19

Stark

—Sí, te estoy escuchando, Aphrodite. Quieres que memorice ese poema.

Stark habló a través de los auriculares del helicóptero. Hubiese querido saber cómo apagarlos. No deseaba escuchar su perorata; no le apetecía hablar ni con Aphrodite ni con nadie. Estaba demasiado ocupado dándole vueltas en su cabeza a la estrategia que seguiría para poder entrar con Zoey en la isla. Stark miró por la ventanilla del helicóptero, intentando distinguir algo a través de la oscuridad y de la niebla y echarle un primer vistazo a la isla de Skye donde, según Duantia y todo el Alto Consejo, encontraría una muerte segura en uno de los próximos cinco días.

—No es un poema, idiota. Es una profecía. No le pediría a nadie que memorizara un poema. Metáforas, símiles, alusiones, simbolismos… bla-bla-blá… puaj. Me duele el pelo de solo pensar en esa mierda. No es que una profecía sea mucho mejor, pero esta es… desgraciadamente importante. Y Stevie Rae tiene razón sobre ella. Sí que parece un confuso mapa poético —replicó Aphrodite.

—Estoy de acuerdo con Aphrodite y Stevie Rae —advirtió Darius—. Los poemas proféticos de Kramisha han guiado a Zoey antes. Este podría hacer lo mismo.

Stark apartó su mirada de la ventana.

—Lo sé.

Miró a Darius y a Aphrodite y después al cuerpo aparentemente sin vida de Zoey, que estaba sujeto a una extraña litera situada entre los tres.

—Ella ya encontró a Kalona en el agua. Tiene que purificarlo a través del fuego. El aire tiene que susurrarle algo que su espíritu ya sabe y si continúa fiel a la verdad, será libre. Ya he memorizado esa maldita cosa. No me importa si es un poema o una profecía. Si tiene cualquier posibilidad de ayudarla, se lo llevaré a Zoey.

La voz del piloto les llego a todos por los auriculares.

—Voy a descender ahora. Recordad que solo puedo posarme para que bajéis. El resto es cosa vuestra. Pero sabed que si ponéis un pie en la isla sin el permiso de Sgiach, moriréis.

—Lo pillé la primera docena de veces que nos lo dijiste, gilipollas —murmuró Stark, sin preocuparle que el piloto lo mirara mal por encima del hombro.

Entonces el helicóptero aterrizó y Darius se dispuso a ayudarlo a desatar a Zoey. Stark bajó a tierra. Darius y Aphrodite le pasaron a Zoey, y él la acurrucó en sus brazos, tratando de protegerla del viento frío y húmedo, aún más lacerante a causa de las enormes cuchillas del helicóptero. Darius y Aphrodite se reunieron con él y todos corrieron para alejarse del aparato, aunque el piloto no había exagerado: no llevaban ni un minuto en tierra cuando el helicóptero despegó.

—Nenazas —dijo Stark.

—Están solo obedeciendo a sus instintos —dijo Darius, mirando a su alrededor como si esperara que el hombre del saco saltase de en medio de la niebla.

—No me extraña. Este lugar da mucho miedo —dijo Aphrodite, acercándose a Darius, que le pasó el brazo por encima del hombro, posesivamente.

Stark frunció el ceño, mirándolos.

—¿Estáis bien? No me digáis que todo el mal rollo de esos vampiros os ha hecho mella.

Darius lo miró de arriba abajo y después compartió una mirada con Aphrodite antes de responderle.

—Tú no lo sientes, ¿no?

—Siento el frío y la humedad. Siento que estoy enfadado porque Z está en peligro y yo no he podido ayudarla, y me siento cabreado porque solo falta una hora o así para el amanecer y mi único cobijo es una cabaña que los vampiros dicen que queda a treinta minutos en dirección contraria. ¿Te referías a alguna de esas cosas con el «lo»?

