Esta ciudad adora los misterios y este le ha llegado al corazón. Muchas son las teorías que circulan, aunque ningún veneciano fuera de los congregados en La Pietà ha oído una sola nota de la composición.
Hay quien dice que la misteriosa figura es el mismísimo Vivaldi, que intenta relanzar su carrera con un pequeño numerito de magia y un nombre nuevo firmando el documento. Hay quien opina que se trata de un trabajo del alemán Hendel, del que no se ha sabido apenas nada desde que su Agripina obtuvo un gran éxito en la ciudad, hace más de veinte años. Ahora vive en Londres. Se dice que ha colado su nuevo trabajo en la ciudad como barómetro para saber cómo se le acogería si decidiera volver, ya que el gusto de los ingleses por la ópera estilo italiano ha entrado en decadencia. Según he sabido, está de moda allí una especie de sátira que ridiculiza esta forma de componer y que se conoce como The Beggar’s Opera, u ópera cómica. El alemán no cree que las lecciones que aprendió bajo la tutela de Corelli y Scarlatti vayan a valerle para seguir pagando su renta en Inglaterra.
La tercera teoría es la más absurda. Hay quien dice que el compositor es un gondolero local que aprendió música cantando a sus clientes mientras empujaba su embarcación por el Gran Canal (si eres capaz de encontrar un gondolero que sepa cuál es la diferencia entre una corchea y una fusa, yo dejaré un montón de ducados de plata ante la puerta de la Basílica después del desayuno con la esperanza de verlos a la hora de la cena). Aún hay más. Según algunos, se trata un opus perdido de Corelli que se encontró en su féretro al exhumar el cadáver durante los trabajos realizados en el Panteón de Roma. El encargado de una de las capillas de Santa Croce dice que la escribió él mismo en el órgano de la iglesia cuando las últimas beatas se retiraron a sus casas. Un hombre me dijo haber oído de labios de otro cuyas fuentes no se pueden revelar pero que son de toda confianza, que un relojero solitario y medio ciego que tiene un puesto en el Rialto ha compuesto la obra nota a nota, penosamente, a lo largo de los años, sabiendo que padecía una enfermedad terminal y, por si fuera poco, una sordera casi total. El pobre diablo sólo desea escuchar su creación en La Pietà interpretada por la orquesta de Vivaldi antes de morir satisfecho de haber legado al mundo una obra maestra que sobrevivirá para siempre.
He dejado para la última la más ridícula de todas. Se dice que un hombre noble de la ciudad, puede que incluso se refieran al propio Delapole, había mantenido ocultas hasta la fecha sus cualidades como compositor para hacer luego una aparición memorable, tras la cual caerá sobre la ciudad una lluvia de riqueza musical y económica que restaurará la gloria de la República, curará la parálisis y conseguirá que el Gran Canal huela mejor que el seno de una cortesana persa.
En una ocasión, mientras Gobbo y sus amigos jugaban a los naipes en la taberna, estuve a punto de sugerir una teoría todavía más descabellada: que el autor era una mujer. Pero de haberlo hecho, me habrían tomado por loco. Las manos de una mujer deben trabajar sólo en los menesteres que les hemos encomendado. Siempre ha sido así, y siempre lo será.
Así que yo me limito a sonreír y a hacerme el ignorante. Sólo Rebecca y yo sabemos la verdad. Ni siquiera se lo ha contado a Jacopo por temor a inquietarle todavía más de lo que ya lo está, así que guardamos silencio mientras la industria creada alrededor de su trabajo crece. Las páginas van saliendo de las prensas de Scacchi, algunas incluso compuestas por mis torpes manos. En el frontispicio, donde Leo intentó poner su nombre, no hay nada. Sólo un espacio en blanco con el nombre copiado del manuscrito: Concierto Anónimo. Y el año de su creación.
Cuando me siento y veo esa laguna vacía y blanca, mi imaginación la llena con su cara. Veo nuestras ropas hechas un montón en el suelo de la sinagoga. Veo los densos arbustos que cubren la tierra llana y olvidada de la parte norte de la ciudad, más allá del gueto, donde nadie puede ver a un par de amantes apasionados pasar la tarde. Y veo su habitación, en la que nos colamos cuando Jacopo está fuera, desnudos bajos las sábanas que se enredan en nuestros cuerpos como los camisones de dormir se enroscan en el cuerpecito de los niños que dan vueltas y más vueltas durante sus ensoñaciones nocturnas.
Esos son los verdaderos misterios de Rebecca. El destello oscuro de sus ojos, la curva de sus caderas, el peso dulce y generoso de sus senos cuando me pide que les rinda homenaje. Esos son los secretos que viven más allá de las palabras o las notas que ella misma crea del regalo de Delapole. Me parece que hubiera transcurrido toda una vida desde aquella primera noche, y sigo preguntándome por qué habrá decidido revelárselos a alguien como yo.