Stark
Stark se tambaleó hacia atrás, sosteniendo en alto su propia espada, haciendo que el azar y el instinto le sirvieran para desviar el golpe mortal del otro, de aquel ser que era él sin serlo.
—¿Por qué haces esto? —gritó Stark.
—Ya te lo he dicho. La única manera de que puedas entrar aquí es matándome… y yo no voy a morir.
Los dos guerreros caminaron en círculos, mirándose con recelo.
—¿De qué hablas? Tú eres yo. Así que si entro allí, ¿por qué te vas a morir?
—Yo soy parte de ti. La parte no tan buena. O tú eres parte de mí: la mejor parte, y me jode casi decirlo. No te comportes de manera tan estúpida. No actúes como si no me conocieras. Piensa en antes de que te volvieras una nenaza y le prestaras el juramento a esa santurrona tuya. Nos conocíamos mucho mejor entonces.
Stark lo miró y vio el matiz rojo en sus ojos y la dureza de su propia cara. Su sonrisa seguía allí, pero la arrogancia se había vuelto cruel y hacía que sus rasgos fuesen a la vez familiares y extraños.
—Tú eres el mal de mi interior.
—¿El mal? Eso depende de en qué parte estés, ¿no? Y desde el lado en el que estoy yo ahora, no parezco tan malo —dijo riéndose el otro—. «Malo» es una palabra que ni se acerca a describir mi potencial. El mal es un lujo. Mi mundo está lleno de cosas que superan tu imaginación.
Stark empezó a sacudir la cabeza, intentando negar lo que estaba escuchando y su concentración decayó. Su reflejo atacó de nuevo, abriendo un ancho surco en su bíceps derecho.
Stark levantó la espada defensivamente, sorprendido de sentir solo una extraña quemazón, pero ningún dolor en ninguno de los dos brazos.
—Sí, no duele mucho, ¿verdad? Todavía. Eso es porque esta hoja está demasiado afilada como para hacer daño. Pero mira… estás sangrando. Mucho. Es solo cuestión de tiempo que llegue el momento en el que ya no puedas sostener esa espada en alto. Entonces estarás acabado y me libraré de ti, de una vez por todas —continuó el otro—. O quizás podamos jugar… ¿Qué te parece si me divierto un poco y te voy despellejando vivo, poquito a poco, hasta que no seas más que un jodido cadáver a mis pies?
Con su visión periférica Stark vio que el calor que sentía era causado por la sangre que salía a borbotones de las dos heridas. El otro tenía razón. Se estaba hundiendo.
Tenía que luchar… y tenía que hacerlo inmediatamente. Si seguía dudando, siendo puramente defensivo, moriría.
En un movimiento puramente instintivo, Stark embistió hacia delante, golpeando a su reflejo, o lo que fuese, donde fuera, en cualquier lugar que pudiese ser un punto flaco en su defensa; pero su versión de ojos rojizos bloqueó cada ataque con facilidad. Y entonces, como una cobra, le devolvió el golpe, haciéndole un tajo largo y profundo en un muslo.
—No puedes vencerme. Conozco todos tus movimientos. Yo soy todo lo que tú no eres. Esa bondad de mierda te ha hecho débil. Por eso no puedes proteger a Zoey, para empezar. Amarla te ha hecho débil.
—¡No! ¡Amar a Zoey es lo mejor que he hecho nunca!
—Sí, bueno, pues va a ser la última cosa que hagas, eso está…
Stark se sintió de nuevo en su cuerpo. Abrió los ojos y vio a Seoras sobre él con el estilete en una mano y la otra en su frente.
—¡No! ¡Tengo que volver! —gritó.
Sintió que le ardía el cuerpo. El dolor en los laterales era increíble… su fuerza le bombeaba adrenalina en la sangre. Su primer instinto fue moverse. ¡Sal de ahí! ¡Lucha!
—No, chico. Recuerda que no te puedes mover —le dijo Seoras.
