Capítulo Trece

El perro que ladraba tendido fuera de la casa de Samson, no había sido de Yvette, y la esperanza de Zane se esfumó rápidamente. Nadie sabía dónde podría haber ido la bestia que había estado siguiendo a Yvette. Por el momento, estaban en un callejón sin salida. Por suerte, había otros caminos para explorar.

Gracias al dispositivo de rastreo, la limusina que había llevado a Yvette y a Kimberly había sido encontrada en el alejado barrio de Richmond de San Francisco, una zona residencial de ensueño. Estaba claro que el coche había sido abandonado allí. Amaury estaba en este momento revisándola para encontrar algún rastro de Yvette y Kimberly que pudiera decirle lo que había sucedido y dónde podrían estar. Por suerte, no habían encontrado sangre de ninguna de ellas.

Zane miró al conductor de la limusina, mientras él lo presionaba contra el coche detrás de él. Todavía era de día, pero Zane le pidió a uno de los empleados humanos de Scanguards que lo llevara a la casa en las afueras de San Francisco, donde vivía el hombre. Él había estado escondido en su casa, fingiendo no estar ahí, pero el conductor humano había entrado en la casa, redujeron a los ocupantes, y lo encerró en un armario de suministro en el garaje antes de conducir la camioneta polarizada dentro, para que Zane pudiera salir de forma segura.

El amplio garaje parecía ser utilizado como un taller ilegal de mecánica; tenía todas las ventanas tapadas para que los vecinos no pudieran ver las actividades que se realizaban en el interior.

Zane miró al hombre que temblaba otra vez y repitió su pregunta—. ¿Por qué abandonaste el vehículo y a sus pasajeros?

Los ojos del hombre se lanzaron con nerviosismo por todas direcciones, el miedo y la desconfianza se traslucían en ellos—. No puede ser involucrar en esto. —Su discurso tenía un fuerte acento, haciendo alusión a raíces de Europa del Este.

—¿En qué?

—Policía. No involucrar.

Zane lo agarró por el cuello de su camisa e inhaló el sudor del hombre. Olía a miedo. Aborrecía el olor—. Yo no soy la policía. Soy peor.

—¿Inmigraciones? —susurró.

—¿Inmigraciones? —Zane frunció el ceño. ¿El hombre tenía miedo de inmigraciones y por eso había escapado sin notificar a nadie? Qué patético—. Oye, no me importa si tienes una visa o no, si eres ilegal o no. Maldición, ni siquiera me importa si pagas tus impuestos. Todo lo que quiero saber es qué pasó con mis amigas. ¿Entendiste?

El hombre tragó saliva y asintió con la cabeza, los ojos aún grandes y redondos como platillos—. ¿Tú no decir a inmigración?

Como respuesta, Zane le dio al hombre una sacudida breve y áspera—. Ahora habla.

—Un hombre, él atacó ellas cuando legaban limusina. Yo salir y querer ayudar, pero señorita Yvette, ella estaba peleando, como fuera algún ninja o algo. Yo imaginar que podía manejarlo. Y ella se vio como que lo hizo. Pero poco de humo extraño salió, tú sabes, puff. —Él puso sus manos delante de su cara e hizo un movimiento teatral expandiendo sus manos…— y ella sólo cayó.

Zane escuchaba atentamente. ¿Humo?— ¿Qué clase de humo? ¿Hubo un incendio?

—No fuego. Extraño. Humo, no hay fuego. Tal vez algo como clubes nocturnos para hacer humo. ¿Entiendes?

Maldita sea, sonaba como algo que simplemente no quería enfrentar. Humo sin fuego no era una buena cosa, y lo que el conductor describía sonaba cada vez más como el tipo de humo que salía de la cocina de una bruja—. ¿Conseguiste mirar bien al hombre que los atacó?

Él asintió con la cabeza—. Sí. Músculo grande, alto.

Eso no era suficiente para él. Pero Zane conocía una manera segura de reconocer al hombre que había visto—. Tú te vienes conmigo.

—No, dije lo que sé. —El hombre luchó contra su dominio, pero no fue más eficaz que la lucha patética de un ratón contra un gato.

Zane arrastró a su víctima hacia la camioneta polarizada, abrió la puerta, y empujó al hombre en el interior a pesar de sus protestas.

—Vamos a casa de Gabriel. Y que sea rápido —le ordenó a su chofer y cerró la puerta con fuerza, abrazando la oscuridad dentro de la furgoneta mientras bloqueaba los gemidos de miedo del chofer de la limusina.

