14

Stevie Rae

Dallas medio cargaba, medio arrastraba a Stevie Rae mientras doblaban la esquina de la escuela, discutiendo con ella sobre ir a la enfermería o volver a su habitación, cuando Kramisha y Lenobia, que se dirigían hacia el templo de Nyx, los vieron.

—¡Por las lagrimitas del niño Jesús, si estás toda destrozada! —gritó Kramisha, frenando de golpe.

—¡Dallas, llevémosla a la enfermería! —dijo Lenobia.

Al contrario que Kramisha, Lenobia no se quedó paralizada ante la visión sangrienta de Stevie Rae; en lugar de eso, corrió al otro lado y ayudó a Dallas a sostener su peso, dirigiéndolos automáticamente hacia la entrada de la enfermería.

—Escuchad, no, eh… Llevadme a la habitación. Necesito un teléfono, no un médico. Y no puedo encontrar mi maldito móvil.

—No puedes encontrarlo porque esa especie de pajarraco te arrancó casi toda la ropa y casi toda la piel también. Seguramente tu móvil esté en el parque, aplastado en el suelo que sigue empapado con tu sangre. Te vas directa a la maldita enfermería.

—Tengo un teléfono. Puedes usar el mío —ofreció Kramisha, sacándolo de su bolsillo.

—Puedes usar el teléfono de Kramisha, pero Dallas tiene razón. Ni siquiera te puedes poner en pie. Te vas a la enfermería —dijo Lenobia con firmeza.

—Bien. Como queráis. Traedme una silla o algo para que así pueda llamar. Tienes el número de Aphrodite, ¿no? —le preguntó a Kramisha.

—Sí. Pero no te creas que eso nos convierte en amigas ni nada por el estilo —murmuró esta.

Mientras se dirigían a la enfermería, la mirada penetrante de Lenobia volvió a centrarse en el cuerpo malherido de Stevie Rae.

—Tienes mala pinta. De nuevo —le dijo. Después pareció asimilar las palabras de Dallas y los ojos de la profesora de equitación se abrieron de la sorpresa—. ¿Has dicho que fue un pájaro lo que le hizo esto?

—Una especie de pajarraco —dijo Dallas al mismo tiempo que Stevie Rae gritaba.

—¡No! Dallas, no tengo ni tiempo ni energía para discutir contigo sobre esto ahora.

—¿Quieres decir que no viste lo que le pasó? —preguntó Lenobia.

—No. Había demasiado humo y oscuridad; no podía verla ni podía entrar en el círculo para ayudarla. Y cuando todo se aclaró, ella ya estaba así y el pajarraco se cernía sobre ella.

—Dallas, ¡deja de hablar sobre mí como si no estuviese aquí! Y él no se cernía sobre mí. Estaba tirado en el suelo, a mi lado.

Lenobia iba a decir algo, pero llegaron a la enfermería y Sapphire, la enfermera rubia y alta que había sido ascendida a directora del hospital en ausencia de una sanadora, los saludó con su habitual expresión hosca que enseguida se transformó en sorpresa.

—¡Ponedla ahí! —ordenó con eficiencia, señalando una sala tipo box que acababa de quedar libre.

Tumbaron a Stevie Rae en la cama y Sapphire empezó a sacar útiles de uno de los armaritos metálicos. Una de las cosas que sacó fue una bolsa de sangre que le ofreció a Lenobia.

—Que se beba esto inmediatamente.

Nadie dijo nada durante los pocos segundos que le llevó a Lenobia abrir la bolsa y ayudar a Stevie Rae a agarrarla con manos temblorosas y sostenerla ante sí para beber con avidez.

—Voy a necesitar más de esto —dijo Stevie Rae—. Y como ya dije antes, también un maldito teléfono. Inmediatamente.

—Necesito saber lo que laceró tu cuerpo de esta forma. Te ha hecho perder demasiada sangre que necesitas reemplazar inmediatamente. Tengo que averiguar por qué la sangre que sigue saliendo de tu cuerpo huele de una forma tan rara —dijo Sapphire.

—¡Cuervo del escarnio! Ese es el nombre de aquella cosa —recordó Dallas.

—¿Te atacó un cuervo del escarnio? —preguntó Lenobia.

—No. Y eso es lo que he tratado que penetrara en el duro cráneo de Dallas. La Oscuridad nos atacó a mí y a un cuervo del escarnio.

