20

Stark

Seoras los llevó hasta un Range Rover negro que estaba aparcado tras la esquina, oculto desde el arco. Stark se paró al lado del vehículo. Su expresión debió de mostrar la sorpresa que sentía, porque el guerrero se rio.

—¿Te esperabas un carro con ponis de las Highlands?

—No sé él, pero yo sí —dijo Aphrodite, subiéndose en el asiento de atrás, al lado de Darius—. Y por una vez, estoy supercontenta de haberme equivocado.

Seoras le abrió la puerta del copiloto a Stark y este entró, sosteniendo a Zoey con cuidado. El guerrero se había puesto ya a conducir cuando Stark se dio cuenta de que Sgiach no iba con ellos.

—Eh, ¿dónde está tu reina? —le preguntó Stark.

—Sgiach no necesita un motor para viajar por su isla.

Stark estaba intentando pensar cómo formular su próxima pregunta cuando Aphrodite habló:

—¿Qué demonios significa eso?

—Significa que la afinidad de Sgiach no está limitada a ningún elemento. La afinidad de Sgiach es con esta isla. Manda sobre todos y sobre cuanto hay en ella.

—¡Por todos los infiernos! ¿Me estás diciendo que se puede teletransportar, como en una versión no friki de Star Trek? No, no es posible eliminar el frikismo de Star Trek —dijo Aphrodite.

Stark empezó a pensar en maneras de amordazarla sin que Darius se enfadase con él. Pero el viejo guerrero ni se inmutó por las palabras de Aphrodite. Simplemente se encogió de hombros.

Aye, esa sería tan buena explicación como cualquier otra.

—¿Sabes lo que es Star Trek?

La pregunta salió de la boca de Stark antes de que su cerebro pudiese detenerla.

De nuevo, el guerrero se encogió de hombros.

—Tenemos satélite.

—¿E internet? —preguntó Aphrodite, esperanzada.

—E internetógrafo también —dijo Seoras, imperturbable.

—Así que hacéis incursiones en el mundo exterior —dedujo Stark.

Seoras lo miró.

Aye, cuando eso cumple con los deseos de la reina.

—No me sorprende. Es una reina. Le gusta comprar, por eso lo de internet —dijo Aphrodite.

—Es una reina. Le gusta permanecer constantemente informada del mundo y de su estado —la corrigió el guerrero con un tono que no invitaba a hacer más preguntas.

Siguieron en silencio hasta que Stark se empezó a preocupar por los rayos de sol en el cielo, hacia el este. Estaba a punto de contarle a Seoras lo que le pasaría si no estaba a cubierto cuando amaneciese, cuando el guerrero señaló hacia delante y a su izquierda.

—El Craobh… la Arboleda Sagrada. El castillo está más allá, en la orilla.

Fascinado, Stark miró hacia la izquierda y vio los troncos deformes de lo que engañosamente podrían parecer árboles larguiruchos porque sostenían un océano de verde. Solo alcanzó a ver retazos de lo que había en el interior de la arboleda: capas de musgo, sombras y trozos de más mármol, como el que componía el arco, semejantes a manchas de luz brillante. Y en frente de todo aquello, como un faro que atrae a los viajeros, se encontraba lo que parecían dos árboles enroscados juntos para formar uno solo. Las ramas de aquella extraña unión tenían tiras de tela de color brillante atadas que contrastaban de forma extraña, pero complementaria, con sus miembros nudosos.

Cuanto más lo miraba Stark, más raro le hacía sentir.

—Nunca había visto un árbol como este. ¿Y por qué tiene esas telas atadas? —preguntó.

Seoras frenó, parándose en medio de la carretera.

—Son un espino y un serbal que crecieron juntos para dar forma a un árbol votivo.

Como esa fue la única explicación que dio, Stark lo miró con frustración.

—¿Un árbol votivo?

—Tu educación es bastante incompleta, muchacho. Ach, a ver, es un árbol de los deseos. Cada lazada, cada cinta de tela, representa un deseo. A veces son de padres que desean el bienestar de su wain. A veces son de amigos recordando a los que han pasado a la siguiente vida. Pero la mayor parte de las veces son deseos de amantes que tratan de unir sus vidas y desean ser felices. Son árboles cuidados por la gente buena, sus raíces se alimentan gracias a los deseos de bondad que transportan de su mundo al nuestro.

