1

Kalona

Kalona levantó las manos. No lo dudó. No existía ni rastro de vacilación en su mente. Sabía lo que tenía que hacer. No permitiría que nada ni nadie se interpusiese en su camino, y ese chico humano se encontraba entre él y lo que él deseaba. En realidad, no tenía ningún interés en matar al chico; pero tampoco tenía ningún interés en que siguiera vivo. Se trataba de una simple necesidad. No sintió remordimientos o arrepentimiento. Durante los siglos que habían pasado desde su caída, Kalona había sentido muy pocas cosas. Así que, con indiferencia, el inmortal alado torció el cuello del chico y puso fin a su vida.

—¡¡¡¡No…!!!!

La angustia reflejada en esa única palabra paralizó el corazón de Kalona. Dejó caer el cuerpo sin vida del muchacho y se dio la vuelta rápidamente para ver a Zoey corriendo hacia él. Sus miradas se encontraron. En la de ella, había desesperación y odio; en la de él, un intento de negar lo evidente. Trató de formular las palabras que podrían hacer que lo entendiera… que podrían hacer que lo perdonase. Pero no había nada que él pudiese decir que lograra cambiar lo que Zoey había visto. Y, aunque pudiese lograr aquel imposible, no tenía tiempo.

Zoey lanzó todo el poder del elemento del espíritu contra el inmortal; lo golpeó azotándolo con una fuerza que iba más allá de los límites físicos. El espíritu era la esencia de Kalona, su interior, el elemento que lo había sustentando durante siglos y con el que siempre se había sentido más cómodo… y también más poderoso. El ataque de Zoey lo abrasó. Lo elevó con tal fuerza que lo arrojó sobre el enorme muro de piedra que separaba la isla de los vampiros del golfo de Veneda. El agua helada se lo tragó, ahogándolo. Durante un momento, el dolor interno que sentía le causó tal alivio que no luchó contra él. Quizás ahora podría dejar que acabase por fin esa terrible lucha por la vida y todo lo que eso conllevaba. Quizás, de nuevo, debería dejarse vencer por ella. Pero menos de un latido después, lo sintió: el alma de Zoey se rompió en pedazos y, del mismo modo en que su caída lo había transportado a él de un reino a otro, el espíritu de Zoey abandonó este mundo.

Darse cuenta de aquello le hizo más daño que el golpe asestado con el espíritu.

¡Zoey no! Él nunca había querido herirla. A pesar de todas las maquinaciones de Neferet, a pesar de todas sus manipulaciones y planes, él se había mantenido firme ante la idea de que, pasase lo que pasase, siempre usaría sus vastos poderes inmortales para mantener a Zoey a salvo porque, en última instancia, ella era lo más cerca que podía llegar a estar de Nyx en este reino… y este era el único reino que le quedaba.

Luchó por reponerse del ataque de Zoey, zafó su enorme cuerpo de las garras de las olas y se dio cuenta de lo que había sucedido: por su culpa, el espíritu de Zoey se había ido, lo que significaba que iba a morir. Con su primera inspiración de aire, soltó un desgarrador grito de desesperación cuya única sílaba se convirtió en eco.

—¡¡¡¡No…!!!!

¿Realmente había llegado a creerse que no era capaz de sentir de verdad desde su caída? Había sido un idiota; estaba equivocado, muy equivocado. Las emociones lo golpearon mientras volaba sin orden ni concierto justo por encima de la línea de flotación, debilitando más su espíritu ya herido, protestando furiosamente contra él, despertándolo, haciendo sangrar a su alma. Con la visión borrosa y ennegrecida, miró más allá de la laguna, entrecerrando los ojos para divisar las luces que anunciaban tierra firme. No conseguiría llegar. Tendría que ir al palacio. No tenía elección. Usando las últimas reservas de sus fuerzas, Kalona batió sus alas contra el viento glacial, se elevó sobre el muro y se dejó caer hecho un ovillo sobre la tierra helada.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí tirado, en la fría oscuridad de la desgarrada noche, dejando que las emociones abrumasen su alma conmocionada. En algún lejano lugar de su mente, le resultó familiar lo que le había sucedido: había caído de nuevo, solo que esta vez era más una cuestión espiritual que corporal, aunque su cuerpo tampoco parecía responderle.

