21

Stevie Rae

Sabía que se tendría que enfrentar a un montón de mierda cuando regresara a la escuela, pero Stevie Rae no se esperaba que la misma Lenobia la estuviese esperando en el aparcamiento.

—Escucha, solo necesitaba un poco de tiempo para mí misma. Como puedes ver, estoy bien y…

—En las noticias de la noche ha habido un avance informativo sobre un robo de una banda en los apartamentos Tribune Loft. Han matado a cuatro personas. Tenían el cuello cortado y estaban parcialmente drenados de sangre. La única razón por la que la policía no está en nuestra puerta acusándonos es el informe de varios testigos que juran que fue una pandilla de adolescentes humanos con los ojos rojos.

Stevie Rae tragó el sabor amargo de la bilis en el fondo de su garganta.

—Han sido los iniciados rojos de los túneles. Han interferido en la memoria de los testigos, pero ninguno de ellos ha superado un cambio, así que no tienen la habilidad de ocultarlo todo.

—No pudieron borrar esos ojos rojos brillantes de las memorias de los humanos —dijo Lenobia, asintiendo.

Stevie Rae estaba fuera del coche y se dirigía a la escuela.

—Dragón no ha salido tras ellos, ¿no?

—No. Lo he mantenido ocupado con pequeños grupos de iniciados. Ya ha empezado a enseñarles autodefensa por si se produce otro ataque de los cuervos del escarnio.

—Lenobia, de verdad creo que el del parque fue una casualidad. Apuesto a que ahora está a miles de kilómetros de Tulsa.

Lenobia hizo un gesto desdeñoso.

—Un solo cuervo del escarnio es ya demasiado. Pero esté solo o con una bandada, Dragón lo encontrará y lo destruirá. Y a no ser que Kalona y Neferet los estén incitando, no creo que tengamos que preocupar de que ataquen la escuela. Me preocupan más esos perversos iniciados rojos.

—A mí también —dijo Stevie Rae, contenta de cambiar de tema—. ¿Las noticias decían que solo perdieron parte de su sangre?

Lenobia asintió.

—Sí, y que sus gargantas estaban abiertas… no cortadas o mordidas y después desangradas, como nos alimentaríamos tú o yo.

—No se están alimentando. Están jugando. Les gusta aterrorizar a la gente; es como una especie de droga para ellos.

—Esa es una verdadera aberración del camino de Nyx —dijo Lenobia apresuradamente y con la voz llena de ira—. Aquellos de los que nos alimentamos deben sentir solo nuestro placer mutuo. Por eso la Diosa nos concedió la habilidad de compartir tan poderosa sensación con los humanos. Nosotros no los tratamos brutalmente ni los torturamos. Los apreciamos… los hacemos consortes nuestros. El Alto Consejo incluso ha expulsado a los vampiros que abusan de su poder con los humanos.

—No le has hablado al Alto Consejo sobre los iniciados rojos, ¿verdad?

—No lo haría sin discutirlo antes contigo. Tú eres su alta sacerdotisa. Pero debes entender que sus acciones los han colocado en una situación que no podemos ignorar.

—Lo sé, pero sigo queriendo ocuparme yo misma.

—Sola de nuevo no. Esta vez no —dijo Lenobia.

—Tienes razón. Lo que han hecho hoy es muestra de lo peligrosos que son.

—¿Debería recurrir a Dragón?

—No. No voy a ir sola y mi plan es darles un ultimátum: o se adaptan, o se van. Pero si llevo a gente de fuera allí abajo, no habrá ninguna oportunidad de que alguno decida abandonar la Oscuridad y venir conmigo.

Entonces Stevie Rae se dio cuenta de lo que acaba de decir y se paró en seco como si acabase de tropezarse contra una pared.

—¡Oh Diosa, eso es! No podría haberlo sabido antes de conocer a los toros, pero ahora lo entiendo. Lenobia, sea lo que sea lo que nos invade después de perder la vida y alcanzar la no muerte, cuando somos malvados y estamos llenos de ansias de sangre y todo eso… forma parte de la Oscuridad. O sea, que no es nada nuevo. Tiene que ser tan antiguo como la religión de los guerreros y los toros. Neferet está detrás de lo que me pasó a mí y al resto de los chicos —dijo Stevie Rae mirando los ojos de la profesora de equitación. En ellos vio reflejado el miedo que sentía—. Tiene tratos con la Oscuridad. Ahora ya no hay duda de ello.