—Y como te he dicho, eso no tiene nada de sentido. Vi al pajarraco. Vi tu sangre. Esto parecen sin duda heridas producidas por su pico. ¡No vi nada más! —respondió Dallas, prácticamente gritando.

—¡No viste nada porque la Oscuridad estaba ocultando todo lo que pasaba en el círculo, incluyéndonos a mí y al cuervo del escarnio mientras éramos atacados! —le gritó Stevie Rae con frustración.

—¿Por qué parece que estés defendiendo a aquella cosa? —dijo Dallas, levantando las manos.

—¿Sabes una cosa, Dallas? ¡Puedes besarme el culo! No defiendo a nadie más que a mí misma. Tú no fuiste capaz de entrar en el círculo para ayudarme… ¡Tuve que hacerlo yo solita!

Se creó un largo silencio mientras Dallas la miraba con el dolor claramente visible en sus ojos. Después habló Sapphire con su tono pedante desde la cabecera.

—Dallas, tienes que salir. Voy a cortar lo que le queda de ropa para sacársela y no es apropiado que estés aquí.

—Pero yo…

—Tú has traído de vuelta a casa a tu alta sacerdotisa. Lo has hecho bien —le dijo Lenobia, tocándole el brazo con amabilidad—. Ahora deja que nosotros nos ocupemos de ella.

—Dallas, eh, ¿por qué no vas a buscar algo de comer? Estaré bien —dijo Stevie Rae, arrepentida ya de haber vertido en él toda la frustración que el miedo y la culpa le generaban.

—Sí, vale. Me voy.

—Eh, Lenobia tiene razón —le dijo Stevie Rae a sus espaldas mientras salía de la habitación—. Has hecho bien trayéndome a casa.

La miró por encima del hombro justo antes de cerrar la puerta y ella pensó que nunca había visto sus ojos tan tristes.

—Lo que necesites, niña.

La puerta no se había ni cerrado cuando Lenobia disparó.

—Explícame eso del cuervo del escarnio.

—Sí, yo pensé que se habían ido —añadió Kramisha.

—Vosotras podéis quedaros. Margareta ha ido a reponer nuestros suministros al hospital St. John, así que agradezco un par de manos extra, pero tendréis que hablar mientras me ayudáis —les dijo Sapphire, dándole a Lenobia otra bolsa de sangre—. Ábrele esto. Kramisha, ve allí, lávate las manos y después empieza a darme esos algodones empapados en alcohol.

Kramisha miró a Sapphire con la ceja levantada, pero fue hasta el lavabo. Lenobia abrió la bolsa y se la dio a Stevie Rae, que bebió despacio, ganando así algo de tiempo para pensar.

Con un desgarrón que sonó demasiado alto en aquella habitación, Sapphire cortó lo que quedaba de los pantalones de Stevie Rae y su camiseta con el lema «No odies Oklahoma».

Stevie Rae sintió que todos los ojos estaban puestos en su cuerpo casi desnudo. Deseó haberse puesto un sujetador mejor y se retorció, incómoda.

—Diablos, me encantaban esos vaqueros de Cowgirl Up. Solo de pensar que voy a tener que ir hasta la treinta y uno con Memorial, a Drysdales, para comprar otro par… El tráfico siempre es una mierda en esa parte de la ciudad.

—Quizás deberías ampliar tus perspectivas en cuanto a moda. Little Black Dress en Cherry Street está más cerca y tienen algunos vaqueros muy monos que no son de los noventa —dijo Kramisha.

LOS tres pares de ojos se centraron en ella por un momento.

—¿Qué? —dijo encogiéndose de hombros—. Todo el mundo sabe que Stevie Rae necesita renovarse.

—Gracias, Kramisha. Eso me hace sentir mucho mejor, sobre todo porque casi me muero y esas cosas.

Stevie Rae le puso los ojos en blanco a Kramisha mientras esta reprimía una sonrisa. Pero la verdad era que Kramisha sí que la había hecho sentir mejor… algo parecido a «normalmente mejor». Y después se dio cuenta de que realmente estaba recuperándose. La sangre la había calentado y ya no se sentía tan débil como unos minutos antes. De hecho, sentía una especie de zumbido dentro, como si su sangre latiera con gran potencia y recorriera todo su cuerpo. Es la sangre de Rephaim, la parte que está mezclada con la mía está alimentando mi sangre humana y fortaleciéndome.

