Informe de la guardia

Villano Lorenzo Scacchi ha sido ejecutado. Yo mismo arrastré su triste cadáver al patíbulo y presencié con satisfacción como el verdugo del Dux le despachaba para el lugar del que nunca debería haber salido. En todos los años que llevo como guardia de la República, jamás me había cruzado con un demonio como él. Su astucia es sólo comparable a su capacidad para la crueldad y la violencia. Ni siquiera Dios puede perdonar el daño que ha causado. La ciudad ha sufrido grandes pérdidas a sus manos: un editor tío suyo nada menos, y propietario de una casa de gran reputación, y en sus últimas horas sobre la faz de la tierra segó la vida de un hombre que sólo había pretendido enriquecer a la República con su talento y generosidad. Los buenos y los dóciles son siempre conducidos al seno de nuestro Señor por los viles y miserables. Yo no soy hombre de Dios, así que no pretendo saber por qué ocurren tales cosas, pero en la guardia de Dorsoduro debemos estar siempre vigilantes e intentar remediar las consecuencias de esos actos de criminalidad como esté en nuestras manos hacerlo.

Los hechos de la muerte de Leo Scacchi son ya bien conocidos. Aquellos que rodearon la muerte del caballero inglés, Oliver Delapole, parecen haber dado lugar a numerosas especulaciones en la ciudad, buena parte de ellas iniciadas según parece por el propio Scacchi, puesto que varios de los documentos hallados en su poder muestran que su letra se parece enormemente a la caligrafía con que se escribieron varias de las notas anónimas que recibimos. A continuación procederé a detallar lo que nosotros, como autoridad legal, sabemos con certeza, y al hacerlo pretendemos asegurar a aquellos que lean este informe que no hay nada de valor que hubiera podido obtenerse alargando las investigaciones. Un asesino ha sido ejecutado, pero las tristes consecuencias de sus actos le sobreviven, y no debemos malgastar tiempo ni fondos del erario público para añadir más cargos a la lista del ajusticiado.

De modo que para hacer justicia al finado Olivier Delapole (y para calmar al indignado cónsul inglés), declaro en el presente informe que no hemos encontrado prueba alguna, salvo las mentiras escritas por la mano del asesino, de que hubiera cometido ningún delito. Bien es cierto que tenía deudas, ¿pero qué caballero no confía de vez en cuando en los fondos que puede proporcionarle el banco? Por otro lado, sigue pendiente el contencioso de la autoría del misterioso concierto. Yo no soy músico, sino un humilde recolector de hechos, y en este caso voy a hacer sólo una pregunta: si Delapole no escribió el concierto, ¿quién lo hizo? Nadie más ha pretendido ponerle su nombre. Las habladurías acerca de que una supuesta maldición pesa sobre la obra las descarto de inmediato. Si el compositor viviera, en cuyo caso podría sin duda recrear la obra, ¿por qué iba a guardar silencio? Aunque no volviera a escribir una sola nota en su vida, tendría asegurados fama y fortuna por ese único esfuerzo. No. Delapole debía ser su compositor, y la maledicencia extendida por su asesino debió ser sólo una treta para arruinarle, aunque la tragedia mayor en este sentido sea que Scacchi destruyera hasta el último trozo de papel relacionado con el concierto después de haber acabado brutalmente con la vida de su creador.

El testimonio del hombre de Roma lo he descartado por completo porque creo que se trataba de un lunático. He entrevistado a aquellos que hablaron con él nada más llegar a Venecia y a los que refirió mil acusaciones relacionadas con el pasado de Delapole. Estaba perturbado, sin duda. De que conocía a Scacchi no me cabe ninguna duda. Tengo pruebas de que estuvo con él en Roma, y quizás fue capaz de envolverle de tal modo con sus mentiras que el buen hombre lo siguió hasta aquí con el fin de desprestigiar a Delapole. Su llegada puso en peligro el plan de Scacchi y el resultado ya sabemos todos cuál fue. Dispongo de un buen número de testigos que le vieron sobre el cuerpo de Marchese con la daga que puso fin a su vida aún goteando sangre. ¿Qué más puedo necesitar?

