La habitación estaba extrañamente tranquila, excepto por la respiración pesada de Maya y el susurro de las sábanas mientras daba vueltas. Todos habían dejado la habitación: el médico, la bruja, e incluso Thomas, para darles privacidad. Gabriel sabía que Thomas seguía en algún lugar de la casa, pero se había retirado lo suficiente para que su sensibilidad auditiva, no recogiera lo que Gabriel y Maya estaban haciendo. Era bastante vergonzoso que todos supieran lo que iba a suceder. Sin embargo, no disminuía su excitación.
Eso sin duda no era lo que había planeado. Para empezar, cuando hiciera el amor con ella, hubiese querido que estuviera consciente y con plena conciencia de él… aceptándolo plenamente… Y no en ese estado febril en el que entraba y salía de su conciencia. Pero él quería tocarla y hacerle el amor, aun sabiendo en el estado en que se encontraba, y se maldijo por ello. Ella estaba vulnerable, y la explotaría para su propio placer.
Disgustado, se alejó de la cama. ¿Lo odiaría una vez que ella estuviera consciente y se diera cuenta de lo que había hecho, odiándolo por tocarla sin su permiso? ¿La perdería a ella y a alguna posibilidad que podría haber tenido alguna vez de obtener sus afectos? Pero no tenía otra opción, porque no podía dejarla morir.
Incluso en su estado de delirio, había tratado de estar cerca de él. Se había retorcido contra él, de la manera que lo había hecho cuando se había alimentado de él antes. Y la forma en que le había chupado su dedo, ¿no era suficiente prueba de que ella lo quería?
Su agonía lo hizo volverse a ella. Lo necesitaba, y no importando lo que pasara después, no podía pasar por alto esa necesidad. Quitándose los zapatos a mitad del camino, se subió a la cama y la tomó en sus brazos.
—Aquí estoy, cariño, estoy aquí.
Parecía respirar mejor mientras apretaba su cuerpo caliente contra el suyo. Ella parecía más caliente que cuando la había sujetado sólo unos minutos antes. El doctor tenía razón, si él no la satisfacía, se quemaría.
Él no la desnudaría con el fin de dejar su dignidad tanto como sea posible bajo las circunstancias. Él no se quitaría su ropa, para poder mantener una apariencia de distancia. Sólo su mano la tocaría sobre el amparo de su camisón. No vería su cuerpo desnudo, sólo la tocaría. De esa forma entendería que no había tenido otra opción y que él había intentado todo para no aprovecharse de ella.
Gabriel alzó su barbilla con la mano y llevó su boca hacia la suya, para darle un ligero beso, como una pluma. Tenían un sabor de sal y mujer fértil y dispuesta. Él sabía que no debía darle un beso, pero cuando aspiró su aroma, su cuerpo apagó su cerebro, y todo lo que podía hacer era reaccionar al conocimiento milenario de la llamada de apareamiento.
Cómo sabía que ella le pertenecía, no podía explicarlo, pero su instinto le decía que la mujer en sus brazos era perfecta para él. Nunca había sentido lo mismo por nadie más, ni siquiera por Jane, la esposa que lo había dejado después de su noche de bodas. Nunca había sentido la conexión que sentía con Maya, como si sus líneas de vida estuvieran vinculadas entre sí, una sólo se completaría con la otra.
Cuanto más aspiraba su aroma, más profunda sentía la conexión con su fuerza vital. Cuando sus labios se abrieron con los suyos, la invadió y capturó su lengua con la suya, acariciándola y lamiéndola, entrelazándose y retirándola. Su saliva se mezcló con la suya, y el sabor combinado de sus fluidos lo drogaron. Supo entonces que algo estaba pasando entre ellos, que no podía explicarse con una mera lujuria y atracción. Iba a hablar con el médico sobre eso, pero no ahora. Ahora, tenía que salvar a la mujer que amaba.
¿Amaba?
El darse cuenta de ello lo sacudió. Y luego lo tranquilizó.
—Te amo —le susurró contra sus labios, y luego guio su boca a lo largo de su cuello para besar su piel ardiente. Aspiró el aroma tentador de su sangre que salía de la vena principal y gruñó. Sus colmillos se alargaron y salieron de sus labios.
Él se apartó de ella. No, no la podía morder, no podía permitirse llevar a cabo el acto sumamente íntimo de beber de su mujer si ella no se lo permitía. De su mujer, sí, él la llamó su mujer, porque por ahora eso es lo que era: suya.