Sintió su presencia antes de que hablase. Había sido así desde el principio, lo desease o no: sencillamente, se sentían el uno al otro.

—¡Permitiste que Stark fuera testigo de la muerte del chico!

La voz de Neferet era más gélida que el mar convertido en hielo.

Kalona giró la cabeza para poder ver algo más que su dedo del pie asomando por la punta de un zapato de tacón. La miró desde abajo, parpadeando para enfocar la vista.

—Accidente —logró decir con un áspero susurro—. Zoey no debería haber estado ahí.

—Los accidentes son inadmisibles y no me importa en absoluto que ella estuviera allí. En realidad, las consecuencias de ese hecho son bastante convenientes.

—¿Sabes que su alma se ha roto?

Kalona odiaba la debilidad antinatural que reflejaba su voz y el extraño aletargamiento de su cuerpo casi tanto como el efecto que la belleza glacial de Neferet tenía sobre él.

—Imagino que la mayoría de los vampiros de la isla lo saben. Es típico de ella: el espíritu de Zoey no fue precisamente discreto en su despedida. Me pregunto, sin embargo, cuántos de los vampiros sintieron también el ataque que esa insolente te lanzó justo antes de marcharse.

Neferet se golpeteó la barbilla pensativamente con una larga y afilada uña.

Kalona permaneció en silencio, tratando de concentrase y de unir los pedacitos de su espíritu roto. Pero la tierra contra la que descansaba su cuerpo era demasiado real y no tenía fuerzas para levantarse y alimentar su alma con los tenues vestigios del Otro Mundo que flotaban por allí.

—No, me imagino que no lo sintieron —continuó Neferet con su voz más desapasionada—. Ninguno de ellos está conectado con la Oscuridad, contigo, como lo estoy yo. ¿No es así, mi amor?

—Estamos conectados de forma única —consiguió decir Kalona, aunque de repente deseó que sus palabras no fueran ciertas.

—Sin duda… —dijo ella, todavía distraída por sus pensamientos.

Después los ojos de Neferet se abrieron al caer en la cuenta.

—Me he preguntado muchas veces cómo consiguió A-ya herirte a ti, un inmortal físicamente tan poderoso, como para que esas brujas cheroqui te pudiesen atrapar. Creo que la pequeña Zoey me acaba de dar la respuesta que tú me has ocultado con tanto tino: tu cuerpo puede ser dañado, pero solo a través de tu espíritu. ¿No es fascinante?

—Me curaré —dijo imprimiendo a su voz toda la fuerza que era capaz de reunir—. Llévame de vuelta al castillo de Capri. Déjame en la terraza de la parte superior, lo más cerca del cielo que puedas, y así recuperaré mis fuerzas.

—Supongo que las recuperarías… si yo tuviese intención de hacer lo que me pides. Pero tengo otros planes para ti, amor mío.

Neferet levantó las manos y las extendió sobre él. Mientras seguía hablando, empezó a mover sus largos dedos en el aire, creando intrincados diseños, como una araña tejiendo su tela.

—No dejaré que Zoey vuelva a interponerse entre nosotros nunca más.

—Un alma rota es una sentencia de muerte. Zoey ya no es una amenaza para nosotros —dijo él.

Con una mirada cómplice, Kalona miró a Neferet. Ella empezó a hacer surgir hilos de una cosa negra pegajosa que él reconoció de inmediato. Se había pasado vidas enfrentándose a esa Oscuridad antes de abrazar su frío poder. Los hilos latían y revoloteaban con familiaridad, inquietos bajo los dedos de Neferet. No debería ser capaz de convocar a la Oscuridad de forma tan tangible. Ese pensamiento pasó como el eco de una sentencia de muerte en su agotada mente. Una alta sacerdotisa no tiene tal poder.

