31

Stevie Rae

Cuando el sol se puso, Stevie Rae abrió los ojos. Durante un segundo se sintió muy confusa. Estaba oscuro, pero no había sido eso lo que la había desorientado… eso estaba genial. Sentía a la tierra a su alrededor, acunándola y protegiéndola… eso también era genial. Hubo un mínimo movimiento a su lado y giró la cabeza. Su aguda visión nocturna podía diferenciar las siluetas en medio de las tinieblas y una enorme ala tomó forma, seguida por un cuerpo.

Rephaim.

Todo volvió a su memoria entonces: los iniciados rojos, Dallas y Rephaim. Siempre Rephaim.

—¿Te has quedado aquí abajo conmigo?

Él abrió los ojos y sintió que los suyos propios se agrandaban de la sorpresa. El color escarlata abrasador se había transformado en un tranquilo color rojizo que tiraba más ámbar que a rojo.

—Sí. Eres vulnerable cuando el sol está en el cielo.

Stevie Rae pensó que sonaba tenso, casi como si le estuviese pidiendo perdón, así que le sonrió.

—Gracias, aunque es un poco rollo acosador por tu parte observarme mientras duermo.

—¡No te he estado observando mientras dormías!

Lo dijo tan rápido que era obvio que estaba mintiendo. Stevie Rae abrió la boca para decirle que no pasaba nada, que no hacía falta que se asegurase de que estaba a salvo todo el tiempo, pero que era genial que lo hiciera, especialmente después del día que había tenido… Y su teléfono escogió justo ese momento para sonar con la melodía que anunciaba un mensaje de voz.

—Ha estado haciendo ruido. Mucho ruido —le dijo Rephaim.

—Mierda. No puedo oír nada mientras duermo profundamente.

Suspiró y cogió de mala gana el iPhone de donde lo había dejado, a su lado.

—Supongo que es mejor que me enfrente a esta maldita música.

Stevie Rae abrió la pantalla y vio que la batería estaba casi agotada. Suspiró de nuevo. Pulsó en las llamadas perdidas.

—Ah, mierda. Seis llamadas pérdidas. Una de Lenobia y cinco de Aphrodite.

Con el corazón latiéndole con fuerza, pulsó la de Lenobia primero. Puso el altavoz y miró a Rephaim.

—Puedes oír lo que está pasando. Seguramente estén hablando de ti.

Pero la voz de Lenobia no sonaba a «¡Demonios! ¡Estás con un cuervo del escarnio y voy a tener que ir para allá y tomar medidas!». Parecía totalmente normal.

Stevie Rae, llámame cuando despiertes. Kramisha ha dicho que no estaba segura de dónde estabas pero que estabas a salvo aunque Dallas había huido. Iré a buscarte inmediatamente. Dudó y bajó la voz antes de continuar. También me ha contado lo que ha pasado con los otros iniciados rojos. Le he enviado plegarias a Nyx por sus espíritus. Bendita seas, Stevie Rae.

Ella le sonrió a Rephaim.

—Ah, eso ha sido amable por su parte.

—Dallas aún no ha ido a visitarla.

—No —dijo ella, borrando la sonrisa de su cara—. Eso está claro.

Volvió a mirar al teléfono.

—Cinco llamadas perdidas de Aphrodite, pero solo ha dejado un mensaje. Ojalá no sean malas noticias…

Pulsó el botón de «play».

La voz de Aphrodite sonaba metálica y distante, pero no por ello dejaba de ser pedante.

¡Oh, demonios, contesta tu puto teléfono! ¿O estás en tu ataúd? ¡Diosa! Las zonas horarias son un rollo. Bueno, informe: Z sigue siendo un vegetal y Stark sigue traspuesto. No dejan de despedazarlo poco a poco. Esas son las buenas noticias. Las malas son que en mi nueva visión salís tú, un chico indio buenorro y el más malo de todos los cuervos del escarnio: Rephaim. Tenemos que hablar porque tengo el presentimiento de que eso no es nada bueno. Así que espabílate de una maldita vez y llámame. Si estoy dormida, me despertaré y todo para responderte.