—Me temo que hace tiempo que no hay duda de ello —dijo Lenobia.

—¿Pero cómo demonios se enteró Neferet de lo que era la Oscuridad? Durante siglos y siglos, los vampiros han adorado a Nyx.

—Que la gente deje de rendirle culto a algo, no significa que una deidad deje de existir. Las fuerzas del bien y del mal se mueven en una danza atemporal, sin importarles los caprichos o las modas mortales.

—Pero Nyx es la Diosa.

—Nyx es nuestra diosa. No creerás en serio que solo hay una deidad en un mundo tan complejo como el nuestro.

Stevie Rae suspiró.

—Supongo que si lo pones así, no me queda otra que darte la razón, pero desearía que no hubiese más de una elección para el mal.

—Entonces solo habría una elección para el bien. Recuerda que siempre se debe mantener un equilibro, eternamente.

Caminaron en silencio durante un rato.

—¿Te llevarás a los iniciados rojos contigo para enfrentarte a los malvados? —quiso saber Lenobia.

—Sí.

—¿Cuándo?

—Cuanto antes, mejor.

—Quedan poco más de tres horas para el amanecer —informó Lenobia.

—Bueno, solo les voy a hacer una pregunta: sí o no. No me va a llevar mucho tiempo.

—¿Y si dicen que no?

—Entonces me aseguraré de que no puedan usar los túneles como cómodo escondrijo nunca más y de que se separen. Sigo sin creer que sean todos malos si no están en grupo.

Stevie Rae dudó antes de continuar.

—No quiero matarlos. Siento que si lo hiciera, estaría rindiéndome ante el mal. Y no quiero que esa Oscuridad me vuelva a tocar, nunca más.

Recordó una imagen de Rephaim con las alas extendidas, totalmente restablecido y poderoso.

Lenobia asintió.

—Lo entiendo. Pero tu plan es digno de mención. Si los apartas de su fuerte y los obligas a dispersarse, los que se queden atrás tendrán que preocuparse por sobrevivir y no tendrán tiempo de andar jugueteando con los humanos.

—Vale, pues dividámonos y hagamos correr la voz de que necesito que todos los iniciados rojos se reúnan conmigo junto al Hummer en el aparcamiento… ya. Yo voy a la residencia.

—Yo a la casa de campo y a la cafetería. De hecho, cuando venía a buscarte, vi a Kramisha entrando en la cafetería. Hablaré primero con ella. Siempre sabe dónde están todos.

Stevie Rae asintió y Lenobia se fue corriendo, dejándola sola de camino hacia las habitaciones. Sola y con tiempo para pensar. Tenía que pensar en lo que iba a decirle a la estúpida de Nicole y a su grupo de iniciados asesinos, pero no podía sacarse a Rephaim de la cabeza.

Alejarse de él había sido una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida.

Entonces ¿por qué lo había hecho?

—Porque vuelve a estar bien —dijo en voz alta.

Inmediatamente cerró la boca y miró con ojos culpables a su alrededor. Por suerte, no había nadie cerca. Aun así, continuó con los labios apretados mientras su mente seguía pensando.

Vale, Rephaim estaba curado. ¿Y qué? ¿Había creído que él estaría destrozado para siempre?

¡No! ¡No quiero que esté destrozado! Ese pensamiento fue rápido y sincero. Pero no se trataba solo de que estuviese bien. Era que había sido la Oscuridad la que lo había curado… la que lo había hecho parecer…

Los pensamientos de Stevie Rae se acabaron allí porque no quería pensar en ello. No quería admitir, ni siquiera silenciosamente, a sí misma, el aspecto que tenía Rephaim allí de pie, enmarcado por la luz de la luna, poderoso y perfecto.

Nerviosamente, retorció un rizo rubio. Y, además, estaban conectados. Se suponía que le tenía que atraer un poco. Pero Aphrodite no le había afectado tanto como Rephaim estaba empezando a hacer.

—Bueno, tampoco soy lesbiana… —murmuró, cerrando inmediatamente la boca de nuevo porque aquel pensamiento se le había escapado sin querer.

A Stevie Rae le había gustado el aspecto de Rephaim. Era fuerte, maravilloso y, por un momento, pudo vislumbrar la belleza en el interior de la bestia y no le pareció un monstruo. Se mostró espléndido y por un momento fue suyo.

