3

Stevie Rae

Stevie Rae se despertó sintiéndose como un gran saco de estiércol. Bueno, en realidad, se sentía como un gran saco de estiércol estresado.

Estaba conectada con Rephaim.

Casi se había abrasado por completo en aquel tejado.

Durante un momento recordó la excelente segunda temporada de True Blood, el episodio en el que Goderick había ardido en un tejado ficticio. Stevie Rae soltó una risotada.

—Parecía mucho más fácil en la tele.

—¿El qué?

—¡Por todos los demonios, Dallas! Casi me matas de un infarto —Stevie Rae se agarró fuertemente a la sábana blanca, tipo hospital, que la cubría—. ¿Qué te crees que estás haciendo?

Dallas frunció el ceño.

—Jesús, tranquilízate. Subí poco después del anochecer para ver qué tal estabas y Lenobia me dijo que podía quedarme aquí sentado un rato, por si te despertabas. Estás un poco nerviosilla.

—Casi me muero. Creo que tengo derecho a estar un poco nerviosilla.

Dallas pareció arrepentirse al momento. Acercó rápidamente el taburete y la cogió de la mano.

—Lo siento. Tienes razón. Lo siento. Me asusté muchísimo cuando Erik nos contó a todos lo que había pasado.

—¿Qué os contó Erik?

Sus cálidos ojos castaños se endurecieron.

—Que casi ardes en aquel tejado.

—Sí, fue algo bastante estúpido. Tropecé, caí y me golpeé la cabeza. —Stevie Rae tuvo que apartar la mirada mientras hablaba—. Cuando me levanté, estaba casi abrasada.

—Sí, y una mierda.

—¿Qué?

—Guárdate ese montón de mentiras para Erik, Lenobia y todos los demás. Esos gilipollas intentaron matarte, ¿no?

—Dallas, no sé de qué me estás hablando.

Trató de apartar la mano de la suya, pero él siguió agarrándosela con firmeza.

—Eh. —Su voz se suavizó y la tomó de la barbilla, haciendo que lo mirara de nuevo—. Soy yo. Sabes que puedes contarme la verdad y que mantendré el pico cerrado.

Stevie Rae respiró profundamente.

—No quiero que Lenobia o los demás sepan nada. Y, sobre todo, que no se entere ninguno de los iniciados azules.

Dallas la miró un rato largo antes de hablar.

—No le diré nada a nadie, pero que sepas que me parece que estás cometiendo un gran error. No puedes seguir protegiéndolos.

—¡No los estoy protegiendo! —protestó ella. Esta vez siguió sosteniendo la mano cálida y segura de Dallas, tratando de hacerle entender así algo que ella no le podría contar jamás—. Solo quiero arreglar esto, todo esto, a mi manera. Y si alguien se entera de que trataron de atraparme allá arriba, se me escapará todo de las manos.

¿Y si Lenobia captura a Nicoleya los otros y ellos le cuentan lo de Rephaim?

Aquel asqueroso pensamiento pasó como un susurro lleno de culpabilidad por la mente de Stevie Rae.

—¿Y qué vas a hacer? No puedes dejar que se vayan de rositas.

—No lo haré. Pero son responsabilidad mía y me voy a ocupar de ellos por mi cuenta.

Dallas sonrió.

—Vas a darle unas cuantas pataditas en el culo, ¿eh?

—Algo así —dijo Stevie Rae, sin tener ni idea de lo que haría a continuación. Después cambió rápidamente de tema—. Eh, ¿qué hora es? Tengo la impresión de que me estoy muriendo de hambre.

La sonrisa de Dallas se transformó en una carcajada mientras se levantaba.

—¡Ahora sí que vuelves a ser mi chica!

La besó en la frente y después se dirigió a la mini-nevera empotrada que estaba entre las estanterías metálicas, al otro lado de la habitación.

—Lenobia me dijo que había bolsas de sangre por aquí. Dijo que con lo rápido que te estabas curando y lo profundo que dormías, seguramente te despertarías hambrienta.