—No —dijo Aphrodite por Darius, aunque el guerrero también sacudía la cabeza—. El «lo» que tanto Darius como yo sentimos es un intenso deseo de escapar. Y me refiero a salir corriendo. Ya.

—Yo quiero sacar a Aphrodite de aquí. Quiero alejarla de esta isla y no volver nunca —corroboró Darius—. Eso es lo que me dice mi instinto.

—¿Y tú no sientes nada de eso? —le preguntó Aphrodite a Stark—. ¿No quieres sacar a Zoey a toda leche de aquí?

—No.

—Creo que eso es buena señal —dijo Darius—. La advertencia inherente a esta tierra está, de alguna manera, obviándolo a él.

—O Stark tiene demasiados músculos en el cerebro como para notar ninguna advertencia —aventuró Aphrodite.

—Con ese optimista pensamiento, pongámonos en marcha. No tengo tiempo que perder con mieditos absurdos —dijo Stark.

Todavía cargado con Zoey, echó a andar por el largo y estrecho puente que se extendía sobre un saliente de la propia Escocia y que llevaba hasta la isla. Estaba iluminado por antorchas que se distinguían a duras penas entre la viscosa mezcla de noche y niebla.

—¿Venís? ¿O vais a echar a correr gritando como niñitas, huyendo de aquí?

—Vamos contigo —dijo Darius, alcanzándolo con un par de zancadas.

—Sí, y yo dije que quería correr. No dije una mierda sobre gritar. Yo no soy del tipo de las que se ponen a chillar —dijo Aphrodite.

Los dos se mostraban muy duros, pero Stark no había llegado ni a la mitad del puente cuando oyó a Aphrodite susurrándole a Darius. Los miró. Incluso bajo la tenue luz de las antorchas pudo ver lo pálidos que estaban el guerrero y su profetisa. Stark se detuvo.

—No tenéis que venir conmigo. Todos, incluso Tánatos, dijeron que no hay ninguna posibilidad de que Sgiach os deje entrar en la isla. Aunque todo el mundo se equivocase y consiguieseis entrar, no podríais hacer mucho. Soy yo quien tiene que averiguar cómo llegar hasta Zoey. Solo yo.

—No podremos estar a tu lado mientras estés en el Otro Mundo —adujo Darius.

—Así que te cubriremos las espaldas y no hay nada más que decir. Zoey se cabreará conmigo cuando vuelva ahí adentro —dijo Aphrodite señalando el cuerpo de Zoey— si ve que Darius y yo te hemos dejado tirado con toda esta mierda. Ya sabes lo pesada que es con su mentalidad de «uno para todos y todos para uno». Las vampiras se negaron a que viniese toda la panda de lerdos, algo que no les puedo reprochar, así que Darius y yo tendremos que comernos el marrón. De nuevo. Como has dicho, deja de perder un tiempo que no tienes —dijo señalando hacia la oscuridad que tenían delante—. Continúa. Yo voy a ignorar las rompientes olas negras que tenemos ante nosotros y el hecho de que esté totalmente segura de que este puente se va a hacer trizas en cualquier momento y nos va a arrojar a la jodida agua, donde monstruos marinos nos arrastrarán bajo las espeluznantes olas negras y nos succionarán el cerebro.

—¿Así es como te hace sentir este lugar? ¿En serio?

Stark trató, sin éxito, de esconder su sonrisa.

—Sí, gilitrasado, así es.

Stark miró a Darius, que asintió, de acuerdo con ella. En lugar de hablar, prefirió apretar la mandíbula y mirar con ojos suspicaces hacia abajo, a las «espeluznantes olas negras».

—Ah.

Stark dejó de intentar esconder su sonrisa y le hizo una mueca a Aphrodite.

—Para mí solo hay agua y un puente. Es una maldita lástima que os esté asustando tanto.

—Camina —dijo Aphrodite—. Antes de que me olvide de que llevas a Zoey y te empuje fuera del puente para que Darius y yo podamos volver corriendo por donde vinimos, chillando o no.

