16

Zoey

Heath se agitó y murmuró algo sobre saltarse el entrenamiento de fútbol y seguir durmiendo. Lo miré y sostuve la respiración mientras seguía andando en círculos a su alrededor.

No podía despertarlo y decirle que estaba más muerto que una piedra y que nunca más podría volver a jugar al fútbol…

No, demonios.

Traté de ser tan silenciosa como pude, pero no podía parar quieta. Esta vez ni siquiera había intentado tumbarme a su lado. No podía evitarlo. No podía serenarme. Tenía que seguir moviéndome.

Estábamos en el centro de la misma densa arboleda en la que nos habíamos metido corriendo antes. ¿Antes, cuándo? En realidad, no era capaz de recordarlo, pero esos pequeños árboles nudosos y esas piedras antiguas eran geniales…

Y el musgo. Especialmente el musgo. Lo había por todas partes, grueso, suave y acolchado.

De repente tenía los pies descalzos y me distraje hundiéndolos en el musgo y dejando que mis dedos jugasen con la alfombra verde viviente.

¿Viviente?

Suspiré.

No. Suponía que nada allí estaba realmente vivo, pero era incapaz de tenerlo presente.

Los árboles formaban un baldaquino de hojas y ramas y el sol, por tanto, solamente podía atravesarlo lo suficiente como para que el aire fuese cálido, pero no demasiado. En ese momento, una nube que cruzó por encima de mi cabeza me hizo mirar hacia arriba y estremecerme.

Oscuridad…

Parpadeé, sorprendida, recordando. Por eso estábamos Heath y yo escondidos en aquella arboleda. Esa cosa nos había perseguido pero no había entrado en la arboleda detrás de nosotros.

Me estremecí de nuevo.

No tenía ni idea de lo que era aquella cosa. Solo me había invadido una sensación de completa oscuridad, un tufillo vago de algo que llevaba muerto un tiempo, de cuernos y alas. Heath y yo no habíamos esperado a ver más. Nos habíamos quedado los dos sin respiración por el miedo y habíamos corrido sin parar… y por eso ahora Heath estaba completamente dormido. De nuevo. Como debería estarlo yo.

Pero yo no era capaz de descansar. En lugar de ello, caminaba.

Me preocupaba mucho que mi memoria estuviese empezando a confundirse. Y lo que era peor, aunque alguien se diese cuenta de que mi memoria estaba alterada, yo no lo sabría porque, bueno, no lo recordaría… Algo estaba mal. Sabía que estaba perdiendo retazos de mi memoria… algunos recientes, como este que acababa de recordar sobre la cosa aterradora que nos había obligado a Heath y a mí a entrar en la arboleda. Pero otros eran antiguos.

No podía recordar cómo era mi madre.

No podía recordar el color de mis ojos.

No podía recordar por qué ya no confiaba en Stevie Rae.

Lo que podía recordar era aún más terrible. Recordaba cada momento de la muerte de Stevie Rae. Recordaba que mi padre nos había dejado cuando yo tenía dos años y que nunca había vuelto. Recordaba que había confiado en Kalona y que me había equivocado tanto con él…

Mi estómago se revolvió y, como si estuviese loca, seguí dando vueltas y más vueltas alrededor de la circunferencia interior de la arboleda.

¿Cómo había dejado que Kalona me engañase por completo? Había sido tan idiota…

Y había sido la responsable de la muerte de Heath.

Mi mente rehuyó el sentimiento de culpa. Aquella idea era demasiado fuerte, demasiado horrible.

Mis ojos captaron una sombra. Di un respingo, me volví rápidamente y me encontré cara a cara con ella. La había visto antes… en mis sueños y en un recuerdo que compartíamos.

—Hola, A-ya —dije suavemente.

—Zoey —dijo ella, inclinando la cabeza para saludarme.

Su voz se parecía mucho a la mía, aunque la suya tenía un deje de tristeza que teñía todas sus palabras.