La respiración de Stark era fuerte y agitada. Se obligó a quedarse quieto… a quedarse allí.
—Llévame de vuelta —le dijo al guardián—. Tengo que regresar.
—Stark, escúchame —dijo de repente la cara de Aphrodite desde arriba—. Heath es la clave. Tienes que hablar con él antes de ver a Zoey. Dile que tiene que avanzar. Tiene que dejar a Zoey en el Otro Mundo o ella nunca volverá.
—¿Qué? ¿Aphrodite?
Ella lo cogió del brazo y acercó su cara a la de él. Stark pudo ver la sangre en sus ojos y se sobresaltó al entender que debía de haber tenido una visión.
—Confía en mí. Habla con Heath. Haz que se vaya. Si no, nadie podrá detener a Neferet y a Kalona y se habrá acabado todo para nosotros.
—Si va a volver, tiene que irse ya —dijo Seoras.
—Hazlo regresar —dijo Sgiach.
Los bordes brillantes alrededor de la visión de Stark empezaron a volverse grisáceos y luchó por no ser empujado de nuevo.
—¡Espera! Dime. ¿Cómo… cómo lucho conmigo mismo? —consiguió preguntar Stark.
Ach, en realidad es bastante sencillo, ti guerrero de tu interior debe morir para que nazca el chamán.
Stark no sabía si las palabras de Seoras eran la respuesta a su pregunta o si provenían de su memoria, y no tenía tiempo de averiguarlo. En menos de lo que dura un latido, Seoras le agarró la cabeza con fuerza y pasó la hoja por los párpados de Stark. Con un destello ardiente y cegador, volvió a estar cara a cara consigo mismo, como si nunca hubiese abandonado aquel lugar.
Pese a que se hallaba desorientado como consecuencia del dolor que le generaba el último corte del guardián, Stark comprendió que su cuerpo reaccionaba más rápidamente que su mente y que se estaba defendiendo fácilmente de los ataques de su reflejo. Era como si la línea del último corte hubiese revelado una geometría de líneas para atacar al otro que Stark no conocía de antes y, como él no sabía de ellas, era posible que su reflejo tampoco. Si realmente el asunto era así, contaba con una oportunidad, aunque fuera mínima.
—Yo puedo hacer esto todo el día. Tú no. Maldita sea, qué fácil es patearme el culo. —El Stark de ojos rojos se rio con arrogancia.
Mientras se reía, Stark lo golpeó siguiendo una de las líneas de ataque que ese dolor y esa necesidad le habían revelado, alcanzando el lado exterior del antebrazo de su reflejo.
—¡Joder! Parece que puedes sangrar. ¡No sabía que tenías sangre!
—Sí, bueno, ese es uno de tus problemas; eres demasiado arrogante.
Stark vio la duda que atravesaba los ojos de su reflejo y un susurro de comprensión pasó por su mente.
Siguió ese pensamiento con tanta naturalidad como levantaba la espada para defenderse y atendía a las líneas de ataque.
—No, no es que tú seas demasiado arrogante. Soy yo. Yo soy arrogante.
La defensa de su reflejo flaqueó. Entonces Stark lo entendió todo y siguió presionando.
—También soy egoísta. Así es como maté a mi mentor. Era demasiado egoísta como para dejar que nadie me superase en nada.
—¡No! —gritó el Stark de ojos rojos—. Ese no eres tú… ese soy yo.
Viendo el hueco, Stark atacó de nuevo, cortando al otro en un lateral.
—Te equivocas y lo sabes. Tú eres lo malo que hay en mí, pero sigues siendo yo. El guerrero no habría sido capaz de admitirlo, pero el chamán está empezando a entenderlo.
Mientras Stark hablaba, siguió avanzando, lanzándole una lluvia de golpes a su reflejo.
—Somos arrogantes, somos egoístas. A veces somos mezquinos. Tenemos un jodido mal temperamento y cuando nos cabreamos, somos rencorosos.