La sonrisa de Stark solo le duró un par de pasos más. No hacía falta un antiguo hechizo de advertencia para espabilarlo. Lo único que hacía falta era el peso muerto de Zoey en sus brazos. No debería estar metiéndome con Aphrodite. Tengo que concentrarme. Pensar en lo que he decidido decirles y, por favor, oh, por favor, Nyx, ayúdame a que sea lo correcto. Ayúdame a decir algo que me permita entrar en esa isla. Sin sonreír, resuelto, Stark los guio a lo largo del puente hasta que se detuvieron ante un imponente arco hecho de una piedra blanca de una belleza etérea. La luz de las antorchas reflejaba las vetas plateadas de lo que Stark pensó que debía de ser un extraño tipo de mármol. El arco relucía seductoramente.

—Oh, por todos los demonios. Casi no puedo ni mirarlo —dijo Aphrodite, girando la cabeza para no ver el arco, escondiendo sus ojos—. Y mira que me suelen gustar las cosas brillantes.

—Es parte del hechizo —dijo Darius con la voz ronca por la tensión—. Se supone que tiene que ahuyentarnos.

—¿Ahuyentarnos? —Aphrodite miró el arco, se estremeció y volvió a apartar la vista rápidamente—. «Repelernos» sería una palabra más adecuada.

—A ti tampoco te afecta, ¿verdad? —le preguntó Darius a Stark.

Stark se encogió de hombros.

—Es impresionante y obviamente caro, pero no me hace sentir extraño. —Se acercó al mármol y estudió el arco—. Bueno, ¿dónde está el timbre o lo que sea? ¿Cómo llamamos para que venga alguien? ¿Hay un teléfono, tengo que gritar, o qué?

—Ha Gaelic akiv?

La masculina voz incorpórea parecía provenir del mismo arco, como si fuese un portal con vida. Stark miró hacia la oscuridad, perplejo.

—Bueno, pues será en vuestra lengua, entonces —continuó la voz—. Vuestra presencia no deseada aquí es lo único necesario para convocarme.

—Necesito ver a Sgiach. Es una cuestión de vida o muerte —dijo Stark.

—A Sgiach no le preocupan las wains, aunque sea cuestión de vida o muerte.

Esta vez la voz sonaba más cerca y más nítida. Tenía un deje escocés que parecía más una serie de gruñidos que un acento pronunciado.

—¿Qué demonios es una wain? —susurró Aphrodite.

—Shhh —le dijo Stark. Después se dirigió a la voz sin rostro—. Zoey no es una niña. Es una alta sacerdotisa y necesita ayuda.

Un hombre salió de entre las sombras. Llevaba un kilt del color de la tierra, pero no era como esos que habían visto en su viaje relámpago por las Highlands. Este estaba hecho con más tela y no estaba ni cuidado, ni limpio. El vampiro no llevaba puesta ninguna chaqueta de tweed con una camisa llena de volantes. Mostraba un musculoso pecho y los brazos desnudos. Solo llevaba un chaleco y protectores de brazo de cuero tachonado. La empuñadura de un estilete brilló en su cintura. Tenía la cabeza afeitada excepto por un mechón de pelo corto en medio. Dos aros de oro destellaban en una oreja. La luz del fuego iluminó una pulsera dorada enroscada en una de sus muñecas. En contraste con su poderoso cuerpo, su cara estaba surcada de arrugas. Su cerrada y poblada barba era completamente blanca. Los tatuajes de su rostro eran grifos y sus garras se extendían sobre sus pómulos. La primera impresión general de Stark fue la de que era un guerrero que podría caminar sobre el fuego y salir no solo ileso, sino victorioso.

—Esa wee lass es una iniciada, no una alta sacerdotisa —dijo.