Mientras él iba a por las bolsas, Stevie Rae se sentó y miró con cuidado bajo el camisón estándar de hospital, haciendo una mueca de dolor por el agarrotamiento que sintió al moverse. Se esperaba lo peor. Y es que su espalda parecía una asquerosa hamburguesa quemada cuando Lenobia y Erik la sacaron del agujero que había hecho en la tierra. Cuando la apartaron de Rephaim.

No pienses en el ahora. Concéntrate en…

—Oh, dios mío —susurró Stevie Rae sobrecogida mirando su espalda hasta donde le alcanzaba la vista. Ya no parecía una hamburguesa. Estaba lisa y de un rosa brillante, como si se hubiese quemado por el sol. Pero su piel parecía nueva y tersa, como la de un bebé.

—Es sorprendente —dijo Dallas en bajito—. Un verdadero milagro.

Stevie Rae levantó la cabeza hacia él. Sus ojos se encontraron y sostuvieron la mirada.

—Me has acojonado, niña —dijo—. No lo vuelvas a hacer, ¿vale?

—Lo intentaré —contestó ella suavemente.

Dallas se inclinó hacia delante y, con cuidado, solo con la puntita de los dedos, le tocó la piel rosada de la espalda, a la altura del hombro.

—¿Sigue doliéndote?

—En realidad no. Solo me siento un poco acartonada.

—Sorprendente —repitió—. O sea, Lenobia ya me había dicho que se había estado curando mientras dormías, pero estabas muy mal y no me esperaba nada como…

—¿Cuánto tiempo he dormido? —lo interrumpió Stevie Rae, intentando imaginar las consecuencias de haber estado inconsciente durante días y días.

¿Qué pensaría Rephaim si ella no apareciese? O peor… ¿qué haría?

—Solo un día.

La inundó una sensación de alivio.

—¿Un día? ¿En serio?

—Sí, bueno, anocheció hace un par de horas, así que técnicamente has estado durmiendo durante más de un día. Te trajeron ayer, después del alba. Fue bastante espectacular. Erik metió el Hummer directamente a campo traviesa, derribó una verja y aparcó en los establos de Lenobia. Después hubo un montón de confusión mientras todos tratábamos de hacerte llegar a la enfermería.

—Sí, hablé con Z en el Hummer cuando volvíamos y me sentía casi bien, pero después fue como si alguien me apagara las luces. Creo que me desmayé.

—Sí que lo hiciste.

—Bueno, pues qué mala suerte —dijo Stevie Rae sonriendo—. Me habría gustado ver la que se montó.

—Sí —le sonrió en respuesta—, eso es exactamente lo que pensé una vez que me sobrepuse a la idea de que te ibas a morir.

—No voy a morirme —dijo ella con firmeza.

—Bueno, me alegro de oírlo.

Dallas se inclinó, le cogió la barbilla con las manos y la besó tiernamente en los labios.

Stevie Rae se apartó de él. Fue una extraña reacción automática.

—Eh, ¿qué hay de esa bolsita de sangre? —dijo rápidamente.

—Oh, sí.

Dallas se encogió de hombros ante su rechazo, pero tenía las mejillas de un color rojo poco natural cuando le pasó la bolsa.

—Lo siento, no lo pensé. Sé que estás herida y que no te sientes como para… eh… bueno, ya sabes. —Su voz se fue apagando y parecía muy incómodo.

Stevie Rae sabía que tenía que contestarle de alguna manera. Después de todo, había algo entre ellos dos. Era dulce, listo y había demostrado que la entendía por el simple hecho de estar allí de pie, sintiéndose fatal y bajando la cabeza de una manera adorable que lo hacía parecer un chiquillo. Y era guapo, alto y delgado, con la cantidad justa de músculos y un pelo tupido del color de la arena. En realidad, le gustaba besarlo. O solía gustarle…

¿Es que ya no?

Un desconocido sentimiento de desazón le impedía encontrar las palabras que lo podían hacer sentir mejor, así que en lugar de hablar, Stevie Rae cogió la bolsa que le ofrecía, la rasgó por una esquina y la sostuvo en alto, mientras la sangre bajaba por su garganta y se expandía como un megachupito de Red Bull desde su estómago llenando de energía el resto de su cuerpo.