—Vaya sorpresa que cuelgue sin decir adiós —dijo Stevie Rae.

Como no quería quedarse en la misma habitación donde flotaban las palabras «el más malo de todos los cuervos del escarnio: Rephaim», se guardó el teléfono en el bolsillo y empezó a subir las escaleras del sótano. No tuvo que mirar hacia atrás para saber que él la estaba siguiendo. Ya sabía que iría tras ella.

La noche era fresca, pero no fría, estaba justo en el límite entre la congelación y la fase de deshielo. Stevie Rae lo sentía por la pobre gente que habitaba las casas que rodeaban Gilcrease y se alegró al ver que algunas luces habían vuelto. Pero al mismo tiempo eso le dio la inquietante sensación de que la estaban observando y vacilo antes de salir al porche de entrada de la mansión.

—No hay nadie por aquí. Primero se ocuparán de reponer la electricidad en las casas. Este será uno de los últimos lugares a los que vengan, sobre todo de noche.

Aliviada, Stevie Rae asintió y se alejó del porche, caminando sin rumbo hacia la fuente que había en medio del jardín, silenciosa y fría.

—Tú gente descubrirá lo mío —dijo Rephaim.

—Algunos ya lo han hecho.

Stevie Rae alargó la mano hacia abajo y tocó el borde superior de la fuente, rompiendo un carámbano que colgaba allí y dejándolo caer en el agua de la alberca de abajo.

—¿Qué vas a hacer?

Rephaim estaba de pie, a su lado. Los dos miraron hacia abajo, a la oscura agua de la fuente, como si allí se reflejara la respuesta.

—Creo que la pregunta debería ser mejor «¿qué vas a hacer tú?» —dijo ella finalmente.

—¿Qué quieres que haga?

—Rephaim, no puedes responder a mis preguntas con más preguntas.

Él emitió un sonido desdeñoso.

—Tú lo hiciste con la mía.

—Rephaim, para. Dime lo que quieres hacer con… bueno… lo nuestro.

Ella le miró a esos ojos tan diferentes, deseando que sus rasgos fuesen más fáciles de interpretar. Tardó tanto en contestar que pensó que no lo iba a hacer y la frustración la reconcomió por dentro. Ella tenía que volver a la Casa de la Noche. Tenía que controlar los daños antes de que Dallas lo complicara todo.

—Lo que haré será quedarme contigo.

No entendió aquellas palabras, simples, honestas y dichas rápidamente. Al principio lo miró, interrogante, incapaz de comprender mínimamente lo que había dicho. Y cuando por fin oyó lo que había dicho y captó su significado, sintió una oleada inesperada y no deseada de alegría.

—No creo que eso sea bueno —dijo—, pero yo también quiero que te quedes conmigo.

—Van a intentar matarme. Eso debes saberlo.

—¡No les dejaré! —dijo Stevie Rae tomándolo de la mano.

Despacio, muy despacio, sus dedos se entrelazaron con los de ella y él dio un pequeño tirón, acercándola a su lado.

—No les dejaré —repitió ella.

Stevie Rae no lo miró. En lugar de eso, apretó su mano y disfrutó de ese pequeño rato juntos. Trató de no pensar demasiado. Trató de no cuestionárselo todo. Miró fijamente el agua quieta y negra de la fuente y la nube que cubría la luna se elevó, mostrando su reflejo. Soy una chica que de alguna manera se ha visto vinculada a la humanidad de un chico que es una bestia.

—Estoy conectada contigo, Rephaim —dijo en voz alta.

—Y yo contigo, Stevie Rae —respondió él sin dudarlo.

Mientras él hablaba, el agua se onduló, como si la propia Nyx hubiese soplado sobre su superficie, y su reflejo cambió. La imagen que quedó en el agua era la de Stevie Rae sosteniendo la mano de un joven nativo americano alto y musculoso. Tenía el pelo grueso y largo y tan negro como las plumas de cuervo que se entrelazaban en toda su extensión. Tenía el pecho desnudo y era más atractivo que un vaso de agua en el desierto de Oklahoma.

