30

Zoey

—¡Zoey! ¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado?

Stark luchó por hacer que su cuerpo destrozado le respondiese.

—Shhh, está bien. Todo va bien. Kalona se ha ido. Estamos a salvo.

Sus ojos me encontraron y toda su tensión lo abandonó. Se dejó caer en mis brazos y permitió que le acunara la cabeza en mi regazo.

—Vuelves a ser tú. Ya no estás rota.

—Vuelvo a ser yo —dije acariciándole la mejilla en uno de los pocos lugares donde su cara no estaba ensangrentada, rota o amoratada—. Esta vez parece que eres tú el que está destrozado.

—No, Z. Mientras tú estés completa, yo estaré bien.

Tosió. La sangre le brotó de la herida abierta del pecho. Cerró los ojos y su cuerpo se retorció de dolor.

¡Oh, Diosa! ¡Está malherido! Traté de hablar con calma.

—Vale, bien, pero realmente no tienes muy buena pinta, así que… ¿qué te parece si volvemos a nuestros cuerpos? Nos están esperando, ¿no?

Lo atravesó otro escalofrío de dolor. Respiraba con inspiraciones superficiales y dolorosas, pero abrió los ojos para mirarme.

—Tú deberías volver. Te seguiré después de descansar un poco.

El pánico se retorció en mi interior.

—Oh, no. No voy a dejarte aquí. Tú dime solo qué necesitas para volver.

Parpadeó un par de veces y después sus labios rotos se elevaron para formar algo que se parecía a su sonrisa arrogante.

—No sé muy bien cómo volver.

—¿Que no qué? Stark, en serio…

—En serio, no tengo ni idea.

—¿Cómo llegaste hasta aquí?

Volvió a sonreír.

—A través del dolor.

Solté una risotada.

—Bueno, entonces volver te va a resultar fácil porque pareces estar experimentando algo de eso…

—Sí, pero allí hay un guardián a cargo de mantenerme en la línea entre la vida y la muerte. No sé muy bien cómo decirle que ya es hora de que me despierte. ¿Cómo vas a volver tú?

Ni siquiera tuve que pensarlo. La respuesta era tan natural como respirar.

—Voy a seguir a mi espíritu de vuelta a mi cuerpo. Es el lugar al que pertenezco, allí, en el mundo real.

—Hazlo… —Tuvo que hacer una pausa mientras otra oleada de dolor lo invadía—. Y, después de descansar, yo haré lo mismo.

—No, tú no tienes una afinidad por el espíritu como yo. No funcionará contigo.

—Es bueno que sigas teniendo tus elementos. Tenía mis dudas, por eso de que te habían desaparecido los tatuajes.

—¿Han desaparecido?

Le di la vuelta a mi mano y vi claramente que no había ningún tatuaje cubriendo mis palmas con filigranas de color zafiro. Después me miré el pecho. La larga cicatriz rosada seguía allí, pero tampoco había ningún tatuaje.

—¿Me han desaparecido todos? ¿Hasta los de la cara?

—Solo te queda la luna creciente —dijo.

A continuación, volvió a hacer una mueca de dolor. Claramente superando su nivel de agotamiento, volvió a cerrar los ojos para hablar.

—Adelántate y sigue a tu espíritu de vuelta a casa. Yo pensaré en algo. Cuando no esté tan cansado. No te preocupes. No te voy a dejar… en realidad no.

—Oh, demonios, no. No voy a perder a otro tío con algún abstracto «nos volveremos a ver». Eso no me vale ya, nunca más.

Él abrió los ojos.

—Entonces dime qué hacer, mi reina. Y yo lo haré.

Ignoré eso de «mi reina». A ver, lo había oído llamándome así antes, y después diciéndoselo a Kalona. Me pregunté brevemente si aquello tendría que ver con que el inmortal le hubiese golpeado la cabeza y después me concentré en la parte de «lo haré». Entonces haría lo que yo le dijese… ¿pero qué demonios le diría que hiciese?

Lo miré. Estaba tan mal… incluso peor que cuando había recibido el flechazo que debía haberme matado y le había quemado todo el pecho, casi acabando con él.

De nuevo.

Pero se había recuperado prácticamente solo. Tuvo que hacerlo. Yo también estaba hecha polvo.

Respiré profundamente, recordando la lección de Pepito Grillo que me había soltado Darius cuando había querido que Stark bebiese de mí para que se curara antes. Me había explicado que entre un guerrero y su alta sacerdotisa había un vínculo tan grande que a veces los guerreros podían sentir las emociones de sus altas sacerdotisas.

Miré la cara amoratada de Stark. Él sería capaz de hacerlo. Y cuando aquello sucedía, también podían absorber algo más de sus altas sacerdotisas que solo su sangre… podían absorber energía.

