22

Stevie Rae

—Vale, esto sí que me cabrea —dijo Stevie Rae dándole una patada a otra de las botellas vacías de Dr. Pepper que cubrían el suelo del túnel.

—Son asquerosos y ridículos —asintió Kramisha.

—Oh, dios. Si me ensucio por su culpa, me voy a enfadar en serio —dijo Venus.

—¿Ensuciarte? Tía, ¿tú has visto lo que le han hecho a mi habitación? —gruñó Kramisha.

—De verdad, creo que deberíamos centrarnos —dijo Dallas.

Seguía recorriendo con una mano la pared de cemento. Cuanto más se acercaban a la cocina, más inquieto estaba.

—Dallas tiene razón —dijo Stevie Rae—. Primero tenemos que echarlos. Ya nos preocuparemos después de que nuestras cosas vuelvan a su estado original.

—Las tiendas de Pier One y Pottery Barn tienen todavía archivada la tarjeta oro de Aphrodite —le dijo Kramisha a Venus.

Venus pareció tremendamente aliviada.

—Bueno, eso ayudará a arreglar este caos.

—Venus, vas a necesitar algo más que una tarjeta oro para arreglar eso en lo que te has convertido.

El duro sarcasmo provenía de las sombras del túnel que tenían ante ellos.

—Miraos, todos mansos y aburridos. Y yo que pensaba en serio que teníais un tremendo potencial…

Venus, Stevie Rae y el resto de los iniciados se detuvieron.

—¿Yo soy mansa y aburrida? —se rio Venus con tanto sarcasmo como Nicole—. Entonces tu idea de algo genial debe de ser ir abriendo las gargantas de la gente. Por favor. Eso no parece nada sexi.

—Eh, no lo descartes antes de probarlo —le dijo Nicole, apartando la manta que colgaba del quicio de la puerta de la cocina.

Estaba enmarcada en el umbral de la puerta por la luz de las lámparas del interior. Parecía más delgada… más dura de lo que la recordaba Stevie Rae. Starr y Kurtis estaban detrás de ella y al fondo había al menos una docena de iniciados de ojos rojos juntos, mirándolos maliciosamente.

Stevie Rae dio un paso adelante. Los malvados ojos de Nicole, teñidos de rojo, dejaron a Venus para mirarla a ella.

—Oh, ¿has venido a jugar un poco más? —dijo Nicole.

—No voy a jugar contigo, Nicole. Y a ti se te ha acabado el tiempo de juego —dijo marcando esa palabra con comillas— con la gente de aquí.

—¡No puedes decirnos lo que debemos hacer!

Las palabras explotaron entre los labios de Nicole. Detrás de ella, Starr y Kurtis enseñaron los dientes e hicieron ruidos que parecían más gruñidos que risas. Los iniciados de la cocina se agitaron incómodos.

Fue entonces cuando Stevie Rae la vio. Se suspendía cerca del techo, sobre los iniciados malos, como si fuese un mar ondeante de tinieblas que parecía extenderse y concentrarse como un fantasma hecho de nada más que de oscuridad.

Oscuridad…

Stevie Rae tragó la bilis que le produjo el terror que sintió y se forzó a mirar a Nicole a los ojos. Sabía lo que tenía que hacer: tenía que acabar con aquello de inmediato, antes de que la Oscuridad los atrapara más de lo que ya lo había hecho.

En lugar de responderle a Nicole, Stevie Rae respiró profundamente, purificándose.

—¡Tierra, ven aquí! —dijo.

Cuando sintió que el suelo bajo sus pies y los lados curvos del túnel que la rodeaba empezaban a calentarse, se volvió hacia Nicole.

—Como siempre, te equivocas, Nicole. Yo no te voy a decir lo que tienes que hacer.

Stevie Rae habló con una voz tranquila y razonable. Sabía, por los ojos abiertos de Nicole, que probablemente estaba tomando ese resplandor verde que la había rodeado en la Casa de la Noche. Empezó a elevar las manos, atrayendo más energía rica y vibrante de su elemento.

