Gabriel casi chocó con Yvette cuando corrió hacia el vestíbulo. Si no hubiera estado luchando para subir sus pantalones y no se hubiera atrapado el pelo de la bruja en su cierre, podría haber alcanzado a Maya antes de que lograra huir de la casa.
—¿Has visto a Maya? —le preguntó con brusquedad.
Yvette levantó una ceja—. Ella se fue en el Audi de Samson. —Luego pasó tranquilamente por delante de él, como si no le importara.
La ira se agitaba en él. Se dio la vuelta y sujetó a Yvette de los hombros—. ¿Y no la detuviste?
Ella se zafó de su control y le gruñó—. No tengo el hábito de saltar delante de los coches manejados por coléricas mujeres.
Él entrecerró los ojos. No permitiría ninguna falta de respeto de sus subordinados—. Es tu trabajo protegerla.
—¡Yo estaba FUERA DE SERVICIO! ¿Por qué no la protegiste tú? Ella debió haber tenido una razón para salir corriendo de aquí, así que quizás deberías mirarte a ti mismo, antes de culpar a alguien más. —Yvette plantó sus puños en las caderas y lo miró.
—No te cae bien. —Estaba muy claro para él.
—¿Y por qué habría de hacerlo? —Ella hizo una rabieta—. Es atacada y transformada, y todo el mundo se vuelve loco por ella, como si fuese alguien especial. ¿Y dónde quedo yo?
Gabriel dio un paso hacia atrás, al darse cuenta y asimilar las palabras. Yvette había tenido interés en él—. Con «todo el mundo», te refieres a mí, ¿no cierto?
—¡Olvídalo! —escupió y se volteó.
***
Un fuerte apretón en su brazo la detuvo. Yvette se tragó las lágrimas… no le daría la satisfacción a Gabriel, de admitir que la había herido. Durante todos esos años que habían trabajado juntos, ella pensó que se habían acercado. Su relación había pasado de ser puramente profesional, a algo más que una amistad. Ella esperaba que con el tiempo, Gabriel bajara la guardia y llegara a ella por algo más que trabajo y amistad. Le había dado suficientes señales mostrándole su voluntad para llevar las cosas un paso más adelante.
Le había dado tiempo para acostumbrarse a la idea, y después, Maya había aparecido. Y en cuestión de días, Gabriel se había convertido en un hombre ardiente, lujurioso como todos los demás. Sólo que no deseándola a ella, sino a Maya. ¿Qué tenía Maya que ella no tuviera?
—Quita tu mano de mi brazo o lo voy a romper —le advirtió.
Debió haber escuchado la gravedad en su voz, porque un momento después la soltó—. Creo que tenemos una conversación pendiente entre tú y yo, desde hace mucho tiempo.
Ella se volvió para mirarlo—. No hay nada que decir. —Si él pensaba que podía llegar a confesar sus sentimientos, estaría esperando a que el diablo se atara los patines de hielo y patinara en el infierno congelado.
¿Había compasión en la mirada de Gabriel? No, ella no quería compasión.
—Yvette, nunca te he dado ninguna razón para creer que yo tenía algún otro interés, que como una valiosa colega y amiga. No tengo otros sentimientos por ti. Si alguna vez te ha dado la impresión de algo más, te pido disculpas.
¿Él se estaba disculpando con ella? ¡Qué emoción!—. Ustedes los hombres son todos iguales. Nada va a cambiar eso, ¿verdad? Una mujer nueva se presenta, y de repente empiezan a babear. ¡Maldita sea, ni siquiera la conoces! —Sabía que ella estaba fuera de lugar hablando con él de esa manera, pero en ese momento no le importaba nada. Dejar que la despida. Tal vez sería lo mejor para todos ellos.
—No, yo no la conozco. Pero la amo.
Sus palabras fueron como una puñalada en el pecho con un cuchillo afilado. Ella le sostuvo la mirada y en sus ojos lo vio. Era cierto. Él la amaba. No pretendía nada, sin jactancia, sólo honestidad pura y simple. Algo en ella se apagó. Si tenía una esperanza de que algún día podría haber algo entre ellos, que su encaprichamiento con Maya se desvanecería, el brillo de sus ojos le dijo que nunca sucedería. Había encontrado lo que estaba buscando.
—¿Ella es tu compañera? —Su voz se rompió.
