10

Stark

A Stark le pareció impresionante que Tánatos apenas se sorprendiera mientras Aphrodite, con algo de ayuda por parte de Damien, le explicaba todo a la alta sacerdotisa; desde la llegada de Zoey a la Casa de la Noche, el descubrimiento de los iniciados rojos, el surgimiento de Kalona, su lenta comprensión de la profunda maldad de Neferet, hasta la conversación que había mantenido con Stevie Rae por teléfono.

Cuando acabó, Tánatos se levantó y se dirigió a Zoey para mirarla desde arriba. Cuando la alta sacerdotisa habló por fin, parecía más que le estuviera hablando a Zoey que a ellos.

—Así que desde el principio ha habido una batalla entre la Luz y la Oscuridad, solo que hasta ahora se había librado sobre todo en el reino físico.

—¿Luz y Oscuridad? Usas esas palabras como si fuesen nombres propios —se sorprendió Damien.

—Muy astuto por tu parte, joven iniciado —dijo Tánatos.

—Stevie Rae también lo hizo. Habló de la Oscuridad como un nombre propio —agregó Aphrodite.

—¿Un nombre propio? ¿Como si fuesen dos personas? —preguntó Jack.

—Personas no… eso es muy limitado. Piensa en ellos más como seres inmortales tan poderosos que pueden manipular la energía hasta tal punto que el espíritu puede hacerse tangible —explicó Tánatos.

—¿Te refieres a algo así como que Nyx es la Luz y Kalona, o al menos lo que representa, es la Oscuridad? —quiso saber Damien.

—Es más acertado decir que Nyx está del lado de la Luz. Lo mismo se aplica a Kalona y la Oscuridad.

—Vale, yo no soy la «estudiante doña Perfecta», pero soy inteligente y prestaba atención en clase. Casi siempre. Nunca oí nada de esto —dijo Aphrodite.

—Ni yo —dijo Damien.

—Y eso si que es decir, porque está claro que Damien si podría ser ese «estudiante don Perfecto» —apostilló Erin.

—Totalmente de acuerdo —se sumó Shaunee.

Tánatos suspiró y apartó la mirada de Zoey para concentrarse en los demás.

—Sí, bueno, es una antigua doctrina que creo que no fue aceptada nunca por nuestra sociedad, o al menos por las sacerdotisas de la sociedad actual.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —preguntó Aphrodite.

—Estaba basada en la lucha, en la violencia y en el enfrentamiento de los poderes salvajes del bien y el mal.

Aphrodite resopló.

—Te refieres a cosas de tíos.

Tánatos enarcó las cejas.

—Sí.

—Espera un momento. ¿Qué tiene de masculino lo de creer en la lucha entre el bien y el mal? —se extrañó Stark.

—Es más que la simple creencia de que existe el bien y que debería luchar contra los males del mundo. Es la personificación de la Luz y de la Oscuridad en su nivel más elemental, como fuerzas que dependen tanto la una de la otra que la primera no puede existir sin la segunda y viceversa, aunque traten constantemente de aniquilarse mutuamente. —Tánatos suspiró de nuevo al ver las miradas de incomprensión de los chicos—. Una de las primeras representaciones de la Luz y la Oscuridad era la de Luz como un enorme toro negro y la Oscuridad un inmenso toro blanco.

—¿Eh? ¿No debería el blanco ser la Luz y el negro la Oscuridad? —preguntó Jack.

—Eso sería lo lógico, pero así eran representados en nuestros antiguos pergaminos. En ellos se dice que cada criatura, Luz y Oscuridad, transportaba algo que el otro desearía siempre. Piensa en dos toros, henchidos del poder que poseen, enfrentándose en un combate eterno, ambos luchando por conseguir algo del otro que nunca podrán conseguir sin destruirse a sí mismos. Yo vi una representación de su combate una vez, cuando era una joven alta sacerdotisa y nunca olvidaré lo llamativamente salvaje y violenta que era. Tenían los cuernos entrelazados, sin poder moverlos. Sus poderosos cuerpos tensos tratando de alcanzar al otro, la sangre salía a borbotones, las fosas nasales ensanchadas… Estaban en un punto muerto que asustaba por su intensidad… El dibujo en sí mismo parecía vibrar de poder.

—De poder masculino —acotó Darius—. Yo también contemplé esa imagen cuando me entrenaba para transformarme en guerrero. Decoraba la cubierta de uno de los legendarios diarios de algún gran guerrero perteneciente a la historia antigua.

