24

Stark

—Sé que entrar en el Otro Mundo podría matarme, pero no quiero vivir en este sin ella —dijo Stark, aguantándose las ganas de gritar. Sin embargo, no podía evitar que la frustración hirviera en su voz—. Así que simplemente mostradme qué necesito hacer para llegar hasta donde está Zoey y a partir de ahí ya me las apañaré yo solo.

—¿Por qué quieres traer de vuelta a Zoey? —le preguntó Sgiach.

Stark se pasó la mano por el pelo. La fatiga que traía consigo la luz del sol tiraba de él, crispando sus nervios y confundiendo sus pensamientos. Por eso soltó la única respuesta que su agotada mente pudo formar.

—Porque la amo.

La reina pareció no reaccionar en absoluto ante esa declaración, sino que lo estudió con una expresión pensativa.

—Siento que la Oscuridad te ha tocado.

—Sí —asintió Stark, aunque su frase lo confundió—. Pero cuando elegí estar con Zoey, elegí la Luz.

Aye, ¿pero seguirías eligiéndola si eso significase que vas a perder lo que más amas? —dijo Seoras.

—Alto, la única razón de que Stark vaya al Otro Mundo es para poder proteger a Zoey. Así ella podrá reunir su alma hecha pedazos y volver a su cuerpo, ¿no? —dijo Aphrodite.

Aye, ella puede elegir volver si su alma está completa de nuevo.

—Entonces no entiendo tu pregunta. Si Z vuelve, él no la pierde —dijo ella.

—Mi guardián está explicando que Zoey cambiará si vuelve del Otro Mundo —dijo Sgiach—. ¿Y si ese cambio la conduce a un camino que la aleja de Stark?

—Yo soy su guerrero. Eso no va a cambiar. Permaneceré a su lado —respondió Stark.

Aye, muchacho, como su guerrero seguro, pero quizás no como su amante —dijo Seoras.

Stark sintió una daga penetrando en su estómago.

—Moriría por traerla de vuelta —dijo aun así, sin dudar—. No importa lo que pase.

—Las emociones más intensas que sentimos pueden pasar de un extremo a otro dependiendo del tipo de seres humanos que seamos en nuestro interior —dijo la reina—. Codicia y compasión, generosidad y obsesión, amor y odio. Muchas veces están muy cerca las unas de las otras. Dices que amas a tu reina lo suficiente como para morir por esa emoción, pero si ella no te amase ya al regresar, ¿de qué color sería entonces tu mundo?

Oscuro. La palabra llegó al instante a la mente de Stark, pero sabía que no debía decirla.

Por suerte, el parloteo de Aphrodite lo salvó.

—Si cuando Z volviese no quisiera estar con él, rollo chico con chica, eso le jodería a Stark. No hace falta ser muy listo. Pero eso no significa que él se vaya a pasar al lado oscuro, y sé que sabéis lo que significa eso porque vosotros veis Star Trek y una cosa va con la otra. Además, ¿no es verdad que lo que haría o no haría Stark en una situación que no se ha dado, hipotética, en la que Zoey lo deja en realidad es algo entre Stark, Zoey y Nyx? En serio, la Diosa sabe que no quiero parecer pedante, pero tú eres una reina, no una diosa. Hay algunas cosas que no puedes controlar.

Stark aguantó la respiración, esperando que Sgiach usase algo de Star Trek, o de La guerra de las galaxias o de lo que fuese para descomponer a Aphrodite en un trillón de pedacitos. En lugar de eso, la reina se rio y eso la hizo parecer inesperadamente infantil.

—Me alegro de no ser una diosa, joven profetisa. El pequeño pedazo de mundo que controlo es más que suficiente para mí.

—¿Por qué te preocupa tanto lo que Stark vaya o no vaya a hacer? —le preguntó Aphrodite a la reina aunque Darius le estaba lanzando miradas que Stark interpretó como un «cállate ya».