—¿«La gente buena»?

Stark parecía exasperado.

—Las Fey… las hadas para ti. ¿No sabías que es de ahí de donde viene lo de «los lazos matrimoniales»?

—Eso es muy romántico —dijo Aphrodite con un tono, por una vez, totalmente exento de sarcasmo.

Aye, mujer, es bastante romántico, así que seguro que es escocés —dijo el guerrero metiendo la marcha y alejándose despacio del árbol cargado de deseos.

Distraído por la idea de atar un deseo con Zoey, Stark no vio el castillo hasta que Seoras se detuvo de nuevo. Entonces levantó la vista y el brillo de la luz reflejándose en la roca y el agua llenó sus ojos. El castillo se asentaba a un par de cientos de metros de la carretera principal, bajando por un sendero que era en realidad un puente de piedra elevado sobre un mar cenagoso. Unas antorchas como las que se alineaban en el puente desde Escocia, iluminaban el sendero, solo que aquí fácilmente triplicaban su número, alumbrando el camino hasta el castillo y los muros del enorme edificio.

Y en medio de las antorchas resaltaban unas estacas tan gruesas como el brazo de un hombre. En cada una de ellas había una cabeza machacada, con la boca en una mueca, sin ojos. Esas cosas macabras al principio parecían moverse, pero después Stark se dio cuenta de que solo era el pelo largo y grasiento de cada reseco cuero cabelludo que flotaba en la brisa fresca como un fantasma.

—Qué horror —susurró Aphrodite desde el asiento de atrás.

—El Gran Decapitador —dijo Darius en voz baja, sobrecogido.

Aye, Sgiach —fue todo lo que dijo Seoras, pero sus labios dibujaron una sonrisa que reflejaba el orgullo en su voz.

Stark no habló. En lugar de eso, su mirada se vio atraída por el truculento camino de entrada hacia arriba y más arriba. La fortaleza de Sgiach colgaba del mismo borde de un acantilado, sobre el océano. Aunque solo podía ver la parte del castillo que daba al lado en tierra, a Stark no le fue difícil imaginar la escarpada imagen que debía de presentar al mundo exterior… un mundo que nunca podría acceder a sus dominios, aunque el hechizo protector de la reina no hubiese conseguido repeler a los intrusos. El castillo estaba construido con piedra gris intercalada con el brillante mármol blanco que predominaba en la isla. En frente de las gruesas puertas de madera había un arco imponente que se asentaba, a modo de puente, ante la estrecha entrada del castillo.

Cuando salió del Range Rover, Stark oyó un sonido que atrajo su mirada aún más arriba. Iluminada por un círculo de antorchas, flotaba una bandera desde la torre más alta del castillo. Se mecía en la brisa fresca y briosa, a pesar de lo cual Stark pudo ver claramente la llamativa forma de un poderoso toro negro con la imagen de una diosa, o quizás una reina, pintada en el interior de su cuerpo musculoso.

Entonces se abrieron las puertas del castillo y unos guerreros, hombres y mujeres, salieron del interior, cruzaron el puente y corrieron hacia ellos. Stark automáticamente dio un paso atrás mientras Darius se ponía a su lado en posición defensiva.

—No busquéis problemas donde no los hay —dijo Seoras, haciendo un gesto de calma con su mano callosa—. Solo quieren mostrar el respeto adecuado a tu reina.

Los guerreros, vestidos como Seoras fuesen hombres o mujeres, se movieron rápidamente, pero sin signos de agresividad, hacia Stark. Se acercaron en una columna de a dos, sosteniendo una camilla de cuero entre ellos.

—Es la tradición; respeto, muchacho, cuando uno de nosotros cae. Es responsabilidad del clan devolverlo o devolverla a su casa en Tírna nóg, la tierra de nuestra juventud —dijo Seoras—. Nunca dejaremos atrás a uno de los nuestros.