Y eso era exactamente lo que Stark necesitaba: energía para restablecerse, energía para volver a su cuerpo.

Esta vez no iba a mejorar por su cuenta y, gracias a la Diosa, yo no estaba hecha polvo.

—Eh —le dije—. Ya sé lo que quiero que hagas.

Sus ojos se abrieron con dificultad y me horrorizó ver tanto sufrimiento reflejado en ellos.

—Dime. Si puedo hacerlo, lo haré.

Le sonreí.

—Quiero que me muerdas.

Pareció sorprendido y a continuación, aunque estaba claro que le dolía, volvió a mostrar su sonrisita.

—¿Y ahora me lo pides? Cuando mi cuerpo está hecho un desastre. Genial.

—No seas tan machito —le dije—. Te lo pido precisamente porque tu cuerpo está hecho un desastre.

—Te haría pensar de otra manera si estuviese bien.

Sacudí la cabeza y le puse los ojos en blanco.

—Si estuvieses bien, te daría un puñetazo ahora mismo.

Y después, con cuidado, intentando hacerlo lo más suave posible, lo deslicé de mi regazo. Intentó ahogar un gemido.

—¡Lo siento! Siento hacerte daño.

Me tumbé a su lado y empecé a llevarlo a mis brazos, intentando sostenerlo cerca de mí, como si pudiese absorber su dolor.

—Está bien —jadeó—. Tú solo ayúdame a colocarme sobre mi lado bueno.

¿Lado bueno? No estaba segura de si debía reírme o romper a llorar, pero le ayudé a girarse sobre el lado que no tenía el hombro destrozado para poder mirarnos a la cara.

Vacilante, me acerqué a él, pensando que quizás debería hacerme un corte en el brazo para que pudiese beber de mí más fácilmente, sin moverse demasiado.

—No —dijo estirando una mano temblorosa, tratando de impedírmelo—. Así no. Acércate a mí, Z, el dolor no importa.

Hizo una pausa.

—A no ser que no puedas a causa de mi sangre. ¿No te tienta?

—¿La sangre?

De repente entendí a qué se refería y parpadeé, sorprendida.

—Ni me había dado cuenta —dije, aunque continué al ver que torcía el gesto—. Quiero decir que claro que me he dado cuenta de que estabas todo ensangrentado. Pero no he olido la sangre.

Pensativa, tomé un poco de ella de sus labios con la punta de un dedo.

—No parece que tenga sed de sangre.

—Aquí somos espíritu, esa debe de ser la razón —dijo él.

—¿Entonces funcionará esto? ¿Que te alimentes de mí?

Me miró.

—Funcionará, Z. Entre nosotros hay algo más que cosas físicas. Estamos unidos por el espíritu.

—Vale, bien. Eso espero —dije, nerviosa de repente.

El único al que le había dejado alimentarse de mí era Heath… mi Heath. Mi mente trató de evitar hacer comparaciones entre él y Stark, pero no pude negar un aspecto de lo que iba a pasar: dejar que un chico bebiese mi sangre tenía un alto componente sexual. Te hacía sentir bien. Muy bien. Así es como somos. Es algo normal, natural y correcto.

Y también hacía que me doliese la barriga.

—Eh, tú: relájate y acércame ese cuello.

Mis ojos como platos miraron la cara machacada de Stark y su cuerpo destrozado.

—Sí, sé que estás nerviosa, pero con lo chungo que estoy, no hace falta que te preocupes. —Su expresión cambió—. ¿O es otra cosa? ¿Has cambiado de opinión?

—No —dije rápidamente—. No he cambiado de opinión. No voy a cambiar de opinión sobre ti, Stark. Jamás.

Intentando ser lo más cuidadosa posible, me acerqué a él. Estirándome para que la curva de mi cuello estuviese cerca de su boca, me aparté el pelo y me incliné sobre él, tensa, esperando su mordedura.

Pero me sorprendió. En lugar de sus dientes sentí la calidez de sus labios mientras me besaba el cuello suavemente.

—Relájate, mi reina.

Su aliento me provocó escalofríos. Temblé. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien me había tocado? Seguramente serían solo días en el mundo real pero aquí, en el Otro Mundo, parecía que había sido intocable, que nadie me había rozado durante siglos.

Stark me besó de nuevo. Me tocó con la lengua y gimió. Esa vez no creo que fuese de dolor. No lo dudó más: me pellizcó el cuello con los dientes. Me escoció pero en cuanto sus labios se cerraron sobre el pequeño corte, el dolor fue reemplazado por un placer tan intenso que me tocó a mí gemir.