—Stevie Rae, pareces estar despierta y consciente —le dijo Lenobia.

Ella se volvió a concentrar en el mundo exterior para encontrarse con que la profesora de equitación la estaba estudiando cuidadosamente.

—Sí, sin duda me encuentro mejor y necesito un teléfono. Kramisha, déjame…

—Primero te voy a limpiar estas heridas y te aseguro que no vas a poder hablar por teléfono mientras lo hago —dijo Sapphire con lo que Stevie Rae pensó que era una satisfacción demasiado autoritaria.

—Pues espera a que termine mi llamada para hacerlo —dijo Stevie Rae—. Kramisha, bucea en ese bolso gigante tuyo y dame tu maldito teléfono.

—No puedo esperar —soltó Sapphire—. Tus heridas son graves. Tienes laceraciones desde los tobillos hasta la cintura. Hay que limpiarlas. Muchas de ellas necesitan puntos. Necesitas beber más sangre. De hecho, sería mejor que trajésemos a uno de los humanos voluntarios para que bebieses directamente de él… eso ayudaría al proceso curativo.

—¿Humanos? ¿Voluntarios? —dijo Stevie Rae tragando saliva.

¿De verdad ocurrían cosas así en la Casa de la Noche?

—No seas inocente —fue toda la respuesta de Sapphire.

—¡No voy a beber de ningún extraño! —dijo Stevie Rae con más vehemencia de la que pretendía mostrar, haciendo que Lenobia y Kramisha la miraran con las cejas enarcadas—. Lo que quiero decir es que… me apañaré con las bolsitas de sangre. Es demasiado raro beber de alguien que no conozco, especialmente cuando hace tan poco que… bueno… ya sabéis.

Seguramente, las tres mujeres pensaron que hablaba de la reciente ruptura de su conexión con Aphrodite.

Pero ella no pensaba en Aphrodite… aquello era ridículo.

Stevie Rae pensaba en que la única persona de la que quería beber, de la que necesitaba beber, era Rephaim.

—Tu sangre huele raro —dijo Lenobia.

Los pensamientos de Stevie Rae se aclararon y su mirada se dirigió a la profesora de equitación.

—¿Raro? ¿A qué te refieres?

—Hay algo extraño en ella —dijo también Sapphire mientras empezaba a limpiar los cortes profundos con los algodones empapados en alcohol que Kramisha le pasaba.

Stevie Rae aspiró aire con la boca por el dolor.

—Soy una vampira roja —consiguió decir a través de los dientes apretados—. Mi sangre es diferente a la vuestra.

—No, tienen razón. Tu sangre huele raro —dijo Kramisha, apartando la mirada de las heridas de Stevie Rae y arrugando la nariz.

Stevie Rae pensó rápido.

—Es porque bebió de mí —adujo.

—¿¡Quién!? ¿¡El cuervo del escarnio!? —se escandalizó Lenobia.

—¡No! —negó Stevie Rae y siguió hablando rápidamente—: Como traté de explicarle a Dallas una y otra vez, el cuervo del escarnio no me hizo nada. Él también era una víctima.

—Entonces, ¿qué te pasó? —preguntó Lenobia.

Stevie Rae respiró profundamente y empezó a contar una historia en su mayoría verídica.

—Fui al parque porque estaba tratando de obtener información de la tierra que pudiera ayudar a Zoey porque Aphrodite me pidió que lo hiciera. Existen unas antiguas creencias vampíricas que ya no están de moda, basadas en unos guerreros que ella cree que pueden ayudar a Stark a llegar hasta Zoey, en el Otro Mundo.

—Pero Stark no puede entrar en el Otro Mundo sin morir —apostilló Lenobia.

—Sí, eso es lo que todo el mundo dice, pero recientemente Aphrodite y yo encontramos estas historias antiguas que pueden ayudarle a llegar vivo hasta allí. La religión, o como quieras llamarla, se supone que estaba representada por vacas… quiero decir toros. Uno blanco y uno negro. —Recordándolo, Stevie Rae se estremeció—. Aphrodite, la muy imbécil, se olvidó de decirme que el maldito toro blanco era el malo y que el maldito toro negro era el bueno, así que llamé al toro malo por accidente.

La cara de Lenobia palideció tanto que casi parecía transparente.

—¡Oh, Diosa! ¿Convocaste a la Oscuridad?

—¿Sabes de qué va todo esto? —le preguntó Stevie Rae.