Stevie Rae se quedó muy quieta, con miedo de que si se movía, el reflejo cambiase. Pero no pudo evitar sonreír.

—Uau, eres muy guapo —dijo en voz baja.

El chico del reflejo parpadeó un montón de veces, como si no estuviese seguro de si estaba viendo con claridad.

—Sí, pero no tengo alas —le contestó entonces, con la voz de Rephaim.

El corazón de Stevie Rae se agitó y su estómago se tensó. Quería decirle algo profundo y muy inteligente o, al menos, un poco romántico. Pero en lugar de eso…

—Sí, es verdad, pero eres alto y tienes entre el pelo esas plumas tan guays.

En el reflejo, el chico levantó la mano que no sostenía la suya y se tocó el pelo.

—No son gran cosa si las comparas con unas alas —dijo, pero sonrió a Stevie Rae.

—Bueno, sí, pero seguro que son más fáciles de meter en una camisa.

Rephaim se rio y, con una clara sensación de asombro, dejó que su mano acariciase su propia cara.

—Suave —dijo Rephaim—. La cara humana es tan suave…

—Sí, lo es —dijo Stevie Rae, totalmente hipnotizada por lo que estaba pasando en el reflejo.

Tan despacio como había entrelazado sus dedos, sin apartar la vista de la superficie acuática, Rephaim movió la mano hacia el rostro de Stevie Rae. Le tocó la piel ligeramente, suavemente. Le acarició la mejilla y dejó que sus dedos le tocasen los labios. Ella sonrió y después no pudo evitar soltar una extraña risita.

—¡Es que eres tan guapo!

El reflejo de Rephaim también sonrió.

—Tú sí que eres guapa —le dijo en voz tan baja que casi no lo oyó.

—¿Eso crees? ¿De verdad? —le preguntó Stevie Rae con el corazón latiéndole con fuerza.

—Sí. Pero no te lo había podido decir antes. No podía dejar que supieras lo que sentía por ti.

—Ahora lo estás haciendo —dijo ella.

—Lo sé. Por primera vez siento…

Las palabras de Rephaim se detuvieron a media frase. El reflejo del chico ondeó y luego desapareció. En su lugar, la Oscuridad se elevó desde el agua quieta, creando la forma de las alas de un cuervo y el cuerpo de un poderoso inmortal.

—¡Padre!

Rephaim no tuvo que decir su nombre. Stevie Rae supo lo que se había interpuesto entre ellos en cuanto sucedió. Apartó la mano de la suya y él solo se resistió un momento antes de soltarla. Después se volvió hacia ella, extendiendo un ala oscura para ocultar su reflejo de la fuente.

—Ha regresado a su cuerpo. Puedo sentirlo.

Stevie Rae no se atrevió a hablar. Solo pudo asentir.

—Pero él no está aquí. Está lejos de mí. Debe de estar en Italia.

Rephaim hablaba apresuradamente. Stevie Rae se alejó un paso de él, todavía incapaz de decir nada.

—Está diferente. Algo ha cambiado.

Después fue como si entendiese lo que aquello significaba y miró a Stevie Rae a los ojos.

—¿Stevie Rae? ¿Qué vamos a…?

Stevie Rae soltó un grito ahogado, interrumpiendo sus palabras. La tierra dio vueltas a su alrededor, inundando sus sentidos con una alegre danza de bienvenida. El paisaje frío de Tulsa tembló, se elevó y, de repente, se vio rodeada de árboles impresionantes, todos verdes y de hojas brillantes y de una cama de musgo grueso y suave. Después la imagen se hizo más clara y vio a Zoey allí, en los brazos de Stark, riéndose, entera de nuevo.

—¡Zoey! —gritó Stevie Rae.