Las palabras parecieron activar algo en el otro y contraatacó con una velocidad casi increíble, embistiendo a Stark con una habilidad y una sensación de venganza sobrecogedoras.
Oh, Diosa, no. No permitas que mis palabras lo fastidien todo.
Mientras Stark luchaba desesperadamente por defenderse de la salvaje acometida, se dio cuenta de que estaba reaccionando demasiado racionalmente, de un modo demasiado predecible. La única manera posible de derrotarse a sí mismo era hacer algo que el otro no esperase.
Tengo que dejarle un hueco para que pueda matarme.
Mientras el otro le lanzaba golpes sin parar, Stark supo que era el momento. Fingió dejar abierto su flanco izquierdo. Con una velocidad imparable, su reflejo se lanzó hacia ese lugar, embistiendo y haciéndose, por un momento, más vulnerable que Stark. Stark vio la línea de ataque, la geometría de una abertura real y, con una ferocidad que desconocía que fuese capaz de generar, golpeó con la empuñadura de la espada el cráneo del otro.
El reflejo de Stark se desplomó sobre sus rodillas. Boqueando en busca de aire, casi no podía sostener la espada.
—Así que ahora me matarás, entrarás en el Otro Mundo y salvarás a la chica.
—No. Ahora te aceptaré porque no importa lo sabio que sea o lo bueno que llegue a ser… tú siempre estarás ahí, dentro de mí.
Los ojos rojos miraron una vez más a los marrones. El otro dejó caer su espada y con un movimiento rápido se echó hacia delante y se clavó la espada de Stark hasta la empuñadura en su pecho. En la salvaje intimidad del momento, el Otro expiró tan cerca de él que pudo inhalar su último aliento. El estómago de Stark se encogió. ¡A sí mismo! ¡Se había matado a sí mismo! Sacudió la cabeza para intentar borrar aquel terrible pensamiento.
—¡No! —gritó—. Yo…
Mientras intentaba negarlo a gritos, el Stark de ojos rojos sonrió con sabiduría y susurró a través de sus labios ensangrentados.
—Nos veremos de nuevo, guerrero, antes de lo que crees.
Stark puso al otro sobre el suelo y le sacó la gran espada de su pecho al mismo tiempo.
El tiempo se congeló mientras la luz divina del reino de Nyx se reflejaba en la espada y brillaba por toda su sangrienta pero hermosa longitud, cegando a Stark, exactamente como había hecho el último corte de Seoras con su visión. Milagrosamente, durante un instante, fue como si el anciano guardián estuviese allí, a su lado y al de su reflejo, y los tres contemplasen la espada.
Seoras habló sin apartar los ojos de la empuñadura.
—Aye, este claymore de guardián es para ti, chico, una espada forjada en sangre caliente y húmeda que solo se usa en la defensa del honor y que es blandida por el hombre que ha decidido proteger a un As, a una bann ri, a una reina. Su hoja está tan afilada que corta sin dolor y el guardián que la porte golpeará sin piedad, miedo o favor contra aquellos que deshonren nuestro gran linaje.
Hipnotizado, Stark giró el claymore, dejando que su empuñadura tachonada de joyas brillara bajo la luz mientras el guardián de Sgiach continuaba:
—Los cinco cristales, colocados en las cuatro esquinas el quinto en el centro, en el corazón de la espada, crean una corriente constante conectada al latido de su guardián, si es uno de los guerreros elegidos para salvaguardar nuestro honor más allá de la vida. —Seoras hizo una pausa, apartando por fin la mirada del claymore—. ¿Eres tú uno de esos guerreros, muchacho? ¿Vas a ser un verdadero guardián?
—Quiero serlo —dijo Stark, intentando hacer que la espada latiera con el ritmo de su corazón.
