18

Rephaim

Cuando Rephaim abrió los ojos, descubrió a Stevie Rae en cuclillas delante de su nido en el armario, estudiándolo tan atentamente que tenía un surco en la frente, entre los ojos, haciendo que su tatuaje rojo de una luna creciente se arrugase, transformándolo en una especie de ola. Tenía los rizos rubios desparramados por la cara y recordaba tanto a una niña que se quedó atónito recordando lo joven que era ella en realidad.

Y, sin importar lo vastos que fuesen sus poderes elementales, pensó en lo vulnerable que su juventud la hacía. Pensar en su vulnerabilidad hizo que el miedo le acuchillase el corazón.

—Hola. ¿Estás despierto? —dijo ella.

—¿Por qué me miras así? —le preguntó con voz brusca a propósito, molesto porque solo con verla se sentía preocupado por su seguridad.

—Bueno, estaba intentando averiguar lo cerca que habías estado de la muerte esta vez.

—Mi padre es un inmortal. Soy difícil de matar.

Se obligó a sentarse sin hacer ninguna mueca.

—Sí, ya sé lo de tu padre y lo de tu sangre inmortal y todo eso, pero la Oscuridad se alimentó de ti. Mucho. Eso no puede ser nada bueno. Además, si te soy honesta, tienes una pinta horrible.

—Tú no —dijo él—. Y la Oscuridad también se alimentó de ti.

—No estoy tan herida como tú porque tú descendiste en picado tipo Batman y me sacaste del apuro antes de que ese maldito y asqueroso toro pudiese fastidiarme demasiado. Y después recibí una inyección de Luz, algo genial, por cierto. Y esa sangre inmortal tuya es como enchufarse unas pilas del conejito de Duracell.

—Yo no soy ningún murciélago —fue lo único que se le ocurrió decir porque fue lo único que alcanzó a medio entender.

—No te he comparado con un murciélago, dije que eras como Batman, el hombre murciélago. Es un superhéroe.

—Tampoco soy un héroe.

—Bueno, has sido mi héroe. Dos veces.

Rephaim no sabía qué contestar a eso. Lo único que sabía era que el hecho de que Stevie Rae lo llamara héroe hacía que algo se encogiese en su interior, y aquello de repente hizo que el dolor de su cuerpo y su preocupación por ella fuesen más fáciles de soportar.

—Venga, a ver si te puedo devolver el favor. De nuevo.

Stevie Rae se puso de pie y le tendió la mano.

—No creo que pueda comer nada ahora mismo. Pero un poco de agua me vendría bien. Me he bebido toda la que subimos antes.

—No te voy a llevar a la cocina. Al menos no ahora mismo. Te voy a sacar afuera. A los árboles. Bueno, vale, a ese árbol grande en el viejo cenador delante del jardín, para ser más específica.

—¿Por qué?

—Ya te lo he dicho. Tú me ayudaste. Creo que yo te puedo ayudar a ti, pero tengo que estar más cerca de la tierra de lo que estamos aquí. He estado pensándolo y sé que los árboles tienen grandes poderes en su interior. De alguna manera, ya los he utilizado antes. De hecho, esa debe de haber sido la razón por la que fui capaz de llamar a aquella cosa.

Se estremeció, recordando con claridad el momento en que había invocado a la Oscuridad, algo que Rephaim entendió perfectamente. Si su cuerpo no le doliese tanto, él también se habría estremecido.

Pero vaya si le dolía. Más que eso. Su sangre estaba demasiado caliente. Con cada latido de su corazón, un dolor ardiente se repartía por su cuerpo, y el punto donde sus alas se unían a la columna, el lugar donde el toro de la Oscuridad se había alimentado de él y había invadido su cuerpo, era un martirio abrasador. ¿Y ella pensaba que un árbol iba a arreglar los estragos causados por la Oscuridad?

—Creo que mejor me quedo aquí. Descansar me ayudará. Y también el agua. Si quieres hacer algo por mí, tráeme el agua que te he pedido.