—Poder masculino. Ya entiendo por qué las líderes de los vampiros dejaron que eso de los toros se perdiera —dijo Erin.

—Sin duda, gemela —asintió Shaunee—. Demasiado poder masculino cuando ser vampiro tiene más que ver con el lado femenino.

—Pero nuestro sistema de creencias no se basa en que el poder femenino suprima al masculino. Se basa en mantener un equilibrio sano entre los dos —dijo Darius.

—No, guerrero. Lo cierto es que aunque se supone que nuestro sistema de creencias no está basado en que el poder femenino suprima al masculino, al igual que sucede con la Luz y la Oscuridad, estamos inmersos en una lucha eterna para tratar de buscar un equilibrio entre los dos sin que uno destruya al otro. Piensa en las imágenes de Nyx que vemos cada día, con su belleza y su atractivo femeninos. Contrástalas con una representación del poder salvaje y desatado como dos grandes criaturas masculinas luchando. ¿Eres capaz de entender que un mundo que trate de contenerlas a ambas siempre estará en constante conflicto? ¿Y que, por tanto, una debería suprimir a la otra para permitirle prosperar?

Aphrodite resopló.

—Eso no es tan difícil de entender. No me puedo imaginar a las mojigatas del Alto Consejo queriendo tener nada que ver con algo tan burdo como dos chicos toro gigantes y cualquier creencia que representen.

—Quiere decir exceptuándote a ti —dijo Stark, frunciéndole el ceño a Aphrodite y lanzándole una mirada de «no estás ayudando».

Tánatos sonrió.

—No, Aphrodite tiene razón. El Consejo ha cambiado mucho desde su origen, especialmente durante los últimos cuatro siglos, a los que he asistido. Solía ser una fuerza vital, a su manera bastante elemental y algo bárbara en su forma de ejercer el poder. Pero en los últimos tiempos se ha convertido en algo… —La alta sacerdotisa dudó, buscando la palabra adecuada.

—Civilizado —apuntó Aphrodite—. Es supercivilizado.

—Sí —convino Tánatos.

Los ojos azules de Aphrodite se abrieron.

—Y ser civilizado no tiene por qué ser bueno, especialmente cuando te estás enfrentando a dos toros embistiéndose entre sí y destrozando todo lo que se interpone entre ellos.

—Y Zoey está peligrosamente cerca de la Luz —murmuró Damien.

—Lo suficientemente cerca como para que la cornee la Oscuridad —precisó Stark—. Especialmente si han enviado a la Oscuridad para asegurarse de que nunca vuelva a encontrar la Luz.

La habitación se quedó en silencio mientras todos contemplaban a Zoey, que yacía en silencio, pálida sobre las civilizadísimas sábanas de color crema.

Fue en ese momento de quietud cuando Stark se percató. Gracias a los instintos de un guerrero que protege a su alta sacerdotisa, supo que había encontrado el camino correcto.

—Entonces, para hallar la manera de proteger a Zoey, no debemos ignorar el pasado. Lo que hay que hacer es profundizar en el pasado más de lo que nadie se ha molestado en indagar nunca —dedujo Stark, cada vez con voz más excitada.

—Y es necesario aceptar y comprender el poder salvaje que se desata en la lucha entre la Luz y la Oscuridad —dijo Tánatos.

—Pero ¿dónde diantre podemos encontrar información sobre semejante cosa? —preguntó Aphrodite apartándose el pelo de la cara, frustrada—. Las creencias que necesitamos han desaparecido… Tú misma lo has dicho, Tánatos.

—Quizás no del todo —dijo Darius, irguiéndose en su asiento y mirando a Stark con ojos penetrantes e inteligentes—. Si quieres encontrar creencias antiguas y bárbaras tienes que ir a un lugar forjado sobre un pasado antiguo y bárbaro. Un lugar prácticamente aislado de la civilización actual.

La respuesta recorrió el cuerpo de Stark.

—Tengo que ir a la isla.

—Exacto —convino Darius.

—¿De qué demonios estáis hablando? —dijo Aphrodite.

—Hablan del sitio donde los guerreros eran entrenados en un principio por Sgiach.

—¿Sgiach? ¿Quién es ese? —preguntó Damien.

—Es el nombre antiguo de alguien que fue llamado El Gran Decapitador —contestó Darius.

—Sgiach era lo más salvaje y bárbaro que un guerrero puede ser —dijo Stark.