Sgiach y su guardián compartieron una larga mirada y Stark vio al guerrero asentir ligeramente, como si acabasen de llegar a un acuerdo.

—El equilibrio entre la Luz y la Oscuridad en el mundo puede variar por un simple acto —dijo la reina Sgiach—. Aunque Stark es solo un guerrero, sus acciones tienen el potencial de afectar a muchos.

—Y este mundo no necesita otro poderoso guerrero que luche al lado de la Oscuridad.

—Eso lo sé y nunca más lucharé por la Oscuridad —dijo Stark con gravedad—. Vi que el alma de Zoey se hacía pedazos por un simple acto, así que eso lo entiendo también.

—Entonces sopesa tus acciones con cuidado —le dijo la reina—. En el Otro Mundo y en este. Y piensa en esto: los jóvenes y los ingenuos creen que el amor es la fuerza más poderosa del universo. Los que somos… digamos… más realistas, sabemos que la voluntad de una sola persona, reforzada por su integridad y su decisión, puede ser más sólida que un enamoramiento romántico.

—Lo recordaré. Lo prometo.

Stark apenas podía escuchar sus propias palabras. Habría jurado cortarse el brazo si eso fuera lo que Sgiach quisiese oír para pulsar el botón de «encendido» que iniciase el proceso que lo llevara hasta el Otro Mundo.

Como si pudiese leerle la mente, la reina sacudió la cabeza con tristeza.

—Muy bien, entonces. Que tu búsqueda comience. Que suba el Seol ne Gigh —dijo a continuación, levantando la mano, como una orden.

Hubo un zumbido y una serie de ruidos secos. El suelo delante del estrado de la reina, justo donde descansaba Zoey, se abrió y una losa de piedra de color teja surgió del suelo. Le llegaba hasta la cintura y era lo suficientemente larga para que un vampiro adulto se tumbase en su superficie plana. Vio que la roca estaba cubierta por un intrincado dibujo de nudos célticos y que a cada lado, en el suelo, rodeándola, había dos ranuras curvadas casi como arcos. Eran más anchas en uno de los extremos y en la parte más estrecha formaban puntas afiladas. Estudiándola, Stark descubrió dos cosas: que las ranuras parecían cuernos enormes y que la piedra no era de color teja… Era mármol blanco. El color teja eran manchas. Manchas de sangre.

—Esta es la Seol ne Gigh, el Ara del Espíritu —dijo Sgiach—. Es una antigua piedra sagrada de sacrificio y culto. Desde tiempos inmemoriales, este ha sido el conducto hacia la Oscuridad y hacia la Luz… hacia los dos toros, el blanco y el negro, que forman la base del poder de los guardianes.

—Sacrificio y culto —dijo Aphrodite, acercándose a la piedra—. ¿A qué clase de sacrificio te refieres?

Aye, bueno, eso depende de lo que busques, ¿no crees? —dijo Seoras.

—Esa no es una respuesta —replicó Aphrodite.

—Seguro que sí, muchacha —dijo el guardián, sonriéndole gravemente—. Y tú lo sabes, te guste admitirlo o no.

—No tengo ningún problema con los sacrificios —dijo Stark.

A continuación, se pasó la mano por el entrecejo, cansado.

—Decidme qué, o a quién —dijo mirando a Aphrodite de lado, sin importarle que eso hiciera saltar a Darius— tengo que ofrecer en sacrificio y yo lo haré.

—El sacrificio serás tú, muchacho —dijo Seoras.

—Creo que le ayudará ese estado de debilidad que le invade durante las horas de luz. Debería hacer más fácil que su espíritu abandonase su cuerpo —le digo Sgiach a su guardián casi como si Stark no estuviese en la habitación.

Aye, es verdad. La mayoría de los guerreros luchan para impedirlo. Su debilidad le facilitará esa parte —asintió Seoras.

—¿Entonces qué tengo que hacer? ¿Buscar una virgen o algo?

