Maya se tiró en su cama. Ella le había dicho a Yvette al regresar a la casa que estaba cansada, y dado que se trataba de una hora antes del amanecer, Yvette no había mostrado alguna sorpresa por su petición para descansar.
Yvette le dijo que se alojaría en la casa, por órdenes de Gabriel. De acuerdo con Yvette, había un ambiente seguro en el sótano de la casa detrás del garaje, donde la luz no penetraba. Ahí era donde Yvette dormiría, dado que Gabriel estaría utilizando el dormitorio principal cuando regresaran y Maya ocupaba la única habitación de huéspedes, no había otros dormitorios disponibles en la casa.
A estas alturas, a Maya no le importaba mucho lo que cualquiera pudiera pensar… El dolor por el hambre se estaba volviendo muy fuerte, que ni siquiera la hostilidad abierta de Yvette podía perturbarla. Ella podía adivinar que Yvette estaba molesta… la reprimenda de Gabriel había dolido, probablemente.
Pero todo lo que a Maya le importaba, era saciar su hambre. Había oído a Gabriel volver poco antes del amanecer, le había oído hablar con Yvette antes de que él subiera. Habría jurado que se había detenido frente a su cuarto, pero luego, se fue hacia la habitación principal y entró.
Ahora todo estaba en silencio.
Maya se puso los brazos alrededor de su estómago y se acurrucó como una pelota. Los calambres eran cada vez peores. Ni siquiera sus peores calambres menstruales podían compararse con el dolor que causaba su estómago vacío cuando se contraía en ondas cortas. Habiendo crecido en una sociedad opulenta, nunca había experimentado antes el hambre. ¿Era esto lo que millones de personas pasaban diariamente, o era tan doloroso porque ella ahora era un vampiro, y todas sus sensaciones parecían magnificarse?
No podía permitirse que esta hambre la derrotara. Ella era más fuerte, tenía que serlo. A medida que la ola de dolor se hacía más fuerte y le robaba el aliento, sabía que tenía que actuar. Tal vez el hambre era lo suficientemente fuerte, como para que ella superara su aversión a la horrible sangre embotellada. Le daría una oportunidad más… no había manera de que pudiera pasar el día. Y no había ninguna posibilidad de que Drake apareciera hasta que estuviera oscuro de nuevo, incluso si tenía buenas noticias.
Maya miró el reloj en la mesita de noche. Era media mañana. No, ella no podía durar hasta las ocho, cuando el atardecer ocurriese.
Ignorando el dolor, sacó sus piernas de la cama. Llevaba un camisón rojo corto, pero se estremecía en él, así que tomó su bata de baño y se la puso.
Descalza, salió de la habitación y se fue a hurtadillas abajo. No quería despertar a nadie, y menos a Gabriel. Haría el esfuerzo para tratar de probar la sangre humana. Incluso ahora, podía oler su sangre. Un escalofrío la recorrió, aceleró y corrió por el pasillo hasta la cocina. Cuanto más lejos estuviera de Gabriel, mejor.
La cocina estaba vacía.
Maya abrió la refrigeradora y miró dentro. Como era de esperarse, estaba llena de sangre embotellada. Tomó una de las botellas y dejó cerrarse la puerta del refrigerador.
Tratando de no darse por vencida, desenroscó la tapa. Contuvo el aliento, como había hecho antes y puso la botella en sus labios. Un momento después, ella inclinó la cabeza hacia atrás y bebió un trago. El líquido rojo se extendió por su boca. Por lo que sabía, podría haber sido ácido de una batería, el sabor era tan vil. Buscó el fregadero de la cocina y lo escupió.
Las gotas que habían llegado a su garganta, le dieron náuseas, y tosió. No había manera de que pudiera beber eso, ni siquiera si su vida dependiera de ello, que por desgracia, así era.
Mantuvo su boca bajo el grifo y dejó que el agua fría del fregadero quitara el sabor en ella, antes de enderezarse. Un instante después, su cuerpo se contrajo de nuevo y ella se dobló. Tratando de aferrarse a la barra, golpeó accidentalmente la botella, arrojándola en el fregadero donde hizo un fuerte ruido.
