Capítulo Cinco

Su grito ensordecedor, hizo que el hombre inclinado sobre ella, se sacudiera hacia atrás.

La cabeza del extraño de más de un metro noventa era calva, y su rostro sólo podía ser descrito como frío y malvado. Si eso no garantizaba que Maya supiera que era un mal tipo, entonces lo era el hecho de que él estaba rondando sobre su cama, en su apartamento.

Desesperada, ella se estiró hacia la derecha para tomar el bate de béisbol que mantenía junto a su cama y encontró… nada. Giró la cabeza hacia el intruso.

Y su corazón se detuvo.

¡Esa no era su habitación! ¡No estaba en su apartamento!

¡Había sido secuestrada!

Con la siguiente respiración, pudo articular palabra nuevamente y gritó tan fuerte como pudo—: ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!

Se apartó de la cama, poniéndola entre el tipo calvo y ella como una barrera—. ¡Aléjate de mí! ¡Déjame en paz, enfermo hijo de puta!

Sus ojos recorrieron la habitación. Estaba amueblada suntuosamente, lo que la sorprendió. ¿Acaso no mantenían a las víctimas de secuestro en oscuros y lúgubres sótanos, con sólo una cama y una silla? Esa habitación era todo lo contrario.

¡Perfecto! Había sido secuestrada por un hijo de puta enfermo y rico. Al menos alguien más sólo querría dinero, «lo cual ella no tenía», pero este hombre, ¿quién sabía lo que él quería?

Ella lo miró fijamente. No se había movido desde que inició su grito, claramente disfrutaba de su miedo. Maya se limpió las manos sudorosas en el pantalón y el alivio llegó cuando se dio cuenta que todavía llevaba su ropa. De hecho, ella estaba vestida como si acabara de llegar del hospital. Por las manchas de sangre en su ropa, pensó que la habían llamado a la sala de emergencia para una consulta. ¿Acaso ella nunca había llegado a casa?

Antes de que pudiera pensar nada más, la puerta de la habitación se abrió y tres personas irrumpieron. Bien, ahora estaba en inferioridad numérica.

—Zane, ¿qué mierda haces aquí? —dijo una voz extrañamente familiar. Su mirada se concentró en el hombre que había hablado. Ella casi se atragantó con el siguiente aliento.

Mientras él se acercaba al hombre que había llamado Zane, Maya pudo ver claramente la gran cicatriz en el lado derecho de su cara.

Él era el monstruo de su sueño. Era real. Y estaba allí.

Él atacó al calvo, llevándolo lejos de la cama.

—Déjame en paz, Gabriel. Sólo quería ver cómo se veía —Zane se defendió y se liberó de las manos del otro hombre—. No seas tan aguafiestas.

—¡Fuera! —gritó el hombre de la cicatriz. La autoridad de su voz era innegable.

Con otro encogimiento de hombros, el hombre calvo salió de la habitación según se le había ordenado. Recién entonces, el hombre que se llamaba Gabriel, se volvió hacia ella.

—Lo siento. Zane no debería haber estado aquí. No estábamos seguros de cuándo despertarías, —dijo su voz una octava más profunda, y aún así más suave que antes.

Voz suave o no, él dio unos pasos hacia ella… lo cual era algo que Maya no podía permitir. Recorrió la zona en busca de un arma—. Alto ahí, amigo —le advirtió y cogió el candelabro de hierro forjado de la mesita de noche, lista para lanzárselo si se acercaba más. Se sintió aliviada al ver que cedió. Esto le dio un momento para evaluar qué clase de peligro representaba.

Era casi tan alto como el calvo, pero no tan delgado. Sus hombros eran más amplios, su silueta más musculosa. Su pelo largo y oscuro, amarrada en una cola, le suavizaba un poco su cara cuadrada, pero la cicatriz que marcaba uno de los lados de su cara, alejaba toda esa suavidad. Sí, era peligroso, estaba segura. Ella miró sus fuertes brazos, sus manos grandes, y sabía que esas manos podrían estrangularla, si realmente quería hacerle daño. Ella no tendría ninguna posibilidad, igual que una bola de nieve en el infierno. Todo lo que tenía era su intrepidez. Y era experta en engaños.

—¿Dónde estoy y quién eres tú? Habla rápido… no soy muy paciente.

