Capítulo Tres

Yvette escuchó menear la cola del perrito golpeando contra el marco de la puerta de madera y abrió los ojos. El haber instalado una pequeña puertecita en la puerta para que el perro pudiera entrar y salir al jardín cuando quisiera, había sido una bendición, sin embargo, también era una maldición. Ahora este callejero, realmente pensaba que pertenecía aquí. Cómo podría deshacerse de él para siempre, ella no lo sabía. Incluso había empezado a ladrarle al cartero, como si el pobre empleado postal estuviera invadiendo su territorio.

—Hola, perro —le saludó mientras saltaba sobre la cama. Una cosa que con certeza no haría, era darle a la bestia un nombre. Una vez que tuviera un nombre, él nunca se iría.

—¿Aún no es la puesta de sol? —Era una pregunta académica, ni que el perro pudiese responderle, ni tampoco lo necesitaba en realidad. Su propio cuerpo ya le había dicho que el sol se había puesto sobre el Océano Pacífico y que era hora de prepararse para su misión.

Yvette se desperezó, y luego puso sus manos sobre su cabeza. Como cada noche, al despertar, el corte de pelo corto y puntiagudo que mostraba a todo el mundo, se había ido, y en su lugar estaban sus cabellos largos y oscuros. Durante su sueño reparador, el cabello volvía a crecer al mismo largo que cuando estaba el día en que se transformó. Al principio, ella había mantenido su larga cabellera, pero con los años, decidió que no le gustaba más ese aspecto. Parecía demasiado femenina y muy vulnerable.

Entró en su cuarto de baño y tomó las tijeras tendidas sobre el tocador. Incluso sin un espejo, había aprendido en los últimos años cómo cortar su pelo. Tomó un gran mechón en la mano izquierda, cortando con las tijeras con la derecha. En lugar de desechar el pelo en la basura, lo colocó en una bolsa de plástico que tenía enmarcado Hospital de St. Jude, Departamento de Cáncer. Dejaría que alguien más tuviera el cabello largo. A ella no le importaba.

Cuando levantó la cabeza sin el peso de su pelo, sintió como si el dolor de su pasado se levantara con él. Sentía lo mismo cada vez que se despertaba. El pelo largo le recordaba su vida como un ser humano, de su marido al que había amado cuando enterraba su cara en sus largos cabellos cuando hacían el amor. Robert. Su rostro no estaba tan claro dentro de su mente, como lo había estado en los primeros años después de que se habían separado. Casi cincuenta años habían pasado desde entonces. Mientras que el recuerdo de su rostro se había desvanecido en la distancia, el deseo de un hijo, no. O más bien lo que un niño representaba.

Yvette puso su mano sobre su estómago plano. Mientras fue humana, una vida había crecido allí, y no sólo una sino dos veces. Se sentía como una mujer entonces, una mujer que podía darle a su marido lo que él deseara por encima de todo. Durante los breves meses de su embarazo, ella se había sentido querida, no sólo por su marido, sino también por el niño en su interior.

Una locura. Yvette negó con la cabeza y se continuó cortando el pelo. Estaba devastada cuando había perdido el segundo bebé, y Robert no había estado ahí para consolarla. Él la había culpado. Durante un año, había vivido como si estuviera en trance, tomando cualquier droga que pudiera conseguir. El aletargamiento de las drogas, le habían impedido tomar su propia vida. Pero entonces, una noche, ella se había despertado en la casa de un desconocido, drogada hasta los huesos. Le había preguntado si quería vivir para siempre y disfrutar del sexo sin consecuencias. Claro, ella bromeó, todavía bajo los efectos de una potente droga.

Había luchado contra su mordida al principio, pero luego le había permitido que la muerte la tomara, esperando que la próxima vida fuera más amable. Sólo cuando se despertó otra vez se dio cuenta de lo que le había sucedido. El extraño la había convertido en un vampiro… un vampiro infértil, un hecho que había tenido que aceptar de la manera más difícil.

