casa donde ella estaría segura. Entonces él le explicaría las cosas.

¿Cómo podría haberse imaginado que la bruja se la estaba mamando? Claro, la situación había parecido un poco rara, si tan sólo hubiera esperado, se habría dado cuenta que no había nada sexual en eso. La bruja se había limitado a examinarlo como un médico a un paciente y luego puso una poción de hierbas en él, para comprobar cómo reaccionaba la maldita cosa.

Por supuesto, la pieza inútil de carne, no había reaccionado para nada hasta que… Gabriel se detuvo en seco y dejó que el pensamiento se aclarara. Su colgajo adicional de carne se había movido al momento en que Maya entró en la habitación. Y cuando ella había escapado, se había ablandado una vez más y se había encogido a su estado original. Ahora que pensaba en ello, la bruja le había dado una mirada extraña, pero él había tenido demasiado pánico por la mala interpretación de Maya sobre la situación, como para darle mucha importancia hasta ahora. Ahora se preguntaba si…

—¿Vamos a entrar? —Yvette preguntó detrás de él.

Gabriel hizo a un lado sus pensamientos acerca de la deformidad y entró en el apartamento. Aspiró, tratando de averiguar si Maya había estado ahí. Su mirada recorrió el lugar. Todavía se veía de la misma forma en que lo habían dejado sólo dos noches antes. Nada había cambiado. No había olor fresco de Maya. No había estado ahí.

—¿Dónde más podría ir? —preguntó Gabriel y se pasó las manos por el pelo.

Yvette iba a decir algo, pero justo sonó su teléfono celular. Ella lo contestó—. ¿Thomas? ¿Recibiste mi mensaje?

Gabriel pudo escuchar la respuesta de Thomas—. Sí, el GPS del Audi de Samson, me muestra que está en mi área. Espera… se está moviendo. Hacia el noroeste.

—¿A dónde? —dijo Gabriel.

Yvette levantó la mano y escuchó a Thomas—. ¿Dónde…?

Lo escuché. Creo que va a Parnassus.

—¿Parnassus? —preguntó Yvette.

El hospital.

—Nos encontramos ahí —ordenó Yvette y cerró la tapa del teléfono.

—Llama a Amaury. Yo llamaré a Ricky. —Gabriel salió corriendo por la puerta y volvió al coche nuevamente. Cuando entró la llamada con Ricky se conectó.

—Maya salió de la casa.

—Mierda, ¿qué pasó? —La voz preocupada de Ricky llegó a sus oídos.

—Ella está en camino al hospital, probablemente para ver a sus amigas allí. Tenemos que encontrarla y traerla de vuelta antes de que el rufián la encuentre. Reúnete con nosotros allí.

—Lo haré. —Ricky desconectó la llamada.

—Amaury está en camino también. —Informó Yvette al llegar al asiento del pasajero.

Gabriel apretó el pedal del acelerador y corrió por la calle. La limusina que Carl normalmente conducía, no era tan rápida como el Audi de Samson, pero tenía GPS y le ayudaría a llegar hasta Maya, con suerte antes de que el rufián lo hiciera.

***

El corazón de Maya se aceleró, mientras estacionaba el Audi a una parada que estaba justo en frente del hospital, que decía: «prohibido estacionar, zona de hospital». Por mucho que le importara que pudiesen remolcar el coche de Samson, no tenía un segundo que perder. Si su acosador había matado a Paulette para silenciarla, Bárbara sería la próxima. Si es que no lo había hecho ya… tragó saliva.

¿Cómo podría haber sabido acerca de Paulette y Bárbara?, no estaba segura. A menos, claro, que en realidad lo hubiese presentado con sus amigas. Pero entonces, ¿no hubiera sido mejor remedio el borrar sus memorias también? Algo no tenía sentido en todo eso.

¿Estaba el delincuente tratando de enviarle algún mensaje? ¿Era esa la venganza por no ceder a sus peticiones? Estaba aún más convencida, que tenía que ser un amante despechado. Nadie más escupiría el tipo de odio que irradiaba el mensaje con sangre en el dormitorio de Paulette.

La culpa es tuya, Maya.

Las palabras resonaron en su mente como un disco rayado. ¿Podría haber salvado a Paulette? Si hubiera sólo pensado en las cosas, habría podido considerar ese peligro justo cuando el colega de Gabriel, Ricky, había llegado y se había ofrecido a ayudar. Tal vez él ya había hablado con Paulette… le había dado la información de cómo contactarla después de todo. Tal vez incluso él, llevó el acosador hacia ella. ¿Cómo podía saberlo?

No importaba. Al final, era su responsabilidad proteger a sus amigas. Tendría que haber ido con él y advertir a Paulette. Instarla a ir a un lugar seguro. Pero esa noche, ella había entrado en celo y su mente se había visto empañada. Sólo había pensado en ella misma entonces. Y debido a su egoísmo, su amiga había muerto. Era su culpa.

Maya se tragó el nudo en la garganta y se precipitó por las escaleras hasta la sala. Ella sabía que Bárbara estaba en servicio durante toda la semana y lo más probable es que estuviera en la sala de guardia de su turno. Al llegar a la puerta de doble hoja que separaba el área pública del hospital de la zona restringida, se dio cuenta con horror que no tenía su tarjeta de acceso con ella.