—No.

Stevie Rae se agachó y, con una fuerza que siempre lo sorprendía, lo cogió de los antebrazos y lo puso en pie. Lo sujetó mientras la habitación se le venía encima y giraba a su alrededor. Durante un terrible momento, Rephaim pensó que iba a desplomarse como una niñita mareada.

Por suerte, el momento pasó y fue capaz de abrir los ojos sin miedo de parecer más tonto. Miró a Stevie Rae desde arriba. Seguía sujetándolo por los antebrazos. No retrocede ante mí llena de asco. Nunca lo ha hecho.

—¿Por qué me tocas sin miedo? —se escuchó preguntarle antes de poder contenerse.

Ella se rio brevemente.

—Rephaim, no creo que pudieras matar ni a una mosca ahora mismo. Además de eso… me has salvado dos veces la vida y estamos conectados. Te aseguro que no te tengo miedo.

—Quizás la pregunta debería haber sido por qué me tocas sin sentir asco.

De nuevo, las palabras salieron de su boca casi sin permiso. Casi.

Ella volvió a arrugar la frente y él decidió que le gustaba verla pensar.

—No creo que sea posible que un vampiro sienta asco por alguien con quien está conectado —dijo finalmente, encogiéndose de hombros—. Me refiero a que antes de beber tu sangre estaba conectada con Aphrodite y hubo un momento en que ella me daba asco… no era muy agradable precisamente. Para nada. De hecho, sigue sin serlo. Pero me acabó gustando, con el tiempo. No de una forma sexual, pero ya no me daba asco.

Después los ojos de Stevie Rae se abrieron como platos cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir y la palabra «sexual» parecía haberse convertido en una presencia tangible en la habitación.

Soltó sus brazos como si le quemaran.

—¿Puedes bajar tú solo las escaleras? —preguntó con una voz que sonaba extraña y áspera.

—Sí. Te seguiré. Si realmente crees que un árbol puede ayudar…

—Bueno, no tardaremos mucho en averiguar si lo que creo vale para algo.

Stevie Rae le dio la espalda y se dirigió hacia las escaleras.

—Oh —dijo, sin mirarlo—, gracias por salvarme. De nuevo. Esta… esta vez no tenías por qué hacerlo.

Sus palabras eran dubitativas, como si tuviese problemas para escoger exactamente las que quería dirigirle:

—Dijo que no me iba a matar.

—Hay cosas peores que la muerte —repuso Rephaim—. Lo que la Oscuridad puede extraer de la gente que camina con la Luz puede cambiar un alma.

—¿Y qué pasa contigo? ¿Qué tomó de ti la Oscuridad? —le preguntó, aún sin mirarlo, mientras llegaban a la planta baja de la vieja mansión.

Ralentizó el paso para que él pudiera seguirla más fácilmente.

—No tomó nada. Solo me llenó de dolor y después se alimentó de ese sufrimiento mezclado con mi sangre.

Alcanzaron la puerta de entrada y Stevie Rae se detuvo, mirándolo:

—Porque la Oscuridad se alimenta del dolor y la Luz del amor.

Sus palabras dieron con un interruptor mental en el interior de Rephaim y la estudió más de cerca. Sí, decidió, me está ocultando algo.

—¿Qué tributo te exigió la Luz a cambio de salvarme?

Stevie Rae no fue capaz de mirarlo a los ojos de nuevo, lo que extrañamente lo asustó. Pensó que no le iba a contestar pero finalmente lo hizo, con una voz que parecía casi enfadada.

—¿Quieres contarme todo lo que tomó el toro de ti mientras se alimentaba de tu sangre, lo tenías encima y básicamente abusaba de ti?

—No —respondió Rephaim sin dudarlo—. Pero el otro toro…

—No —le imitó Stevie Rae—. Yo tampoco quiero hablar de ello. Así que olvidémoslo y corramos un tupido velo. Bueno, vamos a ver si puedo aliviar parte de ese dolor que dejó la Oscuridad en tu interior.