Maya miró más allá de Cara Cortada, a las otras dos personas que habían entrado detrás de él. Una mujer y un hombre. El hombre era igual de alto y parecía como si hiciera ejercicio. Lo que hacía que su figura fuera realmente impresionante e intimidante era el hecho que vestía de cuero negro. Era evidente que era un motociclista, posiblemente un miembro de una pandilla. La mujer era tan bella como podía ser. Pelo corto, negro, piel de porcelana, labios carnosos, una figura de muñeca Barbie… Parecía una modelo… cuerpo perfecto, y una cara perfecta, a pesar de que tenía un ceño fruncido cerca de su boca.

—Yo soy Gabriel. Mis colegas aquí —Gabriel hizo un gesto hacia el hombre y la mujer—, son Yvette y Thomas.

Mientras él volvía su rostro hacia un lado, Maya vio a su mitad sin marcas durante unos segundos y se dio cuenta que no había nada desagradable en él. Su lado izquierdo estaba perfectamente esculpido: pómulos salientes, un fuerte mentón cuadrado, una nariz larga y recta, y luego esos ojos… Rodeado de largas pestañas oscuras, que parecían ser tan oscuras como el chocolate, sin embargo, unos puntos de luz brillaban en ellos. Cuando ella bajó la mirada, se centró en sus labios. Rellenos y ligeramente separados, se veían sensuales. Antes de que pudiera apartar la mirada, él volvió la cabeza hacia ella.

Ahora que veía los dos lados juntos otra vez, el marcado y el perfecto, tenía que admitir que no se veía como el monstruo que había formado en su mente. Claramente, la gran cicatriz había destruido su hermoso rostro, pero le había dado algo más: un rostro con carácter.

Gabriel de repente se movió y parecía como si quisiera acercarse nuevamente. Pero ella levantó instantáneamente el candelabro sobre su cabeza.

Él levantó las manos en señal de derrota—. No iré más cerca. No quiero hacerte nada malo.

—¿Cómo llegué aquí? —preguntó Maya, haciendo caso omiso de su comentario.

—¿No recuerdas nada?

Hurgó en su memoria, pero no podía entender de lo que estaba hablando. Así que tomó al toro por las astas—. Ustedes me secuestraron, ¿no? ¿Qué es lo que tú quieres? ¿Dinero? —Ellos podrían recibir unos cuantos cientos de dólares que tenía en su cuenta de ahorros. Si querían más, tendrían que esperar el día del próximo pago el siguiente mes. El terminar de pagar su préstamo para estudiantes, había consumido todos sus ahorros.

La mujer, Yvette, sacudió la cabeza y se rio entre dientes—. Esto va a tomar un tiempo, Gabriel. ¿Por qué no te dejo a ti para que hables con ella?

—Yvette —contestó Gabriel—, no vas a salirte de esta. Samson te asignó a ayudarme, así que ayudarás.

La boca de Yvette se torció en una delgada línea. Al parecer, quien quiera que ese Samson fuera, tenía poder sobre ella. Maya se guardó ese dato… tal vez podría utilizar eso para obtener ventaja posteriormente. Cuanto más se enterara de sus secuestradores, mejor.

Maya miró hacia ambos, entre Gabriel e Yvette, tratando de entender lo que había querido decir con sus palabras. ¿En qué se suponía que le ayudaría? ¿Sujetándola? ¿Atándola? No, probablemente no… Ellos habían tenido esa oportunidad mientras ella estaba inconsciente. ¿Qué demonios estaban tratando de hacerle?

—Fuiste atacada —comenzó finalmente Gabriel.

—Me di cuenta de eso yo sola. Así que, ¿qué quieres? —Maya respondió. Sabía que estaba en inferioridad numérica, por lo que pensaba que sólo estando tranquila, podría salir de esa situación.

—No somos los que te atacaron —afirmó Gabriel.

Maya dio un pequeño resoplido. Como si fuera tan crédula. Tal vez tenía suerte y estos tres criminales eran demasiado tontos para tener un plan decente. Probablemente podría ser más astuta que ellos. De seguro la mujer, que se consiguió todo en el departamento de belleza, había sido estafada con células cerebrales. Y el motociclista: puede saber acerca de motos, ¿pero tenía alguna otra habilidad? Ella no estaba muy segura de cómo evaluar a Gabriel, que parecía estar a cargo, pero…

—Él está diciendo la verdad —continuó Thomas en lugar de Gabriel—. Dos de nuestros guardaespaldas te encontraron después que fuiste atacada. Te trajeron aquí para que nos hiciéramos cargo de ti.

