4

Aphrodite

—En serio, Erce, solo te lo voy a decir una vez más: no me importan tus estúpidas reglas. Zoey está ahí. —Aphrodite se detuvo y señaló con una uña de manicura perfecta la puerta de piedra cerrada—. Y, por tanto, ahí es donde voy a entrar.

—Aphrodite, tú eres humana… y ni siquiera eres la consorte de un vampiro. No puedes entrar en la sala del Alto Consejo con toda tu juvenil y mortal histeria, y especialmente durante un momento de crisis como este.

La gélida mirada de la vampira repasó el pelo revuelto de Aphrodite, su cara manchada de lágrimas y sus ojos rojos.

—El Consejo te invitará a unirte a ellos. Probablemente. Hasta entonces, debes aguardar.

—No estoy histérica. —Aphrodite habló lentamente, pronunciando cada palabra por separado con una calma forzada, tratando de simular que la razón por la que la habían dejado fuera de la sala del Alto Consejo cuando Stark, seguido de Darius, Damien, las gemelas e incluso Jack habían introducido allí el cuerpo de Zoey sin vida, no había sido que se hubiera comportado exactamente como Erce había descrito: como una humana histérica. No pudo seguirlos entonces, principalmente porque lloraba con tanta fuerza que los mocos y las lágrimas le habían impedido hacer otra cosa que no fuese respirar o ver. Cuando consiguió recomponerse, le habían cerrado la puerta en las narices y Erce se había plantado delante, de guardiana.

Pero Erce se equivocaba de pleno si creía que Aphrodite no sabía cómo manejar a una adulta estirada y amargada. La había educado una mujer que habría hecho que Erce pareciese la maldita Mary Poppins a su lado.

—Así que opinas que solo soy una niñata humana, ¿no? —Aphrodite invadió por completo el espacio personal de Erce, obligándola a dar un paso atrás—. Pues va a ser mejor que te lo vuelvas a pensar porque yo soy una profetisa de Nyx. Sabes quién es, ¿no? Nyx es tu diosa, tu jefa. No necesito ser la bolsita de la merienda de nadie para poder entrar en el Alto consejo. La propia Nyx me concedió ese derecho. ¡Y ahora apártate de mi maldito camino!

—Aunque podría haberlo dicho de forma más educada, la niña tiene razón, Erce. Déjala pasar. Me hago responsable de su presencia si el Consejo lo desaprueba.

Aphrodite sintió erizarse el vello de sus antebrazos cuando escuchó la voz de Neferet detrás de ella.

—Esto no es lo habitual —dijo Erce, pero su rendición era ya obvia.

—Tampoco es habitual que el alma de una iniciada se rompa —dijo Neferet.

—No puedo dejar de estar de acuerdo contigo, sacerdotisa. —Erce se apartó a un lado y abrió la gruesa puerta de piedra—. Ahora eres responsable de la presencia de esta humana en la sala.

—Gracias, Erce. Muy amable de tu parte. Oh… Voy a hacer que algunos de los guerreros del Consejo me traigan algo. Por favor, asegúrate de franquearles el paso también, ¿de acuerdo?

—Por supuesto, sacerdotisa.

Aphrodite ni miró hacia atrás cuando Erce murmuró la predecible respuesta. En lugar de eso, entró dando zancadas en el antiguo edificio.

—¿No es raro que volvamos a ser aliadas, niña? —La voz de Neferet la seguía de cerca.

—Nunca seremos aliadas y yo no soy ninguna niña —dijo Aphrodite sin mirar hacia ella o disminuir el paso.

La entrada del vestíbulo se abrió para dar paso a un enorme anfiteatro de piedra con asientos distribuidos en filas circulares. Los ojos de Aphrodite se vieron atrapados inmediatamente por las vidrieras que tenía delante de ella y que representaban a Nyx enmarcada por un brillante pentagrama, con sus gráciles brazos levantados, sosteniendo entre las manos una luna creciente.

—Es realmente encantadora, ¿verdad? —dijo Neferet con voz natural y coloquial—. Los vampiros han sido los responsables de la creación de las mayores obras de arte del mundo.

Aphrodite seguía negándose a mirar a la antigua alta sacerdotisa. En lugar de hacerlo, se encogió de hombros.

—Los vampiros tienen dinero. El dinero compra cosas bonitas, estén hechas por humanos o no. Y no puedes estar segura de que fueran vampiros los que realizaran esa vidriera. Quiero decir que eres vieja, pero no tan vieja.