Quería envolverlo entre mis brazos y cerrar mi cuerpo sobre el suyo, pero me mantuve quieta e intenté lo mejor que pude no intensificar su dolor.

Demasiado pronto, su boca dejo mi piel.

—¿Sabes cuándo descubrí por primera vez que te pertenecía? —dijo con una voz que ya sonaba más fuerte.

Su aliento cálido contra mi cuello me hizo estremecerme de nuevo.

—¿Cuándo? —dije sin aliento.

—Cuando te enfrentaste a mí en la enfermería, en la Casa de la Noche, antes del cambio. ¿Te acuerdas?

—Sí.

Claro que me acordaba… estaba desnuda y amenacé con golpearle con los elementos mientras me interponía entre él y Darius.

Sentí que las comisuras de sus labios se elevaban.

—Parecías una reina guerrera llena de la cólera de la Diosa. Creo que fue justo en ese momento cuando supe que te pertenecería siempre, porque tú conseguiste llegar a mí a pesar de toda esa oscuridad.

—Stark —susurré su nombre, completamente abrumada por lo que sentía por él—. Esta vez has sido tú el que ha llegado a mí. Gracias. Gracias por venir a buscarme.

Con un sonido, sin palabras, volvió a colocar la boca sobre mi cuello y esta vez me mordió más fuerte y bebió de verdad de mí.

De nuevo, el placer reemplazó rápidamente el escozor. Cerré los ojos y me concentré en el exquisito calor que corría por mi cuerpo. No pude evitar tocarlo y deslicé una mano alrededor de su cintura para poder sentir los músculos tensos bajo la piel de su espalda. Quería más de él. Quería tenerlo más cerca.

Separó los labios de mi cuello y consiguió incorporarse. Tenía los ojos oscuros por la pasión y respiraba agitadamente.

—Bueno, Zoey, ¿me vas a dar algo más que tu sangre? ¿Me vas a aceptar como tu guardián?

Lo miré fijamente. En sus ojos había algo que no había visto antes en él. El chico que se había alejado de mí en Venecia, celoso y enfadado, había desaparecido. El hombre que lo había reemplazado era algo más que un vampiro, algo más que un guerrero. Aunque yacía roto entre mis brazos, podía sentir su fortaleza: era sólido, digno de confianza, honorable.

—¿Guardián? —dije pensativamente, acariciándole la cara—. ¿Así que es en eso en lo que te has transformado?

Su mirada no se apartaba de mí.

—Sí, si tú me aceptas. Sin la aceptación de su reina, un guardián no es nada.

—Pero yo no soy una reina.

Tener los labios rotos no le impidió a Stark esbozar su sonrisita arrogante.

—Tú eres mi reina y cualquiera que diga lo contrario puede irse a tomar por culo.

Le sonreí.

—Ya acepté tu juramento como guerrero.

La arrogancia de Stark desapareció de repente.

—Esto es diferente, Zoey. Es algo más. Puede cambiar las cosas entre nosotros.

Le volví a tocar la cara. No entendía muy bien lo que me estaba pidiendo, pero sabía que necesitaba algo más de mí y sabía que dijese lo que dijese e hiciese lo que hiciese en ese momento, nos afectaría durante el resto de nuestras vidas. Diosa, dame las palabras adecuadas; rogué en silencio.

—James Stark, de ahora en adelante te acepto como mi guardián y acepto también lo que eso conlleva.

Volvió la cabeza y besó la palma de mi mano.

—Entonces te serviré con mi honor y mi vida, para siempre Zoey. Mi As, mo bann ri, mi reina.

Su juramento entró como una oleada en mi cuerpo, físicamente. Stark tenía razón. Era diferente de lo que nos había pasado cuando me había prestado el juramento de guerrero. Esta vez era como si me hubiese entregado un pedazo de sí mismo y yo sabía que sin mí, nunca podría estar completo de nuevo. Aquella responsabilidad me asustó tanto como me fortaleció y le acerqué la boca hacia mi cuello de nuevo.

—Toma más de mí, Stark. Déjame sanarte.

Con un gemido, puso su boca en mi cuello. Su mordisco se hizo más profundo y pasó algo totalmente sorprendente. Primero, el poder único que acompañaba al elemento del aire se sumergió en mi cuerpo y fluyó de mí a Stark. Se estremeció y yo supe que era por el intenso placer que lo invadía mientras el elemento le proporcionaba un remolino de energía. Al mismo tiempo, un dolor dulce y familiar barrió mi frente y mis pómulos y a través de mis párpados cerrados vi una imagen de Damien, gritando de alegría. Jadeé de la sorpresa. No tuve que preguntar, no necesitaba ningún espejo para verlo… Sabía que había vuelto el primero de mis tatuajes.