—Zoey no es como las otras sacerdotisas. —Stark habló rápidamente, con miedo de que el hombre que parecía que acababa de salir del mundo antiguo se desmaterializase y se desvaneciese en el pasado de un momento a otro—. Hasta hace dos días, tenía tatuajes de vampira, e inscripciones en la mayor parte de su cuerpo. Y tenía afinidad por los cinco elementos.

Los evaluadores ojos del vampiro siguieron fijos en Stark y ni siquiera miró a Zoey o a Darius y a Aphrodite.

—Pero hoy yo solo veo a una iniciada inconsciente.

—Su alma se rompió hace dos días luchando contra un inmortal caído. Cuando eso pasó, sus tatuajes desaparecieron.

—Entonces ella morirá.

El vampiro levantó una mano para despedirse y empezó a girarse.

—¡No! —gritó Stark dando un paso hacia delante.

—¡Stad anis! —ordenó el guerrero.

Con una velocidad sobrenatural, el vampiro se giró y caminó hacia él, aterrizando directamente bajo el arco y bloqueando el camino de Stark.

—¿Eres estúpido o un jodido imbécil, chico? No tienes permiso para entrar en la Eilean nan Sgiach, en la isla de las Mujeres. Si lo intentas, tu vida será el precio, aye, no tengas ninguna duda de ello.

A pocos centímetros del imponente vampiro, Stark se quedó en su sitio y lo miró a los ojos.

—No soy ni estúpido ni imbécil. Soy el guerrero de Zoey y creo que puedo protegerla mejor entrando con ella en esta isla. Por lo tanto, tengo derecho a llevar a mi alta sacerdotisa hasta Sgiach.

—Alguien te ha informado mal, guerrero —dijo el vampiro plácida pero firmemente—. Sgiach y su isla están a un mundo de distancia de tu Alto Consejo y sus reglas. Yo no soy un Hijo de Erebo y mo bann ri, mi reina, no está en Italia. Seas el guerrero de una alta sacerdotisa o no, no tienes derecho a entrar, aquí. Aquí no tienes ningún derecho.

Bruscamente, Stark se giró hacia Darius.

—Sujeta a Zoey.

Le entregó su alta sacerdotisa al otro guerrero y después se encaró de nuevo con el vampiro. Stark levantó una mano con la palma hacia arriba y mientras el vampiro lo miraba con patente curiosidad, se hizo un corte desde el pulgar hasta la muñeca.

—No estoy pidiendo entrar como un guerrero Hijo de Erebo. He abandonado el Alto Consejo. Sus reglas no significan una mierda para mí. Demonios, ¡no estoy pidiendo entrar! Por el derecho que me confiere mi sangre, estoy exigiendo ver a Sgiach. Tengo algo que decirle.

El vampiro no apartó sus ojos de los de Stark, pero sus fosas nasales se dilataron cuando olfateó el aire.

—¿Cuál es tu nombre?

—Hoy me llaman Stark, pero creo que el nombre que buscas es aquel por el que me llamaban antes de que me marcaran… MacUallis.

—Quédate aquí, MacUallis.

El vampiro desapareció en la noche.

Stark se limpió el brazo ensangrentado en los vaqueros y tomó a Zoey de brazos de Darius.

—No voy a dejarla morir.

Respirando profundamente, cerró los ojos y se preparó para pasar bajo el arco y seguir al vampiro, contando con que la sangre de sus ancestros humanos lo protegiese.

La mano de Darius lo agarró del brazo, impidiéndole cruzar el umbral.

—Creo que si el vampiro te ha dicho que esperes aquí, es porque tiene intención de volver.

Stark se detuvo y miró a Darius y a Aphrodite, que le puso los ojos en blanco.

—¿Sabes? En esta vida se supone que debes aprender a ser paciente, junto a un poquito de espabilación. Jesús, espérate un par de minutos. El guerrero bárbaro te dijo que aguardases, no que te fueses. Suena como si fuese a volver.

Stark gruñó y se alejó medio paso del medio del círculo, aunque se apoyó contra su exterior, cambiando el peso de Zoey para que ella estuviese más cómoda.