Pues alguna razón para todo esto se podría pedir, y justamente además. Los abismos oscuros de los delitos de Scacchi están bien documentados, pero seguimos sin tener una explicación para ellos. La respuesta debe ser una mujer, y la hubo. Cuando acudí a casa de Delapole para hablar con él de las acusaciones de Marchese y descubrimos su cuerpo mutilado, fui a entrevistar a las personas que trabajaban para él. Una joven hermosa había vivido en su casa durante varios días, y al parecer era también conocida de Scacchi. Por el momento está desaparecida. Puede que su cuerpo descanse en el fondo de la laguna, enviado allí por su celoso enamorado. No hay modo de saberlo y me temo que poco importa. Lo fundamental es que el criminal ha encarado ya su tan merecido destino. Todo lo demás son habladurías que a mí, como guardián de la República, no me interesan. La bestia ha muerto y esta vez no rezaré por el alma del ajusticiado. Vi lo que era capaz de hacer. Es difícil de creer que el montón de carne y despojos que encontré en el suelo de aquella mansión había sido una vez un hombre que hablaba y caminaba… y que escribía una música maravillosa.

Informaré a continuación brevemente sobre el modo en que fue apresado Scacchi. Como ya he reseñado, me enviaron a hablar con el inglés sobre varios asuntos y al llegar a su residencia me encontré con la tragedia que ya he descrito. Cerca de la casa, en un callejón cercano al río, mis hombres encontraron a un caballero que al parecer había detenido al villano cuando pretendía escapar. Durante el forcejeo, el joven Scacchi, a quien el hombre reconoció tras haberlo visto en varias ocasiones por la zona, resultó herido en el pecho y la cara, esta última herida tan profunda que no le permitía decir una sola palabra coherente. De todos modos, no era necesario. Habíamos visto ya con nuestros propios ojos el alcance de sus actos criminales y le habríamos detenido de todos modos, aun careciendo de la orden de búsqueda por el asesinato de su tío.

Así mismo tampoco hubo necesidad de malgastar dinero público celebrando un juicio. El siempre dedicado magistrado Cortelazzo abandonó una fiesta para atender el caso mientras Scacchi lo presenciaba todo, más muerto que vivo, con su captor al lado. Un hombre sorprendente, por cierto, y si no se hubiera marchado apresuradamente, habría recomendado que se le entregara una gratificación. Al parecer se trataba de un médico que hacía su ronda y que se encontró fortuitamente con Scacchi, quien aterrado y cubierto de sangre le pidió dinero. Fue entonces cuando le reconoció y decidió avisar a la justicia. Por una vez, el villano se encontró con la horma de su zapato. Afortunadamente su condición de médico le permitió atenderle después y de no ser por él dudo que Scacchi hubiera sobrevivido para el patíbulo. Pero como la mayoría de venecianos, cuando se encuentra en un momento de crisis, responde sin esperar nada a cambio. Después de presenciar la ejecución de Scacchi, me volví y ya no estaba. Tengo su nombre, eso sí (Guillaume, se llamaba), y una dirección en Cannaregio. Algún día, cuando todo recupere la calma, iré a visitarle y le agradeceré su intervención. Venecia está hecha de buenos cristianos como él.

Para concluir este informe diré que el mundo se ha librado de otro ser abyecto, aunque también ha sufrido la pérdida de dos hombres buenos y de gran talento. La vieja serpiente nos visitó y nos encontró preparados. No hay razón para el regocijo, pero sí podemos permitirnos creo yo cierta satisfacción. Aun así he de manifestar mi crítica en un solo punto: habríamos aprehendido a Scacchi mucho más rápidamente de haber estado mejor informados. La descripción que se hacía de él en los pasquines repartidos por la ciudad (que no sé de dónde salieron), hablaban de un muchacho de estatura media y complexión normal. A lo mejor fue él mismo quien los escribió porque en la vida real, aun descontando las heridas y la sangre, resultaba evidente que Lorenzo Scacchi era el individuo más feo que he tenido el privilegio de enviar a los infiernos. Aun sin el corte que le seccionaba la cara, su rostro era infame. Y por añadidura en la espalda sobresalía la curva inconfundible de una joroba. De no habernos confirmado el joven Guillaume su identidad, me temo que habría escapado.

Quizás el buen Dios nos sonrió en aquel momento, y a través de la persona del doctor, nos envió la luz que dejó al descubierto el disfraz de la bestia. Sea como fuere, en el futuro espero disponer de hechos que ahorren a nuestro Señor las molestias.