Epílogo

Una semana más tarde.

Zane se paseaba por toda la longitud de su sala de estar, el pequeño Z corriendo bajo sus pies. ¿Dónde estaba? Se había despertado solo cuando aún era de día, y ese hecho le impedía salir a buscarla.

—Podías haberme despertado —criticó al perro—. ¿Se te ocurrió que podrías haber ladrado cuando ella salió de la casa?

Z volvió su rostro hacia él, encendiendo su encanto de cachorro.

—Sí, eres una gran ayuda.

Incluso una semana después de la unión con Portia, él todavía se sentía nervioso por perderla. Sus pesadillas de verla en la casa en llamas, apenas estaban empezando a disminuir. Sentirla en sus brazos era la única cosa que ahuyentaba sus pesadillas por completo.

¿Dónde estás, niñita?

Un cálido cosquilleo llegó a su mente.

Casi llego a casa, fue su respuesta.

Al escuchar su voz en su cabeza disminuyó su ansiedad. Gracias a Dios por el vínculo telepático que venía con el lazo de sangre, les permitía comunicarse cuando estaban separados.

Cuando oyó la llave en la puerta principal unos minutos más tarde, su corazón latió con entusiasmo en la garganta y tan pronto como la puerta se cerró, corrió por el pasillo y tomó a Portia en un abrazo.

Devorando con avidez sus labios, ni siquiera le dio la oportunidad de saludar. Sólo cuando el perro empezó a ladrar, Zane liberó sus labios.

—Ahora ladras. Qué gran perro guardián tenemos aquí.

—A juzgar por ese beso —dijo Portia—, me debes haber extrañado.

Su sonrisa coqueta hacía que su corazón diera vueltas como si estuviera saltando arriba y abajo en un trampolín—. ¿Qué piensas tú?

Los ojos se clavaron en los suyos—. Dime que no me amas.

Zane sonrió—. No puedo hacer eso, niñita.

Ella le rozó los labios contra los suyos—. ¿Por qué no?

—Porque sería una mentira —le susurró de nuevo y tomó sus labios una vez más.

Sin aliento, la soltó unos minutos más tarde—. Ahora dime qué era tan importante que tenías que dejar la cama.

Portia se alejó de él y metió la mano en el interior de su chaqueta de cuero, sacó una pequeña bolsa de plástico.

—No tienes idea de lo difícil que fue encontrar esto en la Misión.

Zane la miró con curiosidad mientras sacaba un artículo de seda de la bolsa. Sus ojos reconocieron la pieza circular de tela. Alzó los ojos para mirarla.

Su boca se abrió—. ¿Compraste una kipá?

Ella asintió con una sonrisa—. Quiero que lo uses en la ceremonia de esta noche para Isabelle.

Sus labios temblaban mientras detenía las emociones que amenazaban con acobardarlo—. No he… ha sido tanto tiempo…

Portia puso su mano sobre el antebrazo, donde su piel estaba ahora desnuda. Gracias a ella, no escondía más su tatuaje y había empezado a usar camisas de manga corta en lugar de las de manga larga que le habían servido tan bien durante las últimas décadas.

—Debes estar orgulloso de quien eres. —Le dio una cálida sonrisa—. Yo lo estoy.

Entonces ella se acercó y le puso la kipá en su cabeza. La pieza desconocida de tela se deslizó en el lugar justo donde debía estar, donde siempre había pertenecido. De repente él se sintió completo, la última pieza que lo completaba, finalmente en su lugar.

Poco a poco, acarició su mano sobre la cubierta de la cabeza, pero él estaba demasiado emocionado para decir una sola palabra. Era libre, libre para amar y creer. Su fe en el bien estaba restaurada, ya que incluso desde el mal, algo bueno podía surgir. O alguien bueno.

—Vamos a alistarnos. No queremos que Samson y los otros estén esperando. —Portia acarició su mejilla.

—Ellos no pueden comenzar sin mí —murmuró Zane y la apretó contra él—. Y tengo algo importante que hacer en primer lugar.

—¿Qué es eso? —Preguntó ella, pero la excitación que parpadeaba en sus ojos le decía que ya sabía.

—Tengo que agradecer a mi esposa por haberme salvado.

—Pero tú fuiste el que me salvó a mí —protestó ella.

Movió la cabeza de lado a lado—. No, niñita, sin ti, yo todavía estaría perdido.

FIN.