—Vale, todo eso está muy bien, pero lo necesitaríamos vivo y en el momento presente. Los viejos cuentos sobre vampiros no nos sirven. Estoy bastante segura de que si Stark no puede ir al Otro Mundo, tampoco puede volver al pasado —dijo Aphrodite.

—Ella —corrigió Darius.

—¿Ella?

La expresión de Aphrodite era como un signo de interrogación.

—Sgiach era una guerrera hembra, una vampira de poderes impresionantes —explicó Stark.

—Y esas antiguas historias, belleza, también dicen que siempre habrá una Sgiach —dijo Darius con una sonrisa indulgente—. Vive en la isla de las Mujeres, en la Casa de la Noche de allí.

—¿Existe una Casa de la Noche en una isla de las Mujeres? —dijo Erin.

—¿Por qué no sabíamos eso? —preguntó Shaunee antes de dirigirse a Damien—. ¿Tú lo sabías?

Él negó con la cabeza.

—Nunca había oído hablar de ella.

—Eso es porque no sois guerreros —explico Darius—. La isla de las Mujeres también es conocida como la isla de Skye.

—¿Skye? ¿En Escocia? —dijo Damien.

—Sí. Allí fueron entrenados los primeros vampiros guerreros —dijo Darius.

—Pero ahora ya no, ¿no? —inquirió Damien, paseando su mirada entre Darius y Stark—. Quiero decir que el entrenamiento de un vampiro se hace en todas las Casas de la Noche. Dragón Lankford entrena a un montón de guerreros que vienen de todas partes y él no está en Escocia.

—Tienes razón, Damien. En el mundo actual el entrenamiento de los guerreros tiene lugar en las escuelas de la Casa de la Noche de todo el mundo —dijo Tánatos—. Alrededor del siglo XIX, el Alto Consejo decidió que sería una manera más conveniente de hacer las cosas.

—Más conveniente y más civilizada —apostilló Aphrodite.

—Tú también tienes razón, profetisa —dijo Tánatos.

—Muy bien, pues ya está. Llevaré a Zoey a la isla de las Mujeres, junto a Sgiach —sentenció Stark.

—¿Y entonces qué? —preguntó Aphrodite.

—Entonces me volveré incivilizado para averiguar cómo entrar en el Otro Mundo sin morirme y, una vez que esté allí, haré cuanto sea necesario para traer a Zoey de vuelta.

—Eh —dijo Aphrodite—. Eso no parece tan mala idea.

—Si a Stark se le permite entrar en la isla —dijo Darius.

—Es una Casa de la Noche. ¿Por qué no lo iban a dejar entrar? —preguntó Damien.

—Es una Casa de la Noche como no hay otra —dijo Tánatos—. La decisión de trasladar el lugar de entrenamiento de los Hijos de Erebo de Skye, de repartirlos entre las Casas de la Noche por todo el mundo, fue la culminación de muchos, muchos años de tensiones y malestar entre la Sgiach reinante y el Alto Consejo.

—Haces que parezca una reina —dijo Jack.

—En cierto modo es así… una reina cuyos súbditos eran guerreros —respondió Tánatos.

—¿Una reina al mando de los Hijos de Erebo? No es posible que al Alto Consejo de los vampiros le gustara eso, a no ser que la reina Sgiach formase parte de este… —dijo Aphrodite.

—Sgiach es una guerrera —dijo Tánatos—. Y a los guerreros no se les permite formar parte del Alto Consejo.

—Pero Sgiach es una mujer. Debería habérsele podido elegir para formar parte del Consejo —dijo Damien.

—No —intervino Darius—. Ningún guerrero puede sentarse en el Consejo. Es la ley de los vampiros.

—Y aquello probablemente le tocó las narices a Sgiach —aventuró Aphrodite—. A mí me las tocaría. Debería permitírsele sentarse en el Alto Consejo.

Tánatos inclinó la cabeza, reconociéndolo.

—Yo estoy de acuerdo contigo, profetisa, pero muchos no lo estuvieron. Cuando se le impidió seguir entrenando a los guerreros Hijos de Erebo, Sgiach se retiró a la isla de Skye. No le contó a nadie sus intenciones, pero tampoco hizo falta. Todos sentimos su ira. También el círculo protector que lanzó alrededor de la isla. —Los ojos de Tánatos estaban llenos de sombras de recuerdos del pasado—. Nadie había experimentado nada igual desde que la poderosa vampira Cleopatra lanzó un círculo protector alrededor de su amada Alejandría.

—Nadie entra en la isla de las Mujeres sin el permiso de Sgiach —dijo Darius.