—Confié en Kalona por tu culpa —le conté.

—Te compadeciste de él por mi culpa —me corrigió—. Cuando me perdiste, también perdiste la compasión.

—Eso no es verdad —repliqué—. Sigo siendo compasiva. Me preocupo por Heath.

—¿De verdad? ¿Por eso lo mantienes aquí en lugar de dejar que avance?

—Heath no se quiere ir —le respondí.

Inmediatamente cerré la boca, asombrada de lo enfadada que sonaba.

A-ya sacudió la cabeza, haciendo que su pelo negro se agitase alrededor de su cintura.

—No te has parado a pensar en lo que Heath desea… en lo que los demás, y no tú, desean. Y no lo harás, no lo harás de verdad, hasta que me llames para que regrese a ti.

—No quiero que vuelvas. La culpa de que todo esto ocurriese es tuya.

—No, Zoey, no lo es. Todo esto sucedió por una serie de elecciones de un número de gente. No se trata de ti.

Sacudiendo la cabeza con tristeza, A-ya desapareció.

—Hasta nunca —murmuré, echando de nuevo a andar, aún más inquieta que antes.

Cuando otra sombra brilló por el rabillo de mi ojo, me giré como un remolino, dispuesta a mandar a A-ya a la mierda de una vez por todas. En lugar de eso, mi boca se abrió de golpe. Me estaba mirando a mí. Bueno, en realidad, a la versión de nueve años de mí que había visto entre las otras figuras antes de que se desperdigaran al aparecer lo que fuera que nos perseguía a Heath y a mí.

—Hola —dije.

—¡Tenemos tetas! —dijo la niña, mirándome el pecho—. Me alegro mucho de tener tetas. Por fin.

—Sí, eso fue lo mismo que pensé yo. Por fin.

—Ojalá fuesen un poco más grandes…

La niña siguió mirándome las tetas hasta que sentí que necesitaba cruzar los brazos sobre el pecho, algo ridículo porque ella era yo… bastante raro.

—Pero bueno, ¡podría ser peor! Podríamos haber sido como Becky Apple, ¡je, je, je!

Su voz estaba tan llena de alegría que tuve que sonreírle, pero solo durante un segundo. Era como si fuese demasiado duro para mí aferrarme a esa alegría con la que ella parecía brillar.

—Becky Renee Apple… ¿te puedes creer que su madre la llamase así y después tuviese que llevar todos los jerséis bordados con «BRA», como en Wonderbra? —dijo mi yo niña antes de echarse a reír.

Traté de seguir sonriéndole cuando hablé.

—Sí, esa pobre chica estaba condenada desde el primer día de frío.

Suspiré y me froté la cara con la mano, preguntándome por qué me sentía tan inexplicablemente triste.

—Es porque ya no estoy contigo —dijo mi yo niña—. Yo soy tu alegría. Sin mí, nunca más podrás ser feliz de verdad.

La miré, sabiendo que, como A-ya, me estaba diciendo la verdad.

Heath murmuró en sueños de nuevo, atrayendo mi mirada. Parecía tan fuerte, tan normal y joven… Pero nunca más iba a pisar otro campo de fútbol.

Nunca volvería a pisar a fondo el acelerador de su camioneta en una curva resbaladiza para gritar de alegría como un okie. Nunca sería el marido de nadie. Nunca sería padre. Volví a mirar a mi yo de nueve años.

—No creo que me merezca ser feliz de nuevo.

—Lo siento, Zoey —me dijo, y desapareció.

Sintiéndome un poco mareada y aturdida, continué caminando.

La siguiente versión de mí no parpadeó o se agitó por el rabillo del ojo. Esta versión se me puso delante, bloqueando mi camino. No se parecía a mí, pues resultaba superalta. Tenía el pelo negro y salvaje y de un rojo cobrizo. Hasta que no la miré a los ojos no encontré nuestro parecido: teníamos los mismos ojos. Era otro pedazo de mí, la conocía.