La imagen desapareció, dejando solo la alegría que le había transmitido y la certidumbre de que su mejor amiga volvía a estar entera y, sin duda, viva. Sonriendo, fue junto a Rephaim y lo abrazó.

—¡Zoey está viva!

Él la apretó entre sus brazos, pero solo un momento. Después los dos recordaron la situación y, al mismo tiempo, se separaron.

—Mi padre regresa.

—Y también Zoey.

—Y para nosotros eso significa que no podemos estar juntos —dijo él.

Stevie Rae se sintió enferma y triste. Sacudió la cabeza.

—No, Rephaim. Solo significa eso si tú dejas que sea así.

—¡Mírame! —gritó—. ¡No soy el chico del reflejo! Soy una bestia. No pertenezco al mismo mundo que tú.

—¡Eso no es lo que dice tu corazón! —le replicó a gritos ella.

Los hombros de Rephaim se desplomaron a ambos lados y apartó la mirada de ella.

—Pero Stevie Rae, mi corazón nunca ha importado.

Ella se acercó a él. Automáticamente, él la encaró. Se miraron y, con terrible desesperación, Stevie Rae vio que el color escarlata volvía a brillar en sus ojos.

—Bueno, cuando decidas que tu corazón te importa tanto a ti como a mí, ven a buscarme. Seguro que no tienes problemas. Solo sigue tu corazón.

Sin dudarlo, le pasó los brazos alrededor y lo abrazó con fuerza. Stevie Rae ignoró el hecho de que él no le devolvía el abrazo.

—Te voy a echar de menos —le susurró antes de dejarlo.

Mientras comenzaba a caminar por la calle Gilcrease, el viento nocturno le llevó los susurros de Rephaim.

Yo también te voy a echar de menos…

Zoey

—Es realmente hermoso —apunté, levantando la vista hacia el árbol y las tropecientas cintas de tela que tenía atadas—. ¿Cómo has dicho que se llama?

—Árbol votivo —dijo Stark.

—No me resulta un nombre demasiado romántico para algo tan guay —afirmé yo.

—Sí, eso fue lo que pensé yo al principio también, pero supongo que ya me he acostumbrado.

—¡Oh! Mira esa. Es tan brillante…

Señalé una cinta estrecha y dorada que acababa de aparecer. Al contrario que el resto de las tiras de tela, esta no se hallaba atada a otra. En lugar de eso, flotaba libremente, bajando con un suave balanceo hasta quedarse suspendida justo por encima de nosotros.

Stark alargó la mano y la cogió. Me acercó la cinta para que pudiese comprobar lo suave que era.

—Es lo que seguí para encontrarte.

—¿En serio? Es como un hilo de oro.

—Sí, a mí también me recordó al oro.

—¿Y tú lo seguiste hasta encontrarme?

—Sí.

—Vale, bueno. Veamos si funciona de nuevo —dije yo.

—Tú dime lo que tengo que hacer. Estoy a tus órdenes.

Con los ojos brillantes de humor, Stark se inclinó hacia mí.

—Para de bromear. Esto es serio.

—Oh, Z, ¿no lo ves? No es que crea que esto no es serio. Es que confío totalmente en ti. Sé que conseguirás llevarme de vuelta contigo. Creo en ti, mo bann ri.

—Has aprendido unas cuantas palabras raras mientras he estado fuera.

Él me sonrió.

—Espera. Aún no has escuchado nada.

—¿Sabes una cosa? Estoy cansada de esperar —dije atándole un extremo de la cinta dorada en la muñeca mientras mantenía el otro agarrado con fuerza—. Cierra los ojos.

Sin cuestionarme, hizo lo que le pedí. Me puse de puntillas y lo besé.

—Hasta pronto, guardián.

Después les di la espalda al árbol votivo, a la arboleda y a toda la magia y misterios del reino de Nyx. Miré a la negrura enorme que parecía extenderse infinitamente. Abrí los brazos.

—Espíritu, ven a mí.

El último de los cinco elementos, al que siempre me había sentido más unida, me llenó e hizo que mi alma recompuesta vibrase de alegría, de compasión, de fuerza y, finalmente, de esperanza.