Incapaz de soportarlo por más tiempo, Maya cayó al suelo. Manchas negras aparecieron frente a sus ojos. Antes de que pudiera levantarse desde el piso frío, la puerta de la cocina se abrió. Vio primero la bata larga, luego levantó la vista y miró fijamente la cara de Gabriel.
—Maya, oh Dios, ¿qué pasó? —preguntó su frenética voz.
Sin esperar su respuesta, se agachó y la ayudó a levantarse. Su aroma al instante la envolvió, haciéndole que la sensación de hambre fuese aún peor.
Ella lo alejó—. Nada. No pasó nada.
Él no la soltó. En cambio, la sujetó fuertemente con sus brazos.
—Deja que te ayude. Estás débil.
—Déjame ir —exigió, a sabiendas de que no podía resistir durante mucho más tiempo. Hizo un movimiento torpe y se sorprendió cuando ella se liberó de su control. Cuando llegó hasta ella nuevamente, dio un manotazo, tratando de detenerlo. Su mano tomó su antebrazo, pero cuando las uñas rasparon su piel, se dio cuenta de que sus dedos se habían convertido en garras afiladas.
La sangre brotaba de los dos rasguños que había dejado en su piel. Ella las miró fijamente. Sangre. Su sangre. Justo ahí. Todo lo que tenía que hacer era tomar su brazo y ponerlo en su boca, sólo lo lamería.
Su estómago se revolvió. Por su propia voluntad, su mano se extendió. Se lamió los labios en anticipación al inesperado obsequio. Sus fosas nasales, absorbieron más el delicioso olor, y se pecho emitió un profundo gruñido. Se sentía como un animal, pero a ella no le importaba más. Su impulso de supervivencia era más fuerte.
Gabriel tapó su muñeca antes de que pudiera tocar su brazo y la hizo mirarla a él. La verdad brillaba en sus ojos. Él bajó la mirada hacia la lesión en su brazo, y luego regresó hacia ella.
Estaba dispuesta a luchar por lo que quería.
—Oh Dios, es mi sangre la que quieres, ¿no? —preguntó lleno de incredulidad.
Maya se limitó a contestar con un suave gruñido.
—Ven.
Con mano de hierro, él la arrastró fuera de la cocina y el pasillo. ¿La encerraría ahora para asegurarse de que no lo atacara? No podía permitir eso. Tenía que luchar contra él.
Cuando la llevó hacia el estudio, quiso protestar, pero su boca estaba demasiado seca para hablar. Ella necesitaba su sangre, y la necesitaba ahora.
Un segundo más tarde se encontró en el sofá, sentada en su regazo.
—¿Por qué diablos no me dijiste que querías mi sangre? —Su voz estaba furiosa.
Ella se sacudía de su control, tratando de librarse de sus brazos, pero él no lo permitió— ¡Maldita sea! —dijo ella.
—Mujer obstinada. Podría haberte alimentado ayer por la noche. ¿Sabes lo mucho que me preocupo por ti?
¿Había dicho, alimentarla? ¿Quería eso decir que estaba dispuesto a dejarla beber de él?
—Necesito… —Ella se quebró. No podía decírselo al sentir vergüenza de expresar su necesidad.
—Yo sé lo que necesitas.
Apartó el cuello de su bata y apartó hacia atrás su cabello. Ella no se había dado cuenta hasta ahora, que no lo llevaba sujetado como de costumbre con su cola. Mientras exponía su cuello, ella lo observaba. ¿Qué quería decir eso? ¿Quería que se alimentara de él?
***
Gabriel se percató de la confusa mirada de Maya, mientras preparaba su cuello para ella. Él podía dejarle alimentarse de su muñeca o de su antebrazo, pero él la quería más cerca, quería sentir su cuerpo mientras ella se aferraba a la vena y chupaba su sangre. Lo llamarían egoísta, pero quería experimentar el placer de tenerla presionada contra él, cuando bebiera su sangre dentro de ella.