—Os voy a dejar escoger y después vais a tener que lidiar con las consecuencias de vuestra elección. Como debemos hacer todos.

—¿Y si elegís llevar de vuelta vuestros culos de ding a la Casa de la Noche con el resto de los capullos débiles que se llaman a sí mismos vampiros? —sugirió Nicole.

—Sabes que yo no soy ninguna nenaza —dijo Dallas, acercándose a Stevie Rae.

—Ni yo —se hizo eco Johny B detrás de Dallas.

—Nicole, nunca me caíste bien. Siempre pensé que tú eras un caso grave de gilipollitis. Ahora estoy convencida —dijo Kramisha, acercándose al otro lado de Stevie Rae—. Y no me gusta la manera en que le hablas a nuestra alta sacerdotisa.

—Kramisha, no me importa una mierda lo que te gusta y lo que no. ¡Y además esa no es mi alta sacerdotisa! —gritó Nicole, escupiendo baba blanca por la comisura de la boca.

—Vaya asquito —dijo Venus—. Quizás quieras pensarte mejor eso de ser una iniciada malvada. Te vuelve horrorosa, en más de una manera.

—El poder nunca es horroroso y yo tengo poder —dijo Nicole.

Stevie Rae no necesitó mirar hacia arriba para ver que la Oscuridad que se filtraba del techo de la cocina era cada vez más densa.

—Vale, es suficiente. Está claro que no sabes comportarte, así que no queda otra. Esta es vuestra elección… y cada uno de vosotros tiene que hacerla individualmente.

Stevie Rae miró por encima de Nicole mientras hablaba, deteniéndose en los ojos escarlata de cada uno de ellos, deseando, sin muchas esperanzas, llegar al menos a uno.

—Podéis abrazar la Luz. Si lo hacéis, significará que elegís la bondad y el camino de nuestra Diosa y que podéis quedaros aquí con nosotros. Empezaremos de nuevo en la escuela en la Casa de la Noche el lunes por la noche, pero viviremos aquí, en nuestros túneles, rodeados de tierra, donde nos sentimos cómodos. O podéis seguir con la Oscuridad —Stevie Rae vio el saltito de sorpresa de Nicole cuando la nombró—. Sí, lo sé todo sobre la Oscuridad. Y te aseguro que tener tratos con ella, en cualquier sentido, es un gran error. Pero si esa es vuestra elección, entonces tendréis que partir, solos, para no volver.

—¡No puedes obligarnos! —dijo Kurtis desde detrás de Nicole.

—Sí que puedo —dijo Stevie Rae levantando las manos y cerrando los puños resplandecientes con fuerza—. Y no solo yo: Lenobia le va a hablar al Alto Consejo sobre vosotros. Se os prohibirá la entrada en todas las Casas de la Noche del mundo.

—Eh, Nicole, como ha dicho Venus, pareces bastante tocada. ¿Cómo te sientes en realidad? —le preguntó Kramisha de repente. Después alzó la voz, hablándoles a los chicos que estaban detrás de ella—. ¿Cuántos habéis estado tosiendo y sintiéndoos hechos una mierda? Hace tiempo que no estáis cerca de ningún vampiro, ¿verdad?

—Oh, Diosa, no sé cómo se me ha podido olvidar eso —le dijo Stevie Rae a Kramisha.

A continuación volvió a centrar su atención en los chicos de la cocina, hablando por encima de Nicole.

—A ver, ¿cuántos de vosotros queréis moriros… otra vez?

—Parece que los iniciados rojos son iguales que los demás tipos de iniciados —dijo Dallas.

—Sí, te puedes morir si estas cerca de vampiros —dijo Johnny B.

—Pero la muerte es segura si no estás cerca de ellos —dijo Kramisha con un tono bastante satisfecho—. Pero eso ya lo sabéis porque ya perdisteis la vida una vez. ¿Queréis hacerlo de nuevo?

—Así que tenéis que elegir —continuó Stevie Rae, todavía con los puños resplandecientes en alto.