—¿Y tú quién eres? —pregunté agotada—. ¿Y cuál es la parte de mí que voy a perder si no te traigo de vuelta?

—Puedes llamarme Brighid. Sin mí, te faltará la fuerza.

Suspiré.

—Estoy demasiado cansada para ser fuerte ahora mismo. ¿Y si lo hablamos después, cuando me eche una siesta?

—No lo entiendes, ¿no? —Brighid sacudió la cabeza, desdeñosa—. Sin nosotras, no vas a poder dormir ninguna siesta… no te sentirás mejor… no conseguirás descansar. Sin nosotras, te irás quedando más y más incompleta, a la deriva.

Traté de concentrarme a pesar del dolor de cabeza que se iniciaba en mis sienes.

—Pero estaré a la deriva con Heath.

—Sí, quizás.

—Y si os vuelvo a meter dentro de mí, abandonaré a Heath.

—Es posible.

—No puedo hacerlo. No puedo volver a un mundo en el que no esté él —dije.

—Entonces estás rota de verdad.

Sin más palabras, Brighid desapareció.

Mis piernas cedieron bajo mi peso y me dejé caer con fuerza en el musgo. Solo supe que lloraba cuando mis lágrimas empezaron a dejar marcas húmedas en los vaqueros. No sé durante cuánto tiempo estuve allí sentada, doblada por la pena, la confusión y el agotamiento, pero finalmente un sonido penetró en mi niebla mental: alas, crujiendo, batiendo en el viento, cerniéndose, bajando, acechando.

—Vamos, Zo. Tenemos que internarnos más en la arboleda.

Levanté la mirada para ver a Heath agachado a mi lado.

—Es culpa mía —dije.

—No, no lo es. ¿Pero qué importa de quién sea la culpa? Ya está hecho, nena. No puede deshacerse.

—No puedo dejarte, Heath —sollocé.

Me apartó el pelo de la cara y me dio otro pañuelo de papel arrugado.

—Ya sé que no puedes.

El sonido de unas alas enormes se hizo más fuerte y las copas de los árboles a nuestras espaldas se movieron en respuesta.

—Zo, ya lo hablaremos más tarde, ¿vale? Ahora tenemos que movernos de nuevo.

Me cogió del codo, me puso en pie y empezó a guiarme más adentro de la arboleda, donde las sombras eran más oscuras y los árboles parecían aún más viejos.

Dejé que me llevara. Me sentía mejor en movimiento. No me sentía bien, pero era mejor que cuando estaba quieta.

—Es él, ¿no? —dije con indiferencia.

—¿Él? —preguntó Heath, ayudándome a saltar una piedra gris.

—Kalona. —Aquella palabra pareció cambiar la densidad del aire a nuestro alrededor—. Ha venido a por mí.

Heath me miró fijamente.

—¡No! ¡No dejaré que te atrape! —gritó.

Stevie Rae

—¡No! ¡No dejaré que te atrape! —gritó Dragón.

Stevie Rae, junto con todos los demás presentes en la sala del Consejo, se quedó mirando al profesor de esgrima, al que parecía que le estuviese a punto de reventar una arteria.

—Eh, ¿quién, Dragón? —le dijo Stevie Rae.

—¡El cuervo del escarnio que mató a mi compañera! Por eso no puedes salir hasta que encontremos a esa criatura y la destruyamos.

Stevie Rae trató de ignorar el sentimiento de vacío que las palabras de Dragón le habían causado y la terrible sensación de culpabilidad que experimentó mientras lo miraba, viendo su corazón roto y sabiendo que aunque Rephaim le había salvado la vida, dos veces, también era un hecho que había matado a Anastasia Lankford.

Ha cambiado. Ahora es diferente pensó, deseando poder decir esas palabras en voz alta sin que el mundo se desplomase a su alrededor.