—Hunde tus colmillos en mí —le ordenó y señaló hacia la vena que él sabía que estaba claramente visible bajo su piel—. Aquí, te quiero aquí. Y no te detendrás hasta que estés satisfecha. Si te atreves a parar antes de que hayas tomado lo suficiente, me las pagarás.
—No quiero hacerte daño —murmuró.
Él estaba asombrado de que con el hambre que podía ver claramente en sus ojos, le quedaran fuerzas para resistirse.
—No lo harás. Ahora bebe, si no te voy a obligar a hacerlo —Él reconoció su propia voz ronca, y sabía que era porque estaba excitado ya por el simple hecho de saber que una parte de él no tardaría en estar dentro de ella.
Maya se acercó, y finalmente, dejó caer su cabeza sobre su cuello. Sus labios carnosos, rozaban su piel. Él no pudo reprimir el escalofrío que corría por su cuerpo, en toda su extensión desde el lugar donde ella lo tocó, hasta la punta del dedo gordo del pie.
—Muérdeme, Maya, hazlo —le instó. No quería nada más que sus dientes en su cuello.
Gabriel sintió que sus colmillos se introducían en su piel y corrían lentamente hacia su vena que estaba lista para estallar. Luego su boca se abrió más y las puntas afiladas de sus colmillos traspasaron la piel, llevándolos más dentro y estableciéndose en su cuello. Cuando chupó las primeras gotas de sangre de él, se estremeció.
Nunca en su larga vida, había experimentado algo así. Sí, se había alimentado de él antes, pero estaba inconsciente y le había dado su sangre desde su muñeca. Sus colmillos nunca habían penetrado en su interior. Nunca había habido ningún motivo para que alguien mordiera su cuello… ningún amante que pudiera haberle dado el calor de la pasión, que él sabía que era común entre las parejas de vampiros, no sólo para alimentarse, sino también para aumentar su excitación.
Él no estaba preparado para la reacción que tuvo su cuerpo a la mordida.
El paraíso. Era la única manera de describirlo. Mientras una corriente eléctrica, hormigueaba con calor y se extendía a todas las células de su cuerpo, se enrollaba alrededor de su columna vertebral y se instalaba en su ingle. Su ser entero zumbaba alertándolo.
A pesar de la bata que llevaba, podía sentir su cuerpo como si ella estuviera desnuda en su regazo. Las chispas parecían saltar de su cuerpo al suyo, mientras pequeñas cargas eléctricas, bailaban entre ellos. Pero todavía había demasiado espacio entre sus cuerpos.
—Móntame —le susurró al oído. Sin protestar ella se cambió, y él la ayudó a mover las piernas a ambos lados de sus caderas. Por un instante, se preguntó si era correcto explotar la situación como lo hizo, pero ya era demasiado tarde: él quería que ella estuviera tan cerca como le fuera posible para tenerla. Su cuerpo ansiaba el de ella.
Con cada gota de sangre que tomaba de él, la euforia en su mente era mayor. Nunca había sentido tal libertad, tal ligereza, tal dicha. Ninguna preocupación en su mundo lo tocaba. La soledad era una palabra del pasado. Dolor, podría haber sido una palabra china, ya que no comprendía el concepto.
Él enterró la mano en su pelo y la empujó a su cuello, no quería que se detuviera. Su erección se presionaba contra ella, y seguramente tenía que haberlo notado, pero ella no se apartó. Deslizó la otra mano a la base de su espina dorsal y sus dedos se desplegaron. La ligera presión que ejerció, fue suficiente para que ella respondiera: se movió hasta alinear su parte íntima con su miembro duro y se frotó contra él.
Gabriel no pudo detener el fuerte gemido escapando de su boca. Respiró hondo y aspiró su aroma. Maya olía a mujer pura, madura y excitada. Sabía eso por haberse alimentado de humanos… antes de que comenzara a beber sangre embotellada… cuán excitante podía ser el beber directamente de la vena de una persona. Si fuera un caballero, haría caso omiso de su excitación, dejaría de presionarla contra él y no se aprovecharía. Pero la última cosa en su mente en ese momento, era comportarse como un caballero.