Esta vez no miró a Aphrodite porque, bueno… obviamente ella no entraba en esa categoría.

—Tú eres el sacrificio, guerrero. No vale la sangre de otro. Esta es tu búsqueda, desde el principio hasta el final. ¿Sigues deseando empezar, Stark? —le preguntó Sgiach.

—Sí.

Stark no lo dudó.

—Entonces túmbate en la Seol ne Gigh, joven guardián MacUallis. Tu jefe te drenará la sangre y te llevará a un lugar entre la vida y la muerte. La piedra tomará tu ofrenda. El toro blanco ha hablado y has sido aceptado. Guiará tu espíritu hasta la entrada del Otro Mundo. A partir de ahí, será cosa tuya conseguir entrar; que la Diosa se apiade de tu alma —dijo la reina.

—De acuerdo. Bien. Vamos allá.

Pero Stark no fue directamente a la Seol ne Gigh. En lugar de ello, se arrodilló al lado de Zoey. Ignorando el hecho de que todos los que estaban en la sala lo estaban mirando, le cogió la cara entre las manos y la besó suavemente, susurrándole a sus labios.

—Voy a por ti. Esta vez no te fallaré.

Después se puso de pie, echó los hombros hacia atrás y fue hacia la enorme piedra.

Seoras se había quitado del lado de su reina y estaba de pie en la parte frontal de la piedra. Mirando a Stark con firmeza, desenfundó un extremadamente afilado estilete que escondía en una vaina de cuero en su cintura.

—¡Espera, espera!

Era increíble, pero Aphrodite estaba revolviendo torpemente el interior de un bolso de cuero anormalmente grande que llevaba a cuestas desde Venecia.

Stark ya estaba cansado de ella.

—Aphrodite, ahora no es el momento.

—Oh, por todos los demonios, por fin. Sabía que no podía haber perdido algo tan grande y oloroso.

Sacó una bolsita llena de ramitas marrones y agujas y le hizo un gesto a uno de los guerreros que rodeaban el perímetro de la sala, chasqueando los dedos y comportándose de una forma más regia de lo que a Stark le gustaría admitir en voz alta.

—Antes de que empieces con lo que seguro que es una ofrenda de sangre poco sexi, alguien tiene que quemar esta… especie de incienso aquí, cerca de Stark.

—¿Qué demonios…? —dijo Stark, sacudiendo la cabeza, mirando a Aphrodite y preguntándose (no por primera vez) si aquella mujer tenía algún problema mental.

Ella le puso los ojos en blanco.

—La abuela Redbird le dijo a Stevie Rae, quien me lo dijo a mí, que quemar cedro es algún tipo de hechizo poderoso en el mundo de los espíritus.

—¿Cedro? —dijo Stark.

—Sí. Inhálalo y llévatelo contigo mientras vas al Otro Mundo. Y, por favor cierra el pico y prepárate para sangrar —dijo Aphrodite, que centró después su atención en Sgiach—. Creo que vosotros consideraríais a la abuela Redbird como un chamán. Es sabia y seguidora de la idea esa de que todo en la tierra tiene espíritu. Dijo que el cedro ayudaría a Stark.

El guerrero al que le había dado la bolsita miró a su reina. Ella se encogió de hombros y asintió.

—No puede hacer daño —concedió.

Después de encender un brasero de metal y añadirle unas pocas agujas, Aphrodite sonrió e inclinó la cabeza ligeramente ante Seoras.

—Bien, ahora adelante.

Stark se tragó las palabras que quería gritarle a la molesta Aphrodite. Necesitaba concentrarse. Recordaría inhalar el cedro porque la abuela Redbird sabía muchas cosas y lo más importante era que necesitaba llegar hasta Zoey y protegerla. Stark se pasó la mano por la frente, deseando poder hacer desaparecer así la neblina de cansancio que se instalaba en su cerebro con la luz del día.