No era su intención, pero desde algún lugar de su interior, Stevie Rae comparó aquella sangre normal, mortal y ordinaria y la sangre de Rephaim, que era más como un relámpago, como un golpe de energía y calor.

Su mano solo tembló un poquito cuando se limpió la boca y miró finalmente a Dallas.

—¿Mejor? —le preguntó él como si no hubiera pasado nada, como si fuese de nuevo el Dallas familiar y dulce.

—¿Me das otra?

Sonrió y le enseñó otra bolsa.

—Me he adelantado a tus deseos, niña.

—Gracias, Dallas. —Hizo una pausa antes de ponerse a sorber el contenido de la segunda bolsa—. No me siento al cien por cien ahora mismo, ¿sabes?

Dallas asintió.

—Lo sé.

—¿Todo bien entre nosotros?

—Sí —contestó él—. Si tú estás bien, nosotros estamos bien.

—Bueno, esto ayudará.

Stevie Rae estaba levantando la bolsa cuando entró Lenobia en la habitación.

—Eh, Lenobia… Mira, la bella durmiente se ha despertado por fin —dijo Dallas.

Stevie Rae engulló la última gota de sangre y se giró hacia la puerta, pero la sonrisa de bienvenida que había puesto en su cara se congeló en cuanto vio a Lenobia.

La profesora de equitación había estado llorando. Mucho.

—¡Oh, diosa! ¿Qué ha pasado?

Stevie Rae estaba tan sorprendida al ver a la profesora, normalmente un ejemplo de entereza, tan destrozada, que su primera reacción fue dar una palmadita en la cama, a su lado, invitándola a sentarse con ella, como solía hacer su madre cuando ella aparecía con alguna herida, llorando para que la ayudara.

Lenobia dio varios pasos sobre la madera de la habitación. No se sentó en la cama de Stevie Rae. Se quedó a sus pies y respiró profundamente, como preparándose para hacer algo terrible.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Dallas, dubitativo.

—No. Quédate. Puede que ella te necesite. —Tenía la voz ronca y la cara llena de lágrimas. Miró a Stevie Rae a los ojos—. Es Zoey. Le ha pasado algo.

El miedo atenazó el estómago de Stevie Rae y las palabras le salieron antes de que pudiese contenerlas.

—¡Zoey está bien! Hablé con ella, ¿no te acuerdas? Cuando dejamos la estación, antes de que la luz del sol y el dolor y todo eso me hicieran desmayarme. Eso fue ayer.

—Erce, mi amiga, la ayudante del Alto Consejo, lleva intentando contactar conmigo desde hace horas. Fui tan tonta como para dejarme el teléfono en el Hummer y no he podido hablar con ella hasta ahora. Kalona mató a Heath.

—¡Mierda! —balbuceó Dallas.

Stevie Rae lo ignoró y miró fijamente a Lenobia. ¡El padre de Rephaim había matado a Heath! El miedo enfermizo en su estómago empeoraba a cada segundo.

—Zoey no está muerta. Yo lo sabría.

—Zoey no está muerta, pero vio cómo Kalona mataba a Heath. Trató de impedirlo y no pudo. Eso la ha destrozado, Stevie Rae.

Las lágrimas habían empezado a deslizarse por las mejillas de porcelana de Lenobia.

—¿Destrozado? ¿Qué significa eso?

—Significa que su cuerpo sigue respirando, pero que su alma se ha ido. Cuando se rompe el alma de una alta sacerdotisa, solo es cuestión de tiempo que su cuerpo también se desvanezca en este mundo.

—¿Desvanezca? No sé de qué me estás hablando. ¿Me estás diciendo que va a desaparecer?

—No —dijo Lenobia desolada—. Va a morir.

Stevie Rae empezó a mover la cabeza de un lado para otro.

—No. No. ¡No! Solo tenemos que traerla hasta aquí. Entonces se pondrá bien.

—Aunque traigamos su cuerpo, Zoey no va a volver, Stevie Rae. Tienes que prepararte para ello.

—¡No pienso hacerlo! —gritó ella—. ¡No puedo! Dallas, acércame mis vaqueros y lo demás. Tengo que salir de aquí. Tengo que encontrar una manera de ayudar a Z. Ella no me abandonó en su día y yo tampoco la voy a abandonar.