—Vale. Esperaré. Pero no pienso hacerlo mucho tiempo. O me dejan entrar en la maldita isla, o no. Sea como sea, estoy impaciente por lidiar con lo que venga después.

—La humana tiene razón —dijo una voz de mujer desde la oscuridad de la isla—. Tienes que aprender a ser paciente, joven guerrero.

Stark se puso recto y volvió a mirar la isla.

—Solo me quedan cinco días para salvarla. Si no lo hago, morirá. No tengo tiempo para aprender a ser paciente ahora mismo.

La risa de la mujer erizó el fino vello de los brazos de Stark.

—Impetuoso, arrogante e impertinente —dijo—. Me recuerda a ti hace varios siglos, Seoras.

Aye, pero yo nunca fui tan joven —contesto la voz del guerrero vampiro.

Stark luchaba por contenerse para no gritarles a los dos que saliesen de la oscuridad y mostrasen su cara, cuando parecieron materializarse directamente desde la niebla enfrente de él, en la parte del arco que estaba en la isla. El vampiro con pinta arcaica estaba allí de nuevo, pero Stark casi ni lo miró. Estaba totalmente cautivado por la mujer.

Era alta y su cuerpo, aunque de anchos hombros y musculoso, era totalmente femenino. Tenía arrugas en las esquinas de unos ojos grandes, hermosos y con matices sorprendentes de dorado verdoso, del color exacto de la pieza de ámbar del tamaño de un puño que colgaba del collar que le rodeaba la garganta. Excepto por un reflejo de color rojo canela, su pelo largo hasta la cintura era perfectamente blanco, pero no parecía vieja. Tampoco parecía joven. Mientras la estudiaba, Stark se dio cuenta de que le recordaba a Kalona, que era eternamente joven y viejo al mismo tiempo. Sus tatuajes eran increíbles: espadas con intrincadas empuñaduras y hojas talladas enmarcaban su cara fuerte y sensual. Se dio cuenta de que nadie había dicho nada mientras él la había estado mirando. Stark se aclaró la garganta, apretó a Zoey contra él y se inclinó respetuosamente ante ella.

—Feliz encuentro, Sgiach.

—¿Por qué debería permitirte entrar en mi isla? —le preguntó ella sin más preámbulo.

Stark respiró profundamente y levantó la barbilla, mirando a Sgiach a los ojos como había hecho con su guerrero.

—Tengo derecho por mi sangre. Soy un MacUallis. Eso significa que soy parte de tu clan.

—No del de ella, chico. Del mío —le dijo el vampiro, curvando sus labios en una sonrisa que tenía más pinta de peligrosa que de atrayente.

Pillado por sorpresa, Stark cambió su foco de atención hacia el guerrero.

—¿Tuyo? ¿Soy parte de tu clan? —dijo estúpidamente.

—Te recuerdo más inteligente cuando eras tan joven como él —le dijo Sgiach a su guerrero.

Aye —bufó el vampiro—. Joven o no, yo tenía más cabeza que él.

—Soy lo suficientemente inteligente como para saber que mi sangre humana me sigue uniendo a vosotros y a esta isla —replicó Stark.

—Pero si aún parece que llevas pañales, muchacho —dijo el guerrero sarcásticamente—. Deberías dedicarte a jugar en el patio del colegio, y en esta isla no encontrarás nada parecido.

En lugar de cabrearlo, las palabras del guerrero encendieron una lucecita en los recuerdos de Stark. Fue como si los apuntes de Damien volviesen a estar ante sus ojos.

—Por eso tengo derecho a entrar en la isla —dijo Stark—. No sé una mierda de lo que hace falta para ser un buen guerrero y salvar a Zoey, pero puedo deciros que ella es más que una alta sacerdotisa. Antes de que su alma se rompiese, se estaba convirtiendo en algo que los vampiros no habían visto nunca.

