Zoey
El asombro que sentí cuando Kalona se materializó por encima de Stark fue terrible. Verlo me hizo recordar todo lo que había pasado, en aquel último día antes de que mi mundo explotara en forma de muerte, desesperación y culpa. Completamente materializado, me miró con sus ojos ámbar y me paralizó por la tristeza que en ellos se reflejaba y por los recuerdos de aquellos momentos en que los había mirado y había creído ver en ellos destellos de humanidad, de bondad e incluso de amor. Me había equivocado tanto…
Heath había muerto por mi profundo error.
Después Kalona apartó la vista de mí y miró a Stark mientras mi guerrero lo provocaba.
¡No! ¡Oh, Diosa! Por favor, haz que se calle. Por favor, haz que venga corriendo hasta aquí.
Pero Stark parecía disfrutar provocándolo. No se calló; no corrió. El terror se apoderó de mí mientras Kalona desprendía la lanza del cielo. Sus alas hicieron un agujero en el suelo y después Stark desapareció en su negrura.
En aquel momento me di cuenta de que también Stark iba a morir por mi culpa.
¡No! El grito silencioso me desgarró desde el interior, donde todo parecía vacío, desesperanzador e inquieto. Necesitaba correr, seguir moviéndome, escapar de lo que estaba pasando.
No podía soportarlo. No quedaba lo suficiente dentro de mí para poder soportarlo.
Pero si no aguantaba, Stark moriría.
—No.
Esta vez la palabra no fue un grito fantasmal e insonoro. Fue mi voz… mi voz… y no esa mierda de horrible parloteo que había estado saliendo de mi boca.
—Stark-no-puede-morir.
Saboreé esas palabras y seguí su forma y su familiaridad, escuchándome mientras salía de la arboleda e iba hasta el agujero negro en cuyo interior había desaparecido mi guerrero.
Cuando el agujero se abrió ante mis pies, miré hacia abajo y vi a Stark y a Kalona, el uno enfrente del otro, en el centro. Stark sostenía una espada reluciente con las dos manos ante la lanza oscura de Kalona.
Me di cuenta entonces de que aquello no era un agujero en el suelo. Era un campo de batalla. Kalona lo había creado con muros altos, lisos y resbaladizos. Unos muros por los que no se podía escalar.
Kalona tenía a Stark atrapado. Ahora no podría correr aunque me hiciese caso. No podía escapar. Y tampoco tenía posibilidades de ganar. Y a Kalona no le bastaría con darle un par de golpecitos a Stark… o unos cuantos. Kalona pensaba matar a Stark.
La persistente impaciencia que me reconcomía empezó a asfixiarme de nuevo mientras Stark se enfrentaba a Kalona. Sentí moverse a mis pies pero me obligué a quedarme donde estaba para poder ver a los adversarios caminando alrededor de la circunferencia de la arena. Stark, increíblemente, atacó al inmortal caído.
Riéndose con crueldad, Kalona desvió la espada con un golpe de lanza y con otro movimiento tan veloz que Stark no pudo verlo, Kalona abofeteó con la mano abierta la cara de Stark, en un gesto lleno de desdén feroz y cruel. El impulso hacia delante de Stark lo llevó extrañamente a superar al inmortal y caer al suelo, con las manos sobre las orejas, como si estuviera tratando de aliviar el dolor de su cabeza.
—Un claymore de guardián… divertido. ¿Crees que puedes formar parte de ellos? —dijo Kalona mientras Stark recuperaba el equilibrio y se giraba para enfrentarse a él de nuevo con la espada levantada.
Le corrían gotas de sangre de las orejas, la nariz y los labios, formando pequeños hilos escarlata bajo la barbilla y el cuello.
—Yo no creo que sea un guardián. Soy un guardián.
—No puedes serlo. Conozco tu pasado, chico. Te he visto abrazar a la Oscuridad. Cuéntales eso a los guardianes, a ver si siguen aceptándote.