Su mirada recorrió su tembloroso cuerpo y el camisón que llevaba, color rojo sangre. Un camisón que apenas cubría la mitad de su muslo, la tela era tan delgada, que podía ver claramente el contorno de sus pezones, coronando sus pechos redondos. El camisón de delgados tirantes, se movió cuando su cuerpo se retorcía, y, finalmente, caerían de sus hombros y liberarían la tela que cubría sus globos perfectamente redondos.
La mano de Gabriel cayó sobre sus pechos y tomó uno de ellos. Llenaban su mano, el pezón duro rozaba el centro de la palma de su mano. El pulgar la exploraba, acariciado su piel a través de la seda y rozándole el pezón.
Dejó de retorcerse, y se arqueó contra su toque. Sin pensarlo, tiró de la tela, desprendió los tirantes y liberó los pechos hermosos que estaba acariciando. Su piel era suave y tersa. Dejó caer su cabeza, lamiendo su lengua sobre el pezón. Se dio cuenta al instante que a pesar de su estado semi inconsciente, sentía lo que estaba haciendo: su mano se deslizó por la parte posterior de su cuello para retenerlo contra su pecho.
—Sí —murmuró, su voz sonaba aliviada, como si hubiera esperado un largo tiempo para que esto sucediera. ¿Lo quería? ¿Sabía ella que él era quien la tocaba?
Gabriel succionó más la hermosa carne en la boca y siguió dando vueltas con la lengua sobre el pezón capturado, mientras al mismo tiempo, amasaba el pecho en su palma. No se cansaba de la sensación de ella, la textura de su piel, su olor.
Sintió que sus pantalones se contraían, mientras su pene rápidamente bombeaba, lleno de sangre y se endurecía ante la expectación. Sólo que sería en vano. El mensaje de que no la iba a coger, obviamente no había llegado a su pene salvaje.
Los dedos se deslizaron hacia abajo hasta su estómago, la fina seda se agrupaba bajo sus pechos. Yendo más allá de sus muslos llegó por debajo de su camisón, cambió su recorrido y se trasladó hacia el norte. Cuando llegó a la cúspide de sus muslos, le tocó la tanga. Al instante, ella gimió y arqueó la espalda de la cama.
La tanga de Maya estaba empapada con su excitación, un olor tan intenso que casi le robaba toda razón. Tratando de aplacar su lujuria, acarició con sus dedos la tela mojada y claramente sintió el calor de su carne femenina debajo de ella.
—Oh, Dios, Maya —dijo desesperado, sin saber cómo frenarse, cómo podía no violarla cuando cada célula de su cuerpo le pedía a gritos que la tomara.
A pesar de que él se había prometido no mirar su piel desnuda… bueno, él ya había roto esa promesa al exponer sus pechos… bajó su tanga y la dejó desnuda. Sus rizos oscuros estaban recortados sobre la delgada línea del bikini, apuntando hacia el centro de su cuerpo. Como si necesitara instrucciones adicionales.
Sus dedos siguieron bajando y sus piernas de inmediato se separaron más ampliamente, invitándolo a mirarla, tocarla, devorarla. Mientras se abría paso por su cuerpo, siguiendo el olor que él nunca sería capaz de resistir, sus gemidos se hicieron más pronunciados, como si supiera exactamente lo que estaba a punto de hacer… aún si no lo hiciera.
Todo lo que había planeado era mirarla, sólo una vez, sólo para que él tuviera algo que pudiera recordar, mientras estuviera solo en su cama. Pero cuando su mirada se posó en su hermosa concha, sus labios de color rosa brillaban llamándolo, le hacían señas para que los degustara.
Nunca había hecho algo así. Él entendía el concepto, por supuesto. Incluso había visto hacerlo, no sólo recientemente, cuando él había visto a Zane en el club, sino también en un montón de películas porno. Pero en realidad nunca había puesto su boca en la concha de una mujer. Sin embargo, en ese momento, no había duda en su mente que eso era exactamente lo que anhelaba: comer la deliciosa concha de Maya, para deleitarse con ella, beber de su néctar y lamerla hasta que ella terminara en su boca.
Nunca había entendido la fascinación que los otros hombres tenían con eso… hasta ahora. Ella estaba a su merced, vulnerable y abierta, no podría escapar de la búsqueda de su lengua. Aun cuando se despertara mientras él la chupaba, no pararía. Una vez que empezara, él sabía que no habría ninguna forma de detenerlo.