Se frenó en seco. ¡Era por culpa de ese maldito toro negro! Tenía que serlo. Antes de que se materializase por completo, le había hecho una pregunta a Stevie Rae: Puedo hacer que la Oscuridad se vaya, pero si lo hago, tendrás una deuda con la Luz: estarás atada para siempre a la humanidad de esa criatura de ahí… esa por la que me has llamado, la que quieres que salve. Ella le había respondido sin dudarlo.

—¡Sí! ¡Pagaré tu precio!

Y entonces el maldito toro le había hecho algún tipo de abracadabra con la Luz y aquello había cambiado algo en su interior.

¿Pero era esa la verdad? Stevie Rae se retorcía sin parar un rizo alrededor de un dedo mientras lo pensaba. No… algo había cambiado entre ella y Rephaim antes de que apareciese el toro negro. Fue cuando Rephaim se había enfrentado a la Oscuridad en su lugar, asumiendo el dolor de su deuda.

Rephaim había dicho que ella le pertenecía.

Hoy se había dado cuenta de que era verdad y eso la asustaba más que la mismísima Oscuridad.

—Vale, bien, ¿estamos todos aquí?

Las cabezas asintieron.

—Sí, todos están aquí —dijo Dallas a su lado.

—Los chicos malos fueron los que mataron a la peña de los Tribune Lofts, ¿no? —dijo Kramisha.

—Sí —confirmó Stevie Rae—. Eso creo.

—Eso es malo —dijo Kramisha—. Muy malo.

—No puedes dejar que anden matando gente así —intervino Dallas—. Ni siquiera eran mendigos.

Stevie Rae respiró profundamente.

—Dallas, ¿cuántas veces tengo que decirte que no importa si alguien es mendigo o no? No está bien matar a nadie.

—Lo siento —dijo Dallas—. Sé que tienes razón, pero a veces el pasado vuelve a mi cabeza y me olvido.

El pasado… Aquella palabra resonó a su alrededor. Stevie Rae sabía exactamente a qué se refería Dallas: a ese pasado antes de que su humanidad fuera salvada por el sacrificio de Aphrodite y de que tuviesen la habilidad de elegir entre el bien y el mal. Ella también se acordaba del pasado, pero cuantos más días pasaba alejada de aquellos días oscuros, más fácil le era apartarlos de su mente. Mientras estudiaba a Dallas, se preguntó si era diferente para él o para el resto de los chicos que aún no habían superado el cambio, porque Dallas parecía tener ese tipo de lapsus bastante a menudo.

—¿Stevie Rae? ¿Estás bien? —le preguntó Dallas, obviamente incómodo por su examen.

—Sí, estoy bien. Solo pensaba. Bueno, esto es lo que hay: bajaré a los túneles de la estación, a nuestros túneles, y les voy a dar una oportunidad más a esos chicos para portarse como es debido. Si lo hacen, podrán quedarse y volver a clase con nosotros el lunes. Si no, tendrán que encontrar su propio camino, en su propio lugar, porque vamos a recuperar los túneles y ya no serán bienvenidos.

Kramisha sonrió.

—¡Vamos a volver a vivir en los túneles!

—¡Sí! —confirmó Stevie Rae.

Supo por los vítores y las exclamaciones de «¡por fin!» que había tomado la decisión correcta.

—Aún no lo he comentado con Lenobia, pero supongo que no habrá ningún problema para que nos traigan y nos lleven en bus de los túneles a la Casa de la Noche. Necesitamos estar bajo tierra y aunque me encanta esta escuela, ya no es mi hogar. Los túneles sí.

—Estoy contigo, niña —dijo Dallas—. Pero necesitamos dejar algo claro desde ya: no vas a ir con ellos sola de nuevo. Yo voy contigo.

—Yo también —se unió Kramisha—. No me importa lo que les hayas contado a los demás, yo supe desde el principio que esos tíos estaban detrás de que casi te frieras en el tejado.

—Sí, todos lo hemos hablado —dijo el musculoso Johnny B—. No vamos a dejar que nuestra alta sacerdotisa vuelva a enfrentarse a eso sola.

—Y me da igual qué superpoderes te otorgue la tierra —dijo Dallas.

—No voy a ir sola. Por eso os he llamado. Juntos vamos a recuperar nuestros túneles, y si hay que patear algún culo, lo haremos entre todos —dijo Stevie Rae—. A ver, Johnny B, quiero que tú conduzcas el Hummer.

Le tiró las llaves. El hombretón le sonrió y las pilló al vuelo.

