12

Stevie Rae

—¡Uau! Es como si uno de esos increíbles tornados hubiese pasado por Tulsa —se asombró Dallas.

Miraba a su alrededor mientras Stevie Rae maniobraba cuidadosamente el Escarabajo para rodear otra pila de pedazos de árboles caídos. La carretera de entrada al parque estaba bloqueada por un peral de Bradford partido casi perfectamente por la mitad. Stevie Rae acabó por aparcar a su lado.

—Por lo menos está volviendo algo de electricidad —dijo señalando las farolas que rodeaban el parque y que iluminaban una maraña de árboles dañados por el hielo y azaleas aplastadas.

—No para esa gente —aclaró Dallas indicando con la barbilla las cuidadas casitas cerca del parque.

En algunas ventanas brillaba una valiente luz, prueba de que alguna familia había tenido la previsión de comprar generadores de propano antes de que llegase la tormenta, pero la mayoría de la zona seguía a oscuras, fría y silenciosa.

—A ellos no les hará gracia, pero para mí es toda una ayuda esta noche —dijo Stevie Rae, saliendo del coche.

Dallas se unió a ella portando una vela de ritual verde y alargada, una trenza de hierba santa seca y una caja de cerillas largas.

—Todo el mundo está a cubierto y nadie prestará atención a lo que yo haga.

—En eso tienes toda la razón, niña —dijo Dallas pasándole el brazo por encima del hombro a Stevie Rae.

—Oh, ya sabes cuánto me gusta que me digas que tengo razón.

Stevie Rae le pasó el brazo por la cintura, metiendo la mano en el bolsillo trasero de sus vaqueros, como solía hacer antes. Él le apretó el hombro y le besó la coronilla.

—Entonces te diré que tienes razón más a menudo —dijo.

Stevie Rae le sonrió, mirándolo desde abajo.

—¿Estás tratando de ablandarme con alguna intención oculta?

—No lo sé. ¿Funciona?

—Quizás.

—Bien.

Ambos se rieron. Ella le dio un golpecito con su cadera.

—Vamos hasta aquel roble grande. Parece un buen lugar.

—Lo que tú digas, niña.

Caminaron lentamente hasta el centro del parque, mientras sorteaban las ramas caídas de los árboles y se sacudían la mugre fría y húmeda que había dejado la tormenta tras de sí, tratando de no resbalar en los charcos de hielo que habían empezado a formarse de nuevo con el frío de la noche.

Había hecho bien permitiendo que Dallas la acompañara. Quizás parte de su confusión con Rephaim la causaba el hecho de haberse alejado de sus amigos y el haberse obsesionado demasiado por la particularidad de su conexión. Diablos, la conexión con Aphrodite también había sido rara al principio. Quizás solo necesitaba algo de tiempo (y espacio) para asumir la novedad.

—Eh, mira esto —la llamó Dallas, haciendo que se volviese a fijar en él. Señalaba el suelo alrededor del viejo roble—. Parece que el árbol te haya hecho un círculo.

—¡Es genial! —dijo ella.

¡Y sí que lo era! El sólido árbol había capeado bien la tormenta. Las únicas ramas que había perdido eran unos palitos pequeños que se habían caído en la hierba, formando un círculo perfecto que rodeaba el árbol.

Dallas dudó al borde de la circunferencia.

—Voy a quedarme fuera, ¿vale? Para que pueda ser como si este círculo se hubiese formado especialmente para ti. Así no lo rompo —dijo.

Stevie Rae lo miró desde abajo. Dallas era un buen tío. Siempre decía cosas bonitas como esa y le hacía saber que la comprendía mejor que la mayoría de la gente.

—Gracias. Te lo agradezco mucho, Dallas.

Se puso de puntillas y lo besó dulcemente.

Él la abrazó con fuerza y la acercó.

—Lo que necesite mi alta sacerdotisa.

Su aliento era cálido y dulce e, impulsivamente, Stevie Rae lo volvió a besar. Le gustaba que le hiciera cosquillas en su interior. Y también que su abrazo le bloqueara los pensamientos sobre Rephaim. Estaba algo más que sin respiración cuando él la separó, de mala gana.

Se aclaró la garganta y soltó una risita.

—Ten cuidado, niña. Hace mucho que tú y yo no estamos a solas.

Sintiéndose un poco ebria y mareada, le sonrió.

—Demasiado tiempo.

La sonrisa de Dallas era sexi y bonita.

—Tendremos que ponerle remedio a eso, pero antes es mejor que te pongas a trabajar.

