Zoey
—Zo, tienes que despertarte. ¡Por favor! Despiértate y háblame.
La voz del chico era agradable. Sabía que era guapo antes de verlo. Después abrí los ojos y le sonreí desde abajo porque no me había equivocado. Era, como mi mejor amiga Kayla habría dicho, «un bomboncito cubierto de caramelo». ¡Mmm, ñam, ñam! Aunque estaba un poco mareada, me sentía calentita y feliz. Mi sonrisa se convirtió en una mueca.
—Estoy despierta. ¿Quién eres?
—Zoey, deja de jugar. No es divertido.
El chico me miró frunciendo el ceño y de repente me di cuenta de que estaba tumbada en su regazo, entre sus brazos. Me senté rápidamente y me alejé de él. A ver, vale, estaba superbueno, pero estar en el regazo de alguien que no conocía no me hacía sentir precisamente cómoda.
—Eh, no intento ser graciosa.
Su atractivo rostro se tensó por la sorpresa.
—Zo, ¿me estás diciendo dé verdad que no sabes quién soy?
—Vale, mira. Sabes de sobra que no sé quién eres. Aunque sé que hablas como si tú supieras que sí… —Hice una pausa, confundida con tanto «saber».
—Zoey, ¿sabes quién eres tú?
Parpadeé.
—Esa es una pregunta tonta. Claro que sé quién soy. Soy Zoey.
Menos mal que el chico era guapo, porque obviamente no era ninguna lumbrera.
—¿Sabes dónde estás? —Su voz era amable, casi dubitativa.
Miré a mí alrededor. Estábamos sentados sobre una hierba bien sedosa y cuidada, al lado de un muelle que se internaba en un lago que parecía de cristal gracias a la luz del sol de aquella maravillosa mañana.
¿Luz del sol?
Eso no estaba bien.
Algo no estaba bien.
Tragué con fuerza y miré los ojos castaños y amables del chico.
—Dime tu nombre.
—Heath. Soy Heath. Me conoces, Zo. Siempre me conocerás.
Sí que lo conocía.
Imágenes de él desfilaron por mi memoria como si se tratara de una película proyectada a toda velocidad: Heath, en tercero, diciéndome que mi horrible pelo trasquilado le gustaba… Heath salvándome de aquella araña gigantesca que cayó delante de mí, ante toda la clase de sexto curso… Heath besándome por primera vez después del partido de fútbol en octavo curso… Heath bebiendo demasiado y cabreándome… yo estableciendo la conexión con Heath… y después una vez más y, finalmente, yo viendo cómo Heath…
—¡Oh, Diosa!
Mis recuerdos se fusionaron y recordé. Lo recordé todo.
—Zo… —me atrajo de nuevo hacia sus brazos— todo va bien. Todo va a ir bien.
—¿Cómo va a ir bien? —sollocé—. ¡Estás muerto!
—Zo, nena, son cosas que pasan. No tuve miedo y ni siquiera me dolió mucho.
Me meció lentamente y me dio palmaditas en la espalda mientras me hablaba con su voz tranquila y familiar.
—¡Pero me acuerdo! ¡Me acuerdo! —No pude evitar empezar a sollozar y a moquear de forma muy poco sexi—. Kalona te mató. Yo lo vi. Oh, Heath, traté de detenerlo. De verdad que lo intenté.
—Shhh, nena, shhh. Sé que lo intentaste. No había nada que pudieses hacer. Te llamé para que vinieras y tú viniste. Lo hiciste bien, Zo. Lo hiciste bien. Ahora tienes que volver y enfrentarte a él y a Neferet. Ella mató a aquellos dos vampiros de tu escuela, a la profesora de teatro y al otro.
—¿A Loren Blake?
La impresión secó mis lágrimas y me limpié la cara. Heath, como siempre, sacó un manojo de pañuelos de papel usados del bolsillo de sus vaqueros. Los miré fijamente durante un segundo y después nos sorprendí a ambos desternillándonos de risa.