—No luches contra ello. Necesitas sentir que se te va la cabeza para poder salir de tu cuerpo. No es algo natural para un guerrero.

Seoras usó su estilete para señalar la superficie plana de la enorme losa.

—Descubre tu pecho y túmbate.

Stark se quitó la sudadera y la camiseta que llevaba debajo y después se echó sobre la piedra.

—Veo que ya estás marcado —le dijo Seoras, señalando la cicatriz rosada de una flecha rota que le cubría el lado izquierdo del pecho.

—Sí. Por Zoey.

Aye, bueno, entonces es buena cosa que vayas a ser marcado de nuevo por ella.

Stark se preparó para lo que venía y permaneció muy quieto sobre la piedra manchada de sangre.

Debería haber estado fría y muerta, pero en cuanto su piel tocó la superficie de mármol, se generó calor bajo él. Ese calor se extendió rítmicamente desde su interior, como si fuesen latidos.

—Ach, aye, ya puedes sentirlo —dijo el anciano guardián.

—Está caliente —respondió Stark, mirándolo desde abajo.

—Para los que somos guardianes, está viva. ¿Confías en mí, muchacho? Stark parpadeó sorprendido por la pregunta de Seoras, pero contestó sin dudarlo.

—Sí.

—Te voy a llevar a un lugar justo antes de la muerte. Necesitas confiar en mí para que te conduzca hasta allí.

—Confío en ti.

Stark lo hacía. Había algo en el guerrero que conectaba con algo en su interior. Confiar en él le parecía lo acertado.

—Esto no nos va a gustar a ninguno de los dos, pero es necesario. El cuerpo debe liberarse para darle al espíritu la libertad de marcharse. Solo el dolor y la sangre pueden hacer eso. ¿Estás listo?

Stark asintió. Apretó las manos contra la superficie caliente de la piedra e inhaló profundamente el olor del cedro.

—¡Espera! Antes de que lo cortes, dile algo que lo pueda ayudar. No dejes que su alma se ponga a revolotear atolondrada por el Otro Mundo. Tú eres un chamán, así que chamanízalo —dijo Aphrodite.

Seoras miró a Aphrodite y después a su reina. Stark no podía ver a Sgiach, pero fuese lo que fuese lo que pasó entre los dos, hizo que su guardián curvara los labios, en un asomo de sonrisa cuando volvió sus ojos hacia Aphrodite.

—Bueno, mi pequeña reina. Le voy a decir esto a tu amigo: cuando un alma quiere saber realmente lo que es la bondad, y me refiero a una bondad pura, sin motivos egoístas, es cuando lo más básico de nuestra naturaleza se rinde al deseo del amor, de paz y de armonía. Esa rendición es una fuerza muy poderosa.

—Eso es demasiado poético para mí, pero Stark lee mucho. Quizás él entienda de lo que estás hablando —dijo Aphrodite.

—Aphrodite, ¿me harías un favor? —le preguntó Stark.

—Quizás.

—Cállate. —Y se dirigió a Seoras—: Gracias por el consejo. Lo recordaré.

Seoras lo miró a los ojos.

—Tienes que hacer esto tú solo, muchacho. Ni siquiera yo te puedo sujetar. Si no puedes soportarlo, tampoco podrás pasar por la puerta y será mejor acabar con esto ahora, antes de empezar.

—No voy a moverme —dijo Stark.

—El latido de la Seol ne Gigh te conducirá al Otro Mundo. Volver, ach, bueno, ese es un camino que debes encontrar por ti mismo.

Stark asintió y extendió las manos sobre la superficie del mármol, intentando absorber su energía para calentar su cuerpo, de repente congelado.

Seoras levantó la daga y atacó a Stark tan rápido que el movimiento de la mano del guardián fue borroso. El dolor inicial de la herida, que ascendía desde la cintura hasta la parte superior derecha de su caja torácica, era poco más que una línea caliente en su piel.