Pero Neferet ya no era una simple alta sacerdotisa. Había superado los límites de ese rango hacía algún tiempo y no tenía ningún problema para controlar a la retorcida oscuridad que había conjurado.

Se está haciendo inmortal comprendió Kalona. Y al hacerlo, el miedo se unió al arrepentimiento y a la ira que se habían ido fermentando en el interior del guerrero caído de Nyx.

—Mucha gente pensaría que es una sentencia de muerte —dijo Neferet con tranquilidad mientras atraía más y más hilos oscuros hada ella—, pero Zoey tiene la terrible e inconveniente manía de sobrevivir. Esta vez me voy a asegurar de que muera.

—El alma de Zoey también tiene el hábito de reencarnarse —dijo él, provocando a propósito que Neferet desviase la atención de lo que estaba haciendo.

—¡Entonces la destruiré una y otra vez!

La concentración de Neferet solo aumentó con la ira que sus palabras suscitaron. La negrura que tejía se intensificó, retorciéndose con fuerza en el aire, a su alrededor.

—Neferet. —Kalona trató de llegar a ella usando su nombre—. ¿Entiendes de verdad lo que estás tratando de conjurar?

Su mirada se encontró con la de ella y, por primera vez, Kalona pudo ver la mancha de color escarlata que se alojaba en la profundidad de sus ojos.

—Por supuesto que sí. Es lo que los seres inferiores llaman el mal.

—Yo no soy un ser inferior y también lo llamo así.

—Ah, no, hace siglos que no. —Su risa era despiadada—. Pero parece ser que últimamente has estado conviviendo demasiado con las sombras de tu pasado, en lugar de deleitarte con el precioso poder oscuro del presente. Y yo sé quién es la culpable de eso.

Con un tremendo esfuerzo, Kalona consiguió sentarse.

—No. No quiero que te muevas.

Neferet movió rápidamente un dedo hada él y un hilo de oscuridad se enroscó en su cuello, lo apretó y lo empujó contra el suelo de nuevo.

—¿Qué quieres de mí? —dijo con voz ronca.

—Quiero que sigas al espíritu de Zoey al Otro Mundo y que te asegures de que ninguno de sus «amigos» —pronunció con aire despectivo— encuentre la manera de convencerla para que vuelva a unirse a su cuerpo.

La sorpresa sacudió el cuerpo del inmortal.

—Fui desterrado por Nyx del Otro Mundo. No puedo seguir a Zoey hasta allí.

—Oh, estás equivocado, amor mío. ¿Sabes? Siempre piensas demasiado literalmente. Nyx te hizo caer y tú caíste. No puedes volver. Has creído durante siglos que era así. Bueno, es cierto que tú, literalmente, no puedes volver. —Suspiró dramáticamente mientras él la miraba sin comprender nada—. Tu maravilloso cuerpo fue desterrado, eso es todo. ¿Dijo algo Nyx de tu alma inmortal?

—No necesitaba decirlo. Si un alma permanece separada de un cuerpo demasiado tiempo, ese cuerpo se muere.

—Pero tu cuerpo no es mortal, lo que significa que se le puede separar indefinidamente de su alma sin privarlo de su hálito vital —replicó ella.

Kalona luchó para evitar mostrar en su expresión el terror que sus palabras le habían infundido.

—Es verdad que no puedo morir, pero eso no significa que mi cuerpo vaya a seguir indemne si mi espíritu lo abandona demasiado tiempo.

Podría envejecer… volverme loco… convertirme en un mero recipiente mortuorio de mí mismo… Las posibilidades se arremolinaron en su mente.

Neferet se encogió de hombros.

—Entonces tendrás que asegurarte de acabar pronto tu tarea para poder volver a tu encantador cuerpo inmortal antes de que este se vea dañado irreparablemente. —Le sonrió seductoramente—. No me gustaría nada que le ocurriera algo a tu cuerpo, amor mío.