—¡Estamos malditamente seguros de que no te elegimos a ti como alta sacerdotisa! —dijo Nicole, escupiéndole las palabras—. Y ninguno de vosotros lo haría si supiese la verdad sobre ella.

Con una sonrisa digna del gato de Cheshire, pronunció las palabras que Stevie Rae más temía.

—Apuesto a que no os ha contado que salvó a un cuervo del escarnio, ¿verdad?

—Eres una mentirosa —dijo Stevie Rae, mirando con fijeza los ojos rojos de Nicole.

—¿Cómo sabías que había un cuervo del escarnio en Tulsa? —dijo Dallas.

Nicole resopló.

—Estaba aquí. El olor de vuestra preciosa alta sacerdotisa lo rodeaba por completo porque ella le había salvado la vida. Fue gracias a él como la atrapamos en el tejado. Subió para salvarlo… de nuevo.

—¡Eso es mentira! —gritó Dallas.

Apoyó la mano contra la pared de cemento. Stevie Rae sintió que el vello se le erizaba por una repentina ráfaga de electricidad estática.

—¡Uau, sí que los tienes engañados! —dijo Nicole, burlona.

—Ya está bien. Se ha acabado —dijo Stevie Rae—. Elegid. Ahora. Luz u Oscuridad, ¿qué escogéis?

—Nosotros ya hemos elegido.

Nicole metió la mano bajo su ancha camiseta y sacó una pistola de cañón corto con la que apuntó al centro de la cabeza de Stevie Rae.

Ella sintió pánico por un momento y la miró, aturdida. Después escuchó a Kurtis y a Starr amartillando las otras dos pistolas que habían sacado, apuntando a Dallas y a Kramisha.

Eso sí que cabreó a Stevie Rae y todo se aceleró.

—¡Protégelos, tierra! —gritó Stevie Rae.

Abrió los brazos y los puños e imaginó el poder de la tierra como una crisálida que los protegía. El aire a su alrededor resplandeció de un verde suave y musgoso. Y cuando la barrera se manifestó, Stevie Rae vio la aceitosa Oscuridad que colgaba del techo temblar y disiparse por completo.

—Ah, demonios, no. ¡A mí no me vas a apuntar con esa cosa! —gritó Dallas.

Cerrando los ojos y concentrándose, Dallas puso las dos manos en la pared del túnel. Se escuchó un crujido. Kurtis aulló y soltó su pistola. Al mismo tiempo, Nicole gritó con un sonido salvaje y primario que se pareció más al rugido de un animal rabioso que a algo que pudiera haber salido de la garganta de un iniciado y apretó el gatillo.

Los disparos fueron ensordecedoramente ruidosos. El sonido hizo eco dolorosamente una y otra vez hasta que Stevie Rae perdió la cuenta de cuántos eran disparos de verdad y cuántos eran solo una avalancha de sonido, humo y sensaciones.

Stevie Rae no escuchó los gritos de los iniciados malos mientras las balas rebotaban en la barrera y perforaban sus cuerpos, pero sí que vio caer a Starr y observó la terrible mancha roja que brotó por un lateral de su cabeza. Dos de los otros chicos de ojos rojos se desplomaron también en el suelo.

Se desató un enorme alboroto y los iniciados ilesos de la cocina se empujaron, apartaron y treparon unos por encima de los otros mientras luchaban por llegar a la estrecha entrada que conducía hasta el edificio principal de la estación, arriba.

Nicole no se había movido. Sostenía el arma descargada, con mirada salvaje, y seguía apretando el gatillo cuando Stevie Rae le gritó.

—¡No! ¡Ya has hecho bastante!

Actuando por instinto, totalmente unida a la tierra, Stevie Rae juntó sus resplandecientes manos ante ella. Con un sonido desgarrador, se abrió un agujero salvaje enorme al final de la cocina, donde antes solo estaba la parte curva del túnel.

—Debes irte y no volver nunca más.