—Y el que lo intenta… muere —añadió Tánatos.

—Vale, ¿y cómo consigo permiso para entrar en la isla? —preguntó Stark.

Hubo un largo y extraño silencio antes de que Tánatos hablase.

—Ahí está el primero de tus problemas. Desde que Sgiach lanzó su círculo protector, ningún forastero ha recibido permiso para entrar en la isla.

—Yo conseguiré ese permiso —dijo Stark con firmeza.

—¿Y cómo vas a hacer eso, guerrero? —preguntó Tánatos.

Stark respiró profundamente.

—Sé cómo no voy a hacerlo. No voy a ser civilizado. Y ahora mismo eso es lo único que sé.

—Espera —dijo Damien—. Tánatos, Darius, ambos sabéis cosas de Sgiach y de su antigua religión primitiva. ¿Dónde las aprendisteis?

—A mí siempre me ha gustado leer —explicó Darius encogiéndose de hombros—. Y me sentí atraído por los antiguos pergaminos de la Casa de la Noche donde estudié lucha. En mi tiempo libre, leía.

—Peligroso y sexi. Una combinación excelente… —ronroneó Aphrodite, apretándose contra él.

—Vale, ya vomitaremos todos más tarde —dijo Erin.

—Sí, pero por ahora, deja de interrumpir —dijo Shaunee.

—¿Y tus conocimientos sobre los toros y Sgiach? —le preguntó Damien a Tánatos, tras lanzarles miradas de «tranquilitas» a las gemelas y a Aphrodite.

—De textos antiguos que se conservan aquí, en los archivos del palacio. Cuando me convertí en alta sacerdotisa, me pasé muchas horas estudiando aquí sola. Tuve que hacerlo; no tenía ningún tutor —dijo Tánatos.

—¿Ninguno? Eso tuvo que ser duro —se interesó Stark.

—Parece ser que nuestro mundo solo necesita una alta sacerdotisa que tenga el don de la afinidad con la muerte cada era —dijo Tánatos con una sonrisa irónica.

—Esa es una descripción laboral muy chunga —dijo Jack y después se tapo rápidamente la boca con la boca y exclamó—: ¡Perdón!

La sonrisa de Tánatos se hizo más amplia.

—No me siento ofendida por tus palabras, muchacho. Ser la aliada de la muerte no conlleva una vida laboral fácil.

—Pero gracias a eso, y a que Darius es un guerrero lector, tenemos una oportunidad —dijo Damien.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Aphrodite.

—En que yo soy muy bueno en algo: en estudiar.

Los ojos azules de Aphrodite se abrieron más.

—Así que solo tenemos que buscarte algo que puedas estudiar.

—Los archivos. Necesitas acceder a los archivos del palacio —dijo Tánatos, dirigiéndose ya hacia la puerta—. Hablaré con Duantia.

—Excelente. Me prepararé para ponerme a ello —dijo Damien.

—Yo te ayudaré —se ofreció Jack.

—Panda de lerdos, por más que me fastidie, me parece que todos vamos a tener que ponernos a hincar los codos.

Stark observó cómo se alejaba Tánatos. A duras penas se dio cuenta de que el resto de los chicos estaba emocionado por tener algo en lo que concentrar su energía, y su mirada volvió al pálido rostro de Zoey.

Y yo me prepararé para aliarme con la muerte.

Zoey

Nada parecía estar bien.

No era como si no supiese dónde estaba. Me refiero a que sabía que se encontraba en el Otro Mundo, pero no muerta, y que permanecía con Heath, que sin duda se hallaba muerto.

¡Diosa! Era tan raro que cada vez se me hacía más y más normal pensar en Heath como muerto. Bueno, aparte de eso, las cosas no marchaban bien.

En ese momento yo descansaba acurrucada al lado de Heath. Nos acoplábamos el uno al otro como si fuésemos un viejo matrimonio, al pie de un árbol, en el interior de un tosco óvalo a modo de cama formado por la unión de sus viejas raíces y sobre un colchón de musgo. Debería haber estado muy cómoda. El musgo era blandito y parecía que Heath estuviera vivo de verdad. Podía verlo, oírlo, tocarlo… hasta olía como Heath. Tendría que ser capaz de relajarme y simplemente estar con él.

Entonces ¿por qué?, me preguntaba mientras observaba un grupito de mariposas de alas azules. ¿Por qué estoy tan nerviosa y en general tan picajosa, como solía decir la abuela?