Con lo que pareció un movimiento inconsciente, una de las manos de Lenobia se elevó para tocarse la nuca.

—Sé un poco de Oscuridad y, como profesora de equitación, sé bastante sobre animales.

Sapphire limpió el corte que recorría la cintura de Stevie Rae, haciéndola gemir.

—¡Ah, mierda, eso duele!

Cerró los ojos por un momento, tratando de concentrarse a pesar del dolor. Cuando los abrió, vio a Lenobia estudiándola con una expresión que no pudo descifrar, pero antes de poder formularle la pregunta correcta, la profesora de equitación le hizo una a ella:

—¿Qué estaba haciendo allí el cuervo del escarnio? Has dicho que no te atacó, pero sin duda tampoco tenía motivos para atacar a la Oscuridad.

—Porque están en el mismo bando —añadió Kramisha, asintiendo pensativamente.

—Yo no sé nada de bandos ni nada de eso, pero el toro malo atacó al cuervo del escarnio.

Stevie Rae respiró profundamente y continuó.

—De hecho, la aparición del cuervo del escarnio fue lo que me salvó. Medio cayó del cielo y distrajo al toro el tiempo suficiente como para que pudiese extraer poder de la tierra para invocar al toro bueno. —Stevie Rae no pudo evitar sonreír mientras hablaba de aquella impresionante bestia—. Nunca antes había visto nada como él. Era tan hermoso y bueno, y tan sabio… Se abalanzó sobre el toro blanco y ambos desaparecieron. Después Dallas pudo entrar en el círculo y el cuervo del escarnio echó a volar.

—¿Pero lo que estás diciendo es que antes de que el cuervo del escarnio llegase, el toro blanco bebió de tu sangre? —dijo Lenobia.

Stevie Rae tuvo que sofocar otro escalofrío de repugnancia.

—Sí. Dijo que debía pagar porque me había respondido a la pregunta. Probablemente esa sea la razón por la que mi sangre huele raro, porque todavía quedan restos de él en mí y os aseguro que apestaba. Y por eso necesito hacer esa llamada. El toro sí que respondió a mi pregunta y tengo que hablar con Aphrodite.

—Creo que podéis permitirle hacer la llamada. De todas maneras, no necesita los puntos. Los cortes ya se le están cerrando —dijo Kramisha, señalando los primeros que le había hecho la Oscuridad alrededor de los tobillos.

Stevie Rae miró hacia abajo pero sabía lo que iba a ver antes de hacerlo. Ya lo sentía: la sangre de Rephaim estaba extendiendo su calidez y su fuerza a lo largo de su cuerpo, haciendo que la carne desgarrada empezase a unirse y regenerarse.

—Esto es increíblemente inusual. Es semejante a la rapidez con la que te curaste de tus quemaduras —señaló Sapphire.

Stevie Rae se obligó a mirar a la enfermera vampira.

—Soy una vampira roja alta sacerdotisa. No ha habido nadie como yo antes, así que supongo que se puede decir que soy como la curva de aprendizaje de todos. Será que sanamos así de rápido.

Cogió la esquina de la sábana para taparse el cuerpo y extendió una mano hacia Kramisha.

—Necesito tu teléfono… ahora.

Sin más palabras, Kramisha fue adonde había dejado el bolso, rebuscó en él en busca de su móvil y se lo dio a Stevie Rae.

—Aphrodite está en la «p».

Stevie Rae marcó el número. Aphrodite contestó al tercer tono.

—Sí, es jodidamente temprano para llamar y no, no me importa el estúpido poema que acabes de escribir, Kramisha.

—Soy yo.

El tono sarcástico de Aphrodite desapareció de inmediato.

—¿Qué ha pasado?

—¿Tú sabías que el toro blanco era el malo y el negro el bueno?

—Sí. ¿No te conté esa parte? —dijo Aphrodite.

—No, y ya te vale, porque convoqué al toro blanco a mi círculo.

—Oh, oh… Eso no está nada bien. ¿Qué pasó?

—¿Nada bien? Eso es quedarse malditamente corta, Aphrodite. Fue malo. Muy, muy malo.

Stevie Rae quería decirles a Lenobia y a Sapphire, e incluso a Kramisha, que salieran para poder hablar con Aphrodite en privado y entonces quizás sufrir una crisis y llorar hasta que se le secaran los ojos, pero sabía que necesitaban escuchar lo que tenía que decir. Desgraciadamente, las cosas malas no desaparecían solo con ignorarlas.