—Neferet, no lo hagas. Estás poniendo en marcha cosas que requerirán un pago y a cuyas consecuencias ni siquiera tú querrás enfrentarte.

—¡No me amenaces! Te liberé de tu prisión. Te amé. Y después vi cómo tú te ponías a corretear detrás de esa estúpida adolescente. ¡Quiero que desaparezca de mi vida! ¿Consecuencias? ¡Bienvenidas sean! Ya no soy la débil e incompetente alta sacerdotisa de una diosa, una mera acatadora de normas. ¿Entiendes? Si no hubieses estado tan distraído con esa cría, lo sabrías sin necesidad de que yo te lo dijese. ¡Soy una inmortal, igual que tú, Kalona! —Su voz era sobrecogedora al ser amplificada por su poder—. Somos la pareja perfecta. Antes tú también creías eso y lo volverás a hacer, cuando ya no exista Zoey Redbird.

Kalona la miró fijamente, aceptando que Neferet estaba completa y verdaderamente loca y preguntándose por qué la demencia no hacía más que alimentar su poder e intensificar su belleza.

—Así que esto es lo que he decidido hacer —continuó, hablando metódicamente—. Voy a mantener a salvo tu sexi e inmortal cuerpo oculto bajo tierra en algún lugar mientras tu alma viaja al Otro Mundo y se asegura de que Zoey no vuelva.

—¡Nyx nunca lo permitirá!

Las palabras salieron en tropel por su boca, antes de que pudiese evitarlo.

—Nyx permite la libre elección. Como su anterior suma sacerdotisa, sé sin lugar a dudas que te permitirá viajar en espíritu al Otro Mundo —dijo Neferet astutamente—. Recuerda, Kalona, mi amor verdadero, si te aseguras de que Zoey muere, estarás eliminando el último impedimento para que tú y yo reinemos juntos. Nuestro poder superará los límites de este mundo lleno de maravillas modernas. Piénsalo: subyugaremos a los humanos y el reinado de los vampiros volverá con toda la belleza, la pasión y el poder ilimitado que ello implica. La tierra será nuestra. ¡Le daremos, sin duda, nueva vida al glorioso pasado!

Kalona sabía que estaba jugando con su debilidad. En silencio, se maldijo por haberle permitido conocer demasiado bien sus deseos más profundos. Había confiado en ella y por eso Neferet sabía que no era Érebo y que, por tanto, nunca podría reinar de verdad al lado de Nyx en el Otro Mundo. Por eso se veía forzado a recrear todo lo que había perdido allí en este mundo moderno.

—¿Lo ves, mi amor? Si lo piensas lógicamente, lo correcto es que sigas a Zoey y cortes la unión entre su cuerpo y su alma. Hacerlo sencillamente ayudaría a cumplir tus deseos más profundos.

Neferet habló despreocupadamente, como si estuviesen discutiendo sobre el tejido de su próximo vestido.

—¿Y cómo se supone que voy a poder encontrar el alma de Zoey? —dijo, intentando igualar su tono práctico—. El Otro Mundo es un reino tan vasto que solo los dioses y las diosas pueden atravesarlo.

La cara de Neferet, que hasta entonces mostraba una expresión bastante insulsa, se tensó, haciendo que su cruel belleza fuese imposible de soportar.

—¡No finjas que no tienes una conexión con su alma! —La tsi sgili inmortal respiró profundamente y continuó con un tono más razonable—. Admítelo, mi amor: podrías encontrar a Zoey aunque nadie más pudiese hacerlo. ¿Qué eliges, Kalona: reinar en la tierra a mi lado… o seguir siendo un esclavo del pasado?

—Elijo reinar. Siempre elijo reinar —contestó sin dudarlo.

En cuanto habló, los ojos de Neferet se transformaron. El verde de su interior se disipó en favor del escarlata. Ordenó a los orbes brillantes que fueran a él, sosteniéndolo, atrapándolo, entrando en él.