Abuela…

La echaba mucho de menos. Su ausencia era como un leve dolor de muelas. A veces el sentimiento desaparecía, pero yo sabía que se quedaba anclado ahí y que volvería… y que probablemente sería peor.

Seguro que estaba muy preocupada por mí. Y triste. Pensar en lo triste que encontraría a la abuela era duro y mi mente lo apartó con rapidez.

No podía seguir allí tumbada. Me alejé de Heath, tratando de no despertarlo.

Entonces empecé a caminar.

Eso me ayudó. Bueno, pareció hacerlo durante un rato. Caminé de un lado para otro, una y otra vez, asegurándome de no perder de vista a Heath. Estaba muy guapo cuando dormía.

Ojalá yo pudiese dormir.

Pero no podía. Si descansaba, si cerraba los ojos, perdía partes de mí misma. ¿Pero cómo podía ser eso? ¿Cómo podía estar perdiendo partes de mí? Me recordaba un poco a aquella vez que se me inflamó la garganta y me subió tanto la fiebre que tuve un sueño extrañísimo en el que no paraba de girar y girar hasta que de mi cuerpo empezaban a desprenderse pedacitos volando.

Me estremecí. ¿Por qué aquello resultaba tan fácil de recordar cuando en mi cabeza muchas otras cosas se mostraban tan esquivas?

Diosa, estaba realmente cansada.

Distraída como estaba, casi tropiezo con una de esas preciosas piedras blancas que sobresalían entre la hierba y el musgo. Evité la caída extendiendo una mano y agarrándome al árbol más cercano que encontré.

Así fue como me di cuenta. Mi mano. Mi brazo. No estaban bien. Me detuve, miré y podría jurar que mi piel se tensó como en una de esas horribles pelis de terror donde algo asqueroso se mete bajo la piel de una chica casi desnuda y repta por su interior, haciendo que…

—¡No! —Me frotaba el brazo frenéticamente—. ¡No! ¡Para!

—Zo, nena, ¿qué pasa?

—Heath, Heath… mira. —Le mostré el brazo para que pudiera verlo—. Es como una peli de terror.

Heath miró mi brazo y luego mi cara.

—Eh, Zo, ¿qué es como una peli de terror?

—¡Mi brazo! ¡Mi piel! Se mueve —exclamé, sacudiéndolo delante de él.

Su sonrisa no ocultaba la preocupación en su mirada. Extendió su mano y lentamente recorrió mi brazo con su mano. Cuando llegó a la mía, entrelazó sus dedos con los míos.

—No le pasa nada a tu brazo, nena —dijo.

—¿De verdad lo crees?

—De verdad, en serio, no creo que pase nada. Eh, ¿qué te pasa?

Abrí la boca para contarle que creía que me estaba perdiendo… que había partes de mi cuerpo que se alejaban de mí flotando… cuando algo me llamó la atención por el rabillo del ojo. Algo oscuro.

—Heath, eso no me gusta —le dije señalando con una mano temblorosa el lugar de las sombras.

La brisa movió las anchas hojas verdes de los árboles que de repente no parecían tan gruesas y protectoras como hacía un momento y el olor llegó hasta mí, enfermizo y maduro, como el de un animal atropellado que llevase muerto tres días. Sentí que el cuerpo de Heath se tensaba y supe que no me lo estaba imaginando. Entonces las sombras se agitaron y estuve segura de haber visto unas alas.

—Oh, no —susurré.

La mano de Heath apretó la mía.

—Vamos. Necesitamos adentrarnos más.

Me sentía paralizada e insensible al mismo tiempo.

—¿Por qué? ¿Cómo pueden protegernos los árboles de lo que sea que sea eso?

Heath me cogió de la barbilla con las manos y me hizo mirarlo.

—Zo, ¿no puedes sentirlo? Este lugar, esta arboleda, es un buen lugar, desprende bondad pura. Nena, ¿no puedes sentir a tu Diosa aquí?

Las lágrimas que me inundaron los ojos hicieron que Heath pareciese borroso.

—No —dije en voz baja, como si casi no pudiese formar las palabras—. No siento a mi Diosa para nada.

Me acercó a su pecho y me abrazó con fuerza.

—No te preocupes, Zo. Yo puedo sentirla, así que todo irá bien. Te lo prometo.

A continuación, todavía rodeada por uno de sus brazos, me guio más adentro, hacia el interior de la arboleda de Nyx, mientras mis lágrimas se desbordaban y caían cálidas resbalando por mis mejillas frías.