—Oh, sí —asintió ella—. Trabajo, trabajo, trabajo…

Sonriendo, cogió la trenza de hierba santa, la vela verde y las cerillas que le había traído él.

—Eh —dijo Dallas, pasándole las cosas—. Acabo de recordar algo sobre la hierba santa. ¿No se supone que tienes que usar algo antes de quemarla? Yo era bastante bueno en la clase de hechizos y rituales y juraría que había que hacer algo más que encender la trenza y moverla en el aire.

Stevie Rae arrugó la frente, dubitativa.

—No lo sé. Zoey habló de ella porque es algo de los nativos americanos. Juraría que dijo que atraía la energía positiva.

—Vale, bueno, supongo que Z lo sabría —aceptó Dallas.

Stevie Rae se encogió de hombros.

—Sí, además solo es hierba que huele bien, o sea, ¿qué mal podría hacer?

—Sí, claro. Además, tú eres la «chica de la tierra». Deberías poder controlar un poco de hierba quemada.

—Sí —dijo ella—. Bueno, vale, allá vamos.

Murmurando un sencillo «Gracias, tierra» a su elemento, le dio la espalda a Dallas, pasó por encima de las ramas y entró en el círculo de tierra. Stevie Rae caminó con confianza hacia el lugar más al norte de la circunferencia, situado directamente delante del viejo árbol. Se detuvo allí y cerró los ojos. Había aprendido enseguida que la mejor manera de conectar con su elemento era a través de sus sentidos. Así que respiró profundamente, despejando su mente de todos los pensamientos que la atestaban y se centró solo en una cosa: su sentido del oído.

Escuchó a la tierra. Stevie Rae podía oír el viento murmurando a través de las hojas invernales, las aves nocturnas cantándose las unas a las otras, los crujidos y suspiros del parque preparándose para una larga y fría noche.

Cuando la tierra llenó su oído, Stevie Rae respiró de nuevo y se concentró en el olfato. Respiró la tierra, oliendo la pesadez de la humedad de la hierba atrapada en el hielo, la frescura canela de las hojas marrones, la fragancia única a musgo del viejo roble.

Con sus sentidos repletos de los aromas de la tierra, Stevie Rae volvió a respirar e imaginó el rico sabor de una cabeza de ajo y los tomates maduros en verano. Pensó en la sencilla magia de la tierra que empujaba los brotes verdes y las matas para descubrir bajo ellos las gruesas y crujientes zanahorias que se habían nutrido de ella.

Con el gusto lleno de la munificencia de la tierra, pensó en la suave caricia de la hierba estival en sus pies… de los dientes de león rozando su barbilla mientras sostenía uno para ver si dejaba indicios del rubor amarillo de un amor secreto… de la manera en que la tierra se elevaba para estimular sus otros sentidos después de una lluvia primaveral.

Y a continuación, respirando aún más profundamente, Stevie Rae dejó que su espíritu rodeara aquella maravillosa, impresionante y mágica sensación que el don de su elemento le había provocado. La tierra era madre, consejera, hermana y amiga. La tierra la tranquilizaba e incluso cuando todo en su mundo parecía estar en completo caos, podía confiar en su elemento para calmarse y protegerse.

Sonriendo, Stevie Rae abrió los ojos. Se giró a la derecha.

—Aire, te pido que por favor vengas a mi círculo.

Aunque no disponía de una vela amarilla, ni objeto o ser alguno para representar al aire, Stevie Rae sabía que era importante reconocer y presentar sus respetos a cada uno de los cuatro elementos restantes. Y, si tenía suerte, hasta podrían aparecer y fortalecer su círculo.

De cara al sur, continuó.

—Fuego, te pido que por favor vengas a mi círculo.

Girando en el sentido de las agujas del reloj, siguió hablando.

—Agua, me gustaría que por favor vinieses a mi círculo.

Después, apartándose de la forma tradicional de convocar un círculo, Stevie Rae dio un par de pasos hacia atrás para colocarse en medio de la zona de hierba.

—Espíritu, esto se sale de la norma, pero me encantaría que tú también vinieses a mi círculo.

Caminando hacia delante, en dirección norte, Stevie Rae estaba casi cien por cien segura de que había visto un delgado hilo de luz plata dibujando espirales a su alrededor. Sonrió por encima del hombro a Dallas.

—Eh, creo que está funcionando.

—Claro que sí, niña. Eres una alta sacerdotisa con unos dones tremendos.