Mientras Aphrodite trataba de ignorar la suave y condescendiente risa de Neferet, su mirada se dirigió al el centro de la sala. Al principio no comprendió del todo lo que estaba viendo y cuando lo hizo, fue como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el estómago.

Había siete tronos tallados en mármol sobre la inmensa plataforma elevada, situada en la parte baja de la sala. Las vampiras estaban sentadas en los tronos. Pero no fue aquello lo que captó su atención. Lo que no podía dejar de contemplar era el cuerpo de Zoey, echado sobre la tarima delante de los tronos, como una muerta yaciendo sobre una losa funeraria. Y también estaba Stark… Estaba arrodillado al lado de Zoey, girado de tal manera que Aphrodite podía verle la cara. No emitía ningún sonido, pero las lágrimas caían libremente por sus mejillas y empapaban su camisa. Darius estaba de pie, a su lado, y le decía algo que ella no alcanzaba a escuchar a la mujer sentada en el primer trono, de pelo negro salpicado con algunas canas. Damien, Jack y las gemelas estaban acurrucados todos juntos, como si fuesen ovejitas, en una fila de bancos de piedra cercana. También lloraban, pero sus lágrimas sonoras y turbias eran tan diferentes del sufrimiento silencioso de Stark como lo era un océano de un pequeño arroyo.

Aphrodite dio un paso adelante automáticamente, pero Neferet la agarró de la muñeca. Finalmente, aquello la hizo girarse y mirar a su mentora.

—Deberías soltarme —le dijo Aphrodite suavemente.

Neferet levantó una ceja.

—¿Por fin has aprendido a enfrentarte a una figura maternal?

Aphrodite dejó que la rabia ardiera tranquilamente en su interior.

—Tú no eres la figura maternal de nadie. Y aprendí a enfrentarme a hijas de puta hace mucho tiempo.

Neferet frunció el ceño y la soltó.

—Nunca me gustó ese lenguaje tuyo tan ordinario.

—Yo no soy ordinaria; soy sincera. Son dos cosas diferentes. ¿Y de verdad crees que me importa una mierda lo que te gusta y lo que no?

Neferet cogió aire para responderle, pero Aphrodite la interrumpió.

—¿Y qué demonios estás haciendo tú aquí?

Neferet parpadeó, sorprendida.

—Estoy aquí porque hay una iniciada herida.

—¡Oh, venga ya! Estás aquí porque esto va a permitirte conseguir algo que tú deseas. Así es como funcionas, Neferet, lo sepan ellos o no.

Aphrodite señaló con la barbilla a los miembros del Alto Consejo.

—Ten cuidado, Aphrodite. Puede que me necesites en un futuro cercano.

Aphrodite le sostuvo la mirada y se sorprendió al darse cuenta de que sus ojos habían cambiado. Ya no eran de color verde esmeralda brillante; se habían oscurecido. ¿Y eso que brilla en medio, en lo más profundo, es rojo? Justo después de que Aphrodite tuviese ese pensamiento, Neferet parpadeó. Sus ojos se aclararon y volvieron a ser de nuevo del color de las gemas.

Aphrodite tomó aliento, temblando, y el vello de los brazos se le volvió a erizar. Aun así, le habló con voz seca y sarcástica.

—Muy bien. Me arriesgaré a no contar con tu ayuda.

Efectuó un movimiento para marcar la última palabra.

—¡Neferet, el Consejo te reconoce!

Neferet se dio la vuelta para observar al Consejo, pero antes de que pudiese descender por las escaleras, se detuvo e hizo un gesto elegante que incluyó a Aphrodite.

—Ruego al Consejo que permita la presencia de esta humana. Es Aphrodite, la niña que dice ser la profetisa de Nyx.

Aphrodite avanzó sorteando a Neferet y miró directamente a cada uno de los miembros del Consejo.

—Yo no digo ser una profetisa. Soy la profetisa de Nyx porque la Diosa así lo ha decidido. La verdad es que si pudiese escoger, no querría este trabajo —continuó aunque alguno de los miembros del Consejo soltaron un grito de sorpresa ahogado—. Oh, y solo para vuestra información: no os estoy diciendo nada que Nyx no sepa.

—La Diosa cree en Aphrodite aunque ella no esté tan segura de sí misma —dijo Darius.

Aphrodite le sonrió. Él era algo más que su enorme guerrero, sensual y fornido. Podía contar con Darius; él siempre veía lo mejor en ella.

—Darius, ¿por qué hablas en nombre de esta humana? —le preguntó la morena.