Maya dio un paso atrás. ¿Guardaespaldas? ¿Estos tipos tenían guardaespaldas? Eso sólo podía significar que eran de la mafia, probablemente rusa. Tener que hacerse cargo de ella… sí, sonaba igual que la mafia. Esto lo cambiaba todo. No estaba tratando con unos pocos criminales de mala muerte que buscaban un poco de dinero. Ella estaba lidiando con la mafia, la Cosa Nostra, o como quiera que se llamen en estos días.

Las rodillas de Maya empezaron a temblarle. Si había visto algo que ellos no querían que ella viera, si había sido testigo de algo, era como si estuviera muerta. Tal vez uno de sus pacientes le había dicho algo a ella que implicaba a estos hombres en un delito, y pensaron que lo mejor era encargarse de ella. Leía los periódicos. Sabía lo que los tipos como estos eran capaces de hacer.

—No me acuerdo de haber sido atacada. ¿Qué han hecho, drogarme?

Gabriel negó con la cabeza—. No te drogamos. Pero si no recuerdas nada de eso, significa que el hombre que te atacó, podría haber borrado tu memoria.

—¿Borrado mi memoria? Por favor, no trates de hacerme tragar esa ridícula porquería. No soy estúpida. —Levantó la barbilla con una muestra de valentía que no poseía. Pero quería respuestas, sin importar si le gustaba lo que oía o no—. Sólo dime lo que quieres y vamos a terminar con esto. —Si ella podía odiar una cosa, era la incertidumbre. Una vez que supiera lo que estaba pasando, por lo menos podría formular un plan. Era buena para hacer planes.

Yvette se adelantó y se puso junto a Gabriel—. Fuiste atacada por un vampiro.

Por un segundo, el corazón de Maya se detuvo. Luego dejó escapar un suspiro. Esta era una gran broma. Tenía que serlo. Nadie en su sano juicio, ni siquiera a un delincuente, se le podría ocurrir una explicación tan inverosímil y esperar que le creyesen. Ella miró a su alrededor—. Bueno, ¿dónde está la cámara? Esto estará en YouTube, ¿no es cierto? ¿Quién te puso en esto? ¿Fue Paulette? —Su colega podría ser una total bromista. Tendría que hablar con ella por esta broma de mal gusto.

Por desgracia, nadie se reía. En cambio, Gabriel dio un paso hacia ella—. El vampiro que te atacó… comenzó el proceso de hacerte una de nosotros. Todos nosotros somos vampiros, pero estamos aquí para ayudarte.

Ninguna de sus palabras tenían sentido. Todos ellos, se deben haber escapado de la sala de psiquiatría. Lamentó no haber escuchado más a su instructor de psiquiatría, sobre la forma de tratar con locos. Desafortunadamente, su interés médico, la había llevado más hacia la forma en que funcionaba el cuerpo, en lugar de la mente.

—Los vampiros no existen, tontos. Han estado viendo demasiadas películas malas.

—Yo puedo demostrártelo —afirmó Gabriel.

—¿Ah, sí? ¿Qué, te vas a poner algunos colmillos falsos?

Él negó con la cabeza y dio otro paso más cerca, demasiado cerca para su gusto.

Maya lanzó el candelero y se sorprendió por la fuerza de su propio movimiento. Con un movimiento que era más rápido de lo que podía seguir el ojo, Gabriel lo agarró y lo colocó en la silla a su lado. Sorprendida, Maya lo miró. Bueno, él era rápido. No tenía por qué significar nada. Sólo significaba que no tenía la oportunidad de derrotarlo.

—Por favor, no hagas eso —le dijo con una tranquila voz—. Yo no soy el enemigo.

Maya dejó escapar una risa amarga.

—Tal vez deberías darle una demostración —sugirió Thomas.

—No. No quiero asustarla más de lo que ya está —respondió Gabriel.

—No, no, por favor, dame una demostración —se burló Maya—. Tengo que ver lo que ustedes los vampiros hacen.