Gabriel la miró a la cara. Sus ojos estaban cerrados, pero sus labios estaban entreabiertos. Cuando él deslizó un dedo a lo largo de sus pliegues húmedos, vio cómo llevó el labio inferior en su boca y lo mordió. Él movió su dedo hacia arriba y encontró el pequeño paquete de carne oculto que estaba buscando. En el momento en que lo rodeó con sus dedos húmedos, ella gimió y se retorció en las sábanas. Sus dientes liberaron su labio íntimo, y jadeó.
—Bebé, tengo que hacer esto. —No podía esperar más. Con un gemido se hundió entre sus piernas y abrió su concha con las dos manos. Su piel era de color rosa y estaba húmeda, y era la cosa más hermosa que jamás había visto. Su lengua salió como una flecha y tomó su primera lamida tentativa sobre su carne femenina, lamiendo los jugos que emanaban de su abertura.
Mientras llegaba a sus papilas gustativas en la parte posterior de su lengua, su cuerpo se puso rígido. Un estruendo similar a la caída de un rayo, golpeó su cuerpo y vibró a través de él. Se estremeció.
¡Demonios!
Ningún otro sabor lo había llenado de tal satisfacción y al mismo tiempo lo había hecho desear más. Eso era lo que había estado esperando toda su vida, sin siquiera saberlo. Todo en ella era perfecto.
Gabriel levantó la cabeza y gruñó. Mataría al que se atreviera a alejarla de él. Y no se detendría a las puertas del cielo, ni del infierno, si La Muerte la arrancaba de sus brazos. Debido a que hoy la reconocía: Maya era su compañera. Perderla significaría perder la única oportunidad que tenía de ser feliz.
Con ese conocimiento, hundió la boca nuevamente en su concha y le dio lo que su cuerpo necesitaba tan desesperadamente. Su mente memorizó cada surco de su concha, cada pliegue, cada arista, mientras disfrutaba rodar su lengua contra su abertura. Se daba cuenta de cada pequeño movimiento que hacía y cada respiración que tomaba.
Su corazón sonaba como un tambor en el pecho.
Ella era un banquete, y nunca había estado ante un buffet más suntuoso y sólo para que él lo disfrutara. Sin prisa la devoró, mordisqueando su suave carne, lamiendo y chupando su piel caliente. Observó cada reacción de ella, cada gemido, cada suspiro.
Sus manos se deslizaron por debajo de su trasero, haciéndole inclinarse hacia arriba de forma que pudiera conducir su lengua, hacia su estrecho canal.
—¡Oh! —La oyó gemir y se preguntó si estaba consciente. No quería pensar en ello, porque no sería capaz de parar ahora, aunque ella le suplicase que lo hiciera. ¿O le rogaría que siguiera?
Decidido a darle el máximo placer, introducía y sacaba su lengua de su concha, y luego la alternaba lamiéndole el clítoris. El pequeño paquete de carne estaba dilatado y erecto. Cada vez que metía su lengua contra ella, su cuerpo temblaba. Gabriel sintió que estaba cerca, y aunque él no quería que esto terminara, él sabía lo que tenía que hacer.
Deslizó un dedo en sus húmedos pliegues y sintió contraer sus músculos con fuerza. Gruñó. Si sólo fuera su pene el que la revistiera. Con la boca chupaba su clítoris y se lo puso entre los labios, presionándolos con fuerza.
El cuerpo de Maya se sacudió. Sintió los espasmos de su concha, apretándole el dedo y olas chocaban contra sus labios mientras su orgasmo la sacudía. Su grito fue el sonido más puro de liberación que jamás había escuchado.
Gabriel mantuvo la boca alrededor de su clítoris y lamió sus jugos suavemente, mientras ella salía de su orgasmo.
***
Maya sintió las olas de placer por todo su cuerpo y agradecía la liberación que traía con ellas. El calor en su cuerpo se disipó, y por primera vez en horas, podía respirar. Mientras tomaba una respiración larga y profunda, sus fosas nasales se abrieron. Al mismo tiempo, se dio cuenta de la pesadez en su ingle y el cálido aliento de alguien en su concha.
Sus ojos se abrieron.
Allí, entre sus piernas abiertas, la boca de Gabriel se había centrado en su todavía palpitante clítoris, y su lengua acariciaba aún en contra de ella, amenazando con encenderla una vez más.
—Gabriel.