—Aphrodite, es una maldad como no he visto antes. Hace que Neferet parezca una niña disfrazada en Halloween. —Stevie Rae ignoró el bufido indignado de Sapphire y siguió hablando rápidamente—. Y es inmensamente poderoso. No pude luchar contra él. No creo que nadie pueda, excepto el otro toro.

—¿Y entonces cómo escapaste? —Aphrodite hizo una pausa durante medio latido antes de continuar—. Porque escapaste, ¿no? No estás bajo su hechizo ni te usa como una marioneta para extender la maldad con acento marcadamente pueblerino, ¿no?

—Eso que dices es una tontería, Aphrodite.

—Da igual, dime algo que pruebe que tú eres realmente tú.

—La última vez que hablamos me llamaste retrasada. Más de una vez. Y dijiste que era gilimema, que ni siquiera es una palabra real. Y me sigue pareciendo mal.

—Vale, eres tú. ¿Y cómo te escapaste del toro?

—Me las arreglé para llamar al toro bueno, que es tan bueno como el otro malvado. Y al enfrentarse, los dos desaparecieron.

—¿Entonces no conseguiste averiguar nada?

—Sí.

Stevie Rae cerró los ojos mientras se concentraba con toda su alma para asegurarse de que recordaba palabra por palabra lo que había dicho el toro blanco.

—Le pregunté cómo podía llegar Stark hasta Zoey para protegerla mientras se recomponía y trataba de volver. Esto fue lo que el toro blanco respondió: «El guerrero debe mirar en su sangre para descubrir el puente que le permitirá acceder a la isla de las Mujeres. Después debe derrotarse a sí mismo en la arena, pues solo reconociéndose a sí mismo ante el otro se reunirá con su sacerdotisa. Después de reunirse con ella, será su elección, y no la de él, el regresar o no».

—¿Dijo la isla de las Mujeres? ¿Estás segura de eso?

—Sí, totalmente. Eso es exactamente lo que dijo.

—Bien. Vale. Eh, espera, voy a escribirlo para no olvidarme de nada.

Stevie Rae pudo escuchar a Aphrodite garabateando en un papel. Cuando acabó, su voz transmitía una gran emoción.

—¡Esto significa que estamos en el buen camino! ¿Pero cómo demonios va a encontrar Stark un puente mirando en su sangre? ¿Y qué significa eso de que tiene que derrotarse a sí mismo?

Stevie Rae suspiró. Un tremendo dolor de cabeza se inició en sus sienes.

—No tengo ni idea, pero conseguir esa respuesta casi me mata, así que espero que signifique algo y que sea importante.

—Entonces va a ser mejor que Stark lo averigüe… —Aphrodite dudó un instante antes de continuar—. Si el toro negro es tan maravilloso, ¿por qué no lo llamas de nuevo y…?

—¡No! —Stevie Rae habló con tanta fuerza que todas en la habitación dieron un respingo—. Nunca más. Y no deberías permitir que nadie más conjurase a esos toros. El precio es demasiado alto.

—¿A qué te refieres con que el precio es demasiado alto? —preguntó Aphrodite.

—Me refiero a que son demasiado poderosos. No se pueden controlar, sean el bien o el mal. Aphrodite, hay cosas con las que no se puede jugar y esos toros son dos de ellas. Además, no estoy segura de que se pueda llamar a uno sin que el otro acabe apareciendo también y, créeme, tú no querrías conocer jamás de los jamases al toro blanco.

—Vale, vale… cálmate. Ya pillo lo que me dices y te aseguro que siento malas vibraciones con solo hablar de esos toros. Creo que tienes razón. No te estreses. Nadie va a hacer nada que no sea ayudar a Stark a encontrar un puente de sangre en la isla de Skye.

—Aphrodite, no creo que sea un puente de sangre. Eso ni siquiera tiene sentido.

Stevie Rae se frotó la cara con la mano y se sorprendió al ver que le temblaba el pulso.

—Ya basta por ahora —le murmuró Lenobia—. Eres fuerte, pero no inmortal.

Stevie Rae la miró, pero no vio nada en los ojos de la profesora de equitación que no fuese preocupación.

—Eh, oye, tengo que colgar. No me siento demasiado bien.