—No se trata de ti —dijo Dragón Lankford desde la puerta abierta de la habitación de la enfermería. Su robusta cara estaba demacrada y macilenta por el poco tiempo que hacía que había perdido a su compañera, pero su voz era calmada y firme—. Se trata del hecho de que Zoey ha sido testigo de un hecho dramático que no ha podido soportar. Y yo sé algo sobre el sufrimiento: cuando te hace añicos el alma, el camino para volver al cuerpo al que pertenece se rompe. Y sin el espíritu en su interior, el cuerpo se muere.

—No, por favor. No puede ser verdad. No puede estar pasando esto —le dijo Stevie Rae.

—Tú eres la primera vampira roja alta sacerdotisa. Tienes que encontrar las fuerzas para superar esta pérdida. Tu gente te necesita —le respondió Dragón.

—No sabemos adónde ha huido Kalona ni el papel que Neferet ha tenido en todo esto —dijo Lenobia.

—Lo que sí que sabemos es que la muerte de Zoey sería un buen momento para que nos atacasen de nuevo —añadió Dragón.

La muerte de Zoey… Las palabras resonaron en la mente de Stevie Rae causando sorpresa, miedo y desesperación.

—Tus poderes son inmensos. Lo rápido que te has recuperado es buena prueba de ello —dijo Lenobia—. Y necesitaremos todo el poder que podamos aprovechar para enfrentarnos a la oscuridad que estoy segura que va a descender sobre nosotros.

—Controla tu dolor —dijo Dragón—. Y toma el testigo de Zoey.

—¡Nadie puede sustituir a Zoey! —gritó Stevie Rae.

—No te estamos pidiendo que la sustituyas. Solo te pedimos que nos ayudes a los demás a llenar el hueco que nos ha dejado —replicó Lenobia.

—Tengo… tengo que pensarlo —dijo Stevie Rae—. ¿Podéis dejarme sola un rato? Necesito vestirme y pensar.

—Por supuesto —respondió Lenobia—. Estaremos en la sala del Consejo. Reúnete allí con nosotros cuando estés lista.

Dragón y ella abandonaron la habitación en silencio, apenados pero resueltos.

—Eh, ¿estás bien?

Dallas se acercó a Stevie Rae, alargando la mano para coger la suya.

Ella solo le permitió tocarla por un momento antes de apretársela y soltarse.

—Necesito mi ropa.

—La vi en ese armario.

Dallas señaló con la cabeza uno de los armaritos del otro lado de la habitación.

—Bien, gracias —dijo Stevie Rae rápidamente—. Tienes que salir para que pueda vestirme.

—No has respondido a mi pregunta —dijo él, mirándola fijamente.

—No. No estoy bien y no voy a estarlo mientras sigan diciendo que Z va a morir.

—Pero Stevie Rae, hasta yo he oído lo que pasa cuando un alma abandona un cuerpo… la gente sin alma se muere —dijo, y era obvio que trataba de pronunciar esas palabras tan duras de la forma más amable posible.

—Esta vez no —replicó Stevie Rae—. Y ahora sal para que pueda vestirme.

Dallas suspiró.

—Te esperaré fuera.

—Vale. No tardaré.

—Tómate tu tiempo, niña —dijo Dallas suavemente—. No me importa esperar.

Pero en cuanto se cerró la puerta, Stevie Rae no saltó de la cama y se puso a vestirse, como era su intención. En lugar de eso, su memoria se entretuvo rebuscando en el Manual del iniciado y se detuvo en una historia tristísima sobre el alma destrozada de una antigua alta sacerdotisa. Stevie Rae no era capaz de recordar lo que había causado que aquella alma se hiciera añicos. En realidad, no se acordaba mucho de la historia, aparte del hecho de que la alta sacerdotisa había muerto. A pesar de todo lo que habían intentado hacer por ella, había muerto.

—La alta sacerdotisa murió —susurró Stevie Rae.