Rephaim caminó con ella por el helado césped, patético por su deterioro, un triste y pálido reflejo de su opulento pasado. Mientras Rephaim la seguía moviéndose despacio para tratar de compensar el terrible dolor que lo hacía estar tan débil, continuó preguntándose qué le podía haber pedido la Luz a Stevie Rae. Estaba claro que era algo que la ponía nerviosa… algo que Stevie Rae era reacia a contarle.

Siguió lanzándole miradas a hurtadillas cuando pensaba que no se daba cuenta. Le parecía sana y totalmente recuperada de su enfrentamiento con la Oscuridad. De hecho, parecía fuerte, entera y completamente normal.

Pero, como él sabía bien, las apariencias podían ser fácilmente engañosas.

Algo estaba mal… o, como mínimo, algo que tenía que ver con la deuda que le había pagado a la Luz la hacía sentir incómoda.

Rephaim estaba tan ocupado tratando de que su estudio fuese sigiloso que casi se tropieza con el árbol al lado del que ella se había detenido.

Ella lo miró y sacudió la cabeza.

—No me engañas. Estás demasiado chungo como para ser discreto, así que deja de observarme. Estoy bien. Jesús, eres peor que mi madre.

—¿Has hablado con ella?

Stevie Rae frunció aún más el ceño.

—No es que haya tenido precisamente mucho tiempo libre durante los dos últimos días. Así que no, no he hablado con mi madre.

—Deberías hacerlo.

—No quiero hablar de mi madre ahora mismo.

—Como desees.

—Y no hace falta que uses ese tono conmigo.

—¿Qué tono?

—Tú siéntate y quédate quieto, para variar —le dijo en lugar de contestarle—, y déjame pensar en cómo se supone que te puedo ayudar.

Como si estuviese haciendo una demostración, Stevie Rae se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el viejo cedro que lloraba hielo y aromáticas agujas a su alrededor. Al ver que no se movía, hizo un sonido impaciente y le señaló el espacio enfrente de ella.

—Siéntate —le ordenó.

Él se sentó.

—¿Y ahora? —le preguntó Rephaim.

—Bueno, dame un minuto. No sé muy bien cómo hacer esto.

Él la observó mientras ella retorcía uno de sus rizos rubios en un dedo y fruncía el ceño durante un rato.

—¿Te ayudaría pensar en lo que hiciste para que aquel molesto iniciado, que pensó que podía enfrentarse a mí, tropezase? —intentó ayudarla.

—Dallas no es molesto y pensó que me estabas atacando.

—Menos mal que no lo estaba haciendo.

—¿Por qué dices eso?

A pesar del dolor que sentía, su tono lo divirtió. Ella sabía muy bien que aquel enclenque iniciado no habría sido ninguna amenaza para él, a pesar de su debilitada condición. Si Rephaim la hubiese estado atacando a ella, o a cualquiera, el joven inexperto no podría haberlo contenido. Aun así, el chico estaba marcado con una luna creciente roja, lo que significaba que era uno de los suyos, y su Stevie Rae era ante todo ferozmente leal. Así que Rephaim inclinó la cabeza en reconocimiento.

—Porque habría sido… inoportuno tener que defenderme de él.

Los labios de Stevie Rae se curvaron en lo que podría ser una sonrisa.

—Dallas pensó que de verdad me estaba protegiendo de ti.

—Tú no necesitas que él te proteja.

Rephaim pronunció las palabras sin pensar. Stevie Rae lo miró durante un largo instante. Él deseó poder leer sus expresiones con más facilidad. Le pareció ver sorpresa en sus ojos y quizás un pequeño destello de esperanza, pero también vio miedo… de eso estaba seguro. ¿Miedo de él? No, ella ya había demostrado que no le tenía miedo. Así que debía de tener el miedo en su interior, miedo de algo que no era él pero que él había iniciado.