Era genial que Dallas la siguiera llamando alta sacerdotisa y ella continuó sonriendo mientras se volvía hacia el norte. Sintiéndose orgullosa y fuerte, encendió por fin la vela verde.

—Tierra, sé que estoy haciendo las cosas sin seguir el orden normal, pero tenía que dejar lo mejor para el final. Así que ahora te pido que vengas a mí como siempre haces, porque tú y yo tenemos una conexión más especial que las luciérnagas que llenan el parque de Haikey Creek en una noche de verano. Ven a mí, tierra. Por favor, ven a mí.

La tierra cobró vida a su alrededor como si de un cachorro rebosante de vitalidad se tratase. Unos momentos antes, la noche era fría y húmeda, dominada por la catastrófica tormenta de hielo. Ahora en cambio Stevie Rae sintió la bienvenida calidez y humedad de una noche de verano de Oklahoma mientras la presencia de su elemento dominaba por completo el círculo convocado.

—¡Gracias! —dijo alegremente—. No te puedo explicar lo importante que es para mí que siempre pueda contar contigo.

El calor se extendió por su cuerpo de los pies a la cabeza, el hielo que encerraba la hierba dentro del círculo estalló y las briznas se liberaron temporalmente de su prisión invernal.

—Vale —dijo manteniendo su mente llena de su elemento y hablándole a la tierra como si estuviera personificada delante de ella—. Tengo que pedirte algo importante. Pero primero voy a encender esto, porque creo que te gustará mucho.

Stevie Rae sostuvo la hierba santa seca bajo la llama y después dejó la vela en el suelo cuando la trenza empezó a arder. Le sopló suavemente y la hierba empezó a echar humo. Stevie Rae se giró y, sonriéndole a Dallas, caminó a lo largo de la circunferencia, agitando la trenza ardiente hasta que toda la zona se llenó de una neblina de humo gris, cargada del aroma del verano en las praderas.

Cuando volvió al punto de inicio, Stevie Rae se volvió hacia el norte de nuevo, la dirección de su elemento, y comenzó a hablar.

—Mi amiga, Zoey Redbird, dice que la hierba santa atrae la energía positiva y no me cabe duda de que necesitaré bastante de ella esta noche, especialmente porque es por Zoey por quien te pido ayuda. Sé que la recuerdas… ella tiene afinidad por ti, igual que por los otros elementos. Ella es especial, y no solo porque sea mi mejor amiga. Z es especial porque… —Stevie Rae hizo una pausa y las palabras llegaron a ella—, es especial porque Zoey tiene un poco de todo en su interior. Supongo que es como si nos representara a todos nosotros. Necesitamos que vuelva. Además, está sufriendo en el lugar donde está y creo que necesita ayuda para encontrar una salida. Así que su guerrero, un chico llamado Stark, desea ir junto a ella. Y necesita tu ayuda. Te pido que me muestres la manera en que Stark puede ayudar a Zoey. Por favor.

Stevie Rae balanceó la trenza que aún humeaba a su alrededor de nuevo y después esperó.

El humo era dulce y denso, y la noche inusualmente cálida por la presencia de su elemento.

Pero no ocurría nada.

Sí, vale, podía sentir la tierra allí, rodeándola, deseando hacer lo que le pedía.

Pero no pasaba nada.

Nada de nada.

Dudando sobre lo que debía hacer, Stevie Rae volvió a agitar la hierba santa a su alrededor y volvió a intentarlo.

—Bueno, quizás no he sido lo suficientemente específica…

Pensó durante un segundo, tratando de recordar todo lo que le había dicho Aphrodite.

—Con el poder de la tierra y a través de la energía de esta hierba sagrada, llamo al toro blanco de los días antiguos a mi círculo porque necesito saber cómo puede llegar Stark junto a Zoey para protegerla mientras busca una manera de volver a este mundo —añadió.

La hierba santa que hasta entonces había estado humeando suavemente se volvió roja. Con un grito, Stevie Rae la tiró al suelo. Un humo negro y denso salió de la trenza chisporroteante, como si fuese una serpiente escupiendo oscuridad. Apretando su mano quemada contra el cuerpo, Stevie Rae se tambaleó hacia atrás.

—¿Stevie Rae? ¿Qué está pasando?

Podía oír a Dallas, pero cuando miró hacia atrás ya no pudo verlo, el humo resultaba demasiado denso. Se giró, tratando de distinguirlo en la oscuridad, pero no era capaz de ver absolutamente nada. Miró hacia donde debería estar su vela de tierra encendida, pero también estaba cubierta por el humo. Desorientada, gritó.