—La única persona que puede hacer que yo sea o no un guardián es mi reina. Y ella nos conoce a mí y a mi pasado.
Observé a Stark embistiendo de nuevo. Con un sonido desdeñoso, Kalona usó la lanza para hacer a un lado la hoja. Aquella vez, cuando golpeó a Stark lo hizo con el puño cerrado. La fuerza del puñetazo le rompió la nariz y ensangrentó sus pómulos, tirando a mi guerrero de espaldas.
Aguanté la respiración, observando sin esperanza lo que sabía que sería el golpe final de Kalona.
Pero el inmortal no hizo más que reírse mientras Stark luchaba dolorosamente por ponerse en pie.
—Zoey no es ninguna reina. No es lo suficientemente fuerte. Es solo una cría débil que dejó que su alma se rompiese por la muerte de un humano —dijo Kalona.
—Te equivocas. Zoey no es débil, ¡se preocupa por los demás! ¿Y ese humano? Esa es una de las razones por las que estoy aquí. Necesito cobrar la deuda de vida que contrajiste al matarlo.
—¡Estúpido! ¡Solo Zoey puede cobrarse esa deuda!
Con esas palabras fue como si Kalona hubiese usado su lanza para rasgar la niebla de culpa que me había envuelto desde que presencié cómo le retorcía el cuello a Heath. Entonces pude verlo todo muy claro.
Quizás no me veía como una reina (o como alguien con importancia), pero Stark creía en mí. Heath creía en mí. Stevie Rae creía en mí. Hasta Aphrodite creía en mí.
Y como habría dicho Stark, la frase de Kalona tenía tan poco sentido como inventar un sujetador para tíos.
Preocuparme por los demás no me hacía ser débil. Lo que me definía como persona eran las decisiones que había tomado al intentar hacer algo por ellos.
Había dejado que el amor me rompiese una vez y, mientras miraba a Kalona luchando con mi guerrero, con mi guardián, elegí que el honor me sanase. Y eso me hizo decidirme por fin.
Le di la espalda a la arena y me acerqué rápidamente al borde de la arboleda de la Diosa. Bloqueando la sensación de agitación que amenazaba con tirar de mí hacia delante para siempre sin llevarme realmente a ningún sitio, me obligué a quedarme quieta. Abrí los brazos y me concentré primero en el último espíritu que había hablado conmigo.
—¡Brighid! ¡Necesito que vuelva mi fuerza!
La pelirroja se materializó delante de mí. Parecía una diosa, tan feroz y alta, llena del poder y de la confianza que yo no tenía.
—No —me corregí a mí misma en voz alta—. El poder y la confianza son míos. Solo los perdí durante un tiempo.
—¿Estás preparada para aceptarlos y que vuelvan? —dijo ella mirándome con aquellos ojos familiares.
—Sí.
—Bueno, ya iba siendo hora.
Avanzó y me abrazó, apretándome tan fuerte como íntimamente. Mis brazos se cerraron a su alrededor y, al aceptarla, se disolvió en mi piel y de repente una oleada de energía y de poder, poder puro, me inundó.
—Una menos —murmuré—. Trae tu culo hasta aquí, niña.
Volví a extender los brazos. Esa vez mis pies se quedaron plantados firmemente en la tierra y el deseo de moverme, de buscar, de escapar… fluyó sobre mí, traspasándome, inocuo como la lluvia primaveral.
—¡Necesito que vuelva mi alegría!
Mi yo de nueve años no se materializó. Saltó desde la arboleda. Riéndose, se arrojó a mis brazos, donde la acogí.
—¡Yuupiiiiiiii! —gritó mientras era absorbida por mi alma.
Riéndome, volví a abrir los brazos. La alegría y la fuerza me permitieron aceptar el último pedazo perdido de mi alma… la compasión.
—A-ya, necesito que tú también vuelvas —la llamé.