—Duantia, yo hablo en nombre de esta profetisa —dijo pronunciando el título con cuidado— porque le he prestado mi juramento de guerrero.

—¿El juramento de guerrero? —Neferet no pudo evitar que la sorpresa se notara en su voz—. Pero eso significa…

—Eso significa que no puedo ser totalmente humana porque es imposible que un guerrero vampiro haga su juramento a una humana —acabó Aphrodite por ella.

—Puedes entrar en la sala, Aphrodite, profetisa de Nyx. El Consejo te reconoce —proclamó Duantia.

Aphrodite bajó rápidamente las escaleras, dejando que Neferet la siguiera a corta distancia. Quería ir directamente junto a Zoey, pero el instinto hizo que se parara antes delante de la vampira morena llamada Duantia. Formalmente, cerró su mano en un puño, lo apretó contra el corazón y se inclinó respetuosamente.

—Gracias por dejarme entrar.

—Estos tiempos extraordinarios nos obligan a adoptar prácticas poco habituales —dijo una voz proveniente de una vampira alta y delgada con los ojos del color de la noche.

Aphrodite no estaba segura de qué contestar, así que simplemente asintió y se acercó a Zoey. Cogió la mano de Darius y la apretó firmemente, tratando de extraer algo de su impresionante fuerza de guerrero. Después bajó la vista hacia su amiga.

No me había dado cuenta, pero ¡los tatuajes de Zoey han desaparecido! La única marca que le quedaba era el perfil de una luna creciente de color zafiro en medio de la frente, de aspecto ordinario. ¡Y estaba tan pálida! Parece muerta. Aphrodite borró ese pensamiento inmediatamente. Zoey no estaba muerta. Seguía respirando. Su corazón seguía latiendo. Zoey-no-está-muerta.

—¿Te revela algo la Diosa cuando la miras, profetisa? —le preguntó la mujer alta y delgada que le había hablado antes.

Aphrodite dejó caer la mano de Darius y se arrodilló despacio al lado de Zoey. Miró a Stark seguidamente porque estaba de rodillas justo del otro lado, pero él ni se inmutó. Apenas pestañeaba. Lo único que hacía era llorar quedamente y mirar fijamente a Zoey. ¿Se comportaría así Darius si algo me sucediese a mí? Aphrodite alejó aquel pensamiento morboso de su mente y se volvió a concentrar en Zoey. Despacio, extendió la mano y la colocó en el hombro de su amiga.

La piel estaba fría al tacto, como si ya estuviese muerta. Aphrodite esperó a que sucediese algo. Pero ni siquiera sintió una punzada de visión, ni una sensación. Nada.

Con un suspiro de frustración, Aphrodite sacudió la cabeza.

—No. No puedo deciros nada. No puedo controlar mis visiones. Simplemente aparecen de golpe, lo quiera o no, y la verdad es que normalmente no quiero.

—No estás usando todos los dones que te ha concedido Nyx, profetisa.

Sorprendida, Aphrodite levantó la vista de Zoey y vio que la vampira de ojos oscuros se había levantado y se acercaba elegantemente a ella.

—¿Eres una profetisa de Nyx de verdad o no? —le preguntó.

—Sí —dijo Aphrodite sin dudarlo, pero medio confusa y convencida solo a medias.

Con un revuelo de la toga de seda del color del cielo nocturno, la mujer se arrodilló al lado de Aphrodite.

—Yo soy Tánatos. ¿Sabes lo que significa mi nombre?

Aphrodite negó con la cabeza, deseando tener a Damien más cerca para que pudiese susurrarle la respuesta.

—Significa muerte. No soy la líder del Consejo. Duantia tiene ese honor, pero tengo el privilegio único de estar inusualmente cerca de nuestra Diosa porque el don que me concedió hace mucho tiempo fue la habilidad para ayudar a las almas en su transición de este al otro mundo.

—¿Puedes hablar con los fantasmas?

La sonrisa de Tánatos transformó su duro rostro y casi lo convirtió en hermoso.

—En cierto modo, sí. Y a causa de ese don, sé algo sobre visiones.

—¿En serio? Las visiones no tienen nada que ver con hablar con los muertos.

—¿No? ¿De qué mundo llegan tus visiones? No, quizás sería más preciso preguntar en qué reino estás tú cuando recibes esas visiones…

Aphrodite pensó en todas las malditas visiones de muertes que había tenido, en cómo siempre había empezado a ver todo lo que pasaba desde el punto de vista de la gente muerta. Respiró aceleradamente, entendiéndolo.