Como ser humano, podría haber tenido otra oportunidad de tener un hijo y de hacer a un hombre feliz, como un vampiro, no existía ninguna esperanza. Y los hombres eran hombres, sin importar de qué manera o forma venían. La cogían, y ella los cogía. Pero cuando todo estaba dicho y hecho, incluso su padre le había dado los papeles de emancipación. Demasiado pegajosa, la había llamado. Muy necesitada.

Ya no era así. Ahora era tan fuerte como cualquier hombre vampiro, y nadie volvería a verla de otra manera. La mujer frágil que tenía por dentro, estaba muerta para el mundo.

* * *

Tal como Gabriel le había dicho, la muchacha que Yvette tenía que proteger era joven. Lo que había olvidado mencionarle era que Kimberly también tenía era una gran belleza. Una punzada de celos golpeó a Yvette en el momento en que puso los ojos en ella. Esta muchacha lo tenía todo: una carrera próspera, belleza, y un cuerpo humano para tener hijos. La vida era cruel. Ahora deseaba que Gabriel hubiera dejado que Zane usara el control de la mente, para que la muchacha se olvidara de su aversión por él. Yvette realmente no necesitaba un recordatorio constante de lo que ella no podía tener. Ella preferiría proteger a algún ejecutivo rico, con sobrepeso y con un mal corte de pelo, olor corporal, y una panza cervecera.

Su consuelo era que la asignación duraría sólo una semana antes de que Kimberly regresara a Los Ángeles para trabajar en su próxima película.

—Esto es mucho mejor —dijo la muchacha—. Francamente, ese otro hombre, Zane, o como sea su nombre, era realmente muy extraño. No me gustaba en absoluto. La forma en que me miraba, te digo, él me ponía muy nerviosa. Y realmente no me pongo nerviosa. Normalmente. La única vez que realmente me puse nerviosa fue cuando tuve que hacer una audición para…

Yvette giró su cabeza para evitar la charla de Kimberly y miró hacia afuera por la ventana polarizada de la limusina. Grandioso. No sólo Kimberly tenía todo lo humanamente posible, sino que también hablaba constantemente. Sólo esperaba que la joven no contara con que escucharía su charla y le respondería. Juraba que haría que Gabriel le diera un gran cheque como bono por este servicio.

—… Así que le dije, cuando estaba en el orfanato teníamos ese juego…

Yvette le mostró una falsa sonrisa y asintió con la cabeza como si escuchara atentamente, mientras examinaba lo que ocurría en el exterior. La limusina estaba atrapada en el tráfico en la calle California y avanzaba lentamente en el trayecto hacia el Hotel Fairmont.

—… pensaron que tenía sólo diecinueve años, cuando en realidad tengo ya veintidós, pero no importaba, porque querían a alguien maduro para el papel…

Unas cataratas no podrían haber producido un flujo más constante de palabras. Yvette le dio otra mirada de reojo. Situada en el asiento de cuero, Kimberly llevaba un vestido de noche color rosa. Le quedaba bien. Su cabellera rubia como trigo, caía sobre sus hombros desnudos y parecía perfectamente natural. Sólo el leve olor a productos químicos que llegaban a las sensibles fosas nasales de Yvette, le daba a entender que su rubia cabellera no era el color del pelo natural de Kimberly.

Por primera vez en mucho tiempo, Yvette llevaba un vestido. Le molestaba, pero Kimberly había insistido, diciendo que si ella se presentaba con un traje de pantalón, sobresaldría como un hongo en un rosal, y todo el mundo pensaría que era de la CIA.

Así que Yvette había hurgado en su placard y había encontrado un pequeño vestido negro que serviría. Era un viejo vestido halter, con un escote y la espalda desnuda. Si alguien se fijaba detenidamente en el vestido, se daría cuenta que era antiguo. Bueno, no lo llamaban antiguo cuando lo había comprado en los años 60. Por qué se había aferrado a esa cosa inútil que no había usado en casi cincuenta años, no lo sabía.