Maldijo y miró a su alrededor, pero nadie estaba a la vista. El reloj en el pasillo, mostró unos minutos después de la una… el personal de planta se había ido hace mucho, y sólo los del turno de la noche estarían en las estaciones. La guardia de Bárbara no estaba en la zona de cuidados críticos, por lo que el personal era poco y consistía básicamente en un par de enfermeras y un médico de guardia, Bárbara. Ninguno de ellos estaba a la vista.

Maya presionó la puerta, pero no se movió. A través de las ventanas de cristal podía ver en el botón que permitía a la gente salir de la zona sin necesidad de utilizar sus tarjetas de acceso, pero no había manera de entrar. Si pudiera conseguir que alguien presionara el botón para ella, entonces tendría suerte, pero no había humanos alrededor para poder probar su habilidad de control mental. No es que hubiera funcionado de todas formas, a pesar de haber sido entrenada por Thomas. Todo en lo que había sido capaz de influir era en una silla, unos vasos y unos tazones.

Detuvo sus pensamientos en seco. ¡Eso era! Sólo tenía que mover algo y pulsar el botón con ello. Maya espió por la ventana y vio un cuadro de metal en uno de los depósitos en la pared. Funcionaría. Concentró su mente en el objeto de metal y deseó que se levantara de donde estaba en la pared. Miró con ansiedad mientras el elemento se movía y quedaba suspendido en el aire, como sostenido por hilos invisibles.

Maya no se atrevió a respirar para no perder la concentración. Unos segundos más tarde, se las arregló para mantener el cuadro en movimiento, llevándolo hacia el botón. Con su última gota de voluntad, estrelló el metal contra el botón, antes de que cayera al suelo con un ruido fuerte.

Mientras miraba el objeto caer en el suelo, sus pensamientos se aclararon, aunque: fácilmente podría haber deseado presionar sólo el botón, sin haber utilizado el objeto de metal. Estaba claro que todavía tenía mucho que aprender acerca de su nueva habilidad.

Las puertas dobles se abrieron, y ella se deslizó al interior.

Aliviada, corrió por el pasillo hasta la pequeña habitación donde el médico de guardia descansaba durante la noche. Bárbara debería estar ahí, a menos que hubiese sido llamada a una cama del hospital.

Maya apretó el picaporte de la puerta hacia abajo y la abrió, tratando de no asustar a su amiga. La suave luz de una lámpara de mesa la recibió. La sala de guardia estaba escasamente amueblada: un escritorio y una silla, un pequeño armario, un lavabo y una cama individual. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio a Bárbara en un sueño reparador. Maya cerró la puerta detrás de ella, y Bárbara se movió.

Un momento después, se estiró desde su posición encogida y sacó las piernas de la cama, los ojos aún estaban cerrados. Cuando los abrió y vio a Maya de pie a pocos metros de distancia de ella, Bárbara se sobresaltó—. ¡Mierda, Maya!

—Lo siento… —Pero Maya no podía ir más lejos.

—Todo el mundo te está buscando. ¿Dónde demonios has estado? El jefe está enfadado al igual que los otros médicos responsables… todos ellos tuvieron que relevarte.

Maya puso la mano en el brazo de Bárbara—. No puedo explicarte ahora mismo. Necesito tu ayuda.

Bárbara le dio una mirada de asombro—. ¿Necesitas dinero? ¿Qué está pasando?

Una luz estroboscópica parpadeó en la pared, y un instante después se oyó una voz por el altavoz—. Código azul, Código azul, Sala 748, todos los miembros del equipo, Código azul, Código azul.

Bárbara tomó la mano de Maya y la apretó—. Esa soy yo. Me tengo que ir. Espérame aquí. Estaré de vuelta en breve. Hablaremos cuando esté de regreso.

—No, yo voy contigo.

—Sólo espera. No pasará mucho tiempo.

—No, no es seguro. Iré contigo.

Bárbara le dirigió una mirada curiosa—. ¿No es seguro?

—Por favor, déjame ir contigo.

Su amiga tomó una bata blanca que colgaba de un gancho—. Toma, al menos póntela, para que no te veas fuera de lugar. Y entonces será mejor que hables rápido.

Maya se puso la bata y estaba justo detrás de Bárbara, cuando esta abrió la puerta. Un segundo más tarde, ella la volvió a cerrar.

—Mierda, el jefe está ahí fuera. Si te ve, te detendrá.

Maya maldijo—. ¡Maldita sea! —Esa era sólo su mala suerte.

—Yo ya vuelvo.

—¡No, espera! —Pero antes de que Maya pudiera detenerla, ella salió corriendo de la habitación. Sus pasos resonaron en el pasillo. La piel de Maya le picaba incómodamente. Ella no quería que Bárbara anduviera sola por los pasillos. Abrió la puerta y miró por una pequeña ranura hacia afuera. El jefe estaba de pie ahí. No había manera de que pudiera pasar por delante de él, sin que la viera.

Maya frustrada, cerró la puerta.

Sólo podía esperar que Bárbara supiera sobre su acosador. Así esa pesadilla terminaría pronto. Una vez que Maya supiera su nombre y cómo se veía, lo podrían encontrar. Le diría a Thomas, y se aseguraría que el rufián fuera atrapado. No quería pensar en hablar con Gabriel. No en ese momento.

Una vez que el rufián fuese capturado, estaría a salvo de nuevo y también Bárbara. Entonces ella podría decirle a su amiga la verdad, y juntas enterrarían a Paulette. De alguna manera ella podría recuperar su vida, lo más que pudiera aún con la culpa que llevaba sobre sus hombros. La culpa de saber que ella era la responsable de la muerte violenta de Paulette.