Maldición, la deseaba desde el primer momento en que la había visto. ¿Podría alguien culparlo por tomar ese pequeño trozo de cielo y disfrutar de ella durante el tiempo que no se opusiera? ¿Durante el tiempo que ella estuviera demasiado drogada para percatarse que descaradamente frotaba su pene contra sus ardientes genitales?
La presión en sus testículos crecía, y sabía que tenía que dejar de apretarla tan fuerte, antes de quedar como un completo idiota y terminar en sus calzoncillos. Pero todavía no. Necesitaba sentirla un poco más de tiempo, antes de volver a su cama, solo, solamente con su olor todavía en él, y el fantasma de su suave cuerpo presionándose contra el suyo. Entonces él se tocaría a él mismo e imaginaría que era su suave mano acariciándolo, y no su propia áspera y callosa mano que lo apretaba fuertemente, hasta que lanzara su semen, fingiendo que acababa dentro de ella.
Demasiado pronto sintió que ella se apartó y retiró sus colmillos de su cuello. Quería mantenerla, diciéndole que siguiera, pero sabía que no podía. Cuando la miró a los ojos mientras se ponía frente a él, sabía que estaba saciada. Su cara se veía más completa, su piel brillaba, y sus ojos tenían un brillo resplandeciente en ellos. Ella nunca se había visto más hermosa para él.
—Gracias —ella susurró y bajó la mirada, como si estuviera avergonzada de lo que había hecho.
—El placer es mío —él respondió diciéndolo con sinceridad—. Vas a tener que alimentarte de mí todos los días.
Ella alzó los ojos para mirarlo directamente—. Pero yo… quiero decir, no puedes…
—Está claro que tu cuerpo lo necesita. Tienes que alimentarte diariamente —insistió. Era verdad, pero sin embargo, se sentía como un ladrón… sabiendo que él robaría este placer de ella todos los días.
—No puedo tomar de ti, sin darte nada a cambio. No está bien —afirmó ella, demostrando que tenía más integridad, de lo que él pudiera reunir.
—Si es lo único que puedes beber, entonces es lo que vas a hacer. Te alimentarás de mí. Y tú no me deberás nada —Ella ya le había dado más de lo que jamás se podía imaginar. El hecho de saber que iba a abrazarla todos los días mientras se alimentaba de él, era más de lo que jamás podría desear.
—Pero yo quiero darte algo a cambio, no puedo comer de forma gratuita. Simplemente sería como pagarte la cena.
Sonrió con su comparación. Él tenía más dinero del que supiera qué hacer con él. No había nada que él quisiera. Excepto tal vez…
—Un beso —dijo él, antes de poder detenerse. Cuando vio su reacción, al instante se quería retractar. Sus ojos se abrieron por la sorpresa, y sus labios se entreabrieron, como si quisiera hacer un comentario sarcástico. Luego su mirada se concentró en el lado derecho de su cara, donde la cicatriz marcaba su piel.
Él tragó saliva y volvió su rostro desfigurado lejos de ella. Había arruinado el momento más perfecto de su vida, por dejar que su deseo lo gobernara por un instante. Fue una estupidez. Ahora, no sólo no iba a darle un beso, sino que lo más probable era que lucharía contra la idea de tener que alimentarse de él— Está bien —dijo, manteniendo su voz carente de emoción— no tienes que hacerlo. Yo, eh…
Él sintió que ella le agarró con la mano su barbilla, e inclinó su rostro hacia ella hasta que fue obligado a mirarla a los ojos.
—¿Un beso por cada comida? —preguntó, y luego asintió lentamente.
¿Cada comida? Sólo había querido decir un beso por todas las comidas futuras, pero no se atrevía a protestar. Él no era lo suficientemente noble como para admitir que lo único que quería era un beso. Ella le había entendido mal, pero no la corregiría, así que se limitó a asentir.
—Creo que es justo. ¿Quieres que pague ahora?
De repente se sintió arrogante— ¿Cómo estuvo la cena?
—Deliciosa.
El saber que a Maya le gustaba su sangre, era más excitante de lo que podía haberse imaginado—. Entonces creo que es hora de pagar la cuenta.