Stark dudó.

—No creo que pueda dejarla ir —dijo mirando los ojos firmes del guerrero.

—Oh, aye —dijo Seoras suavemente, asintiendo con compresión—. No tienes que hacerlo. Irás el primero. El clan hará el resto.

Cuando Stark se quedó allí parado, sin moverse, Seoras fue junto a él y extendió los brazos. No iba a dejar a Zoey; no pensaba que pudiese soportarlo. Entonces Stark vio el brazalete dorado de jefe brillando en la muñeca de Seoras.

Fue el brazalete lo que tocó algo en su interior. Con sorpresa, se dio cuenta de que confiaba en Seoras y mientras le pasa al guerrero a Zoey, comprendió que no la estaba entregando, sino compartiéndola.

Seoras se giró y tumbó a Zoey con cuidado en la camilla. Los guerreros, seis a cada lado, inclinaron la cabeza respetuosamente. Entonces el líder, una mujer alta con el pelo negro como el azabache que ocupaba la primera posición en la larga fila, habló.

—Guerrero, mi lugar es tuyo.

Moviéndose por instinto, Stark caminó hacia la camilla y cuando la mujer se apartó, él asió el mango desgastado. Seoras caminó delante de ellos. Como si fuesen uno, Stark y los otros guerreros lo siguieron, transportando a Zoey como una reina caída al interior del castillo de Sgiach.

Stark

El interior del castillo fue una sorpresa mayúscula, sobre todo después de la truculenta decoración del exterior. Como mínimo, Stark había esperado que fuese el castillo típico de un guerrero, masculino, espartano y básicamente una mezcla entre una mazmorra y un vestuario de chicos. Estaba completamente equivocado.

El interior del castillo era magnífico. El suelo era de mármol blanco liso con vetas plateadas. Los muros de piedra estaban cubiertos de tapices de colores intensos con variadas representaciones, desde idílicas escenas de la isla, incluso con sus peludas vacas, a imágenes de campos de batalla tan hermosos como sangrientos. Cruzaron el vestíbulo y descendieron un largo pasillo para llegar a unas inmensas escaleras dobles donde Seoras detuvo la procesión con un movimiento de su mano.

—No puedes ser un guardián de un As si no eres capaz de tomar decisiones. Así que tienes que elegir, muchacho. ¿Quieres llevar a tu reina arriba y tomarte tu tiempo para descansar y prepararte, o prefieres empezar ahora tu búsqueda?

Stark no lo dudó.

—No tengo tiempo para descansar y empecé a prepararme para esto desde el día en que Zoey aceptó mi juramento como guerrero suyo. Decido dar comienzo a mi búsqueda ahora.

Seoras asintió ligeramente.

Aye. Entonces vamos a la sala de Fianna Foil.

El guerrero torció en las escaleras y continuó bajando por el pasillo. Cerca de él, Stark y los demás transportaban a Zoey.

Para irritación de Stark, Aphrodite apretó el paso hasta llegar casi a su altura.

—Oye, Seoras, ¿a qué te referías exactamente cuando hablabas de que Stark tiene que hacer una búsqueda? —le preguntó.

Seoras ni miró por encima del hombro cuando le contestó:

—No vacilé, mujer. Llamé a su tarea una búsqueda, y es así.

Aphrodite bufó.

—Cállate —le susurró Stark.

Como siempre, Aphrodite lo ignoró.

—Sí, entendí la palabra. Pero no estoy segura de su significado.

Seoras llegó a un enorme conjunto de puertas de doble hoja en forma de arco. Stark pensó que haría falta un ejército para abrirlas, pero lo único que hicieron los guerreros fue hablar en voz suave y queda.

—Tu guardián pide permiso para entrar, mi As.

Con un sonido que pareció el suspiro de un amante, las puertas se abrieron y Seoras los condujo al interior de la habitación más suntuosa que hubiese visto nunca Stark.