Como picado por una avispa, su cabeza se irguió, y su mirada chocó con la suya. Nunca lo había visto así. Sus ojos eran oscuros, con pasión y sus labios estaban húmedos de sus jugos. Él la había chupado mientras ella había estado inconsciente. Debería sentirse violada, avergonzada por lo menos, pero extrañamente esos pensamientos no se apoderaron de ella. ¿Estaba convirtiéndose en una criatura completamente sin sentido, ahora que era un vampiro?
—Maya, puedo explicártelo —Su voz estaba mezclada con culpa y arrepentimiento. Ella no lo entendía. Lo vio cambiar su posición y subir a la cama para sentarse a su lado, mientras su mano jalaba rápidamente su camisón y cubría su desnudez con la tela.
Ahora se dio cuenta de lo nervioso que estaba, como si hubiera sido atrapado haciendo algo que no debería estar haciendo. Bueno, ella lo había sorprendido, pero no le importaba lo que él había estado haciendo. Su único pesar era que no había estado despierta en esos momentos.
—¿Qué estabas haciendo? —preguntó.
Gabriel pasó la mano por su largo pelo, que estaba suelto hoy… sin ninguna cola. A ella le gustaba y sentía la necesidad de hundir sus manos en la abundante melena.
—Lo siento. Tuve que hacerlo. El médico y la bruja, ambos dijeron que… —Se quebró y miró hacia otro lado.
¿Por qué la evitaba ahora? Ella tomó su mentón con la mano y lo obligó a mirarla—. Dime lo que está pasando.
Él parpadeó—. Estabas en celo. El médico dijo, que ibas a morir si nadie te satisfacía. Así que decidieron que debía hacerlo. —Dejó caer sus párpados y miró hacia abajo.
—¿Ellos?
—Drake y la bruja.
Maya no sabía quién era la bruja, pero no le importaba. Lo importante era que habían obligado a Gabriel a hacer eso. Lo había hecho para salvarla, no porque él la quisiera—. ¿Lo hiciste porque ellos te dijeron que lo hicieras?
Él asintió con la cabeza—. Por favor, créeme. Nunca hubiese tomado ventaja de esta manera, si no hubiera temido por tu vida.
Maya tragó el nudo en su garganta, que se había formado por sus palabras. Él nunca la habría tocado de otra manera. Lo había hecho sólo porque ella estaba en peligro. Por lo que aún sentía que él era responsable de ella… eso era todo—. Te doy las gracias, y siento mucho que te hayan obligado a hacerlo contra tu voluntad. —Ella se armó de valor contra el dolor que le causaba saber que él la había tocado sin quererlo.
—Maya, no es lo que quise decir.
Ella lo miró fijamente, mientras él la miraba de nuevo.
—Yo quería hacerlo. Yo no quería hacer nada más, que hacerte terminar con mis manos y mi boca. Me había prometido dejarte toda la dignidad que podía, pero Maya, cuando te vi, no pude contenerme. Yo… —Había angustia en su rostro. No podía entender por qué. Había querido tocarla, y el saberlo, le daba calidez a su corazón. Él había sentido algo. Se sentía atraído por ella, tal y como ella se sentía atraída por él.
—Gabriel, ¿por qué te torturas? —Alcanzó su cara y puso la mano sobre su cicatriz. Él se estremeció, como si estuviera esperando que le diera una bofetada.
—¿No estás enojada conmigo? ¿No me odias por ello? —se preguntó.
Maya avanzó hacia él—. ¿Enojada? —Ella le inclinó su cara y la acercó a ella.
—No, no estoy enojada. Sólo estoy decepcionada.
Ella lo vio tragar saliva—. Dios, lo siento.
Ella sacudió la cabeza y sonrió—. Sólo estoy decepcionada porque no estaba consciente cuando sucedió.
Algo cambió en sus ojos. Hubo un destello de sorpresa en su iris y luego una inhalación brusca—. ¿Quieres decir que…?
La mano de Gabriel le acarició la mejilla y la acarició con el pulgar sobre los labios. Ella abrió los labios y lamió la yema del pulgar—. Gabriel, apenas te conozco, pero cuando me tocas, me siento viva. Más viva de lo que nunca me sentí como un ser humano.
—Cuando Drake me dijo que podrías morir, casi pierdo la cabeza. Maya, no sé lo que está pasando entre nosotros, pero sé que te necesito.
Su corazón dio un salto con su confesión. Ella quería ser necesitada. Y quería que este vampiro orgulloso, la quisiera—. ¿Vas a besarme?