La doncella cheroqui avanzó elegantemente desde la línea de árboles.
—A-de-ly, hermana, me alegro de oír tu llamada.
—Sí, bueno, no puedo decir sinceramente que me guste tenerte como parte de mí, pero te acepto, A-ya. Totalmente. ¿Volverás?
—He estado aquí todo el tiempo. Solo tenías que pedirlo.
Me encontré con ella a medio camino y la apreté con fuerza, devolviéndola a mí, recomponiendo los pedazos de mi alma.
—Y ahora vamos a ver quién es una cría débil —dije, corriendo hacia el campo de batalla de Kalona.
Llegué al borde y miré hacia abajo. Stark estaba sobre sus rodillas de nuevo. Verlo me encogió el corazón. Mi guardián tenía una pinta horrible. Sus labios estaban hinchados y abiertos por muchos lugares. Tenía la nariz aplastada y rezumaba sangre. Su hombro izquierdo era una cosa amorfa y dislocada y hacía que el brazo le colgara flácidamente a su lado. La maravillosa espada yacía en el suelo, fuera de su alcance. Podía ver que tenía los huesos de un pie y una rótula hechos añicos, pero Stark seguía luchando desde el suelo, a los pies de Kalona, intentando desesperadamente acercarse a su claymore. Kalona sostenía su lanza como si sopesara su peso, estudiando a Stark.
—Un guardián roto para una chica con el alma rota. Parece que ahora encajáis mejor —dijo.
Y eso me cabreó… mucho.
—No tienes ni idea de lo cansada que estoy de toda tu mierda, Kalona —dije.
Ambos me miraron. No aparté la vista de Kalona, pero pude ver la sonrisa de Stark.
—Vuelve a la arboleda, Zoey —dijo Kalona—. Es mejor que estés allí.
—¿Sabes lo que odio de verdad? Que los tíos intenten decirme lo que tengo que hacer.
—Sí, mi reina, eso fue lo que dijo Heath —dijo Stark con una voz en la que sentí su satisfacción.
Tuve que mirarlo. En su mirada vi reflejado el orgullo que sentía por mí y eso hizo que mis ojos se llenasen de lágrimas.
—Mi guerrero… —le susurré.
Ese instante, mi pequeño error, fue suficiente para Kalona.
—Deberías haber elegido volver a la arboleda —le escuché decir.
Vi agrandarse los ojos de Stark y mientras mi mirada volvía al inmortal, Kalona se giró con el brazo derecho extendido hacia atrás como un antiguo dios de la guerra. Soltó la lanza con una fuerza y velocidad que yo sabía que no podría…
—¡No! —grité—. ¡Ven a mí, aire!
Salté a la arena, confiando en que mi elemento suavizara mi caída. Pero mientras notaba cómo la corriente me sostenía, vi que era demasiado tarde.
La lanza de Kalona golpeó a Stark en medio del pecho. Atravesó su cuerpo y las muescas de la lanza lo atravesaron alcanzando su caja torácica y arrojándolo hacia atrás con tanta potencia que lo empaló en el muro más lejano con una fuerza enfermiza.
Apenas mis pies tocaron el suelo eché a correr hacia Stark. Llegué junto a él y me miró. ¡Seguía vivo!
—¡No te mueras! ¡No te mueras! Puedo arreglarlo. Tengo que poder arreglarlo.
Increíblemente, me sonrió.
—Exacto. Mi reina no dejará que nadie la vuelva a romper. Cóbrate tu deuda y volvamos a casa.
Stark cerró los ojos y, con una sonrisa en sus labios rotos, vi cómo su cuerpo se convulsionó. Burbujas de aire de sangre salieron como espuma alrededor de la lanza de su pecho y, de repente no hubo más movimientos ni sonidos provenientes de él. Mi guerrero estaba muerto.