Sgiach estaba sentada en un trono de mármol blanco sobre una tarima de tres gradas en medio de la inmensa sala. El trono era increíble y estaba tallado de arriba abajo con nudos intrincados que parecían narrar una historia o retratar una escena, pero la vidriera tintada a las espaldas de Sgiach y su estrado ya estaban revelando el alba y Stark se detuvo, tambaleándose, fuera del alcance de su progresivo brillo, lo que hizo que la larga fila de guerreros se quedara inmóvil y le brindara miradas curiosas. Entrecerró los ojos por la luz y trató de que su cerebro funcionase a través de la bruma que las horas de sol instalaban en su consciencia. En ese momento, Aphrodite se adelantó, se inclinó rápidamente ante Sgiach y después habló con Seoras.

—Stark es un vampiro rojo. Es diferente a vosotros, chicos. Arderá si recibe luz directa del sol.

—Cubrid las ventanas —ordenó Seoras.

Los guerreros siguieron su orden inmediatamente, desplegando unas cortinas que Stark no había visto hasta entonces. Antes incluso de que más guerreros encendieran las antorchas de las paredes y los candelabros del tamaño de árboles, pudo ver claramente a Seoras subiendo los escalones del estrado y colocándose a la izquierda del trono de su reina. Se quedó allí de pie con una confianza que era casi tangible. Stark supo, sin lugar a dudas, que nada en este mundo y quizás ni en el siguiente, podría lograr pasar a Seoras para así herir a su reina y, por un momento, Stark sintió una ola terrible de envidia. ¡Yo quiero eso! ¡Quiero que Zoey vuelva para poder estar seguro de que nada la vuelve a herir jamás! Sgiach levantó la mano izquierda y acarició el antebrazo de su guerrero breve pero íntimamente. La reina no levantó la vista hacia él, pero Stark sí. Seoras la estaba mirando con una expresión que Stark comprendía completamente. No es solo un guardián… es El Guardián. Y la ama.

—Acércate. Dejad a la joven ante mí.

Mientras hablaba, Sgiach le hizo una seña para que se acercase.

La columna se movió hacia delante y sus miembros depositaron la camilla de Zoey en el suelo de mármol, a los pies de la reina.

—No soportas la luz del sol. ¿Qué más hay diferente en ti? —preguntó Sgiach mientras se encendía la última de las antorchas y la habitación se teñía del cálido brillo amarillo de las llamas.

Los guerreros se fundieron en las sombras de las esquinas. Stark miró a la reina y a su guardián y le respondió con rapidez, sin rodeos o preámbulos que le hicieran perder tiempo.

—Normalmente duermo durante el día. No estoy al cien por cien mientras el sol está en lo alto. Tengo más sed de sangre que los vampiros normales. No puedo entrar en una casa privada sin ser invitado. Puede haber más diferencias, pero no hace mucho que soy un vampiro rojo y esto es lo que he averiguado hasta ahora.

—¿Es verdad que perdiste la vida y después la recuperaste? —le preguntó la reina.

—Sí —contestó rápidamente Stark, esperando que no le preguntara más sobre ese tema.

—Intrigante… —murmuró Sgiach.

—¿Fue durante el día cuando el alma de tu reina se rompió? ¿Por eso fallaste en protegerla? —le preguntó Seoras.

Parecía que el guerrero le había disparado las preguntas al corazón, pero Stark lo miró fijamente y le dijo solo la verdad.

—No. No fue durante el día. No le fallé por eso. Le fallé porque cometí un error.

—Estoy segura de que el Alto Consejo, igual que los vampiros de tu Casa de la Noche, te han explicado que un alma rota es una sentencia de muerte para una alta sacerdotisa vampira, y a menudo también para su guerrero. ¿Por qué crees que venir aquí puede cambiar esa realidad? —dijo Sgiach.

—Porque, como he dicho antes, Zoey no es solo una alta sacerdotisa. Ella es diferente. Ella es más que eso. Y porque yo no voy a ser solo su guerrero, quiero ser su guardián.

—Así que estás dispuesto a morir por ella.

El guerrero no lo dijo como una pregunta, pero Stark asintió de todas maneras.

—Sí, moriría por ella.