Cómo odiaba Zane el miedo de la gente… los débiles, cobardes, gallinas, todos ellos. Como si supieran el verdadero miedo, el horror verdadero. Él lo había visto todo. Había vivido a través de ello y salió del otro lado: destrozado, desgarrado, pero aún con vida. Su corazón había muerto un centenar de muertes, pero su cuerpo era más fuerte que nunca. Zane no temía a nada ahora. Tal vez por eso despreciaba tanto el hedor. Y no le importaba si el chofer de la limusina le temía ahora y tenía miedo de lo que podría sucederle. No importaba, no cuando sabía que los recuerdos del hombre podrían ayudar a encontrar a Yvette.

Su familia era lo único que le importaba. Y si el chofer ilegal de la limusina podía proporcionarles la información que buscaban, tal vez Zane incluso limpiaría su memoria de los acontecimientos de su mente. Si sentía caridad, después de que todo estuviera dicho y hecho.

Para cuando llegaron a la casa de Gabriel y metieron la camioneta al garaje para que Zane pudiera salir con seguridad con su cautivo, su mente se había calmado un poco. Él sabía que Gabriel sería capaz de extraer lo que necesitaba del hombre. Zane envidiaba a su jefe por su don… Gabriel podía desbloquear los recuerdos… y para el caso, envidiaba a todos los colegas que poseían uno, mientras que él parecía estar totalmente sin ningún tipo de habilidades especiales, a menos que causar dolor pudiera llamarse un don. Incluso Zane dudaba de eso.

Sin demora, arrastró al hombre hacia arriba y lo llevó a la oficina de su jefe Gabriel, quien estaba dando vueltas. Gabriel de inmediato se dirigió a sus invitados.

—Zane, ¿quién es este?

—El conductor de la limusina. Ha visto el ataque de Yvette y Kimberly. —Zane no quería perder el tiempo transmitiendo lo que el conductor le había dicho—. Él sabe cómo se ve el atacante. Está en su memoria. —Miró a su jefe directo a los ojos.

Gabriel sostuvo la mirada durante un buen rato, y luego asintió—. Esto es una emergencia. Necesitamos saberlo.

Zane entendió al instante a Gabriel: él nunca usaba su don especial para entrometerse en los recuerdos de otras personas, a menos que fuera absolutamente necesario, creyendo que todo el mundo tenía derecho a la privacidad.

Gabriel miró al hombre y le hizo señas hacia la silla—. Siéntate. Mejor ponte cómodo.

—¿Qué haciendo a mí? —Era evidente el pánico en la voz del hombre y la forma en que trataba de apartarse de Gabriel cuando él se acercó. La horrible cicatriz de su jefe, podía ser un poco intimidante, en particular cuando palpitaba como lo hacía ahora. No es que el hombre tuviera la menor idea de que no tenía por qué temer al vampiro con una cicatriz, cuya fuerte ética le prohibía hacerle daño a otros.

—No te haré daño, te lo prometo. —Gabriel puso sus manos sobre los hombros del hombre y lo presionó en la silla—. No llevará mucho tiempo. —Luego cerró los ojos y se quedó en silencio.

Los ojos del conductor se precipitaron entre él y Zane, sus hombros encorvados, su respiración irregular. Zane podía sentir cómo el latido del conductor aumentaba, podía oler el terror en el olor agrio intenso de su sudor. A pesar de su intento por salir de la silla, no pudo hacerlo: las manos de Gabriel sobre sus hombros, todavía lo inmovilizaban sin esfuerzo.

En apariencia, nadie podía ver lo que Gabriel estaba haciendo, pero Zane sabía que el don de su jefe estaba trabajando. Él se deslizaría por la mente de la persona, llevándose a sí mismo a la misma longitud de onda, y luego viajaría hacia atrás en el banco de su memoria al lugar del evento que estaba buscando. Una vez allí, el evento se reproduciría frente a él, y sería como si lo viera a través de sus propios ojos exactamente igual que el conductor lo había visto.

Un par de minutos en silencio y Gabriel abrió los ojos y miró directamente a Zane—. Brujería. ¡Mierda!

Zane asintió con la cabeza. Había adivinado—. ¿Necesitamos a Francine?

Gabriel le dirigió una mirada prolongada, que rebelaba emociones bailando en su rostro—. Por desgracia, sí. Si por lo menos supiera lo que pedirá en esta ocasión por su ayuda. Me gustaría que la mujer simplemente tomara dinero en efectivo.

Zane se encogió de hombros. Los favores eran devueltos con favores. Debido a su longevidad, la mayoría de los vampiros tenían más dinero de lo que ellos supieran qué hacer con él. Al final el dinero significaba muy poco. Los favores eran una diferente moneda y su mundo prosperaba por ellos. Podría convertirse en problema a veces, pero también le hacía pensar dos veces acerca de cuándo pedir a alguien un favor.