Esta vez, cuando me enfrenté al ser que acababa de matar a alguien que amaba, no me dejé invadir por el terror y el dolor. Esta vez mantuve al espíritu cerca en lugar de lanzarlo lejos y de él saqué el poder de la sabiduría y permití que mis instintos, y no la culpa y la desesperación, me guiaran.
Kalona sacudió la cabeza.
—Ojalá esto hubiera acabado de otra manera. Si me hubieses escuchado, si me hubieses aceptado, este final no habría tenido lugar —dijo.
—Me alegra oír que estás de acuerdo conmigo porque esto sí que va a acabar de otra manera —dije.
Antes de empezar a andar hacia él, recogí la espada de Stark. Era más pesada de lo que pensaba pero seguía todavía caliente por su mano y aquel calor me ayudó a encontrar la fuerza para levantarla.
La sonrisa de Kalona era casi amable.
—No voy a luchar contigo. Ese es mi regalo para ti —dijo desplegando sus grandes alas—. Adiós, Zoey. Te echaré de menos y pensaré a menudo en ti.
—Aire, no dejes que se marche.
Le arrojé mi elemento, que atrapó sus alas totalmente desplegadas con facilidad y lo sujetó contra el muro del campo de batalla usando una poderosa ráfaga de viento, imitando inquietantemente la posición final de Stark.
Caminé hasta acercarme a él y, sin dudarlo, le atravesé el pecho con el claymore.
—Esta es por Stark. Sé que esto no te matará, pero te aseguro que sienta bien hacerlo —le dije—. Y sé que a él le gustaría.
Los ojos de Kalona brillaron peligrosamente.
—No puedes mantenerme así para siempre. Y cuando me liberes por fin, te haré pagar por esto.
—Vale, mira, como ha dicho Stark: te equivocas. De nuevo. Las reglas son diferentes en el Otro Mundo, así que probablemente te podría tener así para siempre si quisiera quedarme y convertirme en la Vengadora Loca. Pero resulta que ya casi enloquezco antes y no tengo mucho interés en volver a ese estado. Además, quiero regresar a casa. Así que esto es lo que vas a hacer: me vas a pagar la deuda de vida que me debes por haber matado a mi consorte, Heath Luck, devolviéndome a Stark. Después Stark y yo volveremos a casa. Oh, y por cierto, no me importa adónde vayas tú.
—Te has vuelto loca. No puedo devolverle la vida a los muertos.
—En este caso creo que sí puedes. El cuerpo de Stark está a salvo en el mundo real, junto con el mío. Estamos en el Otro Mundo y aquí todo es espíritu. Tú eres inmortal, lo que significa que tú eres todo espíritu. Así que vas a coger un poco de tu alma inmortal y vas a compartirla con mi guardián para traérmelo de vuelta. Ahora. Porque me lo debes. ¿Lo captas? Reclamo la deuda. Es hora de que saldes tu cuenta.
—No tienes poder para obligarme a hacerlo —dijo Kalona.
Ella no, pero yo sí.
Las palabras incorpóreas resonaron en la arena. Reconocí la voz de Nyx inmediatamente y miré a mi alrededor con expectación, tratando de verla. Sin embargo, fue Kalona quien la encontró primero. Tenía la vista fija, por encima de mi hombro, y su expresión cambió su rostro completamente. Me llevó un segundo reconocerla. Él me había mirado con lujuria, con afán de posesión e incluso con lo que él llamaba amor. Pero se equivocaba. Él no me amaba. Kalona amaba a Nyx.
Seguí su mirada y me giré para ver a la Diosa de pie, al lado del cuerpo de Stark. Una de sus manos descansaba con ternura sobre su cabeza.
—¡Nyx! —dijo el inmortal con una voz rota y sorprendentemente joven—. ¡Mi Diosa!
Los ojos de Nyx se apartaron del cuerpo de Stark, pero no miró a Kalona. La Diosa me miró a mí. Sonrió y todo mi interior se vio invadido por la alegría.