Pero no podía hablarle a Dragón de Rephaim. No podía contarle a nadie nada del cuervo del escarnio, así que, en lugar de eso, empezó a tejer mentiras salpicadas de verdad, formando un terrible tapiz de evasivas y engaños.

—Dragón, no sé qué cuervo del escarnio estaba en el parque. Quiero decir, que no me dijo su nombre.

—Creo que era el principal… el Rephnosequé —dijo Dallas, aunque Stevie Rae le lanzó una mirada de advertencia para que se callase.

—Rephaim —dijo Dragón, con una voz que parecía la muerte.

—Sí, ese. Era enorme, como lo describisteis vosotros, y sus ojos parecían muy humanos. Además, tenía un aire… Estaba claro que se creía el puto amo.

Stevie Rae reprimió las ganas de taparle la boca con firmeza a Dallas… y quizás también la nariz. Asfixiarlo haría sin duda que dejase de hablar.

—Oh, Dallas, qué va. No sabemos qué cuervo del escarnio era. Y Dragón, puedo entender que estés preocupado y todo eso, pero solo estamos hablando de ir a la abadía benedictina para que la abuela Redbird sepa por mí lo que le ha pasado a Zoey. No pienso meterme sola en la boca del lobo.

—Pero Dragón tiene razón —intervino Lenobia. Erik y la profesora Pentesilea asintieron, dejando a un lado temporalmente su desacuerdo sobre Neferet y Kalona—. Ese cuervo del escarnio apareció donde tú estabas, y en comunión con la tierra.

—Es demasiado simple decir que estaba en comunión con la tierra —dijo Dragón rápidamente en la pausa que hizo Lenobia—. Como nos ha explicado Stevie Rae, estaba dialogando con los antiguos poderes del bien y del mal. La aparición de esa criatura durante la manifestación del mal no es una coincidencia.

—Pero el cuervo del escarnio no me estaba atacando. Estaba…

Dragón levantó una mano para acallarla.

—No hay duda de que lo atrajo la Oscuridad, que activó así a uno de los suyos, como suele hacer el mal. No puedes saber con seguridad que la criatura no vaya tras de ti.

—Tampoco podemos confiar en que solo haya un cuervo del escarnio en Tulsa —dijo Lenobia.

El pánico revoloteó en el estómago de Stevie Rae. ¿Qué pasaría si ahora todo el mundo se asustase ante la posibilidad de que un grupo de cuervos del escarnio estuviese asolando Tulsa y eso imposibilitase sus escapadas para ver a Rephaim?

—Voy a ir a la abadía a ver a la abuela Redbird —dijo Stevie Rae con firmeza—. Y no creo que haya una bandada de esos malditos cuervos del escarnio ahí fuera. Lo que creo es que ese chico pájaro se debió de quedar atrás por algún motivo y que apareció en el parque atraído por la Oscuridad. Bueno, por mi parte yo estoy segurísima de que no voy a volver a llamar a la Oscuridad, así que no hay motivo para que ese pájaro vuelva a querer meterse conmigo.

—No subestimes el peligro que representa esa criatura —dijo Dragón con voz triste y sombría.

—No lo haré. Pero tampoco voy a permitir que me encierre en el campus. No creo que ninguno debamos permitir que nos haga eso —añadió rápidamente—. Vamos, que debemos tener cuidado, pero no podemos dejar que el miedo y el mal dominen nuestras vidas.

—Stevie Rae tiene razón —dijo Lenobia—. De hecho, creo que deberíamos hacer que la escuela volviese a su funcionamiento normal e incluir a los iniciados rojos en las clases.

Kramisha, que hasta entonces había permanecido en silencio, a la izquierda de Stevie Rae, bufó suavemente. Escuchó a Dallas, sentado a su derecha, suspirar con fuerza. Sofocó una sonrisa.

—Creo que es una muy buena idea —convino.

—No creo que debamos hablar mucho del estado de Zoey —dijo Erik—. Al menos no hasta que algo más… bueno, algo más permanente pase.

—No va a morir —dijo Stevie Rae.