—¡Recibo mis visiones del Otro Mundo!

Tánatos asintió.

—Tú viajas al Otro Mundo y al reino de los espíritus mucho más que yo, profetisa. Lo único que yo hago es guiarlos en su camino y, a través de ellos, alcanzo a ver el más allá.

Aphrodite miró rápidamente a Zoey.

—Ella no está muerta.

—No, todavía no. Pero su cuerpo no durará más de siete días en este estado, sin alma, así que está cerca de la muerte. Lo suficientemente cerca para que el Otro Mundo la tenga bien sujeta, con más fuerza de lo que atrae a los muertos recientes. Tócala de nuevo, profetisa. Esta vez concéntrate y procura aprovechar los dones que has recibido.

—Pero yo…

De forma bastante molesta, Tánatos la interrumpió.

—Profetisa, haz lo que Nyx querría que hicieses.

—¡No sé qué es lo que quiere!

La expresión severa de Tánatos se relajó y sonrió de nuevo.

—Oh, niña, simplemente pídele ayuda.

Aphrodite parpadeó.

—¿Simplemente?

—Sí, profetisa, exactamente.

Despacio, Aphrodite volvió a colocar su mano en el hombro frío de Zoey. Esta vez cerró los ojos y respiró profundamente tres veces, como había visto hacer a Zoey antes de convocar un círculo. Después envió una plegaria silenciosa pero ferviente a Nyx. No te lo pediría si no fuese importante, pero esto no es nada nuevo para ti porque sabes de sobra que no me gusta andar pidiendo favores. A nadie. Además, no soy muy buena en este rollo de los ruegos, pero eso también lo sabes ya. Aphrodite suspiró internamente. Nyx, necesito tu ayuda. Tánatos parece pensar que tengo algún tipo de unión con el Otro Mundo. Si es verdad, ¿podrías por favor hacerme saber qué le está pasando a Zoey? Hizo una pausa en su plegaria interna, suspiró y se concentró en Nyx. Diosa, por favor. Y no solo porque Zoey es como la hermana que mi madre fue tan egoísta de no darme. Necesito tu ayuda en esto porque mucha gente depende de Zoey y, tristemente, eso es más importante que yo.

Aphrodite sintió una calidez empezando a formarse bajo su palma y después se sintió como si saliese de su cuerpo y se deslizase en el de Zoey. Solo estuvo dentro de su amiga un momento, no más de lo que dura un latido, pero lo que sintió, vio y supo la sorprendió tanto que, inmediatamente después, se encontró de vuelta en su propio cuerpo. Recogió la mano que había tenido sobre Zoey sobre su pecho, jadeando aterrorizada. Después, con un gemido, se inclino, mareada, respirando agitadamente mientras las lágrimas y la saliva se mezclaban en su cara.

—¿Qué pasa, profetisa? ¿Qué has visto? —preguntó Tánatos tranquilamente mientras le limpiaba las mejillas y la sujetaba con una mano firme alrededor de su cintura.

—¡Se ha ido! —Aphrodite evitó el sollozo que pugnaba por salir y trató de recomponerse—. Sentí lo que le había sucedido. Durante solo un segundo. Zoey lanzó todo el poder del espíritu contra Kalona. Trató de detenerlo con todas sus fuerzas y no funcionó. Heath murió delante de ella. Eso le hizo añicos el espíritu.

Sintiéndose extrañamente mareada, miró desesperadamente a través de las lágrimas a Tánatos.

—Tú también sabes dónde está, ¿no?

—Creo que sí. Pero debes confirmármelo.

—Los pedazos de su espíritu están con los muertos, en el Otro Mundo —dijo Aphrodite, parpadeando con fuerza para impedir que las lágrimas salieran de sus doloridos ojos rojos—. Zoey se ha ido por completo. Lo que sucedió allí… no pudo soportarlo, sigue sin poder hacerlo.

—¿No viste nada más? ¿Nada que pueda ayudar a Zoey?

Aphrodite tragó la bilis que subía por su garganta y levantó una mano temblorosa.

—No, pero lo intentaré de nuevo y…

La mano de Darius en su hombro evitó que volviese a tocar a Zoey.

—No. Todavía estás muy débil por la ruptura de tu conexión con Stevie Rae.

—Eso no importa. ¡Zoey se está muriendo!

—Sí que importa. ¿Quieres que a tu alma le pase lo mismo que a la de Zoey? —preguntó Tánatos con calma.