—Feliz encuentro, Zoey.
Sonreí e incliné la cabeza.
—Feliz encuentro, Nyx.
—Lo has hecho bien, hija. Me has hecho sentirme orgullosa de ti, de nuevo.
—Me ha llevado demasiado tiempo —dije—. Lo siento.
Su mirada continuaba siendo amable.
—Como siempre pasa contigo, igual que con muchas de mis hijas más fuertes, es a vosotras mismas a quienes debéis perdonar. No hace falta que me lo pidáis a mí.
—¿Y qué pasa conmigo? —dijo Kalona con voz ronca—. ¿Me perdonarás alguna vez?
La Diosa lo miró con ojos tristes, pero el gesto de su boca era severo y sus palabras cortantes y carentes de emoción.
—Si alguna vez merecieras ser perdonado, podrías pedírmelo. Hasta entonces, no.
Nyx levantó la mano de la cabeza de Stark y señaló con sus dedos a Kalona. El claymore desapareció de su pecho. El viento se aplacó y Kalona cayó del muro a la arena.
—Le pagarás la deuda que le debes a mi hija y después volverás al mundo y a las consecuencias que allí te aguardan sabiendo esto, mi guerrero caído: tu espíritu, así como tu cuerpo, tienen prohibida la entrada en mi reino.
Sin volver a mirar a Kalona, Nyx le dio la espalda. Se inclinó y besó suavemente los labios de Stark y después el aire que la rodeaba onduló, destelló y ella se desvaneció.
Cuando Kalona se puso en pie retrocedí rápidamente, levantando las manos y preparándome para volver a lanzarle la fuerza del viento. Entonces sus ojos me miraron y vi que estaba llorando silenciosamente.
—Haré lo que me ordena. Excepto una vez, una sola vez, siempre he hecho lo que me ha ordenado —dijo quedamente.
Lo seguí mientras iba hasta el cuerpo de Stark.
—Te devuelvo ese último aliento dulce de vida. Con él, vuelve a vivir y acepta un pedacito de mi inmortalidad por la vida humana que he tomado.
Después, para mi total sorpresa, Kalona se inclinó e, imitando a Nyx, besó a Stark.
El cuerpo de Stark se movió. Jadeó y tragó una larga bocanada de aire. Antes de que yo lo pudiese evitar, Kalona le puso una mano en el hombro a Stark y con la otra retiró la lanza de su cuerpo. Con un grito de dolor, Stark se cayó.
—¡Imbécil!
Corrí junto a Stark y posé su cabeza en mi regazo. Respiraba agitadamente, con jadeos dolorosos, pero estaba respirando. Miré hacia arriba, a Kalona.
—Está claro por qué no te perdona. Eres cruel, no tienes corazón y no haces más que cometer errores.
—Cuando vuelvas al mundo, permanece alejada de mí. Estarás fuera del reino de Nyx entonces y ella no podrá llegar corriendo para salvarte —me advirtió.
—Cuanto más lejos esté de ti, mejor.
Kalona abrió sus alas pero antes de que pudiese despegar, unos hilos de Oscuridad, pegajosos y afilados, salieron de los laterales negros del campo de batalla y de la tierra de color alquitrán bajo sus pies. Mientras me miraba, le envolvieron el cuerpo, cortándole la carne. Segmento a segmento, lo rasgaron y lo cubrieron hasta que no quedó nada de él, solo una Oscuridad retorcida, sangre y ojos ámbar. Entonces los hilos sombríos llegaron hasta sus ojos, sumergiéndose en ellos. Grité de terror mientras desgarraban algo tan brillante y deslumbrante del interior de Kalona que tuve que cerrar los ojos para luchar contra su resplandor. Cuando los volví a abrir, su cuerpo había desaparecido junto con el campo de batalla, y Stark y yo estábamos dentro de la arboleda.