—¡No sé qué está pasando! La hierba santa se ha vuelto extraña de repente y…

La tierra, esa parte tangible del elemento al que Stevie Rae se sentía tan conectada, con el que se sentía tan cómoda, empezó a temblar bajo sus pies.

—Stevie Rae, tienes que salir de ahí ya. No me gusta todo ese humo.

—¿Puedes sentirlo? —le preguntó a Dallas—. ¿Tiembla el suelo también ahí?

—No, pero no puedo verte y tengo un mal presentimiento sobre esto.

Antes de verlo, Stevie Rae sintió su presencia. La sensación que tuvo fue terrorífica y familiar y en lo que dura un latido, entendió por qué: le recordaba al momento en que se había dado cuenta de que se estaba muriendo. En aquel momento empezó a toser, agarró la mano de Zoey y le dijo: «Estoy asustada, Zoey». Aquel terrorífico recuerdo la paralizó, por lo que cuando el primer cuerno tomó forma y brilló ante ella, blanco, afilado y peligroso, lo único que pudo hacer fue mirarlo y sacudir la cabeza de un lado a otro, una y otra vez.

—¡Stevie Rae! ¿Puedes oírme?

La voz de Dallas parecía llegar desde kilómetros de distancia.

Se materializó el segundo cuerno y, con él, comenzó a formarse la cabeza del toro, blanco e inmenso, con los ojos tan negros que brillaban como un pozo sin fondo a medianoche.

¡Ayúdame!, quería decir Stevie Rae, pero el miedo impidió que sus palabras saliesen de la garganta.

—Ya está bien. Voy a entrar ahí a sacarte, aunque no quieras que rompa el círculo y…

Stevie Rae sintió la tensión cuando Dallas alcanzó el límite del círculo. También el toro. La criatura giró su enorme cabeza y soltó un bufido, semejante a una ráfaga de aire fétido entre el humo negro. La noche se estremeció como respuesta.

—¡Mierda! Stevie Rae, no puedo entrar en el círculo. ¡Ciérralo y sal de ahí!

—N… no… pu-puedo —tartamudeó con la voz rota.

Materializado por completo, el toro era una pesadilla hecha realidad. Su aliento asfixiaba a Stevie Rae. Sus ojos la tenían atrapada. Su blanca piel refulgía entre la negrura que lo rodeaba todo, pero no era hermosa. Su brillo era viscoso, su resplandeciente superficie, fría y muerta. Una de sus enormes pezuñas hendidas se levantó y después cayó sobre la tierra, abriéndola con tal malicia que Stevie Rae sintió el eco del dolor de la herida en el interior de su alma. Apartó la vista de los ojos del toro para mirar sus pezuñas. Ahogó un grito de terror. La hierba alrededor de la bestia estaba rota y ennegrecida. Allí donde había pateado la tierra, la tierra de Stevie Rae, el suelo se había quebrado y sangraba.

—¡No! —El terror que la atenazaba se debilitó lo suficiente como para dejar que sus palabras saliesen—. ¡Para! ¡Nos estás haciendo daño!

Los ojos negros del toro le sostuvieron la mirada. La voz que llenaba su cabeza era profunda, poderosa e inimaginablemente malvada.

Has tenido el poder de convocarme; vampira, y eso me ha divertido lo suficiente como para responder a tu pregunta. El guerrero debe mirar en su sangre para descubrir el puente que le permitirá entrar en la isla de las Mujeres y después debe derrotarse a sí mismo en la arena. Solo reconociéndose a sí mismo ante el otro se reunirá con su sacerdotisa. Después de reunirse con ella, será su elección, y no la de él, regresar o no.

Stevie Rae se tragó su miedo.

—Eso no tiene sentido —le soltó.

Tu incapacidad de entender no tiene nada que ver conmigo. Tú me has convocado. Yo te he respondido. Ahora debo reclamar mi pago de sangre. Han pasado eones desde que no pruebo la dulzura de la sangre de un vampiro… especialmente de una tan llena de Luz inocente.

Antes de que Stevie Rae pudiese empezar a idear cualquier tipo de respuesta, la bestia comenzó a rodearla. Hilos de oscuridad se deslizaron del humo que lo rodeaba y reptaron hacia ella. Cuando la tocaron, fueron como cuchillas heladas que le cortaron, rasgaron y desgarraron la piel.

Sin pensarlo, gritó una palabra:

—¡Rephaim!