Aphrodite sintió una punzada de miedo.

—No —murmuró, cubriendo la mano de Darius con la suya.

—Y esta es exactamente la razón por la que suele ser desafortunado que los jóvenes reciban dones extraordinarios de nuestra amante Diosa. Rara vez tienen la madurez necesaria para saber usarlos sabiamente —dijo Neferet.

Aphrodite sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de Stark en cuanto oyó la voz fría y condescendiente de Neferet. Él levantó por fin la vista de Zoey.

—¡No se le debería permitir estar aquí a esta criatura! ¡Ella fue la que causó esto! ¡Ella mató a Heath y destrozó a Zoey!

Stark sonaba como si tuviese que triturar las palabras con gravilla para poder pronunciarlas.

Neferet lo miró fríamente.

—Entiendo que estás sufriendo, pero no deberías hablarle de esa manera a una alta sacerdotisa, guerrero.

Stark se puso de pie de un salto. Darius, veloz como el rayo, como siempre, lo agarró. Aphrodite le escuchó susurrar apresuradamente.

—¡Piensa antes de actuar, Stark!

—Guerrero —se dirigió Duantia a Stark—, tú estabas presente cuando mataron al humano y el alma de Zoey se hizo añicos. Nos prestaste testimonio de que había sido el inmortal alado el causante de ese hecho. No nos dijiste nada sobre Neferet.

—Pregúntele a cualquiera de los amigos de Zoey. Llame a Lenobia o a Dragón Lankford de la Casa de la Noche de Tulsa. Todos ellos le dirán que no es necesario que Neferet esté físicamente presente para causar la muerte de alguien —contestó Stark.

Apartó la mano de Darius, que lo sujetaba, y se limpió la cara malhumorada, como si acabara de descubrir que había estado llorando.

—Ella… ella puede hacer que sucedan cosas horribles aunque no esté presente —balbuceó Damien desde el otro lado de la habitación.

Las gemelas y Jack, llenos de lágrimas, lo apoyaron firmemente con asentimientos de cabeza.

—No hay pruebas de que Neferet tuviese algo que ver en esto —les dijo Duantia a todos amablemente.

—¿No puedes decirnos lo que le pasó a Heath? ¿No puedes hablar con su fantasma y averiguarlo? —le preguntó Aphrodite a Tánatos, quien había regresado a su trono cuando Neferet comenzó a hablar.

—El espíritu humano no se demoró en este reino y, antes de marcharse, te aseguro que no me buscó —dijo Tánatos.

—¡¿Dónde está Kalona?! —le gritó Stark a Neferet, ignorando a todos los demás presentes—. ¿Dónde escondes a tu amante, aquel que ha causado esto?

—Si te refieres a mi consorte inmortal, Erebo, debo decir que esa es la razón por la que he venido hasta el Consejo. —Neferet le dio la espalda a Stark y habló solo para los siete miembros del Consejo—. Yo también sentí romperse el alma de Zoey. Estaba caminando por el laberinto y preparándome mentalmente para mi viaje, para abandonar la isla de San Clemente por lo que podría ser un largo tiempo.

Neferet tuvo que hacer una pausa porque Stark soltó una risotada sarcástica.

—Kalona y tú planeáis dominar el mundo desde Capri. Así que no, seguramente no volveréis por aquí en un futuro próximo… a no ser que sea para lanzar bombas contra este lugar.

Darius volvió a tocarle el hombro como advertencia silenciosa para que tuviese cuidado, pero Stark lo apartó.

—No niego que Erebo y yo queramos traer de vuelta las antiguas costumbres, los tiempos en que los vampiros gobernaban desde Capri y el mundo nos veneraba y respetaba, como nos merecemos —dijo Neferet dirigiéndose primero a él—. Pero no destruiré ni esta isla ni este Consejo. En realidad, lo que deseo es su apoyo.

—Querrás decir su poder, y ahora que Zoey está fuera de circulación, tienes mayores posibilidades de conseguirlo —replicó Stark.

—¿En serio? ¿Es que he malinterpretado lo que sucedió entre tu Zoey y mi Érebo no hace tanto en esta misma sala del Consejo? Ella admitió que él era un inmortal buscando una diosa a la que servir.

—¡Ella nunca lo llamó Érebo! —gritó Stark.

—Y mi inmortal Érebo amablemente la llamó falible en lugar de mentirosa —contestó Neferet.

—¿Entonces qué hiciste tú, Neferet? ¿Obligarle a matar a Heath y a romper el alma de Zoey porque estabas celosa del vínculo que existía entre ellos? —preguntó Stark.