En un movimiento rápido, capturó sus labios con los suyos. Ella se saboreó a sí misma en su lengua, mientras él se apretaba contra ella e invadía su boca, pero el sabor sólo agregaba más excitación. Gabriel la deseaba. Él le había demostrado de una de las formas más íntimas lo mucho que la quería, y ella ni siquiera había sido capaz de estar consciente. Iba a cambiar eso muy rápidamente. Esa vez, ella estaría experimentando cada segundo de su acto sexual y no se perdería de nada.
Su beso estaba lleno de posesión y pasión. Ningún hombre la había besado así, con tal fervor, tal determinación. Y sin embargo, tanta ternura y reverencia… como si él la venerara. Se entregó a la deliciosa sensación de ser deseada por un hombre apasionado. Todo su ser tarareaba con su beso, y ella se sintió excitarse, una vez más.
Todo el dolor que había pasado, quedó en el olvido. Este último episodio, había sido el peor de todos. Nunca había sentido tan intensamente la fiebre. ¿Cómo lo había llamado Gabriel? ¿Celo? Ella no sabía lo que había querido decir con eso, pero había notado incluso en su delirio que su cuerpo había estado quemándose. Ella tendría que preguntarle a Drake sobre eso más adelante, pero ahora no se quería perder el momento.
Estaba en los brazos de Gabriel, lo cuales se envolvían alrededor de su espalda y la sostenían contra él con tal ferocidad, que apenas podía respirar. No importaba. Ella no tenía necesidad de respirar, cuando en su lugar podía inhalar su olor. Al igual que su sangre, el sabor de sus labios era como una droga. Su cuerpo le respondía con tanta naturalidad, que no podía separarse de él, aunque lo hubiera querido.
Este era el hombre con quien ella quería hacer el amor. Instintivamente sabía, que él sería el único que podía llenar ese gran vacío que siempre había sentido al tener relaciones sexuales con otros hombres. Nadie había sido capaz de satisfacer por completo sus deseos, ni había sido capaz de expresar realmente lo que ella necesitaba a nadie. Nunca había sentido estar lo suficientemente segura con alguien para admitir sus deseos más íntimos, pero en los brazos de Gabriel, ella se sentía segura y querida.
Cuando él soltó sus labios, ella lo vio sonreírle.
—Estábamos muy preocupados por ti.
—Me dan estas fiebres, pero esta vez fue peor que nunca.
Él asintió con la cabeza—. Lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Cómo?
Acarició con la palma de la mano su mejilla—. Lo vimos en tu expediente médico.
Ella abrió la boca para expresar un comentario sobre la falta de ética de Drake, pero Gabriel llevó un dedo a sus labios.
—Lo siento, pero obligué a Drake que me lo dijera. Cualquier cosa que te preocupe, me preocupa.
—¿Por qué?
Él dio un beso suave en sus labios antes de responderle—. Porque sólo estoy feliz cuando sé que estás a salvo y estás bien. Me importas… mucho.
Maya sintió que su corazón se hinchaba con su declaración—. ¿En serio?
—Más de lo que quiero admitir.
Ella respiró hondo y dejó que la noticia fuera captada. Se sentía bien. Por un momento, ella se limitó a sonreírle, luego guio sus pensamientos nuevamente a otras cosas—. ¿No me habías dicho que los vampiros no se enfermaban?
—Sí, eso es cierto para todos nosotros. Pero el médico no cree que sea una enfermedad. Él piensa que es el celo… la manera por la cual un felino entra en celo sexual durante su ciclo.
—Pero yo no soy un gato… soy un vampiro ahora. Yvette me dijo que las mujeres vampiro son infértiles. Por lo tanto, no tiene sentido que yo entre en celo. ¿Para qué?
Gabriel la miró fijamente—. ¿Yvette te dijo eso?
—¿Quieres decir que no es cierto? —¿Había esperanza después de todo?
—No, es verdad. —Tragó—. Pero debería haber sido yo, el que te dijera esto. De hecho, debo explicarte algunas cosas. Hay tantas cosas que nadie te ha dicho todavía. Yo debería estar haciendo eso. Lo siento que no lo haya hecho hasta ahora.
Echó hacia atrás la decepción… así que probablemente era estéril. Con suerte, ella llegaría a aceptarlo algún día. ¿Lo aceptaría Gabriel?—. No es tu culpa. Yo no te he dado la oportunidad de explicarme las cosas.
Él la atrajo hacia su pecho—. ¿Qué tal si te lo digo ahora? ¿O estás cansada?
—No, no estoy cansada.
—Bueno. ¿Por dónde empiezo? —preguntó.
—¿Qué tal por el principio?
—¿El principio?