—¡Por favor, llévame a casa!

Mientras lo decía, corrí hacia delante y, sin ningún tipo de miedo, salté en la oscuridad.

Pensé que sería como saltar desde un acantilado, pero me equivocaba. Fue algo más moderado, más suave… como bajar en ascensor de la cima de un rascacielos. Sentí que aterrizaba y supe que había regresado.

No abrí los ojos inmediatamente. Primero quería concentrarme… quería saborear cada una de las sensaciones de mi vuelta. Sentí que yacía sobre algo duro y frío. Respiré profundamente y me sorprendió oler el cedro que solía estar más abajo de la casa de mi madre en Broken Arrow, en una esquina. Al principio, solo oí el suave murmullo de unas voces, pero tras un par de respiraciones, esas voces se transformaron en un grito de Aphrodite.

—¡Oh, por todos los demonios, abre los ojos! ¡Sé que estás ahí!

Entonces sí que los abrí.

—Jesús, pareces una verdulera. ¿Hace falta gritar tanto?

—¿Verdulera? Mira, se supone que tú debes cuidar tus palabras. Y eso que has dicho sobre mí es realmente feo —dijo Aphrodite.

Después sonrió y soltó una carcajada, dándome un abrazo tan excesivamente fuerte que estoy segura de que negaría habérmelo dado más tarde.

—¿Has vuelto de verdad? ¿Y no tienes… a ver… daños cerebrales ni nada?

—¡Sí que he vuelto! —me reí—. Y no tengo más daños cerebrales que antes de irme.

Por encima de su hombro apareció Darius. Con ojos sospechosamente brillantes, puso el puño sobre su corazón y se inclinó ante mí.

—Bienvenida de vuelta, alta sacerdotisa.

—Gracias, Darius —dije sonriéndole y alargando una mano para que me ayudase a ponerme en pie.

Sentía las piernas como si fueran de gelatina, así que me agarre a él mientras la habitación me daba vueltas.

—Necesita comida y bebida —pronunció una voz con gran autoridad.

—Enseguida, Majestad —respondieron inmediatamente.

Finalmente parpadeé, conseguí serenar el mareo y pude ver.

—¡Uau, un trono! ¿En serio?

La hermosa mujer que estaba sentada en el trono de mármol tallado me sonrió.

—Bienvenida de vuelta, joven reina —dijo.

—Joven reina —repetí, medio riéndome.

Pero cuando mis ojos recorrieron la habitación, mi risa desapareció y el trono, la genial habitación y las preguntas sobre reinados se evaporaron por completo.

Stark estaba allí, sobre una enorme piedra. Había un guerrero vampiro a su cabecera que sostenía una daga afiladísima sobre el pecho de Stark, que estaba ensangrentado y lleno de cortes.

—¡No! ¡Detente! —grité.

Aparté a Darius y me lancé contra el vampiro.

Más rápido de lo que parecía posible, la reina se interpuso entre el guerrero y yo. Me colocó una mano sobre el hombro y solo me hizo una pregunta, en voz baja.

—¿Qué te ha contado Stark?

Sacudí la cabeza mentalmente, intentando pensar más allá de la visión ensangrentada de mi guerrero, de mi guardián.

Mi guardián…

Miré a la reina.

—Así es como Stark pudo llegar al Otro Mundo. Ese guerrero que ves ahí, en realidad le está ayudando.

—Mi guardián —me corrigió la reina—. Sí, está ayudando a Stark. Pero ahora su búsqueda ha terminado. Es tu responsabilidad como reina traerlo de vuelta.

Abrí la boca para preguntarle cómo, pero la cerré antes de hablar. No tenía que preguntárselo. Ya lo sabía. Y era responsabilidad mía ayudar a mi guardián a volver.

Debió de verlo en mis ojos porque la reina inclinó la cabeza, muy ligeramente, y se apartó a un lado.