—Entonces escúchame, Kalona, guerrero caído de Nyx. Juro mantener tu cuerpo a salvo. Cuando Zoey Redbird, iniciada alta sacerdotisa de Nyx, no exista, prometo que retiraré estas cadenas oscuras y permitiré que regrese tu espíritu. Entonces te llevaré a la parte superior de nuestro castillo, en Capri, y dejaré que el cielo te dé vida y te fortalezca para que dirijas este reino como mi consorte, mi protector, mi Érebo.

Mientras Kalona la miraba, incapaz de detenerla, Neferet usó una de sus puntiagudas uñas para rasgar la piel de la palma de su mano derecha. Cerrando un poco la mano para recoger la sangre que se formó en ella, extendió el brazo, ofreciéndola.

—Mediante la sangre, conjuro este poder; mediante la sangre, cierro este juramento.

La Oscuridad se agitó a su alrededor y descendió a su palma, retorciéndose, estremeciéndose, bebiendo de ella. Kalona podía sentir la atracción de esa Oscuridad. Le habló a su alma con susurros seductores y poderosos.

—¡Sí!

Afirmación que salió como un gemido roto y profundo desde su garganta mientras Kalona se rendía a la avariciosa Oscuridad.

Cuando Neferet continuó, su voz sonaba magnificada, henchida de poder.

—Es por decisión tuya que he sellado este juramento de sangre con Oscuridad, pero si me fallas y lo rompes…

—No fallaré.

La belleza de su sonrisa era de otro mundo; sus ojos estaban enturbiados de sangre.

—Si tú, Kalona, guerrero caído de Nyx, rompes este juramento y fallas en la misión de destruir a Zoey Redbird, iniciada alta sacerdotisa de Nyx, yo dominaré tu espíritu mientras seas inmortal.

La respuesta llegó a él espontáneamente gracias a la seductora Oscuridad, a la que había preferido durante siglos frente a la Luz.

—Si fallo, dominarás mi espíritu mientras yo sea inmortal.

—Eso hemos jurado.

Neferet sajó de nuevo su palma, creando una sangrante equis en su carne. El aroma metálico llegó a Kalona como el humo que sale de una hoguera mientras ella levantaba su mano de nuevo hacia la Oscuridad.

—¡Que así sea!

El rostro de Neferet se retorció de dolor mientras la Oscuridad volvía a beber de ella, pero se mantuvo firme, no se movió hasta que el aire a su alrededor vibró y se hizo más denso con su sangre y su juramento.

Solo entonces bajó la mano. Sacó la lengua para lamer la línea escarlata y parar el sangrado. Neferet caminó hacia él, se inclinó y le colocó las manos con delicadeza en cada mejilla, en un gesto muy parecido al que él había tenido con el chico humano antes de asestarle su golpe de gracia. Kalona podía sentir que la Oscuridad latía alrededor de ella y en su interior. Se sentía como un toro enfurecido esperando ansiosamente las órdenes de su dueña.

Los labios rojos manchados de sangre de Neferet se acercaron justo hasta casi tocar los suyos.

—Por el poder que corre por mi sangre y por el poder de las vidas que he tomado, os ordeno, deliciosos hilillos de Oscuridad, que le separéis el alma del cuerpo a este inmortal que ha prestado juramento y la hagáis llegar hasta el Otro Mundo. Id y haced lo que os ordeno y os prometo que sacrificaré la vida de un inocente que vosotros hayáis sido incapaces de tentar. ¡Hacedlo por mí, que así sea!

Neferet respiró profundamente y Kalona vio cómo los oscuros hilos que había conjurado se deslizaban entre sus carnosos labios rojos. Inhaló Oscuridad hasta que estuvo saciada y después cubrió su poca con la suya. Con ese oscuro beso teñido de sangre, introdujo la Oscuridad en él con tanta fuerza que le desgarró el alma ya herida de su cuerpo. Mientras esta chillaba en una agonía silenciosa, Kalona fue elevado hacia el reino del que su diosa lo había desterrado, dejando su cuerpo sin vida, encadenado, unido por un juramento al mal y a merced de Neferet.