—¿Te has traído un montón de pañuelos de papel usados al paraíso? ¿En serio? —me reí.
Él pareció ofendido.
—Zo. No están usados. Bueno, al menos no mucho.
Sacudí la cabeza mirándolo y cogí los pañuelos con cuidado, limpiándome la cara.
—Suénate la nariz también. Tienes mocos. Siempre moqueas cuando lloras. Por eso tengo siempre pañuelos de papel.
—¡Oh, no te pases! No lloro tanto —dije, olvidando por un momento que estaba muerto y todo eso.
—Ya, pero cuando lo haces, moqueas un montón, así que tengo que estar preparado.
Lo miré fijamente de nuevo cuando la realidad me volvió a golpear.
—¿Y qué va a pasar cuando tú ya no estés y no me puedas dar pañuelos para que me suene? —Un sollozo se escapó de mi garganta—. ¿Y… y cuando no estés ahí para recordarme cómo es mi hogar, qué es el amor? ¿Cómo es ser humano?
Estaba llorando de nuevo, con todas mis fuerzas.
—Oh, Zo. Eso lo descubrirás por ti misma. Tienes mucho tiempo. Eres una gran alta sacerdotisa vampira. ¿Te acuerdas?
—No quiero serlo —le dije con completa sinceridad—. Quiero ser Zoey y quedarme aquí, contigo.
—Esta solo es una parte de ti. Eh, y quizás es la parte de ti que necesita madurar.
Habló suavemente con una voz que parecía de repente demasiado antigua y sabia como para ser la de mi Heath.
—No.
Mientras pronunciaba aquella palabra, una oscuridad negruzca me pasó rápidamente por el rabillo del ojo. Se me encogió el estómago y tuve la impresión de haber visto la forma de unos cuernos afilados.
—Zo, no puedes cambiar el pasado.
—No —repetí, apartando la vista de Heath, observando lo que hasta hacía poco había sido un precioso y brillante prado que rodeaba un lago perfecto.
Esta vez vi, sin lugar a dudas, sombras y figuras donde antes no había nada más que la luz del sol y mariposas.
La oscuridad de aquellas sombras me asustó, pero las figuras que estaban dentro de ellas me atrajeron como atraen las cosas brillantes a los bebés. Unos ojos destellaron entre las tinieblas, cada vez más profundas, y conseguí ver bien un par de ellos. Sentí que los reconocía. Me recordaban a alguien…
—Conozco a alguien que está ahí.
Heath me cogió de la barbilla con la mano y me obligó a olvidar las sombras y a mirarlo.
—Zo, no creo que sea muy buena idea que te dejes embobar por lo que haya aquí. Necesitas convencerte de que tienes que volver a casa y después dar un golpecito con los tacones, o hacer algún truco de esos con tu varita mágica de alta sacerdotisa para volver al mundo real, adonde perteneces.
—¿Sin ti?
—Sin mí. Yo estoy muerto —dijo suavemente, limpiándome la mejilla con unos dedos que parecían muy vivos—. Yo debo estar aquí; de hecho, creo que esta es la primera parada antes de llegar al sitio al cual se supone que debo ir. Pero tú sigues viva, Zo. Tú no perteneces a este lugar.
Aparté la mano de su cara y me alejé de él de golpe. Me levanté mientras sacudía la cabeza, lo que hizo que el pelo se agitara a mi alrededor como si fuese una loca.
—¡No! ¡No voy a volver sin ti!
Otra sombra atrajo mi mirada entre lo que era ahora una neblina oscura que se retorcía a nuestro alrededor. Estaba segura de haber visto el brillo de un par de cuernos afilados y puntiagudos. Después la bruma se alteró de nuevo y una silueta tomó una forma más humana, mirándome desde la oscuridad.