—Si ella me acepta. Lamentablemente ella malinterpretó algo y me odia en este momento.
Yvette recordó la mirada que había notado en Maya—. No creo que odio sea la palabra correcta. Una mujer que odia no llora, no como Maya lo hizo. —Las lágrimas habían corrido por su rostro, el dolor tan claramente grabado en él—. Ella te quiere todavía.
Hubo un destello de esperanza en la mirada de Gabriel ahora, y algo dentro de Yvette se estremeció. Ella no era una mala persona, sólo estaba equivocada. Durante todos esos años que esperaba que Gabriel la buscara por algo más que sólo amistad, sin embargo, él estaba en lo cierto: nunca le había dado ninguna razón para creer que él estaba interesado en ella. Ella se lo había imaginado. Porque estaba sola. ¿Qué tan patético era eso?
Ella fue mejor que eso, más fuerte—. Yo te ayudaré a encontrarla.
—¿Lo harás? —Gabriel dio un paso hacia ella y abrió los brazos en un torpe intento de abrazarla, la emoción claramente lo abrumaba.
Yvette se retiró—. Sin abrazos.
Dejó caer los brazos y bajó los párpados, viéndose avergonzado por su euforia y su rechazo, pero aliviado al mismo tiempo—. Gracias.
—Se dirigió hacia el sur.
Gabriel parpadeó—. Su apartamento en Noe Valley. Vamos. —Miró hacia la puerta a su vez—. ¿Es tu perro?
Yvette volteó. En la acera, el perro que la había estado siguiendo las últimas cuadras y se había sentado a esperarla con paciencia. Antes de él había sido un perro diferente. Y antes de eso, un gato—. No tengo idea de por qué cada maldito gato y perro en esta ciudad, me sigue. Es como si me hubiera convertido en un maldito encantador de perros o algo así. —Le hizo un gesto al perro—. ¡Fuera! —Ni siquiera le gustaban los animales.
—Creo que le gustas.
Ella suspiró y se dispuso a replicar, cuando el olor de algo completamente desagradable llegó hasta sus fosas nasales. En un abrir y cerrar de ojos, giró y miró hacia las escaleras, donde estaba una mujer que nunca había visto antes—. ¿Qué diablos está haciendo una bruja en la casa de Samson?
***
Maya puso el Audi en la cochera y apagó el motor. Mientras salía del coche en la oscuridad de la noche, miró a sus alrededores. Nunca antes había estado tan consciente de sus sentidos. Al final de la calle residencial, un vecino paseaba a su Westie blanco. Cuando se concentraba, podía oír el alboroto de los platos en una cocina cercana. Las noticias se escuchaban desde un televisor en una casa cruzando la calle.
Nunca se había dado cuenta de esos ruidos antes y siempre había pensado que el barrio de Paulette era extrañamente silencioso. No lo era… ya no lo era de todos modos. Con sus sentidos mejorados, podía escuchar lo que estaba sucediendo dentro de las pequeñas casas situadas a lo largo de la colina. Desde su puesto ventajoso, podía ver el mar o podría haberlo visto, si no fuera por la niebla suspendida frente a la playa.
Midtown Terrace era un barrio de clase media, las casas fueron construidas a finales de los años 50, los planos de ellas eran esencialmente los mismos, con algunas pequeñas variaciones. La casa de Paulette no era diferente: tres dormitorios y un baño sobre un garaje para dos coches. Un pequeño patio en la parte trasera. Maya había pasado muchas noches ahí con Paulette y su amiga Bárbara, bebiendo, comiendo, bromeando, y en última instancia, quejándose de las terribles citas que habían tenido. Como todas las amigas lo hacían.
Maya dudó mientras se acercaba a la puerta de entrada, deteniéndose al pie de la escalera de terrazo. ¿Paulette la vería diferente? Cuando Maya la abrazara, ¿la aplastaría con su fuerza superior, al igual que ella había roto la mesita de noche en la casa de Samson? Tal vez lo mejor era no abrazarla. Era más seguro para Paulette.
Ella levantó el pie y lo puso en el primer escalón. Se sentía una corriente fría en el aire de la noche, pero Maya no sentía frío. Su cuerpo de vampiro parecía protegerla del frío a pesar del hecho de que se había olvidado de ponerse una chaqueta. Y en junio en San Francisco, necesitaba una chaqueta, una gruesa. Era evidente que había algunas ventajas de ser un vampiro. Tal vez un día, lo aceptaría realmente y sería lo mejor para ella.