Cuando ninguno de los tres llamados «vampiros», se movió ni hizo nada para demostrar que en realidad eran vampiros, ella sabía que había acabado con sus mentiras.

Ahora estaba convencida de que eso era todo un gran montaje. Sus colegas del hospital, probablemente se habían confabulado y contrataron a unos cuantos actores para hacerle una broma. ¿No le habían dicho hace sólo unas cuantas semanas que estaba trabajando muy duro y necesitaba relajarse?

—Ya me parecía. Ahora, díganme cómo puedo salir de aquí. ¿O es que esperan una propina?

—¿Propina? —Gabriel le dirigió una mirada inquisitiva.

—Por su actuación. Francamente, al principio pensé que ustedes eran de la mafia. Deberían haberse quedado con ese título. Guardaespaldas, haciéndose cargo de las cosas… esas eran buenas líneas. Hubiera sido más creíble. Pero vampiros. ¿En serio? Sinceramente, no es que tenga nada en contra de sus habilidades de actuación, pero ese es un papel difícil de lograr.

Los tres la miraron como si fuera una loca con permiso del psiquiátrico. Se sentían casi culpables por haberle echado a perder su diversión.

—En verdad, fueron buenos. Pero lo de vampiros fue demasiado exagerado. Lo siento. Oye, ¿qué hora es? Espero que no me hagan llegar tarde a mi próximo turno.

Maya miró a su alrededor tratando de encontrar sus zapatos.

—Es la negación —se oyó decir a Yvette.

—Es evidente —coincidió Thomas.

—No sé cómo explicarte esto, sin que tengas miedo, pero te juro, estoy tratando —dijo Gabriel.

El aliento de Maya se detuvo cuando vio un movimiento al lado de él.

Yvette había agarrado el candelero de la silla— ¡Atrápalo! —Más rápido de lo que el ojo pudiera procesar, Yvette lo arrojó hacia ella.

—¡No! —Gritó Gabriel, pero un momento después, Maya se encontró tomando el candelero sin ningún esfuerzo. Ella se quedó mirando el objeto en sus manos y no podía explicarse cómo lo había atrapado, cuando apenas lo había visto venir hacia ella.

Nunca había sido una jugadora de béisbol… su coordinación ojo-mano era muy mala para eso. ¿Y ahora ella había atrapado rápidamente un candelero que voló hacia ella a la velocidad de un coche? ¿Cómo había sucedido? ¿Y cómo la mujer lo había tirado en forma tan veloz, en primer lugar?

Gabriel se volvió hacia la mujer—. Podías haberle hecho daño —su voz era áspera y con regaño.

—Sus reflejos son mucho más agudos que los de un ser humano —Yvette simplemente se encogió de hombros, y luego miró a Maya—. Todos tus sentidos se han mejorado. Eres más fuerte. Sabía que ibas a atraparlo… es un reflejo.

—La próxima vez, háblalo conmigo antes. ¿Nos entendemos? —Susurró Gabriel a Yvette, mientras ella cruzaba los brazos sobre su pecho y hacía caso omiso de la reprimenda.

Maya negó con la cabeza—. Se trata de un truco —No tenía idea de cómo lo había hecho, pero no había manera de que pudiera haber atrapado el candelero por su cuenta. Algo estaba mal con ella. Podía sentirlo. Con esfuerzo, alejó las dudas que aumentaban. No se dejaría engañar por ellos.

Puso el candelero en la pequeña mesita antigua. La frágil pieza de madera, se astilló por la fuerza con la que había dejado caer el objeto. Sorprendida, ella lo miró. ¿Había calculado mal su propia fuerza?

—¿Lo crees ahora? —preguntó Gabriel.

—¡No! —Esto no probaba nada. Tal vez la mesita era un diseño barato, derrumbándose con el más mínimo impacto.

—Ahora, ve al baño. —Señaló hacia una puerta cerca de la chimenea—. Hay un espejo sobre el lavabo. Mírate en él y dime lo que ves.

Maya vaciló. Las dudas habían comenzado a generarse en su interior. No tenía nada que perder con mirarse en un espejo, ¿verdad? Sin perder de vista a Gabriel o a los otros dos, con cautela se acercó a la puerta del baño. La abrió y miró adentro. Un cuarto de baño de mármol blanco le daba la bienvenida. Era mucho más lujoso de lo que ella estaba acostumbrada.