Tendría que haberlo donado hace años a Goodwill. No se había puesto un vestido o una falda en las últimas décadas, los pantalones de cuero eran su atuendo favorito. Junto con los mismos tacones altos que adornaban sus pies ahora, ella siempre estaba lista para la acción en sus pantalones de cuero. En el vestido halter, aunque de tono negro… el único color con el que se sentía realmente cómoda… no se sentía bien. Como si estuviera fingiendo. Y tal vez lo estaba. Por el bien de su cliente, tenía que fingir que el vestido era un atuendo perfectamente normal en su guardarropa, cuando en su interior la hacía sentir vulnerable. Y a la vista.

—Señora —interrumpió el conductor su pensamiento—. Yo no creo que podamos ir más lejos. El tranvía parece que se ha averiado y está bloqueando el camino.

Instantáneamente en alerta, Yvette miró a través de los vidrios polarizados, explorando la calle hacia adelante para identificar cualquier peligro inmediato—. Espera aquí —ordenó a Kimberly y salió del coche. Ella miró hacia la calle y se dio cuenta de que el siguiente cruce estaba bloqueado por el tranvía que subía por Powell Street. Nada parecía estar fuera de lugar. Se había acostumbrado al hecho de que los tranvías viejos sufrían desperfectos de vez en cuando.

El hotel Fairmont estaba a tan sólo una cuadra. Mirando hacia ambos lados de la calle y evaluando los peatones que pasaban rápidamente, determinó que todo se veía como debía ser. Era poca la gente a pie. Yvette bajó la cabeza hacia el coche.

—Vamos a caminar desde aquí. Estará bien.

—¿Estás segura? —preguntó Kimberly, su voz sonó por primera vez entrecortada.

Yvette le ofreció la mano a la joven y la sacó del coche—. Estoy segura. Vamos. No querrás llegar tarde a tu propia fiesta. —Ella cerró la puerta y tocó en la ventana del pasajero, con la otra mano sobre el brazo de su protegida. El conductor bajó la ventanilla al instante—. Te llamaré cuando estemos listas para que nos recojas.

La colina era empinada, pero Yvette sabía que el hotel tenía una entrada lateral, estaba a mitad de la cuadra, y en cuestión de segundos llegaron hasta ella. Prefería las entradas laterales de todos modos… era una de las mejores maneras de escapar a la atención, y de seguro la entrada principal del hotel, estaría llena de cazadores de autógrafos y fotógrafos.

—Aquí. —Ella guio a Kimberly por la puerta lateral a lo largo de un estrecho pasillo hasta que se amplió en un hall de entrada opulenta, lo que mostraba que el hotel era de los finales del siglo XIX.

Los ojos de Yvette examinaban a su alrededor. Camareros y camareras pasaban por la zona, al igual que personas bien vestidas. Se dio cuenta de las miradas que Kimberly recibía y sabía que la gente la había reconocido. A los oídos de Yvette llegaban susurros mientras pasaban.

Cuando encontró la sala donde se llevaría a cabo la fiesta, se dio cuenta de la seguridad que había en la puerta y dejó escapar un suspiro de alivio… por lo menos el estudio de cine había proporcionado una seguridad adicional para revisar a los huéspedes que llegaban y revisar sus identificaciones.

Yvette mostró su identificación de Scanguards.

El guardia asintió y luego sonrió a Kimberly—. Señorita Fairfax, puedo simplemente decir cuánto me gustó la película. Es tan talentosa. ¿Cree que podría darme un autógrafo?

Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, al instante Yvette se puso en alerta mientras se cambiaba en posición de combate, lista para derribarlo. Cuando entonces él sacó una tarjeta postal con el rostro de Kimberly impresa en ella, Yvette se relajó ligeramente.

—Por supuesto, —dijo Kimberly y autografió la imagen antes de volverse hacia la puerta.

La sala estaba llena con varios centenares de personas. Por el aspecto de las cosas, no se había escatimado en gastos. La habitación estaba decorada con imágenes fijas de la película, fotografías gigantescas de Kimberly y su co-protagonista masculino, un muchacho de veintitantos años, sumamente atractivo, y fuentes de champagne por todas partes.

Camareros circulaban con hors d’oeuvres y bandejas con bebidas diferentes. Yvette declinó el ofrecimiento de una copa al mismo tiempo que Kimberly tomó una copa de champán de una de las bandejas.