El segundo corte fue casi idéntico al primero, solo que formó una llorosa línea roja cruzando sus costillas izquierdas.

Y ahí fue cuando comenzó el dolor. Su corazón le ardía. Su sangre era como lava mientras se derramaba por sus lados, formando charcos encima de la piedra. Seoras utilizó el afilado estilete metódicamente, cortando de un lado del cuerpo de Stark al otro hasta que su sangre llegó al canto de la roca como si fuese una lagrima al borde de unos ojos gigantes. Dudó un momento allí y finalmente la sobrepasó y rebosó, vertiendo gotas escarlata en los intricados nudos celtas y después descendiendo hasta llenar las ranuras con forma de cuerno.

Stark nunca había sentido un dolor igual.

Ni cuando se había muerto.

Ni cuando se había no muerto y solo pensaba en sed y violencia.

Ni cuando casi se había muerto por su propia flecha.

El dolor que le hizo sentir el guardián sobrepasaba lo físico. Le quemaba el cuerpo, pero también le incendiaba el alma. El martirio era líquido e interminable. Se trataba de una ola de la que no podía escapar y que lo golpeaba una y otra vez. Se estaba hundiendo en ella.

Stark luchó automáticamente. Sabía que no se podía mover, pero aun así luchó por mantener su consciencia. Si me dejo ir, moriré.

—Confía en mí, muchacho. Déjate ir.

Seoras estaba sobre él, inclinándose una y otra vez sobre su cuerpo, cortándole la piel, pero la voz del guardián le sirvió de ancla, lejana, apenas perceptible.

—Confía en mí…

Stark ya había elegido. Ahora lo único que tenía que hacer era seguir fiel a su elección.

—Confío en ti —se escuchó susurrar.

El mundo se volvió gris, después escarlata, después negro. De lo único de lo que Stark era consciente era del cálido sufrimiento y de lo líquido de su sangre. Los dos se fundieron y de repente se encontró fuera de su cuerpo, hundiéndose en la piedra, goteando por sus laterales tallados y colándose a través de los cuernos.

Rodeado solo de dolor y de oscuridad, Stark luchó contra el pánico pero, de forma extraña, tras solo un momento, el terror fue reemplazado por una aceptación insensible que le alivió lo suficiente. Pensándolo bien, aquella oscuridad no era tan mala. Al menos el dolor estaba desapareciendo. De hecho, el dolor parecía solo un recuerdo…

—¡No te rindas, imbécil! ¡Zoey te necesita!

¿La voz de Aphrodite? Diosa, era irritante que hasta separado de su cuerpo ella pudiera seguir molestándolo.

Separado de mi cuerpo. ¡Lo había conseguido! La euforia que le causó el descubrimiento pronto se vio seguida por la confusión.

Estaba fuera de su cuerpo.

No podía ver nada. No sentía nada. No oía nada. La oscuridad era absoluta. No tenía ni idea de dónde estaba. Su espíritu revoloteaba y, como un pájaro atrapado, tropezaba con la nada.

¿Qué le había dicho Seoras? ¿Cuál había sido su consejo?

… la rendición es una fuerza poderosa.

Stark dejo de luchar y tranquilizó su espíritu. Un pequeño recuerdo brilló entre la negrura, el de su alma mezclándose con su sangre en dos concavidades con forma de cuernos.

Cuernos.

Stark se centró en la única idea visible en su mente y se imaginó agarrando esos cuernos.

La criatura salió de la completa oscuridad. Era de un color negro diferente al que había envuelto a Stark. Era del negro de un cielo de luna nueva, del agua mansa y profunda en la noche y de sueños de medianoche medio olvidados.

Acepto tu sacrificio de sangre, guerrero. Enfréntate a mí y avanza, si osas.

¡Oso!, gritó Stark, aceptando el desafío.

El toro lo embistió. Actuando por puro instinto, Stark no corrió. No saltó a un lado. En lugar de eso, se encaró con el toro, con la cabeza por delante. Expulsando su ira, su rabia y su miedo con un grito, Stark corrió hacia el animal.