—Entonces deberás actuar siempre con honor y enviar a quien derrotes a un lugar mejor. Si puedes hacerlo como un guardián, y no como un muchacho… si tienes un alma y un espíritu de sangre pura, hijo, te darás cuenta de que el último horror que sientas será la facilidad con la que aceptarás y ejecutarás tu compromiso eterno. Pero has de saber que no hay marcha atrás, pues esta es tanto la obligación como el destino del guardián: ser puro, no tener rencor, ni malicia, ni prejuicios ni sed de venganza. Con tu férrea fe en el honor como única recompensa. Sin promesas de amor, felicidad o lucro. Porque después de nosotros, no hay nada. —Stark vio la resignación atemporal en los ojos de Seoras—. Cargarás con esto durante toda la eternidad, ya que ¿quién protegerá a un guardián? Ahora ya conoces su verdad. Decide, hijo.
La imagen de Seoras desapareció y el tiempo empezó de nuevo. El otro estaba de rodillas ante él, mirándolo con ojos que expresaban miedo y aceptación.
Muerte con honor. Mientras Stark escuchaba aquellas palabras, la empuñadura del claymore se calentó en sus manos latiendo al compás de su corazón. Cerró la otra mano sobre la empuñadura, disfrutando de la sensación.
Después el peso de la hoja se convirtió en un poder con vida propia y llenó a Stark de fuerza y sabiduría, de forma terrible y a la vez maravillosa. Sin pensarlo, sin ninguna emoción, usó un arco en forma de luna creciente para asestarle un eficiente golpe mortal al otro, partiéndolo limpiamente de la cabeza hasta la entrepierna. Hubo un gran suspiro y el cuerpo desapareció.
Toda la extensión de su brutalidad se le vino encima. Dejó caer el claymore y cayó sobre sus rodillas.
—¡Diosa! ¿Cómo es posible hacer esto y ser honorable?
Con la cabeza dándole vueltas, Stark se arrodilló en el suelo, respirando agitadamente. Miró su cuerpo, esperando encontrar heridas abiertas en carne viva y sangre… montones y montones de su sangre.
Pero se equivocaba. Estaba completamente libre de heridas físicas. La única sangre que vio estaba acumulada en la tierra delante de él. La única herida que permanecía era el recuerdo de lo que acababa de hacer.
Casi con voluntad propia, su mano encontró la empuñadura de la gran espada. Recordando el golpe asesino que acababa de asestar, la mano de Stark tembló, pero asió con fuerza la empuñadura, encontrando la calidez y el eco de los latidos de su corazón.
—Soy un guardián —susurro.
Con el sonido de aquellas palabras se aceptó de verdad a sí mismo y, por fin, lo comprendió: no se trataba de aniquilar el mal de su interior; nunca se había tratado de eso. Era cuestión de controlarlo. Eso era lo que un guardián de verdad hacía. No negaba la brutalidad, sino que la ejercía con honor.
Stark inclinó la cabeza para apoyarla en su claymore de guardián.
—Zoey, mi As, mi bann ri shi’, mi reina… Elijo aceptarme y seguir el camino del honor. Es la única manera de poder ser el guerrero que necesitas que sea. Lo juro.
Con el juramento de Stark todavía flotando en el aire, a su alrededor, el arco que ejercía de frontera al Otro Mundo de Nyx desapareció junto con su claymore de guardián, dejando a Stark solo, desarmado y arrodillado frente a la arboleda de la diosa y a la belleza etérea del árbol votivo.
Stark se puso en pie con esfuerzo y empezó a caminar automáticamente hacia la arboleda. Su único pensamiento era que tenía que encontrarla… a su reina, a su Zoey.
Pero mientras se acercaba a la vegetación, disminuyó el ritmo y acabó por detenerse.
No. Estaba empezando mal. De nuevo.