Y Zoey no era ni siquiera una verdadera alta sacerdotisa con experiencia. Técnicamente, seguía siendo una iniciada. ¿Cómo iba ella a encontrar el camino de vuelta cuando ni siquiera una alta sacerdotisa adulta había podido hacerlo?

Lo cierto era que Zoey no iba a volver.

¡No era justo! ¿Habían pasado por tanto para que ahora Zoey se muriera? Stevie Rae no quería creérselo. Quería luchar, gritar y encontrar la manera de recuperar a su mejor amiga, pero ¿cómo? Z estaba en Italia y ella en Tulsa. ¡Y demonios! Stevie Rae ni siquiera podía solucionar el problemilla que tenía con unos cuantos molestos rojos iniciados. ¿Quién era ella para creerse capaz de hacer algo para ayudar al alma destrozada de Zoey?

Ni siquiera podía confesar que tenía una conexión con el hijo de la criatura que había causado aquel terrible daño.

La tristeza invadió a Stevie Rae. Se hizo un ovillo, se abrazó al almohadón y retorciendo un rizo rubio alrededor de un dedo, como solía hacer cuando era pequeña, comenzó a llorar. Los sollozos la sacudieron y tuvo que enterrar el rostro en la almohada para que Dallas no la escuchara llorar. Había pasado de la sorpresa al miedo, y del miedo a la más completa y abrumadora desesperación.

Justo cuando se había dado por vencida, el aire a su alrededor se agitó, como si alguien hubiese roto la ventana de la pequeña habitación.

Al principio lo ignoró, demasiado entregada al llanto como para preocuparse por una estúpida brisa fría. Pero era insistente. Esta acarició la piel tersa y rosa de su espalda descubierta de una manera que le produjo un sorprendente placer. Durante un momento se relajó, permitiéndose disfrutar de aquella agradable sensación.

¿Sensación? ¡Le había dicho que esperara fuera!

Stevie Rae levantó la cabeza bruscamente. Tenía los labios separados, preparada para gruñirle a Dallas.

No había nadie en la habitación.

Estaba sola. Completamente sola.

Stevie Rae apoyó la cara entre las manos. ¿La conmoción la había vuelto tan loca como una cabra? No tenía tiempo para eso. Debía levantarse y vestirse. Tenía que poner un pie delante del otro y salir para enfrentarse a la realidad de lo que le había pasado a Zoey, a sus iniciados rojos, a Kalona y, finalmente, a Rephaim.

Rephaim…

Su nombre resonó en el aire como si fuese otra caricia fría en su piel, envolviéndola. No se conformó con rozarle la espalda sino que le acarició los brazos y se enroscó alrededor de su cintura y sus piernas. Y allá donde el aire fresco la rozaba, parecía restarle un poco de su dolor. Aquella vez pudo controlar mejor su reacción cuando levantó la vista. Se secó los ojos y miró su cuerpo.

La neblina que la rodeaba estaba formada por minúsculas gotitas brillantes exactamente del mismo color que había visto en sus ojos.

—Rephaim —susurró en contra de su voluntad.

Él te llama…

—¿Qué está pasando? —murmuró Stevie Rae.

Su ira empezaba a superar su desesperación.

Ve con él…

—¿Que vaya con él? —dijo, sintiéndose cada vez más cabreada—. Su padre ha sido quien ha causado esto.

Ve con él…

Dejando que la marea de caricias frescas mezcladas con su furia tomaran la decisión por ella, Stevie Rae cogió su ropa. Acudiría junto a Rephaim pero solo porque cabía la posibilidad de que él supiese algo que pudiera servir para ayudar a Zoey. Era el hijo de un peligroso y poderoso inmortal. Obviamente, tenía habilidades que ella no conocía. La cosa roja que flotaba a su alrededor era suya, eso estaba claro, y debía de estar compuesta por parte de su espíritu.

—Muy bien —le dijo en voz alta a la neblina—. Iré junto a él.

En cuanto pronunció en voz alta aquellas palabras, la bruma roja se evaporó, dejando solo una persistente frescura en su piel y una sensación de calma sobrenatural.

Iré junto a él y, si no puede ayudarme, creo que entonces, a pesar de nuestra conexión, lo tendré que matar.