—¿No quieres una?

—Te olvidas de que estoy trabajando. —Además, el champán no era su bebida preferida. Mientras que ella podía ingerir líquidos, si era necesario, a ella le gustaba algo mucho más oscuro y más rico a la vez.

—Sí, pero no hagas que se vea así. Mézclate. No quiero que la gente sepa que tengo un guardaespaldas. Se ve tan desesperado. La gente puede pensar que soy demasiado importante y poderosa, quiero ser vista como accesible. La gente debe amarme.

Yvette se abstuvo de voltear los ojos y se encogió de hombros—. Que piensen lo que quieran. Yo estoy aquí para protegerte.

—Estoy muy agradecida, de verdad lo estoy, pero necesito un poco de espacio.

Yvette se tragó el siguiente comentario—. Bien. —Ella podía observar desde lejos. Con su visión y oído superiores, podía sintonizar cualquier conversación en la habitación y buscar al que se acercara a Kimberly. Así que cuando la muchacha a su cargo se apartó de ella para saludar a uno de sus muchos amigos, Yvette no la siguió, sino que se puso de pie a un lado, desde donde podría ver lo que sucedía en el salón de baile.

La elegancia de las personas en la habitación era impresionante. Todo el mundo se había esmerado, casi como en los Oscars. Por primera vez, Yvette estaba agradecida por la insistencia de Kimberly en que usara un vestido. Comparando su atuendo con el de las otras mujeres en la habitación, se daba cuenta que encajaba, por lo menos nadie se daría cuenta de ella.

Lentamente, sus ojos examinaron la multitud, con la intención de descubrir a alguien que pudiera convertirse en un peligro para Kimberly, cuando algo a su costado captó su atención. Giró la cabeza. El hombre que acababa de entrar en la habitación y que ahora miraba a su alrededor como si buscara a alguien, no encajaba. A pesar de que llevaba un elegante traje, parecía como si se lo hubiese puesto en contra de su voluntad. Parecía más tosco que guapo, y su amplia silueta hablaba de su fuerza y poder. No era un actor, definitivamente no.

Su pelo oscuro era un poco más largo de lo que estaba de moda en ese entonces, la camisa con el cuello abierto, parecía que se había puesto una corbata antes. De hecho, el elemento en cuestión se le salía del bolsillo de su chaqueta. No era un ejecutivo de las películas tampoco… hubiera estado acostumbrado a usar corbatas.

Su rostro y cuello estaban bronceados, así como sus manos. Incluso la piel que estaba expuesta en la parte superior de su camisa de vestir, le indicaba que pasaba una gran cantidad de tiempo al aire libre. No era alguien de oficina y, ciertamente, no un contador. Yvette barrió la mirada sobre él una vez más, y luego se concentró en sus manos. Cicatrices. Muchas de ellas: cortes, contusiones y quemaduras. Un doble, posiblemente. No encajaba en el lugar, a pesar de que al mismo tiempo, parecía pertenecer.

La película de Kimberly era de acción… y ella era la proverbial doncella en apuros… y había habido más de una escena que necesitaba de un doble para sustituir al héroe. Yvette había bostezado durante todo el espectáculo en el teatro y se alegró cuando la película sin sentido había terminado. Este fácilmente podría ser el hombre que había doblado a la estrella masculina. A pesar de que parecía imposible ocultar su voluminoso y musculoso cuerpo, nadie creería que él era el joven héroe de la película. Era por lo menos diez años mayor… de unos treinta años… y mucho más maduro que el actor principal. Yvette pensó que los gráficos y la aerografía podían hacer mucho para hacer creer a la gente cualquier cosa. En todo caso, tendría que mirarlo más a fondo para asegurarse de que sus suposiciones estaban en lo correcto, simplemente por razones de seguridad de Kimberly, por supuesto, y no su propia curiosidad inexplicable sobre el hombre.

Cuando alzó la mirada para estudiar su rostro, sus penetrantes ojos azules la saludaron. ¿Cuánto tiempo había estado mirándola?