No era a Zoey a quien tenía que encontrar… era a Heath. Por más molesta que Aphrodite pudiese resultar ser, él sabía que sus visiones eran reales. ¿Qué demonios le había dicho Aphrodite? Algo sobre que Heath tenía que avanzar para que Zoey volviese. Stark pensó en ello. Por más que le costase admitirlo, podía entender por qué lo que había visto Aphrodite tenía que ser cierto. Zoey llevaba con Heath desde que eran críos. Lo había visto morir y eso le había hecho tanto daño que su alma se había roto en pedazos. Si podía estar completa y quedarse aquí con Heath…
Stark miró a su alrededor y, al igual que cuando estaba conectado con el claymore; pudo ver de verdad.
El reino de Nyx era increíble. La arboleda estaba delante de él, pero podía sentir la inmensidad del lugar y sabía que aquel reino era mucho más grande que ese pequeño lugar. Aunque, para ser honestos, la propia arboleda le era suficiente… Verde, acogedora… era como un cobijo para su espíritu. A pesar de todo lo que acababa de vivir, conociendo su responsabilidad como guardián de Zoey y entendiendo que su búsqueda aún estaba lejos de llegar a su fin, Stark quería entrar en la arboleda, respirar profundamente y dejar que la paz lo inundase. Si se le añadiese la presencia de Zoey a todo aquello, estaría más que contento de quedarse allí al menos un pedacito de eternidad.
Así que sí: si a Zoey le devolvían a Heath, ella querría quedarse. Stark se pasó la mano por la cara. Odiaba admitirlo, le rompía el corazón hacerlo, pero Zoey amaba a Heath, quizás incluso más que a él.
Stark apartó ese pensamiento. ¡El amor que ella sintiese por Heath no importaba! Zoey tenía que volver… hasta la visión de Aphrodite lo decía claramente. Y estaba seguro de que, si Heath no andaba por allí, probablemente Stark podría convencerla para regresar con él. Ese era el tipo de chica que era: se preocupaba por sus amigos más que por sí misma.
Y esa era la razón por la que precisamente Heath tendría que abandonarla, y no al revés.
Así que tenía que encontrar a Heath y convencerlo para que dejase a la única chica a la que había amado nunca. Para siempre.
Joder.
Imposible.
Pero también le pareció imposible derrotarse a sí mismo y aceptar todo lo que aquello implicaba.
¡Así que piensa, maldita sea! Piensa como un guardián y no actúes y reacciones como un chiquillo estúpido.
Podía encontrar a Zoey. Ya lo había hecho antes. Y una vez hallada, Heath también estaría allí.
La vista de Stark fue hacia el árbol votivo. Este de aquí era más grande que el que había en Skye y los trozos de tela que colgaban del inmenso paraguas que formaban sus ramas no dejaban de cambiar de color y de tamaño mientras ondeaban suavemente en la cálida brisa.
El árbol votivo hablaba de sueños, deseos y amor. Bueno, él amaba a Zoey.
Stark cerró los ojos y se concentró en ella, en lo mucho que la amaba y lo mucho que la echaba de menos.
Pasó el tiempo… minutos, quizás horas. Nada. Ni una mierda. Ni siquiera un vago presentimiento de dónde podría estar. No podía sentirla en absoluto.
No puedes rendirte. Piensa como un guardián.
Así que el amor no lo iba a conducir hasta Zoey. ¿Y entonces qué? ¿Qué era más fuerte que el amor?
Stark parpadeó, sorprendido. Ya tenía la respuesta. Se la habían dado con el título de guardián y el claymore místico.
—Para un guardián, el honor es más fuerte que el amor —dijo en voz alta.
No había acabado de hablar cuando una delgada cinta dorada apareció directamente sobre él, en el árbol votivo. Resplandecía con una luminiscencia metálica y a Stark le recordó el brazalete de oro amarillo que llevaba Seoras en la muñeca. Cuando la cinta se desató y se soltó del árbol, entrando en la arboleda, Stark no lo dudó. Siguió a su instinto y a este pequeño vestigio de honor, caminando con decisión tras él.