—Voy a estarte esperando aquí —dijo Gabriel.

Maya entró en el cuarto de baño, pero mantenía un ojo en la puerta. Cuando se acercó al lavabo, se miró en el espejo que estaba encima. Se detuvo justo enfrente, pero no había reflejo de sí misma. Echo una mirada nuevamente, y luego se inclinó hacia delante para inspeccionar el espejo más de cerca. Nada.

—Otro de sus trucos, ya veo —comentó. Había oído hablar de accesorios de utilería como este en películas: espejos que no eran realmente espejos, para que la luz del cine no se reflejara de nuevo en la cámara.

—No es un truco. Los vampiros no tienen reflejo. Nuestras auras transmiten una frecuencia que el espejo no puede procesar. Por lo tanto, no refleja nada.

—Supongo que eso significa que no aparecen en las fotos tampoco —se burló ella.

—De hecho sí, pero si utilizan una cámara digital —fue su respuesta desde el dormitorio.

—Mentiras —respondió ella—. No sé a dónde van con todo esto, pero lo que están tratando de hacer, no funciona.

—Toma cualquier cosa en el cuarto de baño, una toalla, jabón, cualquier cosa que puedas encontrar, y ponlas frente al espejo.

Ella resopló. No tenía intención de seguir su sugerencia estúpida. ¿Qué probaría?

—Hazlo —ordenó Gabriel con una voz que no admitía negativa.

Bien, lo haría y entonces podría salir de ahí y le diría que probara sus trucos idiotas con otra persona. Ella ya había tenido suficiente de esto. Ya no era gracioso. De hecho, no había sido divertido desde el principio.

Con un gesto de impaciencia, Maya agarró el cepillo del mostrador de mármol blanco y lo sostuvo frente al espejo. Parecía sostenido por una mano invisible. Ella lo movía, y el objeto se movía en el espejo. El espejo funcionaba. Ahora que veía más de cerca, se dio cuenta que se reflejaba todo lo que estaba detrás de ella, la ducha, el baño, las toallas en el toallero. Todo… excepto a sí misma.

Con un fuerte ruido metálico, el cepillo aterrizó en el lavabo.

Maya abrió la boca, pero no salió ningún sonido. No gritó, no había palabras.

Sus pulmones luchaban por aire, mientras su cerebro procesaba la noticia. Levantó las manos y las miró fijamente. Eran visibles, ella podía verse, tocarse, pero el espejo no mostraba nada. Como si no existiera.

¿Qué era ella?

***

Con el sonido de su grito, Gabriel sabía que la verdad había llegado por fin, comenzando con sollozos sólo un momento después.

Se dio la vuelta para hacer frente a sus colegas—. Déjennos. Yo me encargo de esto.

Thomas parecía aliviado—. Estaré abajo si me necesitas.

Yvette sólo levantó una ceja. Pero en cuestión de segundos, los dos salieron de la habitación.

Ahora estaba solo con los sollozos de Maya y su propio dolor. Podía imaginarse muy bien lo que estaba pasando, pero eso era más que empatía. Nunca había sentido el dolor de otra persona con tanta intensidad. Sólo los espíritus afines entre sí, sentían el dolor de esa manera. ¿Entonces por qué su corazón sufría por ella cuando apenas la conocía?

Decidido a ayudarla, él entró en el cuarto de baño. Como un pequeño bulto, ella estaba agachada frente a la bañera, con los brazos alrededor de sus piernas, la cabeza hundida entre sus rodillas. Con dos zancadas, estaba a su lado y la levantó en sus brazos.

Ella no puso ninguna resistencia. Toda la lucha se le había agotado. La mujer, que tan valientemente los había enfrentado pensando que eran Dios sabe qué especie de criminales, se había derrumbado.

Gabriel la acunó contra su pecho y se la llevó al dormitorio, donde se sentó en el sillón frente a la chimenea. Él la mantuvo en su regazo y le acarició la mano sobre su espalda con movimientos largos y suaves.

—No estás sola. Nosotros nos encargaremos de ti —Él se haría cargo de ella. Quería esa responsabilidad para sí mismo. Se aseguraría que nunca más llorara de nuevo. Había tomado la decisión de mantenerla con vida, y por ende adquirido esa responsabilidad. Pero eso era más que una responsabilidad para él. Quería cuidar de ella.