—Pero sabe que si lo hace, no tendrá ninguna oportunidad de que ella regrese a su cuerpo —dijo Aphrodite mientras él y Darius se colocaban al lado de Stark—. Porque eso es lo que intentaron hacer otros guerreros antes y ninguno tuvo éxito.

—Él quiere usar a los toros y las antiguas creencias de los guerreros para encontrar una puerta al Otro Mundo, pero vivo —explicó Darius.

Seoras se rio sin humor.

—No esperarás entrar en el Otro Mundo persiguiendo mitos y rumores.

—En este castillo ondea la bandera del toro negro —dijo Stark.

—Hablas del tara, el simbolismo antiguo hace tiempo olvidado, al igual que mi isla —dijo Sgiach.

—Nosotros nos acordamos de tu isla —contraatacó Stark.

—Y los toros no se han olvidado tanto en Tulsa —dijo Aphrodite—. Ambos se manifestaron allí ayer por la noche.

Hubo un momento de silencio en el que la cara de Sgiach mostró una completa sorpresa y la expresión de su guerrero se convirtió repentinamente en una peligrosa disposición.

—Cuéntanos —dijo Seoras.

Rápidamente y con una sorprendente carencia de sarcasmo, Aphrodite explicó que Tánatos les había hablado de aquellas figuras mitológicas, lo que había empujado a Stevie Rae a pedir la ayuda del toro equivocado al mismo tiempo que Damien y el resto de los chicos investigaban lo que, por su parte, les había hecho descubrir el vínculo de sangre de Stark con los Guardianes del As y la isla de Sgiach.

—Repíteme exactamente lo que predijo el toro blanco —pidió Sgiach.

—«El guerrero debe mirar en su sangre para descubrir el puente que le permitirá entrar en la isla de las Mujeres y después debe derrotarse a sí mismo en la arena. Solo reconociéndose a sí mismo ante el otro se reunirá con su sacerdotisa. Después de reunirse con ella, será su elección, y no la de él, el regresar o no» —recitó Stark.

Sgiach miró hacia su guerrero.

—El toro le ha dado un pasaje para el Otro Mundo.

Seoras asintió.

Aye, pero solo el pasaje. El resto debe hacerlo él.

—¡Explicádmelo! —dijo Stark, incapaz de aguantar la impotencia durante más tiempo—. ¿Qué demonios tengo que hacer para entrar en el maldito Otro Mundo?

—Un guerrero vivo no puede entrar en el Otro Mundo —le confió Sgiach—. Solo una alta sacerdotisa tiene esa habilidad, y no muchas de ellas pueden realmente conseguir entrar en ese reino.

—Eso lo sé —dijo Stark con los dientes apretados—. Pero, como habéis dicho, los toros me permiten la entrada.

—No —lo corrigió Seoras—. Te están permitiendo viajar hasta allí, no entrar. Nunca podrás entrar como guerrero.

—¡Pero yo soy un guerrero! ¿Entonces cómo entro? ¿A qué se refiere la parte de derrotarme a mí mismo?

—Ahí es donde entra la antigua religión. Hace mucho tiempo, los vampiros macho podían servir a la Diosa o a los dioses de más de una manera —dijo Sgiach.

—Alguno de nosotros éramos chamanes —dijo Seoras.

—Vale, entonces… ¿necesito convertirme en un chamán? —preguntó Stark, completamente confuso.

—Solo he conocido a un guerrero que también llegase a transformarse en chamán.

Para subrayar sus palabras, Sgiach dejó descansar una mano en el antebrazo de Seoras.

—Tú eres las dos cosas —dijo Aphrodite emocionada—. ¡Pues dile a Stark cómo hacerlo! ¡Así se podrá convertir en chamán, siendo a la vez un guerrero!

Las cejas del viejo guerrero se elevaron y una esquina de su boca ascendió para dibujar una sonrisa sardónica.

—Ach, eso es bastante fácil, en realidad. El guerrero de su interior debe morir para que nazca el chamán.

—Genial. De una manera o de otra, tengo que morir —dijo Stark.

Aye, eso parece —asintió Seoras.

En su imaginación, Stark casi podía oír la típica frase de Zoey: ¡Ah, demonios!