Para Aphrodite era obvio que a Stark se le hacía difícil admitir que hubiese habido tanto entre Zoey y Kalona.

—¡Por supuesto que no! ¡Usa tu cabeza y no tu patético corazón roto, guerrero! ¿Podría Zoey haberte obligado a matar a un inocente por ella? Por supuesto que no. Tú eres su guerrero, pero sigues teniendo elección y sigues estado unido a Nyx; así que, en última instancia, debes cumplir con la voluntad de la Diosa. —Sin permitir que Stark volviese a hablar, Neferet se giró hacia el Consejo—. Como estaba diciendo, sentí que el alma de Zoey se rompía y me dispuse a regresar al palacio cuando me encontré con Érebo. Se hallaba malherido y a duras penas consciente. Solo tuvo tiempo de decir estas palabras: «Estaba protegiendo a mi Diosa», y después se fue.

—¿Kalona ha muerto?

Aphrodite no pudo evitar preguntarlo.

En lugar de responder, Neferet se giró para mirar hacia la entrada de la sala. Allí, de pie, había cuatro guerreros del Consejo transportando una camilla que se combaba con el peso de su ocupante. Un ala blanca cayó por uno de sus laterales y se arrastró por el suelo.

—¡Traedlo aquí! —ordenó Neferet.

Bajaron las escaleras despacio hasta dejar la litera en el suelo, delante de la tarima. Stark y Darius se situaron automáticamente entre el cuerpo de Zoey y el de Kalona.

—Por supuesto que no está muerto. Es Érebo, un inmortal —empezó diciendo Neferet con su voz familiar y altanera, pero después se le quebró y continuó con un sollozo—. No está muerto, pero como podéis ver, ¡se ha ido!

Sin poder controlarse, Aphrodite se puso de pie y se acercó a Kalona. Darius se colocó a su lado inmediatamente.

—No. No lo toques —le advirtió.

—Lo llamemos Érebo o no, es obvio que este ser es un antiguo inmortal. Debido al poder de su sangre, la profetisa no podrá entrar en su cuerpo aunque su espíritu no esté presente. No le supone el mismo riesgo que Zoey, guerrero —dijo Tánatos.

—Estoy bien. Déjame intentar ver qué puedo averiguar —le dijo Aphrodite a Darius.

—Estoy aquí a tu lado. No te voy a soltar —le dijo, cogiéndola de la mano y caminando hacia Kalona con ella.

Aphrodite podía sentir la tensión que emanaba del cuerpo del guerrero, pero respiró profundamente tres veces y se concentró en Kalona. Dudando solo un instante, Aphrodite alargó la mano y la colocó en su hombro, igual que había hecho con Zoey. Tenía la piel tan fría que tuvo que obligarse a no apartarse. En lugar de eso, Aphrodite cerró los ojos. ¿Nyx? Otra vez, por favor. Déjame solo saber algo… cualquier cosa que nos pueda ayudar. Después la silenciosa plegaria de Aphrodite acabó con un pensamiento que solidificaba su vínculo con la Diosa y definitivamente la convertía en una auténtica profetisa por derecho. Por favor, úsame como instrumento para ayudarme a luchar contra la oscuridad y seguir tu camino.

Su palma se calentó pero Aphrodite no tuvo que entrar en él para saber que Kalona se había ido. Se lo dijo la Oscuridad (y con un sobresalto se dio cuenta de que debía pensar en ella con una «o» mayúscula). Era algo real, una vasta y poderosa entidad, un ser. Estaba por todas partes. Abarcaba todo el cuerpo del inmortal. Aphrodite pudo ver una imagen muy clara de una red oscura, como tejida por una enorme araña invisible. Los pegajosos hilos tenebrosos rodeaban todo su cuerpo, sosteniéndolo, acariciándolo, atándolo firmemente, como una retorcida versión de una caja fuerte. Porque estaba claro que el cuerpo del inmortal estaba preso, tan claro como el hecho de que lo que había dentro de su cuerpo era un completo vacío.

Aphrodite ahogó un grito y apartó rápidamente la mano de su piel, frotándola contra su muslo por si la red negra la hubiese teñido a ella también. Se cayó contra Darius cuando le fallaron las rodillas.

—Es como el interior de Zoey —dijo mientras el guerrero la cogía en brazos.

No dijo nada de que el cuerpo de Kalona estaba siendo retenido como rehén a la fuerza.

—Ya no está aquí, tampoco.