Siguiendo de cerca al aire llegó el fuego. Me calentó y después se extendió por el interior de Stark, llenándolo, reforzándolo para que pudiese levantar el brazo y acercarme a él, bebiendo con más fuerza. Una sensación ardió en mi espalda mientras volvía mi segundo tatuaje y veía a Shaunee riéndose y haciendo su baile sensual de la victoria.

El agua se deslizó entre nosotros, bañándonos, penetrando por nuestros poros, conduciéndonos alrededor del círculo que habíamos iniciado. Seguí con los ojos bien cerrados, absorbiendo cada momento del milagro que Stark y yo experimentábamos juntos. Me estremecí de placer cuando mi tercer tatuaje, el que envolvía mi cintura, volvía, mientras Erin reía y gritaba.

—¡Demonios, sí! ¡Z está regresando!

La tierra vino después y fue como si Stark y yo nos convirtiésemos en parte de la arboleda. Conocimos su fértil placer y el poder que descansaba entre las raíces, el suelo y el musgo. Stark me apretó más fuerte y se colocó encima de mí. Me agarró y supe que sus heridas ya no le dolían porque yo sentía lo que él sentía. Compartí su alegría, su placer y su asombro. Mis palmas ardieron de nuevo por el toque de la Diosa mientras volvía mi cuarto tatuaje. Fue extraño, pero no recibí una imagen visual de Stevie Rae mientras su elemento me poseía, solo una lejana sensación de ella, una alegría distante, como si de alguna manera ella estuviese fuera de mi alcance.

El espíritu refulgió a través de nosotros en último lugar y, de repente, ya no solo sentía lo que Stark sentía… era como si estuviésemos unidos. No en cuerpo, sino en alma. Y nuestras almas resplandecieron juntas con un fulgor que era más brillante de lo que cualquier pasión física podría ser mientras recuperaba mi último tatuaje.

Con un jadeo, Stark apartó sus labios de mi piel y enterró la cabeza en mi cuello. Su cuerpo temblaba y su respiración era agitada, como si acabara de correr una maratón. Tocó con la lengua la herida que había hecho en mi cuello: la estaba cerrando y curando. Levanté la mano para acariciarle el pelo y me sorprendió sentir que el sudor y la sangre habían desaparecido.

Se levantó y después, tratando de controlar su respiración, me miró desde arriba.

¡Diosa, era magnífico! No hacía ni un momento había estado herido de muerte, machacado, ensangrentado y tan destrozado que casi no se podía mover. Ahora irradiaba energía, salud y fuerza.

—Esto ha sido lo más impresionante que me ha pasado nunca —dijo. Después sus ojos se agrandaron—. ¡Tus tatuajes!

Me tocó la cara con reverencia. Volví la cabeza para que sus dedos pudieran recorrer la filigrana que, de nuevo, me cubría la espalda y los hombros. Después levanté una mano para que pudiese juntar su palma con mis símbolos color zafiro.

—Han vuelto todos —dije—. Los elementos los trajeron.

Stark sacudió la cabeza, asombrado.

—Lo sentí. No sabía lo que estaba pasando, pero lo sentí contigo. —Me volvió a estrechar en sus brazos—. Lo sentí todo contigo, mi reina.

—Y yo soy parte de ti ahora, mi guardián —respondí antes de besarlo.

Stark me besó largamente y después me apretó contra sí, tocándome con suavidad, como si intentara convencerse a sí mismo de que no me iba a evaporar entre sus brazos.

Siguió sosteniéndome cuando lloré por Heath y cuando me contó cómo este había elegido avanzar y lo valiente que había sido.

Pero no era necesario que Stark me relatara esa parte. Yo ya sabía lo valiente que era Heath, igual que sabía que esa valentía sería en parte la manera en que lo reconocería de nuevo. Eso y su amor. Su amor por mí, por siempre.

Cuando dejé de llorar, de lamentar su muerte y de recordarlo, me sequé los ojos y permití que Stark me ayudase a levantarme.

—¿Estás listo para ir a casa? —le pregunté.

—Oh, sí. Eso suena genial. Pero… eh… Z, ¿cómo voy a llegar yo hasta allí? Le sonreí.

—Confiando en mí.

—Ach, bueno, va a ser un viaje facilito, entonces, ¿no? —dijo Stark imitando a Seoras.

—¿De dónde demonios has sacado ese acento irlandés?

—¡Irlandés! ¿Estás sorda, mujer? —me gruñó con el mismo acento mientras yo le fruncía el ceño.

Después la risa de Stark llenó la arboleda. Me abrazó.

—Es escocés, Z, no irlandés. Y enseguida verás de dónde lo he sacado.