El toro bajó su inmensa cabeza como si lo fuese a cornear.

¡No! Stark lo saltó y, con un movimiento que parecía de ensueño, lo cogió de los cuernos. En ese momento la criatura levantó la cabeza y Stark se catapultó sobre su cuerpo. Se sentía como si se estuviera cayendo por un precipicio de una altura imposible mientras descendía cada vez más y, en algún lugar, detrás de él, desde la desalmada negrura, pudo escuchar la voz del toro resonando.

Bien hecho, guardián…

Después hubo una explosión de luz a su alrededor, justo antes de golpearse contra un duro suelo. Stark se levantó despacio, pensando lo extraño que era que, aunque no fuese nada más que espíritu, mantuviera aún la forma y los sentidos de su cuerpo. Miró a su alrededor.

Delante de él había una arboleda idéntica a la que crecía cerca del castillo de Sgiach. Incluso había un árbol votivo delante de él, decorado con más cintas de tela de las que podía contar. Mientras lo observaba, las telas cambiaron, tomando diferentes colores y longitudes y temblando como el espumillón de un árbol de navidad.

El Otro Mundo… aquella tenía que ser la entrada al reino de Nyx. Nada más podría ser tan mágico.

Antes de avanzar, Stark miró detrás de sí, ya que pensaba que no podía ser tan fácil entrar, por lo que esperaba que el toro negro se materializase y lo embistiese, aquella vez de verdad.

Sin embargo, lo único que había detrás de él era la nada tenebrosa de la que había partido. Y por si eso no fuese lo suficientemente aterrador, el pedazo de suelo sobre el que había aterrizado era un pequeño semicírculo de tierra roja que le recordó de repente a Oklahoma. En el centro de la parcela había una espada resplandeciente clavada hasta la mitad. Tuvo que usar las dos manos para liberarla y después, mientras Stark limpiaba automáticamente la hoja (que por otra parte estaba impoluta) en sus vaqueros, se dio cuenta de que, como en la Seol ne Gigh, el color original del suelo estaba teñido por la sangre.

Acabó de frotar la espada rápidamente. Por algún motivo no le gustaba la idea de que se tiñese de sangre. A continuación centró su atención en lo que tenía delante. Ahí era donde tenía que ir. Su mente, su corazón y su espíritu lo sabían.

—Zoey, estoy aquí. He venido a por ti —dijo.

Avanzó corriendo… y tropezó con una barrera invisible sólida como un muro de ladrillo.

—¿Qué demonios…? —murmuró, caminando hacia atrás y levantando la vista para ver un arco de piedra que acababa de aparecer.

Hubo una explosión de una luz blanca y fría y a Stark le pareció que un enorme congelador se abría para mostrar una aterradora imagen de carne muerta. Parpadeando, bajó los ojos y lo que vio frente a él lo sorprendió intensamente.

Stark se estaba viendo a sí mismo.

Al principio pensó que el arco debía de tener un espejo, pero no reflejaba la negrura que había a su espalda y su otro yo le sonría con una sonrisa familiar, socarrona. Stark no estaba sonriendo. Después habló, disipando todas las ideas de reflejos de espejos y otras explicaciones racionales.

—Sí, estúpido, eres tú. Tú eres yo. Para entrar en este lugar, vas a tener que matarme y eso no va a pasar porque a mí no me hace ninguna gracia la idea de morirme. Así que lo que va a pasar es que voy a ser yo el que te va a patear el culo y te va a matar… a ti.

Mientras Stark permanecía allí de pie, sin habla, mirándose a sí mismo, la imagen reflejada se lanzó hacia delante, blandiendo una espada idéntica a la que tenía él y dibujándole una línea de sangre en el brazo.

—Sí, esto va a ser tan fácil como yo pensaba —dijo su otro yo, atacando de nuevo a Stark.