Caminé hacia el hombre que ella llamaba su guardián. El sudor se deslizaba por su pecho musculoso. Estaba completamente concentrado en Stark. Parecía que no veía ni oía a nadie en la habitación.

Cuando levantó el cuchillo de nuevo, obviamente para hacer otro corte, la luz de una antorcha brilló en el brazalete dorado diseñado para enroscarse en su muñeca. Entonces entendí de dónde provenía el hilo dorado que había conducido a Stark hasta mí y sentí una oleada de agradecimiento hacia el guardián de la reina. Le toqué la muñeca suavemente, cerca de la joya dorada.

—Guardián, puedes parar ahora. Es hora de que vuelva.

Su mano se detuvo instantáneamente. Un temblor recorrió el cuerpo del guardián. Cuando me miró, vi que las pupilas de sus ojos estaban completamente dilatadas.

—Puedes parar ahora —repetí suavemente—. Y gracias por ayudar a Stark a llegar hasta mí.

Parpadeó y sus ojos se aclararon. Su voz era ronca y casi sonreí cuando reconocí el acento escocés que Stark había imitado para mí.

Aye, mujer… como desees.

Se tambaleó hacia atrás. Supe que la reina lo había acogido entre sus brazos y la escuché murmurándole quedamente. También sabía que había otros guerreros en la habitación y sentí a Aphrodite y a Darius observándome… Pero los ignoré a todos.

Para mí, Stark era la única persona en la habitación. Lo único que importaba.

Me acerqué a él. Estaba tumbado sobre la piedra, sobre el charco formado por su sangre. Esta vez sí que olí su aroma y sí que me afectó. Dulce y pesado, hizo que se me hiciese la boca agua. Pero tenía que controlarlo. No era momento para dejarme embriagar por la sangre de Stark y el deseo que me hacía sentir.

Levanté una mano.

—Agua, ven a mí.

Cuando la suave humedad del elemento me rodeó, moví la mano sobre el cuerpo ensangrentado de Stark.

—Lávalo.

El elemento hizo lo que le pedía, lloviendo suavemente sobre él. Lo observé limpiando la sangre de su pecho, cayendo sobre la piedra y siguiendo los nudos célticos por los laterales de la enorme roca, rebosando las dos ranuras que recorrían el suelo a cada lado. Cuernos, descubrí. Me recuerdan a unos cuernos gigantes.

Me sorprendió ver, cuando toda la sangre ya se había ido con el agua, que las ranuras no eran blancas, como el resto del suelo. En lugar de eso, brillaban con un negro maravilloso y místico que me recordaba al cielo nocturno. Pero no me detuve a maravillarme por la magia que sentía allí. Volví a concentrarme en Stark. Su cuerpo estaba limpio. Las heridas parecían no sangrar ya, pero estaban abiertas y rojas. Entonces comprendí lo que estaba viendo y respiré profundamente. A cada lado del pecho de Stark los cortes formaban flechas, flechas completas con sus plumas y con puntas puntiagudas y triangulares. Eran el complemento perfecto para la flecha rota quemada que había sobre su corazón.

Extendí una mano y la puse sobre la parte superior de esa cicatriz, aquella de cuando me salvó la vida… la primera vez. Me sorprendió ver que mi otra mano seguía agarrando el hilo dorado. Suavemente levanté la muñeca de Stark y envolví el hilo de oro a su alrededor. El extremo sedoso se endureció, se retorció y se cerró, asemejándose al del viejo guardián, solo que en el brazalete de Stark se veían imágenes grabadas de tres flechas. Una de ellas rota.

—Gracias, Diosa —murmuré—. Gracias por todo.

Después coloqué la mano sobre el corazón de Stark y me incliné. Le hablé justo antes de poner mis labios sobre los suyos.

—Vuelve a tu reina, guardián. Ya ha terminado todo.

Después lo besé.

Cuando sus párpados se movieron y se abrieron, oí la risa musical de Nyx ocupando mi mente.

No, hija, todavía no se ha acabado. Esto es solo el principio…