—Llévate a Hormiga, Shannoncompton, Montoya, Elliot, Sophie, Geraty y Venus. Yo iré con Dallas y Kramisha en el Escarabajo de Z. Seguidme… vamos al aparcamiento inferior de la estación.

—Suena bien, ¿pero cómo puedes estar segura de que vayamos a encontrar allí a los chicos rojos? Ya sabes que esos túneles son, bueno, como un hormiguero —dijo el pequeño chico apodado Hormiga. Todo el mundo se rio.

—También he pensado en eso —dijo Kramisha—. Y tengo una idea, si no te importa que opine.

—Eh, esa es otra de las razones por las que os he llamado a todos, porque necesito que todos colaboréis —habló Stevie Rae.

—Sí, bueno, esta es mi idea: esos chicos ya han tratado de matarte una vez, ¿no?

Suponiendo que ya no había manera de esconderse de sus iniciados, Stevie Rae asintió.

—Sí.

—Así que supongo que si lo intentaron y no consiguieron librarse de ti a la primera, querrán volverlo a intentar, ¿no?

—Probablemente.

—¿Qué harían si supieran que estás en los túneles de nuevo?

—Vendrían a por mí —respondió Stevie Rae.

—Pues usa a la tierra para que sepan que estás allí de nuevo. Puedes hacerlo, ¿no?

Stevie Rae parpadeó, sorprendida.

—Nunca lo había pensado antes, pero apuesto a que sí.

—¡Eres un genio, Kramisha! —se sorprendió Dallas.

—¡Totalmente de acuerdo! —dijo Stevie Rae—. A ver, esperad y dejadme intentar algo.

Se alejó corriendo hacia el lateral de la escuela colindante con el aparcamiento. Había un par de viejos robles allí, un banco de hierro forjado y una fuente de agua cristalina rodeada de lo que ahora era una cama de pensamientos amarillos y violetas encapsulada por el hielo. Mientras sus iniciados la observaban, encaró el norte y se agachó en el suelo, delante del árbol más grande. Inclinó la cabeza y se concentró.

—Ven a mí, tierra —susurró.

Al instante, la tierra donde se posaban sus rodillas se calentó y pudo oler el aroma de las flores silvestres y de una hierba larga y ondeante. Stevie Rae apretó las manos contra la tierra que tanto amaba y se deleitó en su conexión con el elemento. Se sentía cálida y llena de la fuerza de la naturaleza.

—¡Sí! Te conozco. Puedo sentirte en mi interior y a mí en el tuyo. Por favor, haz algo por mí. Por favor, coge algo de esta magia, de lo maravilloso que es estar unidas y viértelo en el túnel principal de la estación. Deja un rastro que indique que estoy ahí para que cualquiera que descanse bajo tu manto lo sepa.

Stevie Rae cerró los ojos e imaginó un rayo de energía verde brillante abandonando su cuerpo, viajando a través de la tierra y desembocando en el túnel que había justo fuera de su antigua habitación en la estación.

—Gracias, tierra —dijo a continuación—. Gracias por ser mi elemento. Te puedes ir.

Cuando se reunió con sus iniciados, todos la miraban con los ojos como platos.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Ha sido impresionante —dijo Dallas con voz insegura.

—Sí, eras verde y brillante —dijo Kramisha—. Nunca había visto nada así.

—Fue totalmente genial —dijo Johnny B mientras el resto de los chicos asentían y sonreían.

Stevie Rae les sonrió también, sintiéndose como una alta sacerdotisa de verdad.

—Bueno, estoy bastante segura de que ha funcionado —explicó.

—¿Sí? —dijo Dallas.

—Sí —le contestó.

Se volvió hacia él y compartieron una mirada que hizo que el estómago de Stevie Rae se encogiese. Tenía que recomponerse mentalmente y volverse a concentrar.

—Eh, vale. Vamos a ello.

Los chicos se repartieron en los dos vehículos y Dallas le pasó el brazo por encima del hombro. Ella dejó que la acercase a él.

—Estoy orgulloso de ti, niña —le dijo.

—Gracias.

Stevie Rae sacó el brazo para rodearle la cintura y meterle una mano en el bolsillo trasero.

—Y me alegro de que esta vez nos lleves contigo —dijo él.

—Es lo correcto —contestó ella—. Además, somos más fuertes juntos que separados.

Cuando estaban al lado del Escarabajo, se paro y la abrazo completamente. Se inclinó para hablarle con los labios pegados a los suyos.