—Como has dicho, no podría ni matar a una mosca —soltó, sin saber qué decir—. Estaba claro que no era ninguna amenaza para ti.

Stevie Rae parpadeó un par de veces, como tratando de librarse de demasiados pensamientos. Después se encogió de hombros.

—Sí, aunque he pasado unos momentos horribles tratando de convencer a todo el mundo en la Casa de la Noche de que había sido una extraña coincidencia que hubieses caído del cielo a la vez que se había manifestado la Oscuridad, y de que tú no estabas atacándome. Como ahora saben que hay un cuervo del escarnio en Tulsa, me han puesto muchas dificultades para alejarme de la escuela sola.

—Debería irme —dijo él.

Sus palabras hicieron que Rephaim se sintiera extrañamente vado en su interior.

—¿Adónde irías?

—Al este —dijo él, sin dudarlo.

—¿Al este? ¿Te refieres al este hasta Venecia? Rephaim, tu padre no está en su cuerpo. No puedes ayudarlo yendo allí ahora. Creo que puedes ayudarlo más quedándote aquí y trabajando conmigo para traerlos tanto a Zoey como a él de vuelta.

—¿No quieres que me vaya?

Stevie Rae miró al suelo, como si estuviese estudiando la tierra donde se sentaban.

—Es difícil para una vampira tener a la persona con la que está conectada demasiado lejos de ella.

—Yo no soy una persona.

—Ya, pero eso no impidió que nos conectásemos, así que supongo que la misma regla se aplica contigo.

—Entonces me quedaré hasta que me digas que me vaya.

Ella cerró los ojos como si esas palabras le hubiesen hecho daño y él tuvo que esforzarse por quedarse quieto y no inclinarse para consolarla, para tocarla.

¿Tocarla? ¿Quiero tocarla?

Se cruzó de brazos como negación física del asombro que le había causado esa idea.

—Tierra —dijo él.

Su voz sonó demasiado alta en el silencio que se había instaurado entre ellos. Ella lo miró desde abajo, con ojos interrogativos.

—La llamaste antes, cuando hiciste que el iniciado rojo tropezase. Le dijiste que se abriese para poder escapar de la luz del sol en el tejado. Le dijiste que cerrase el túnel tras de mí en la abadía. ¿No puedes ahora llamarla sin más y hacerle tu petición?

Sus dulces ojos azules se abrieron más.

—¡Tienes razón! ¿Por qué lo estoy haciendo tan difícil? Lo he hecho como millones de veces antes por otros motivos. No hay ninguna razón por la que no lo pueda hacer ahora.

Extendió sus manos, mostrando las palmas.

—Dame las manos.

Se le hizo demasiado fácil descruzar los brazos y presionar sus palmas contra las de ella. Miró abajo, hacia sus palmas unidas y se dio cuenta de que, aparte de a Stevie Rae, nunca había tocado a ningún humano por ningún motivo que no fuese violento. Y ahí estaba él, tocándola de nuevo… suavemente… con tranquilidad.

El tacto de su piel era agradable. Era cálido. Y suave. Sus palabras llegaron a él entonces y lo que dijeron lo conmovieron y anidaron en un lugar muy profundo que nunca antes nadie había tocado.

—Tierra, tengo que pedirte un gran favor. Rephaim, que está aquí conmigo, es especial para mí. Está dolorido y le está costando recuperarse. Tierra, te he pedido tu fuerza antes… para salvarme a mí misma, para salvar a aquellos que me importan. Esta vez te pido tu fuerza para ayudar a Rephaim. Es lo justo. —Hizo una pausa y lo miró desde abajo. Sus miradas se encontraron al repetir las palabras que él había dicho ante la Oscuridad, cuando pensó que ella no podía escucharlo—. Está herido por mi culpa. Cúralo. Por favor.

El suelo tembló bajo sus pies. Rephaim lo vivió como una sensación extraña, como si la piel de un animal se retorciese. Entonces Stevie Rae jadeó y su cuerpo se estremeció.