Como una diosa vengadora, Stevie Rae arrojó tierra hacia Nicole, Kurtis y los demás que seguían a su lado, enviando una ola de poder por toda la cocina. Los levantó uno por uno y los empujó hasta el nuevo túnel. Mientras Nicole gruñía insultos, Stevie Rae movió la mano tranquilamente. Usó una voz magnificada por su elemento para dirigirse a ellos.

—Condúcelos lejos de aquí y ciérrate tras ellos. Si no se van, entiérralos vivos.

La última imagen que tuvo Stevie Rae de Nicole fue la de ella gritándole a Kurtis que moviera su gordo culo.

Entonces el túnel se selló y después todo quedó en silencio.

—Vamos —dijo Stevie Rae.

Sin pararse a pensar dónde estaba entrando, avanzó hacia la cocina, directamente hacia los cuerpos destrozados y sangrientos que Nicole había dejado tras de sí. Había cinco. Tres, incluido Starr, habían sido alcanzados por las balas rebotadas. Los otros dos habían muerto aplastados.

—Están todos muertos —Stevie Rae pensó que era raro que sonara tan tranquila.

—Johnny B, Elliot, Montoya y yo nos desharemos de ellos —dijo Dallas tomándose un momento para apretarle el hombro.

—Tengo que ir con vosotros —le dijo Stevie Rae—. Voy a abrir la tierra en la superficie para enterrarlos, no lo voy a hacer aquí. No los quiero en el lugar donde vamos a vivir.

—Vale, lo que te parezca mejor —dijo, acariciándole la cara muy suavemente.

—Mirad. Envolvedlos en estos sacos de dormir. —Kramisha se abrió paso entre los escombros y los cuerpos de la cocina, fue hasta el armario que hacía de almacén y empezó a coger sacos dormir.

—Gracias, Kramisha —dijo Stevie Rae, cogiéndole metódicamente los sacos de dormir y abriéndolos.

Un sonido llamó su atención en la puerta de entrada, donde estaban Venus, Sophie y Shannoncompton, con la tez pálida. Sophie emitía gemidos como si sollozara, aunque no salían lágrimas de sus ojos.

—Id al Hummer —les dijo Stevie Rae—. Esperadnos allí. Volvemos a la escuela. Hoy no nos vamos a quedar aquí, ¿vale?

Las tres chicas asintieron y después, cogiéndose de las manos, desaparecieron en el túnel.

—Probablemente van a necesitar ayuda —le dijo Kramisha.

Stevie Rae miró por encima de un saco de dormir.

—¿Y tú no?

—No. Solía ser voluntaria en las urgencias del St. John. Vi bastantes cosas horribles allí.

Deseando haber tenido también experiencia con aquellas cosas horribles, Stevie Rae apretó los labios e intentó no pensar mientras cerraban las cremalleras de los cinco sacos de dormir y seguían a los chicos, que gruñían bajo el peso de su carga, hasta fuera del edificio principal de la estación. En silencio, dejaron que los guiara hasta una zona desierta y oscura, detrás de las vías del tren.

Stevie Rae se arrodilló y puso las manos sobre la tierra.

—Ábrete, por favor, para permitir que estos chicos regresen a ti.

La tierra se estremeció como la piel de un animal sintiendo un escalofrío y después se abrió, formando una grieta profunda y estrecha.

—Adelante, metedlos —les dijo a los chicos, que siguieron sus órdenes lúgubremente y en silencio.

Stevie Rae no habló hasta que el último cuerpo hubo desaparecido.

—Nyx, sé que estos chicos han hecho alguna mala elección, pero no creo que todo fuese culpa suya. Son mis iniciados y, como su alta sacerdotisa, te ruego que les muestres tu bondad y les permitas conocer la paz que no encontraron aquí. —Después movió una mano delante de ella—. Ciérrate sobre ellos, por favor.

La tierra, igual que la iniciada que permanecía a su lado, hizo lo que Stevie Rae le pidió.

Cuando se puso de pie, se sentía como si tuviese cien años. Dallas trató de tocarla, pero ella empezó a caminar, de vuelta a la estación.