—¡Yo no quiero que se muera! —dijo Erik rápidamente, obviamente molesto por la idea—. Pero con todo lo que ha pasado, incluyendo la aparición de un cuervo del escarnio, lo último que necesitamos es que esto se llene de rumores.

—No creo que debamos ocultarlo.

—¿Y si llegamos a un acuerdo? —propuso Lenobia—. Contestaremos a las preguntas sobre Zoey cuando nos las hagan, incidiendo en una parte de la verdad, es decir, en que estamos todos trabajando para traerla de vuelta del Otro Mundo.

—Y colgaremos una advertencia general en todas las aulas para que los iniciados estén atentos y vigilantes para informar de cualquier cosa inusual que vean u oigan —añadió Dragón.

—Suena razonable —dijo Pentesilea.

—Vale, me parece bien —dijo Stevie Rae. Hizo una pausa antes de continuar—. Eh, me pregunto si… ¿tengo que volver a las mismas clases en las que estaba antes?

—Sí, eso me estaba preguntando yo también —dijo Kramisha.

—Yo también —se unió Dallas.

—Los iniciados deben asistir a sus clases, retomándolas donde las dejaron —dijo Lenobia suavemente, sonriéndoles a Kramisha y a Dallas, como si se refiriera a que habían estado de vacaciones en lugar de haberse muerto sin querer.

Eso hizo que todo sonase extrañamente normal. Después se giró hacia Stevie Rae.

—Los vampiros eligen su propia trayectoria profesional y las áreas que desean estudiar… no en clase con los iniciados, sino con otros vampiros expertos en ese campo. ¿Tú sabes lo que quieres estudiar?

A pesar de que todo el mundo la estaba mirando, Stevie Rae no dudó al responder.

—A Nyx. Quiero estudiar para convertirme en alta sacerdotisa. Quiero serlo porque me lo he ganado y no solo porque sea la única maldita vampira roja chica del universo conocido.

—Pero no tenemos a ninguna alta sacerdotisa que pueda ser tu tutora… no desde que Neferet tuviera que irse —indicó Pentesilea, lanzándole una mirada mordaz a Lenobia.

—Entonces supongo que estudiaré por mi cuenta hasta que vuelva nuestra alta sacerdotisa —dijo. Después miró a Pentesilea a los ojos, antes de continuar—. Y os prometo que esa alta sacerdotisa no va a ser Neferet.

Stevie Rae se puso en pie.

—Vale, bueno, voy a ir a la abadía como dije antes. Cuando vuelva, iré a ver al resto de los iniciados y les informaré de que las clases empiezan mañana.

Todos habían empezado a moverse por la habitación cuando Dragón la llevó aparte.

—Quiero que me prometas que tendrás cuidado —le pidió—. Tienes poderes de recuperación que rayan en lo milagroso, pero no eres inmortal, Stevie Rae. Debes recordarlo.

—Tendré cuidado. Lo prometo.

—Yo voy con ella —dijo Kramisha—. Estaré atenta al cielo por si aparece uno de esos pajarracos asquerosos. Tengo un grito de chica que es matador. Si aparece alguno, os aseguro que el mundo entero sabrá que está aquí.

Dragón asintió, pero no pareció muy convencido. Stevie Rae se sintió aliviada cuando Lenobia lo llamó y empezó a hablar con él sobre hacer que su clase de artes marciales fuese obligatoria para todos los iniciados. Se deslizó fuera de la habitación y se dispuso a pensar en cómo librarse de Kramisha, que se estaba pegando demasiado a ella. Dallas las alcanzó.

—¿Puedo hablar un segundo contigo antes de que te vayas?

—Te espero en el Escarabajo de Zoey —dijo Kramisha—. Y no, no vas a poder evitar que vaya contigo.

Stevie Rae la vio marcharse por el pasillo antes de volverse de mala gana hacia Dallas.

—¿Entramos ahí? —le preguntó, señalando la sala de informática vacía.