—Oh, demonios. No te estarás muriendo otra vez, ¿no? No te suele sentar muy bien…

—No, no me estoy muriendo otra vez. Ya no; Y tú no eres ni medio agradable. Para nada. Ya te llamaré. Saluda a todos de mi parte.

—Sí, esparciré tu amor. Adiós, pueblerina.

—Adiós.

Stevie Rae pulsó el botón de «colgar», le devolvió el teléfono a Kramisha y después se apoyó con fuerza en la almohada.

—Eh, ¿os importaría si duermo durante un rato?

—Bébete otra de estas —dijo Sapphire alargándole otra bolsa de sangre—. Y después duerme. Tenéis que iros las dos y dejarla descansar.

La enfermera vampira metió los sangrientos algodoncitos empapados de alcohol en una bolsa de basura, se quitó los guantes de látex, fue hasta la puerta y se quedó allí de pie, dando golpecitos con el pie y mirando mal a Lenobia y Kramisha.

—Volveré para ver cómo estás cuando hayas descansado —dijo Lenobia.

—Suena bien —le sonrió Stevie Rae.

Lenobia le apretó la mano antes de irse. Cuando Kramisha se acercó a ella, Stevie Rae pensó por un extraño y sorprendido momento que la chica iba a hacer algo como abrazarla… o peor, besarla. En lugar de eso, Kramisha la miró a los ojos y le susurró:

—Mira con tu alma y no con tus ojos, porque para bailar con bestias debes penetrar en su disfraz.

De repente Stevie Rae sintió frío.

—Supongo que debería haberte escuchado mejor. Quizás entonces habría sabido que estaba llamando a la vaca equivocada —le susurró en respuesta.

La mirada de Kramisha era aguda y estaba llena de sabiduría.

—Quizás todavía deberías hacerlo. Algo en mi interior me dice que no has acabado de bailar con las bestias.

Después se estiró y habló con voz normal.

—Duerme un poco. Vas a necesitar todo tu sentido común mañana.

Cuando la puerta se cerró y se quedó sola en la habitación, Stevie Rae inhaló y soltó un suspiro de alivio. Metódicamente, se bebió la última bolsa de sangre y después se subió la manta del hospital hasta el cuello, se acurrucó sobre un costado y, con un suspiro, empezó a retorcer lentamente uno de sus rizos rubios alrededor de un dedo. Estaba completamente exhausta. Parecía que todo el poder de la sangre de Rephaim la había agotado por completo al tiempo que la curaba.

Rephaim…

Stevie Rae nunca jamás olvidaría su aspecto cuando se enfrentó a la Oscuridad por ella. Había sido tan fuerte, tan valiente y tan bueno… No importaba que Dallas, Lenobia y el maldito mundo entero pensasen que estaba del lado de la Oscuridad. No importaba que su padre fuese un guerrero caído de Nyx que había escogido el mal hacía siglos. Nada de eso tenía importancia.

Ella había visto la verdad. Se había sacrificado voluntariamente por ella. Quizás no había elegido la Luz, pero había rechazado definitivamente la Oscuridad.

Había hecho bien al salvarle aquel día fuera de la abadía, y también había hecho bien al llamar al toro blanco para salvarlo hoy… le daba igual el coste que tuviera para ella.

Rephaim merecía ser salvado.

¿No?

Sí, tenía que merecerlo. Después de lo que había sucedido, tenía que merecerlo.

Su dedo se quedó quieto y los ojos empezaron a cerrársele, aunque ella no quería ni pensar más ni soñar… no quería recordar aquella aterradora Oscuridad y el dolor, indescriptible.

Pero sus ojos se cerraron y llegaron los recuerdos de la Oscuridad y de lo que le había hecho. Mientras luchaba contra el implacable empuje del agotamiento, en medio de ese círculo de terror Stevie Rae volvió a oír su voz: «Estoy aquí porque ella está aquí, y porque me pertenece». Aquella sencilla frase espantó sus temores y permitió que el recuerdo de la Oscuridad diera paso al rescate de la Luz.

Justo antes de que Stevie Rae cayese en un sueño profundo y sin sueños, pensó en el maravilloso toro negro y el pago que este le había exigido y, de nuevo, las palabras de Rephaim resonaron en su mente: «Estoy aquí porque ella está aquí, y porque me pertenece».

Con su último pensamiento consciente, se preguntó si Rephaim sabría alguna vez lo irónicamente ciertas que esas palabras se habían hecho para los dos…