Gabriel la miró mientras ella se movía lentamente hacia él. Su posición era perfecta: estaba todavía montándolo. No podía imaginarse una mejor posición para un beso, excepto quizá, si ella estuviera tendida debajo de él. Pero eso era dejarse llevar.
Como un gato, ella cambió de puesto más cerca hasta que su boca se cernía sobre él. Tenía los labios ligeramente abiertos, y podía oler su aliento. Su respiración era repentinamente más desigual que antes, y se preguntó si tenía miedo de lo que iba a hacer. ¿Lamentaría su decisión y se alejaría a último momento?
—Puedo mantener mis manos en el sofá, si lo prefieres —le ofreció y colocó sus manos hacia abajo, sobre los cojines al lado de sus muslos. Él no quería que ella le temiera y que creyera que se aprovecharía de la situación, por mucho que quisiera hacer eso. Pero sabiendo que ese no sería el último beso que le daría, podía aplacar su codicia y sólo tomar lo que ella estaba dispuesta a darle, sin cruzar los límites del beso.
Él podría aprender a saborear esto. Cada día, él tendría algo que esperar. Pero tendría que mostrarse calmado, no abrumarla con la pasión que sentía por dentro, no espantarla o ella podría cancelar su acuerdo. No, su respuesta a ella tendría que ser en silencio, para que no conociera el alcance de su deseo por ella y tuviera miedo por su magnitud. Y cada día podría permitirse tener un poco más, que estuviera más cómoda con él. Tal vez empezaría a sentir la misma atracción por él, que él sentía por ella.
Los labios de Maya lo rozaron, y Gabriel sabía que iba a ser un infierno mantener ese beso, dulce e inocente.
***
Su aroma masculino estaba todo a su alrededor. Maya no podía creer en su suerte. Después de alimentarse de su sangre se sentía rejuvenecida, más fuerte que nunca, ¡y más caliente de lo que nunca había estado como un ser humano! ¿Y ahora lo que quería a cambio era un beso? ¿Podían ser las cosas más perfectas?
Besarlo no era ningún sacrificio para ella. Cuando tocó sus labios contra los suyos, disfrutó de la perfecta mezcla de suavidad y firmeza. Ella no había notado hasta ahora, lo carnoso de sus labios. Pero ahora que chupaba el labio superior en su boca y lo lamía sobre el de ella con su lengua, estuvo plenamente consciente de su perfección.
Maya inclinó su boca sobre la suya, y con una ligera presión de su lengua, los labios de él se entreabrieron. Con avidez, ella entró y lo exploró. Su sabor era tan asombroso como su sangre. Ella sabía que su reacción a él era puramente química. Las feromonas que él emitía, encendían su deseo en ella. Como un instinto ancestral, su cuerpo lo reconoció como la pareja perfecta. Había leído estudios clínicos sobre el proceso químico que producía la lujuria y el deseo, y sabía que le estaba sucediendo. Seguramente eso era todo lo que era, pura lujuria. No podía haber algo más implicado. Apenas sabía algo acerca de Gabriel. Ninguna emoción podría haberse desarrollado en un tiempo tan corto.
Ella lo siguió besando, acariciando su lengua contra la suya, pero su reacción no fue lo que esperaba. Al igual que cualquier hombre dominante, ella esperaba que se hiciera cargo, para que el beso fuera más exigente, pero no lo hizo. Él sólo respondió con un golpe de su lengua contra ella, cuando ella lo convencía lo suficiente. Cuando trató de atraer su lengua dentro de su boca, él se resistió.
Frustrada, Maya se apartó. Ella miró su cara asustada— ¿No te gustó?
Su cara de sobresalto se tornó a confusa—. Por supuesto que sí —le afirmó.
Ella bajó la mirada incapaz de verlo, mientras le hacía su siguiente pregunta.
—Entonces, ¿por qué no me respondiste el beso?
Su respuesta la tomó por sorpresa—. Si te respondo el beso, no voy a ser capaz de mantener mis manos apartadas.
Desafiante, lo miró a los ojos—. Nadie te está pidiendo eso.