—Claro, pero tengo prisa.

Sin decir nada más, Dallas le abrió la puerta y entraron en una habitación fría y poco iluminada que olía a libros y abrillantador de muebles con aroma de limón.

—Tú y yo no tenemos por qué seguir juntos —le soltó Dallas de golpe.

—¿Eh? ¿No tenemos que seguir juntos? ¿A qué te refieres?

Dallas se cruzó de brazos, visiblemente incómodo.

—Me refiero a que estábamos saliendo. Eras mi novia. Ahora tú ya no lo quieres ser y lo capto. Tenías razón, no pude hacer una mierda para protegerte de esa especie de pájaro. Y quiero que sepas que no me voy a volver gilipollas ni nada de eso. Seguiré estando aquí para cuando me necesites, niña, porque siempre serás mi alta sacerdotisa.

—¡Yo no quiero cortar! —grito ella.

—¿No?

—No.

Y no mentía. En ese momento, lo único en que podía pensar era en Dallas. Su corazón y su bondad eran tan palpables que Stevie Rae sintió que si lo perdía sería como si le diesen un puñetazo en el estómago.

—Dallas, siento muchísimo lo que te dije antes. Estaba herida y cabreada y no lo decía en serio. Ni siquiera podía salir del círculo y fui yo la que convocó a esa maldita cosa. No había manera de que ni tú ni nadie, ni siquiera un guerrero, pudiese entrar allí.

Dallas la miró.

—El cuervo del escarnio pudo.

—Bueno, como tú mismo dijiste, él está del lado de la Oscuridad —le dijo ella, aunque se sintió como si le arrojasen un cubo de agua fría a la cara al traicionar así a Rephaim.

—Hay muchas cosas del lado de la Oscuridad ahí fuera —dijo Dallas—. Y parece que te estás tropezando con un montón de ellas. Así que ten cuidado, ¿de acuerdo, niña? —Estiró la mano y le apartó uno de sus rizos dorados de su semblante—. No soportaría que te ocurriera nada.

Dejó caer la mano hasta su hombro y le acarició la base del cuello con el pulgar.

—Tendré cuidado —dijo suavemente.

—¿De verdad que no quieres romper?

Ella sacudió la cabeza.

—Me alegro, porque yo tampoco.

Dallas se inclinó mientras la atraía hacia sí con sus brazos. Juntó sus labios con los de Stevie Rae en un beso dubitativo. Ella se obligó a relajarse y a dejarse llevar. Besaba tan bien… siempre lo había hecho. Y le gustaba que fuese más alto que ella, pero no demasiado. Y además, sabía bien. Él estaba al tanto de que le agradaba que le frotasen la espalda, así que deslizó los brazos a su alrededor y sus manos subieron bajo su camisa… pero no para intentar sobarle las tetas, como habría hecho la mayoría de los chicos. En lugar de eso, Dallas empezó a dibujarle círculos calentitos en la parte baja de la espalda, acercándola más a él y profundizando en su abrazo.

Stevie Rae le devolvió el beso. Era tan bueno estar con él… bloquearlo todo… olvidar incluso por un instante a Rephaim y todo aquello… especialmente la deuda que había pagado voluntariamente y que la hacía…

Stevie Rae se apartó de Dallas. Los dos se encontraban más que sin respiración.

—Yo, eh… Tengo que irme, ¿recuerdas?

Stevie Rae esbozó una sonrisa, tratando de no sonar tan rara como se sentía.

—De hecho, lo había olvidado —dijo Dallas, sonriendo dulcemente y separándole aquel rizo rebelde de los ojos de nuevo—. Pero sé que te tienes que ir. Vamos. Te acompaño hasta el Escarabajo.

Sintiéndose en parte una traidora, en parte una mentirosa y en parte una prisionera condenada, Stevie Rae le permitió cogerla de la mano y llevarla hasta el coche de Zoey, como si realmente pudiesen ser, de nuevo, novios de verdad.