—Eso es verdad, niña. Nosotros somos fuertes juntos.

Después la besó con una posesión feroz que sorprendió a Stevie Rae. Antes de que se diese cuenta, le estaba devolviendo el beso… y le estaba gustando la manera en que su cuerpo fuerte, familiar y normal la estaba haciendo sentir.

—¿Podríais buscaros un hotel? —les dijo Kramisha mientras se deslizaba en el asiento trasero del coche.

Stevie Rae se rio, extrañamente mareada sobre todo por el pensamiento que se cruzó por su mente: Sé realista. Al otro ni siquiera lo puedes besar.

Dallas la dejó escapar de sus brazos de mala gana para que pudiese ir a la puerta del conductor del Escarabajo. Por encima del techo, la miró.

—Eso del hotel suena muy bien —le dijo suavemente.

Stevie Rae sintió que se sonrojaba y se le escapó otra risita. Dallas y ella entraron en el coche. Desde el asiento de atrás, Kramisha se quejó.

—He oído eso de que te sonaba bien lo del hotel, Dallas. Solo os digo que es mejor que calméis vuestras mentes calenturientas, dejéis de pensar en guarradas y os concentréis en los chicos malos a los que les gusta destrozar cuellos.

—He hablado de un hotel, no dicho nada de ninguna guarrada —bromeó Dallas pícaramente girándose en el asiento para mirar a Kramisha.

—Y yo soy multitarea —añadió Stevie Rae con otra risita.

—Lo que digáis. Será mejor que nos vayamos. Tengo un mal presentimiento sobre todo esto —dijo Kramisha.

Abandonando la actitud juguetona de repente, Stevie Rae miró a Kramisha por el espejo retrovisor mientras salía del aparcamiento.

—¿Un mal presentimiento? ¿Has escrito otro poema? Me refiero de además de los que ya me has enseñado.

—No. Y no estaba hablando de esos chicos.

Stevie Rae le frunció el ceño al reflejo de Kramisha.

—¿De qué otra cosa ibas a estar hablando? —preguntó Dallas.

Kramisha miró largamente a Stevie Rae antes de contestarle.

—De nada. Debo de estar un poco paranoica, nada más. Y que os estéis comiendo los morros en lugar de prestar atención a lo que nos ocupa no ayuda nada.

—Yo estoy prestando atención —dijo Stevie Rae, apartando la vista del reflejo de Kramisha y concentrándose en la carretera.

—Sí, recuerda que mi niña es una alta sacerdotisa y que está claro que puede ocuparse de un montón de cosas al mismo tiempo.

—Ya —bufó Kramisha.

Hicieron el camino hasta la estación en poco tiempo y en silencio. Stevie Rae era plenamente consciente de la presencia de Kramisha en el asiento de atrás. Sabe lo de Rephaim. Ese pensamiento llegó a su mente como un susurro que ella trató de acallar inmediatamente. Kramisha no sabía nada de Rephaim. Solo sabía que había otro chico. Nadie sabía nada de Rephaim.

Excepto los iniciados rojos.

El pánico le revolvió el estómago. ¿Qué demonios iba a hacer si Nicole o los demás les hablaban a los otros iniciados sobre Rephaim? Stevie Rae podía imaginar la escena.

Nicole se comportaría de manera odiosa y cruel. Sus chicos se sorprenderían y asombrarían. No se creerían que ella hubiese podido…

Sobresaltada, se dio cuenta de algo que casi la hace soltar un grito. Stevie Rae conocía la respuesta a su problema. Mis iniciados nunca creerían que estoy conectada con un cuervo del escarnio. Jamás. Simplemente, lo negaría. No había ninguna prueba. Sí, puede que su sangre siguiera oliendo raro, pero eso ya lo había explicado. La Oscuridad se había alimentado de ella… y eso hacía que oliese raro. Kramisha se lo creyó y también Lenobia. El resto de los chicos también lo haría. Sería su palabra, la palabra de una alta sacerdotisa, contra la de un montón de chicos que se habían vuelto malvados y que habían intentado matarla.

¿Y si alguno de ellos decidía de verdad escoger el bien esta noche y se quedaba con todos los demás?

Entonces tendrán que mantener la boca cerrada o no se podrán quedar. Ese pensamiento desalentador la persiguió mientras aparcaba en la estación y reunía a los iniciados a su alrededor.