Los pensamientos siguieron llegándole. Mientras hablaba y veía la sorpresa en la cara de Sgiach, las piezas del rompecabezas fueron encajando y su instinto le dijo que estaba siguiendo la línea correcta de razonamiento.

—Zoey se estaba convirtiendo en una Reina de los Elementos. Yo soy su guerrero, su guardián, y ella es mi As. Estoy aquí para aprender cómo proteger a mi As. ¿No es eso lo que hacéis? ¿Entrenar a los guerreros para proteger a sus Ases?

—Dejaron de venir a mí —dijo Sgiach.

Stark pensó que solo había imaginado la tristeza en su voz, pero cuando su guerrero se acercó un poco más a su reina, como si estuviese tan compenetrado con sus necesidades que podría haber notado incluso esa pequeña nota de incomodidad en ella, supo que, sin lugar a dudas, había encontrado la respuesta y le envió un «gracias, Nyx» silencioso a la Diosa.

—No, no hemos dejado de venir. Yo estoy aquí —le dijo Stark a la anciana reina—. Soy un guerrero. De la sangre de los MacUallis. Te estoy pidiendo ayuda para proteger a mi As. Por favor, Sgiach, déjame entrar en tu isla. Enséñame cómo mantener a mi reina viva.

Sgiach dudó solo lo suficiente para compartir una mirada con su guerrero. Después levantó una mano.

Failtegu ant Eilean nan Sgiath… Bienvenido a la isla de Sgiach. Puedes entrar en mi isla.

—Su Majestad.

La voz de Darius paralizó a todo el mundo. El guerrero se había puesto sobre una rodilla ante el arco. Aphrodite estaba de pie, unos pasos detrás de él.

—Puedes hablar, guerrero —dijo Sgiach.

—Yo no tengo la sangre del clan, pero sí que protejo a un As; por lo tanto, solicito también entrar tu isla. Aunque no llego como un guerrero recién formado, creo que hay mucho que desconozco… mucho que me gustaría aprender mientras permanezco al lado de mi hermano guerrero en su lucha por salvar la vida de Zoey.

—Esa es una mujer humana y no una alta sacerdotisa. ¿Cómo podrías estar vinculado a ella por juramento? —le preguntó el vampiro guerrero.

—Lo siento. No entendí tu nombre. ¿Era Shawnus? —intervino Aphrodite caminando hasta ponerse al lado de Darius y colocando una mano sobre su hombro.

—Es Seoras, joder, ¿es que también estás sorda? —dijo el guerrero, pronunciando lentamente.

Stark se sorprendió al ver que las comisuras de los labios del guerrero se elevaban al escuchar el tono malicioso de Aphrodite.

—Vale, Seoras —dijo imitando su acento con una inquietante precisión—. Yo no soy una humana. Era una iniciada que tenía visiones. Después dejé de ser una iniciada. Y cuando me desinicié, Nyx, por razones que aún desconozco, decidió mantener mis visiones. Así que ahora soy la profetisa de la Diosa. Espero que, además del estrés y de los dolores de ojos que eso me causa, esta labor me permita envejecer elegantemente, como tu reina.

Aphrodite hizo una pausa para inclinar la cabeza ante Sgiach, cuyas cejas se arquearon, mas no la mató de un solo golpe, aunque Stark pensaba que se lo merecía.

—Sea como sea, Darius me prestó su juramento como guerrero. Si he entendido bien su alusión, y eso espero porque se me da como el culo el lenguaje figurativo, yo soy un As a mi manera. Así que Darius sí que encaja en vuestro clan de guardianes, tenga vínculo de sangre o no.

Stark pensó que oía a Seoras murmurar:

—Jodida arrogante…

—Interesante —susurró Sgiach al mismo tiempo—. Failtegu ant Eilean nan Sgiath, profetisa y su guerrero.

Sin más discusiones, Stark pasó bajo el arco de mármol sosteniendo a Zoey, seguido por Darius y Aphrodite, y juntos entraron en la isla de las Mujeres.