—Dallas, ¿podéis tú y Johnny B echar un vistazo por aquí fuera y aseguraros de que los chicos que salieron de la estación han entendido que ya no son bienvenidos? Yo estaré en la cocina. Reuníos allí conmigo, ¿vale?

—Enseguida, niña —asintió Dallas.

Él y Johnny B echaron a correr.

—El resto de vosotros puede irse al Hummer —dijo ella.

Sin más, los chicos bajaron por las escaleras que conducían al aparcamiento subterráneo.

Despacio, Stevie Rae atravesó la estación y bajó hasta la ensangrentada cocina. Kramisha seguía allí. Había encontrado una caja de bolsas de basura gigantes y estaba llenándolas de escombros, murmurando entre dientes. Stevie Rae no dijo nada, solo cogió otra bolsa y se unió a ella. Cuando tenían ya la mayor parte de la basura metida en bolsas, Stevie Rae habló.

—Vale, ya puedes irte. Voy a hacer algo con la tierra para deshacerme de toda esta sangre.

Kramisha estudió el suelo de tierra compacta.

—Ni siquiera se ha absorbido.

—Sí, lo sé. Voy a arreglarlo.

Kramisha la miró a los ojos.

—Eh, tú eres nuestra alta sacerdotisa y tal, pero tienes que aceptar que no puedes repararlo todo.

—Creo que una alta sacerdotisa siempre quiere arreglarlo todo —adujo ella.

—Creo que una alta sacerdotisa no se fustiga por aquello que no está en su mano.

—Serías una buena alta sacerdotisa, Kramisha.

Kramisha resopló.

—Yo ya tengo un trabajo. No trates de poner más mierda en mi plato. Casi no puedo ni soportar esto de los poemas.

Stevie Rae sonrió, aunque su expresión seguía siendo extraña y tensa.

—Ya sabes que eso depende de Nyx.

—Sí, bueno, Nyx y yo vamos a tener que hablar. Te veo fuera.

Todavía gruñendo entre dientes, Kramisha bajó por el túnel, dejando a solas a Stevie Rae.

—Tierra, ven a mí de nuevo, por favor —dijo, retrocediendo hasta la entrada de la cocina.

Cuando sintió la calidez bajo ella y en su interior, extendió las manos, con las palmas hada el suelo ensangrentado.

—Como todo lo que está vivo, la sangre al final acaba por volver a ti. Por favor, absorbe la sangre de estos chicos que no deberían haber muerto.

Como una esponja gigante de tierra, el suelo de la cocina se hizo poroso y, mientras ella observaba, absorbió las manchas de color carmesí. Cuando desapareció, a Stevie Rae le fallaron las rodillas y se sentó, de golpe, en el suelo limpio. Entonces empezó a llorar.

Así fue como la encontró Dallas, con la cabeza inclinada, el rostro entre las manos, expulsando con sus sollozos su culpa, su tristeza y el dolor de su corazón. No lo había oído entrar en la cocina, únicamente sintió sus brazos en derredor cuando se sentó cerca y tiró de ella para acogerla en su regazo y abrazarla. Le acarició el pelo y la sostuvo cerca de él, meciéndola como si fuese muy pequeña.

Cuando sus sollozos se transformaron en hipidos y estos después cesaron, Stevie Rae se limpió la cara con la manga y apoyó la cabeza en su hombro.

—Los chicos están esperándonos fuera. Tenemos que irnos —dijo, aunque se le hacía difícil moverse.

—No, tómate tu tiempo. Los he enviado a todos de vuelta en el Hummer. Les dije que los seguiríamos en el Escarabajo de Z.

—¿También a Kramisha?

—También a Kramisha. Aunque se quejó de tener que sentarse en el regazo de Johnny B.

Stevie Rae se sorprendió al escuchar su propia risa.

—Apuesto a que él no se quejó.

—Bah, yo creo que se gustan.

—¿Tú crees? —dijo Stevie Rae echándose hacia atrás para poder mirar en el interior de sus ojos.

Él le sonrió.

—Sí, y a mí se me da muy bien decir cuándo a alguien le gusta alguien.