¿Se asustaría Paulette si se enterara de lo que era ahora? ¿Siquiera lo creería? Siempre se habían jugado bromas entre ellas. Era su manera de demostrar la amistad, y por lo tanto Paulette podría pensar que estaba bromeando. Luego, tendría que probarle lo que era. Y tendría que hacerlo sin causar miedo a su mejor amiga.
Ella no quería asustar a nadie.
Maya tomó aire para darse valor para subir las escaleras y encarar a su amiga. Algo le llegó a su nariz. Su estómago se revolvió. Sólo había tenido la misma sensación de asco, cuando había tratado de beber sangre humana embotellada. Un pensamiento golpeó su mente, ella no quería reconocerlo.
Su corazón latía con fuerza mientras corría por las escaleras y llegó a la puerta. Pero no tocó el timbre. No tuvo que hacerlo… la puerta principal estaba entreabierta.
A pesar de que el barrio era un lugar seguro y tranquilo, nadie dejaba la puerta abierta. Nadie. Menos Paulette, por supuesto.
Empujó la puerta para abrirla por completo. Un ataque de náuseas la abrumó mientras inhalaba.
—Oh Dios, no —murmuró para sí misma.
El olor punzaba en sus fosas nasales y agredía a su sensible estómago, haciéndose más intenso cuando ella entró en la casa. Las luces estaban encendidas en la sala de estar, pero estaba vacía.
Las cuerdas vocales de Maya se apretaron. Ella no podía llamar a su amiga, porque en el fondo ya lo sabía, no haría ninguna diferencia. La casa estaba en silencio. No había ni un solo sonido, excepto el grifo que goteaba en el baño.
Sus zapatos de suela blanda, apenas hacían un sonido mientras se deslizaba por el pasillo hacia las habitaciones como un ladrón. La luz que derivaba hacia el pasillo, venía de debajo de una puerta de la habitación. El dormitorio de Paulette.
Maya se armó de valor en contra de lo que ya sabía que iba a encontrar y giró la manecilla. Empujó la puerta para abrirla, resultando inusualmente pesada. Crujió, pero apenas se escuchaba el sonido, porque la escena en el dormitorio hizo que su corazón latiera tan fuerte como un tambor, ahogando cualquier sonido.
La cama estaba echa un charco de sangre… seca, pero aún lo suficientemente fresca como para que su estómago se revolviera. Si hubiera tenido cualquier contenido en él, lo hubiera devuelto ahora, pero parecía que los vampiros no podían vomitar. A pesar de que ella lo quería, lo necesitaba para reducir las náuseas.
Las sábanas estaban enredadas, como si hubiera habido una lucha. Paulette no había muerto con facilidad, pero Maya sabía que estaba muerta, a pesar de que no había cuerpo. Ella alzó los ojos hacia la pared detrás de la cama y puso sus brazos alrededor de su torso.
Garabateado con sangre estaba un mensaje, y estaba destinado para ella.
La culpa es tuya, Maya.
Un sonido por fin salió de su garganta, pero no ascendió a nada más que un indefenso gorgoteo. Su amiga había muerto a causa de ella. Él lo había hecho. Ella lo sabía. El hombre que la había atacado: había matado a su amiga, para cubrir sus huellas.
Todo porque Maya le había contado a Paulette sobre él, a pesar de que no se acordaba de haberlo hecho. Paulette tenía que haber sabido acerca de él para que la atacara. Tal vez incluso, sabía su nombre y como lucía. Le había costado su vida.
Se sentía entumecida en todo su cuerpo. Todo era culpa de ella. Debió haber cuidado de su amiga. Ella debería haber sabido que vendría detrás de ella. ¿Por qué no había pensado en eso? ¿Por qué?
La puerta se cerró detrás de ella y la hizo girar con velocidad vampírica.
Un grito salió de su garganta.
¡Paulette!
Ella estaba colgando de la parte posterior de la puerta, su cuerpo inerte ensangrentado, su pijama destrozado por las garras. No había latidos del corazón… Maya los hubiera escuchado desde donde estaba. Ella estaba muerta. Hace mucho tiempo.