Rephaim empezó a alejarse, intentando parar lo que fuese que le estaba sucediendo, pero ella le agarró fuerte de las manos.

—¡No! No te sueltes. Todo va bien.

El calor se extendió por sus palmas hasta las suyas. Durante un momento aquello le recordó la última vez que había convocado lo que él creía que era el poder inmortal de la sangre de su padre aunque fue la Oscuridad la que respondió en su lugar… introduciéndose con cada latido en su sangre y curando su brazo y su ala destrozados. Pero enseguida se dio cuenta de que había una diferencia básica entre que te tocase la Oscuridad y que te tocase la tierra. El primero era un poder salvaje y absorbente y lo llenaba de una energía que se disparaba por su cuerpo; el que ahora lo invadía era más como un viento estival bajo las alas. Su presencia en su cuerpo no era menos exigente que la de la Oscuridad, pero se trataba de una energía suavizada por la compasión… Su contenido estaba vivo, saludable y en crecimiento, en lugar de ser frío, violento y aplastante. Era un bálsamo para su sangre recalentada y aliviaba el dolor que latía en su cuerpo. Cuando la calidez de la tierra llegó a su espalda, al punto en carne viva, sin curar, de donde partían sus enormes alas, el alivio fue tan instantáneo que Rephaim cerró los ojos, soltando un gran suspiro mientras el inmenso dolor se evaporaba.

Y durante el proceso de curación, el aire alrededor de Rephaim se llenó del aroma embriagador y reconfortante de las agujas de cedro y de la dulzura de la hierba veraniega.

—Piensa en ir devolviendo la energía a la tierra —dijo Stevie Rae con voz amable, pero insistente.

El quiso abrir los ojos y soltarle las manos, pero ella lo volvió a sostener con fuerza.

—No, sigue con los ojos cerrados. Quédate como estás, pero imagina el poder de la tierra como una luz verde brillante que sale del suelo bajo donde yo estoy, sube por mi cuerpo y mis manos hasta ti. Cuando sientas que ya ha hecho su trabajo, visualízala saliendo de tu cuerpo de vuelta a la tierra.

Rephaim permaneció con los ojos cerrados.

—¿Por qué? ¿Por qué dejar que me abandone?

Él pudo oír la sonrisa en su voz.

—Porque no es tuya, tonto. No puedes poseerla. Pertenece a la tierra. Solo puedes tomarla prestada y después devolverla con un «muchas gracias».

Rephaim casi le dice que le parecía algo ridículo, que cuando te otorgaban un poder, no había que dejarlo marchar. Tenías que usarlo y poseerlo. Casi se lo dice, pero no pudo. Aquellas palabras no le parecían adecuadas mientras estaba lleno de la energía de la tierra.

Así que, en lugar de eso, hizo lo que le parecía correcto. Rephaim imaginó la energía que lo invadía como una columna de luz verde brillante y la visualizó descendiendo por su espina dorsal de vuelta a la tierra de la que había salido. Y cuando la rica calidez de la tierra salió de él, se lo agradeció con una palabra, muy suavemente:

—Gracias.

Después volvió a ser él mismo. Sentado bajo un gran cedro en el suelo húmedo y frío, sosteniendo las manos de Stevie Rae, Rephaim abrió los ojos.

—¿Mejor ahora? —le preguntó ella.

—Sí. Mucho mejor.

Rephaim abrió las manos y esta vez ella lo soltó.

—¿En serio? Quiero decir que sentí la tierra y pensé que la estaba canalizando desde mi interior y parecía que tú también la sentías. —Inclinó la cabeza, estudiándolo—. Sí que tienes mejor pinta. Ya no hay sufrimiento en tus ojos.

Él se levantó, ansioso por mostrárselo, y abrió los brazos, desplegando sus majestuosas alas como si estuviese flexionando un músculo.

—¡Mira! Puedo hacer esto sin dolor.