—Oh, ¿en serio? ¿Cómo quiénes?

—Como tú y yo, niña.

Dallas se inclinó y la besó.

Empezó como algo suave, pero Stevie Rae no dejó que se quedara en eso. No podía explicar realmente lo que le sucedía, pero fuese lo que fuese, se sintió como una antorcha ardiendo fuera de control. Quizás tenía algo que ver con haber estado tan cerca de la muerte que necesitaba ser tocada y amada para sentirse viva. O quizás era que la frustración que había ido fermentando en su interior desde que Rephaim le había hablado por primera vez había acabado por desbordarse… y Dallas era el que iba a consumirse en ella. Fuese cual fuese la razón, Stevie Rae estaba ardiendo y necesitaba que Dallas apagase el fuego.

Le tiró de la camisa.

—Quítatela… —le murmuró en los labios.

Con un gruñido, se la arrancó por la cabeza. Mientras lo hacía, Stevie Rae se deshizo de la suya y empezó a descalzarse con los pies y a desabrocharse el cinturón. Sintió que Dallas la miraba y levantó los ojos, viendo una interrogación en los suyos.

—Quiero hacerlo contigo, Dallas —le dijo rápidamente—. Ahora.

—¿Estás segura?

Ella asintió.

—Completamente. Ahora.

—Vale, ahora —dijo, acercándose a ella.

Cuando sus pieles desnudas se tocaron, Stevie Rae pensó que iba a estallar. Aquello era lo que necesitaba. Su piel era ultrasensible y Dallas la escaldaba allá donde la tocaba, pero de una manera muy agradable porque ella necesitaba sentirlo. Tenía que ser acariciada, amada y poseída una y otra vez para borrarlo todo: Nicole, los chicos muertos, su miedo por Zoey y Rephaim. Siempre, antes que nada, estaba Rephaim.

El roce de Dallas la quemó. Stevie Rae sabía que seguía conectada a él, nunca podría olvidarlo, pero en ese momento, con el calor de la piel lisa y sudorosa de Dallas, humana y real contra ella, Rephaim parecía muy distante. Era casi como si se alejase de ella… abandonándola…

—Puedes morderme, si quieres —dijo Dallas, su aliento era cálido contra su oreja—. De verdad. Está bien. Quiero que lo hagas.

Él estaba sobre ella y cambió el peso para que la curva de su cuello tocase sus labios. Ella le besó la piel y dejó que su lengua lo probase, sintiendo su pulso y su antiguo ritmo. Stevie Rae reemplazó su lengua por su uña, acariciándolo levemente, buscando el lugar perfecto para agujerear la piel y poder beber de él. Dallas gimió, anticipándose a lo que llegaría a continuación. Ella podía darle placer y extraerlo de él al mismo tiempo. Así funcionaban las cosas con los compañeros… así debían ser las cosas. Sería rápido, fácil y se sentirían increíblemente bien.

Si bebo de él, mi conexión con Rephaim se romperá. Esa idea le hizo dudar. Stevie Rae se detuvo con la uña presionando el cuello de Dallas. No, una alta sacerdotisa puede tener un compañero y un consorte, se dijo.

Pero aquello era mentira… al menos para Stevie Rae. Ella sabía, en el lugar más recóndito de su corazón, que su conexión con Rephaim era algo único. No seguiría las reglas que normalmente unían a un vampiro a su consorte. Era fuerte… impresionantemente fuerte. Y quizás fuera por culpa de esa fuerza inusual, pero no podría unirse a ningún otro chico.

Si bebo de Dallas, mi conexión con Rephaim se romperá.

Ahora la idea era una certeza fría en su interior.

Y, además, ¿qué pasaba con esa deuda que había aceptado pagar? ¿Podría seguir vinculada a la humanidad de Rephaim sin estar conectada con él?

Era una pregunta que no respondería porque en ese momento, desde detrás de ellos, como si sus pensamientos lo hubiesen conjurado, se oyó un grito.

—¡No nos hagas eso, Stevie Rae! —gritó Rephaim.