Con cada respiración que daba, nuevos sollozos salían de su pecho. Sus lágrimas empaparon su camisa blanca, mientras se aferraba a él como una mujer ahogándose.

Gabriel no tenía experiencia con las lágrimas de las mujeres, pero no lo hizo alejarse de ella. Tenía todo el derecho a llorar. Toda su vida había sido arrancada de raíz. Nada sería lo mismo. Todas las elecciones habían sido apartadas de ella, y ni siquiera sabía la mitad todavía. No sólo tendría que beber sangre humana y permanecer fuera de la luz del día, sino también su vida como una mujer humana, había cambiado de manera irrevocable con la fatal mordedura. Lo menos que podía hacer era consolarla y darle todo lo que necesitara.

—¿Por qué? —Sollozó, tomando una gran bocanada de aire en sus pulmones.

Gabriel le acarició la mano sobre su sedoso y suave cabello, y le dio un ligero beso en la cabeza—. No sé, cariño. Pero te prometo, vamos a castigar a quien te hizo esto.

No estaba seguro de que ella le hubiera escuchado con el continuo llanto. Pero esperaba que su voz la calmara, así que continuó hablando con ella, susurrándole palabras sin sentido para ella, aunque sólo fuera para asegurarle que él estaba ahí, que le importaba a alguien. Palabra tras palabra salía de su boca, suaves palabras llenas de emoción. No entendía de dónde venían. Nunca había sido un hombre de muchas palabras, y nunca había tenido la ocasión de pronunciar cosas dulces a una mujer.

Sus manos recorrían libremente su espalda, su cabello, incluso las piernas, y ella no lo rechazó. Todo lo que hacía era calmarla, mostrarle ternura y cariño, porque sabía que ella lo necesitaba en ese momento, mientras todo su mundo se había roto en mil pedazos. Él no le permitiría llevar ese dolor en los hombros por sí misma. Llevaría la carga con ella, tanto como se lo permitiera.

—No descansaré hasta que se haga justicia —prometió Gabriel, y no sólo a ella, sino a sí mismo. Un vampiro rufián le había hecho daño, y tendría que pagar por ello. No debería permitirse hacerle daño a una mujer como Maya, una criatura tan perfecta, que él no debería atreverse a desearla.

Pero lo hacía.

Sosteniéndola en sus brazos, sintiendo su dulce trasero en su regazo y la cabeza hundida en su pecho, era la sensación más divina que jamás había experimentado. Se sentía pequeña contra su cuerpo, tan vulnerable, a pesar de que ahora como un vampiro, era físicamente más fuerte de lo que alguna vez ella hubiera sido como un ser humano. Sería muy poco lo que ahora podría lastimarla físicamente: su corazón era otro asunto.

—¿Qué voy a hacer? —De repente se lamentó.

Él frotó su espalda con suavidad, tratando de asegurarle que todo saldría bien—. Vamos a solucionarlo juntos. Yo estaré contigo hasta el final.

Gabriel quería que confiara en él. Él, el extraño que había mirado con horror cuando despertó. Su mirada no se le había escapado. Sus ojos se habían agrandado con el miedo y conmoción, cuando había visto su cicatriz. Había sido incapaz de apartar la vista, y él había visto esa mirada muchas veces antes. Pero el ser examinado por ella de esa manera había dolido muy adentro. ¿Había realmente esperado que ella lo mirara de otra manera? ¿Realmente había pensado que sería capaz de mirarlo más allá de la desfiguración física y ver su interior?

Gabriel sabía que era peligroso soñar. Si se permitía tener esa esperanza, correría el riesgo de una lesión más grave que lo que un cuchillo pudiera causar. Era mejor olvidarse de los sentimientos que esta mujer despertaba en él, el deseo que ella invocaba, la lujuria que desataba. Él le ayudaría a salir de esto… sin importar lo que fuera necesario. Si vería más que sólo un mentor en él, sería dudoso, y no debería importarle. Lo necesitaba, y él quería estar ahí para ella… de cualquier manera en que ella lo deseara.