Ella estaba sentada en el suelo mirando hacia arriba, con los ojos abiertos como platos. Su mirada era tan extraña que Rephaim automáticamente bajó los brazos y plegó las alas a su espalda.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Qué va mal?

—Yo… había olvidado que habías ido volando al parque. Bueno, y que te habías ido volando también. —Hizo un sonido que podría haber sido una risa si no hubiese sonado tan alterada—. Es estúpido, ¿no? ¿Cómo me puedo haber olvidado de algo así?

—Supongo que te habías acostumbrado a verme destrozado —dijo, tratando de entender por qué de repente ella parecía tan distante.

—¿Qué fue lo que te arregló el ala?

—La tierra —contestó él.

—No, ahora no. No estaba rota cuando salimos. El dolor que te invadía no tenía nada que ver con ella.

—Oh, no. Estoy curado desde ayer por la noche. El dolor lo causaban los vestigios de la Oscuridad y lo que esta le hizo a mi cuerpo.

—¿Y cómo se curaron tu ala y tu brazo ayer por la noche?

Rephaim no quería responderle. Mientras ella lo miraba con aquellos ojos enormes, acusadores, quiso mentirle, decirle que había sido un milagro causado por la inmortalidad que había en su sangre. Pero no podía hacerlo. No le mentiría.

—Convoqué los poderes a los que tengo derecho gracias a la sangre de mi padre. Tenía que hacerlo, te oí gritar mi nombre.

Ella parpadeó y él vio en sus ojos que lo había comprendido.

—Pero el toro dijo que había sido su poder y no el de tu padre el que te había llenado.

Rephaim asintió.

—Supe que era diferente. No sé por qué. Tampoco entendía por qué estaba recibiendo poder directamente de la propia Oscuridad.

—Entonces te curo la Oscuridad.

—Sí, y después la tierra me curó la herida que la Oscuridad dejó en mi interior.

—Vale, bueno, bien —dijo Stevie Rae levantándose bruscamente y sacudiéndose los vaqueros—. Ahora ya estás mejor y yo me tengo que ir. Como ya te he dicho, se me hace difícil salir ahora que la Casa de la Noche al completo está histérica al saber que hay un cuervo del escarnio en la ciudad.

Pasó por su lado andando apresuradamente y él estiró la mano para cogerla de la muñeca. Stevie Rae se apartó de él. La mano de Rephaim cayó inmediatamente a su lado y dio un paso alejándose de ella.

Se miraron fijamente.

—Tengo que irme —repitió ella.

—¿Volverás?

—¡Tengo que hacerlo! ¡Lo prometí!

Se lo dijo gritando y él se sintió como si lo hubiese abofeteado.

—¡Te libero de tu promesa! —le gritó en respuesta, enfadado porque aquella mujercita pudiese causar tal terremoto en su interior.

Los ojos de Stevie Rae eran sospechosamente brillantes cuando le respondió.

—No te lo prometí a ti… así que tú no puedes liberarme.

Después pasó rápidamente a su lado con la cabeza volteada para que no le viese la cara.

—No vuelvas porque tengas que hacerlo. Vuelve solo si quieres hacerlo —le dijo a sus espaldas.

Stevie Rae no se detuvo ni lo miró. Simplemente, se marchó.

Rephaim se quedó allí de pie un rato largo. Cuando el sonido de su coche se perdió en la distancia, se movió por fin. Con un grito de frustración, el cuervo del escarnio corrió y se lanzó al cielo nocturno, batiendo el frío viento con sus inmensas alas y subiendo sin descanso hacia las corrientes ascendentes de aire caliente que lo elevarían, lo sostendrían y lo llevarían a cualquier parte… a todas partes.

¡Pero lejos! ¡Sacadme de aquí!

El cuervo del escarnio voló hacia el este, alejándose del camino que había tomado el coche de Stevie Rae, alejándose de Tulsa y de la confusión que reinaba en su vida desde que ella apareció en ella.

Después cerró su mente a todo, excepto a la alegría familiar del cielo, y voló.