—Te conozco —le susurré a unos ojos que se parecían mucho a los míos, solo que eran más viejos y más tristes… mucho más tristes.
Después otra forma tomó su lugar. Aquellos ojos también me miraron, pero no estaban tristes. Eran azules y burlones pero eso no borraba la familiaridad que desprendían.
—Tú… —susurré, tratando de separarme de los brazos de Heath, que me apretaba fuertemente contra su cuerpo.
—No mires. Contrólate y vuelve a casa, Zo.
Pero yo no podía dejar de mirar. Algo dentro de mí me obligaba a hacerlo. Vi una nueva cara, formándose alrededor de esos ojos que me parecían tan familiares… y esta vez los reconocí y me alejé de Heath, girándome hacia él para que pudiese ver el lugar que yo señalaba en la oscuridad.
—¡Demonios, Heath! Mira eso. ¡Soy yo!
Y era verdad. Mi yo se congeló mientras nos mirábamos fijamente. Ella tenía probablemente unos nueve años y me miraba parpadeando en un silencio alimentado por el pánico.
—Zoey, mírame —dijo Heath tirando de mí, sosteniéndome los hombros con tanta fuerza que sabía que me saldrían moratones más tarde—. Tienes que salir de aquí.
—Pero soy yo de niña.
—Creo que tú eres todas esas formas… son pedacitos de ti. Algo le está pasando a tu alma, Zoey, y tienes que salir de aquí para arreglarla.
De repente me sentí mareada y me hundí en sus brazos. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. Las palabras que dije eran tan ciertas y definitivas como su muerte.
—No puedo irme, Heath. No hasta que todos mis pedazos vuelvan a ser parte de mí. Y no sé cómo hacer que eso suceda… ¡simplemente no lo sé!
Heath apretó su frente contra la mía.
—Bueno, Zo, quizás deberías tratar de usar esa molesta voz de mamá que usabas conmigo cuando bebía demasiado y decirles que, no sé, que paren de andar vampipululando por ahí y vuelvan a su sitio.
Sonó tan parecido a mí misma que casi me hizo sonreír. Casi.
—Pero si lo consigo, tendré que irme. Eso puedo sentirlo, Heath —le susurré.
—Si no te rehaces, nunca podrás salir de aquí porque te morirás, Zo. Yo puedo sentir eso.
Lo miré a sus cálidos y cercanos ojos.
—¿Y eso sería tan malo? Quiero decir que este lugar parece mucho mejor que todo lo que me espera en el mundo real.
—No, Zoey —Heath sonaba molesto—. Esto no está bien. No es para ti.
—Bueno, quizás sea porque no estoy muerta. Todavía.
Tragué y admití, solo para mí misma, que decirlo en alto me asustaba bastante.
—Creo que se trata de algo más.
Heath ya no me miraba a mí. Estaba mirando por encima de mi hombro y sus ojos se habían abierto como platos. Me giré. Las figuras que se retorcían y parecían extrañas versiones inacabadas de mí, se elevaban en el aire y volvían a entrar en la bruma, arremolinándose, vibrando y básicamente actuando de forma extraña y agitada. Después hubo un relámpago de luz que se transformó en un par de peligrosos y afilados cuernos. Con un terrible sonido de alas, algo descendió en aquel lado del prado, obligando a aquellos espíritus, a aquellos fantasmas, a aquellas partes incompletas de mí a empezar a gritar sin descanso hasta que se dispersaron y desaparecieron.
—¿Qué está pasando? —le pregunté a Heath intentando (sin conseguirlo) disimular el terror en mi voz mientras retrocedíamos por el prado.
Heath me cogió de la mano y la apretó.
—No lo sé, pero estaré contigo suceda lo que suceda. Y ahora —me susurró con voz tensa— no mires atrás, solo ven conmigo ¡y corre!
Casi por primera vez en mi vida, no discutí con él. No le cuestioné. Hice exactamente lo que me decía. Agarré su mano y corrí.