De repente sintió su brazo subir y envolver su cuerpo—. No sabes lo que me estás haciendo.
No, no tenía ni idea, pero sabía lo que Gabriel le estaba haciendo. Él la estaba volviendo loca y lo seguiría haciendo si no la besaba correctamente—. Bésame, Gabriel. Bésame ahora, o juro que yo…
—¿O qué? —él dijo— ¿Me lo negarás? He ganado este beso, y diablos, lo tendré de la manera que yo lo quiero.
Sin darle la oportunidad de responderle, hundió sus labios en ella y tomó su boca con un fuerte beso. Maya se derritió en él. Ahora estaba hablando. No queriendo que él cambiara la opinión sobre el beso, ella hundió sus manos en su pelo y le acarició la sensible zona en la parte posterior de su cuello. Lo sintió estremecerse bajo su tacto.
Mientras su boca la violaba, sus manos recorrían su espalda, acariciándola a lo largo de sus costados, presionándola a su vez, mucho más cerca de él. Estaba claro que podía sentir su erección moviéndose contra ella con cada respiración que tomaba. Ella trató de acercarse más.
Como si él supiera lo que ella quería, tiró del cinturón de su bata y la abrió. Un momento después, metió su mano dentro de la bata y la tocó a través de la fina tela de su camisón. Ella gimió en el momento en que sintió que su mano tocaba su pecho. El calor la inundó y atravesó desde su pecho hasta el centro de su vientre, hasta llegar a su mismo núcleo, encendiendo en llamaradas su clítoris.
Ella se arqueó con su toque. Al mismo tiempo, apretó su vulva contra su erección, arrastrando su sensible carne contra su duro pene. Ella había empapado el camisón que se rosaba entre su vulva y su erección, la cual estaba oculta detrás de su bata de seda. Nunca se había puesto así de húmeda sólo por un beso. ¿Se trataba de un efecto secundario por ser un vampiro, o Gabriel le había hecho eso a ella?
Maya entrelazó su lengua con la suya. Con deleite, se dio cuenta de que había renunciado a todas sus restricciones y la besaba con el abandono imprudente de un hombre hambriento. Cuando retiró su lengua un poco, la de él se fue tras ella, gruñendo profundamente. El sonido se propagó a través de su cuerpo, tocando todas sus células, acariciando su carne.
Con un rápido movimiento, le dio la vuelta, y de pronto se encontró de espaldas hacia los cojines, atrapada bajo su fuerte cuerpo. Su boca no había soltado la de ella ni por un segundo, y ahora enterraba sus caderas contra ella, la erección tras de su bata rozándola a través de su centro. Con cada movimiento, el borde duro pasaba sobre su clítoris. Era más que una simple tentación, era una tortura. Una tortura a la que estaba más que dispuesta a someterse.
Su corazón latía más rápido mientras más terreno tomaba de ella. Las puntas de sus pezones estaban duros por el roce contra su pecho. La boca de Gabriel siguió hasta el cuello y arrastró sus dientes contra su sensible piel. Ella se estremeció.
Cuando le puso la mano en el pecho y tomó su pezón entre el pulgar y el índice, dejó escapar un grito—: ¡Oh, Dios, sí! —Lo deseaba, lo necesitaba ahora. Tenía que tenerlo dentro de ella, sin importar nada.
Maya metió sus manos dentro de su bata para acariciar sus musculosos hombros. Su piel estaba caliente y suave, más suave de lo que había esperado. Pero ella no tuvo la oportunidad de concentrarse en eso y en su cuerpo, porque él prodigó sus pechos con una atención que no podía ignorar.
El sonido de la puerta abriéndose, le hizo voltear la mirada, pero no pudo alertar a Gabriel a tiempo.
Mientras Yvette entraba en la habitación, miró en shock, o disgusto, o ambos, Gabriel pasaba su lengua por sobre su pezón, dejando la tela transparente.
Sólo cuando Yvette dejó escapar un suspiro, giró su cabeza hacia su dirección. Al instante se irguió de su comprometida posición.
—¡Mierda! —Maldijo Gabriel.