Maya se movió en su regazo y al instante lo hizo tomar conciencia de la opresión en sus pantalones. Simplemente sostenerla en sus brazos, lo había puesto duro. Se maldijo por su respuesta inapropiada. La última cosa que esta mujer necesitaba ahora, era un vampiro caliente. Pero maldita sea, estaba excitado.

Él respiró hondo y trató de concentrarse en tratar de bajar su erección, pero con el aire aspiró su dulce aroma. Casi lo deshizo. Su esencia era pura y tentadora. Con un suspiro, enterró su mano en su cabello y se entregó a los deseos de su cuerpo. Sólo por un momento, se permitiría sentir antes de que él tuviera que enterrar sus deseos en los rincones más profundos de su corazón.

Si él le había hecho inclinar su cabeza hacia él, o si ella lo había hecho por sí misma, no lo sabía. Pero cuando su rostro estuvo frente a él y los grandes ojos empapados de lágrimas lo miraron, el tiempo se detuvo. Vio un destello de color rojo en ellos e instantáneamente supo, que su lado vampiro se había apoderado de ella. Entonces vio la pasión en su interior, el asombro en sus ojos. En el momento en que sus labios se entre abrieron, él estaba perdido.

Sin prisa, Gabriel rozó sus labios contra los suyos, esperando que ella se echara hacia atrás en el último minuto. En cambio, ella aceptó sus labios, incluso los mordió. No hizo nada para forzarla, sólo se mantuvo quieto para saborear la dulzura de su boca. Cuando sintió que su lengua se deslizó por su labio superior, inclinó su boca y se hizo cargo.

Sabía que no era de los que daban los mejores besos del mundo. De seguro no había tenido mucha experiencia… las prostitutas, en general, no besaban mucho, y la mayoría de las otras mujeres habían rehuido de él, rechazándolo por su rostro. Sin embargo, con este beso observó cuidadosamente para detectar señales de su cuerpo, esperando que le guiara para hacer lo que ella quisiera.

Los labios de Maya se abrieron más ampliamente, y él lo tomó como una invitación a explorarla con su lengua. Lentamente se deslizó en su boca, probándola y acariciándola. Le dio su aprobación con un suave suspiro, y lo hizo de nuevo, acarició la lengua contra la suya. Su sabor era mucho más dulce que su olor.

Quería más de ella, la atrajo más cerca y profundizó su beso. Cuando sintió sus manos por su cuello y en su pelo, sabía que ella quería más también. Nunca había tenido una mujer que respondiera a él con tanta pasión. Su corazón latía más rápido, y sentía el torrente de sangre bombear por sus venas.

Maya le dio un beso con tanto entusiasmo, que se preguntó si había interpretado correctamente su reacción inicial a él. ¿Lo había realmente mirado con horror en sus ojos? ¿Era el beso la manera de ella de lidiar con la noticia con la que se había enfrentado? E incluso si eso fuera cierto, ¿por qué no se permitía a sí mismo disfrutar de esos breves momentos de alegría? ¿Los disfrutaría más incluso aceptando que nunca más pasaría, que esto era todo lo que le daría?

Al darse cuenta de que esta podría ser la única vez que él la saborearía, se adentró más en su boca con el fervor de un bárbaro en una invasión. Si él esperaba que se alejara, se habría decepcionado, porque igualaba su ferocidad con la suya. Su lengua se batía en duelo con la de él, alternativamente acariciándolo, luego retirándose para que él viniera tras de ella. Por Dios, la mujer podía besar. Sólo entonces se dio cuenta realmente, de lo que se había perdido en toda su vida.

Ella era como fuego en sus brazos, chispeando, quemando, y consumiéndose. Nada se comparaba. Nunca había imaginado que se toparía con una mujer con tanta pasión en su interior. Una pasión que parecía más que dispuesta a compartir con él.

Él quería esto, lo quería más de lo que jamás hubiera querido otra cosa en su vida. Incluso más de lo que hubiera querido con Jane hace muchos años… y eso lo sorprendió. La apretó más hacia él, y si hubiera sido humana, fácilmente podría haberla aplastado con la fuerza con que la abrazó. Se dio cuenta demasiado tarde del cambio en ella. Gabriel se alejó justo cuando ella se empujó contra él para liberarse.

Luego probó su propia sangre en los labios.

Maya lo había mordido.