—Vale, vamos a entrar. No los subestiméis —aconsejó Stevie Rae.

Sin discusión, Dallas se puso a su derecha y Johnny B a su izquierda. El resto de los chicos los siguió de cerca mientras apartaban la engañosa reja de seguridad que les proporcionaba un acceso fácil al sótano de la estación abandonada de Tulsa.

Parecía seguir casi igual que cuando vivían allí abajo. Quizás había un poco más de basura, pero básicamente era un sótano oscuro y frío. Se acercaron a la esquina de la entrada trasera, desde donde los túneles bajaban a una profundidad más oscura.

—¿Ves algo? —preguntó Dallas.

—Claro, pero encenderé las antorchas de la pared en cuanto encuentre una cerilla o algo así para que vosotros también podáis ver.

—Yo tengo un mechero —dijo Kramisha, buceando en su bolso gigante.

—Kramisha, no me digas que fumas —se sorprendió Stevie Rae, cogiendo el mechero que le alargaba.

—No, no fumo. Eso es algo estúpido. Pero me gusta estar preparada. Y un mechero puede venir bien a veces… como ahora.

Stevie Rae se dispuso a agacharse para bajar por la escalera de metal, pero la mano de Dallas en su brazo la detuvo.

—No, yo voy primero. A mí no me quieren matar.

—Bueno, que tú sepas —replico Stevie Rae.

Sin embargo, le dejó bajar por la escalera antes que ella. La siguió Johnny B, un par de pasos por detrás.

—Esperad —les dijo, haciéndolos esperar al pie de la escalera mientras se movía con absoluta confianza en la completa oscuridad para encontrar la primera de las ancestrales lámparas de queroseno que había ayudado a colgar en uno de los clavos viejos de las vías férreas de la pared curvada del túnel. La encendió y se giró para sonreír a los chicos.

—Hala, mejor así, ¿eh?

—Buen trabajo, niña —le dijo Dallas devolviéndole la sonrisa. Después dudó e inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Oyes eso?

Stevie Rae miró a Johnny B, que sacudió la cabeza mientras ayudaba a Kramisha a bajar por la escalera.

—¿El qué, Dallas? —le preguntó Stevie Rae.

Dallas apoyó la mano contra el muro de tosco cemento que formaba el túnel.

—¡Eso! —murmuró, como hipnotizado.

—Dallas, estás diciendo cosas sin sentido —le dijo Kramisha.

Él los miró por encima del hombro.

—No estoy seguro, pero creo que puedo oír el zumbido de las líneas eléctricas.

—Qué raro… —dijo Kramisha.

—Bueno, tú siempre has sido buenísimo con la electricidad y todas esas cosas de tíos —dijo Stevie Rae.

—Sí, pero nunca ha sido así antes. En serio, puedo sentir la electricidad zumbando a través de los cables que conecté aquí abajo.

—Bueno, quizás sea como una afinidad para ti y no lo has visto antes porque estabas aquí abajo siempre y te parecía normal —le dijo Stevie Rae.

—Pero la electricidad no viene de la Diosa. ¿Cómo va a ser un don de afinidad? —dijo Kramisha, enviándole miradas suspicaces.

—¿Por qué no puede venir de Nyx? —dijo Stevie Rae—. Sinceramente, he visto cosas más raras que un iniciado recibiendo una afinidad por la electricidad.

Eh, como un toro blanco personificando a la Oscuridad, por ejemplo.

—En eso tienes razón —Kramisha estuvo de acuerdo.

—¿Entonces es posible que tenga una afinidad de verdad? —preguntó Dallas, aturdido.

—Claro que sí, chico —le dijo Stevie Rae.

—Si la tienes, haz que sea útil —dijo Johnny B ayudando a Shannoncompton y a Venus en la escalera.

—¿Útil? ¿Cómo? —le preguntó Dallas.

—Bueno, ¿puedes usar ese zumbido o lo que sea para saber si esos asquerosos iniciados rojos han usado la electricidad aquí abajo últimamente? —consultó Kramisha.

—Lo intentaré.

Dallas se volvió de nuevo hacia la pared, apoyó las manos contra el cemento y cerró los ojos con fuerza. Tras un par de latidos, abrió los ojos de golpe, lanzó un grito ahogado y miró directamente a Stevie Rae.

—Sí, los iniciados han usado la electricidad. De hecho, lo están haciendo ahora mismo. Están en la cocina.

—Pues ahí es adónde vamos —dijo Stevie Rae.