Capítulo Treinta y ocho

El grito de Portia se disparó a través de los huesos de Zane. En el mismo instante lo olió, el humo había sido bloqueado de su cerebro para hacer frente a Müller. Él parpadeó.

Sin terminar su arremetida, Zane dejó caer el brazo y lanzó a Müller con el mismo. Sus ojos se movieron de golpe a la puerta de la habitación donde Portia estaba capturada. Las llamas envolvían la zona situada frente a la chimenea. El sillón frente a ella ya estaba en llamas, que ahora se disparaban hasta el techo, creando un humo ondulante.

Con un solo pensamiento, Zane corrió hacia dentro de la habitación, las llamas lamiéndolo mientras se apresuraba a pasar por la chimenea.

Portia tiró de sus ataduras, sus ojos llenos de pánico. Su rostro estaba bañado en sudor, con los pies luchando por acercarse a la cabecera de la cama y más lejos del fuego.

—¡Portia! —gritó—. ¡Oh, Dios!

Él la alcanzó y tiró de las esposas de plata, ignorando el dolor lacerante de su propia carne. Sin embargo, la viga de acero detrás de la cama en la que las esposas estaban sujetas, no se movió.

Al tocar el botón de su auricular trató de conectarse con su colega—. Thomas, ¿dónde están los cortadores de alambre?

Sólo estática llegaba a través de la línea. ¡Mierda!

—Ayúdame —rogó Portia.

Ambos sabían que iba a morir si el fuego la envolvía. No era la inhalación de humo lo que la mataría, no como mataría a un ser humano, pero el propio fuego quemaría la carne de sus huesos, mientras aún estuviera viva.

Superando los pensamientos desagradables de su mente, trató de calmarla—. Te liberaré. Te lo prometo.

—¡Oh, Dios, Portia! —Se oyó la voz de Müller desde la puerta.

Zane lo miró por un segundo y lo vio ahí de pie, vacilante. Tomando su cuchillo de plata de la chaqueta, Zane tomó una de las muñecas de Portia.

—No te muevas.

Ella apretó los labios y lo miró con los ojos llenos de miedo, que ahora se llenaban de lágrimas no derramadas.

Metió su cuchillo en la cerradura de la esposa y lo giró. Atrás y adelante trató, en primer lugar empujando con la punta del cuchillo sólo una fracción, a continuación, presionando más y volviéndolo a intentar. Pero no encontró tracción. Ningún sonido de clic que le indicara que las esposas se habían abierto. El dolor quemaba a través de su hombro lesionado, haciendo que su mano temblara y haciendo que la hoja del cuchillo se deslizara de la cerradura. Lo intentó de nuevo.

El calor en su espalda hizo que se formaran perlas de sudor en su frente. Tenía que esforzarse más. Sin dejar de mirar las esposas, acuñó la hoja del cuchillo en medio de una cresta y lo retorcía. La hoja se dobló.

—Te amo, Zane —susurró Portia, una lágrima rodó por su mejilla. Se dio cuenta de que estaba diciendo adiós.

Sus ojos se desviaron más allá de él, donde sabía que el fuego estaba invadiendo la cama.

Pero no podía volverse para ver lo cerca que estaba ya. Y no podía dejar que creyese que la iba a dejar morir.

—No, Portia, no voy a dejarte aquí.

Volvió el rostro hacia la puerta, donde Müller aún estaba con horror, pero las llamas estaban a punto de cortar esa ruta—. ¡Las llaves! —Suplicó Zane—. ¡Tú debes de tener las llaves!

Echando una mirada cautelosa a las llamas, Müller respondió—: Tu vida, a cambio de la suya.

Zane lo miró con incredulidad. No había tiempo que perder, y ¿su padre estaba negociando, cuando de un momento a otro el cuarto estaría totalmente envuelto en llamas?

—¿Cuál es tu respuesta? —Se burló Müller y sacó las llaves de los bolsillos del pantalón, moviéndolas en el aire.

Zane se paró—. Libérala primero, después mátame.

—¡No! —gritó Portia con más fuerza de lo que su estado de debilidad le permitía—. ¡Nunca! ¡Prefiero morir!

Su mirada chocó con Zane—. Si mueres, él me usará justo como lo había planeado. —Sus ojos le suplicaron.

Por un momento, el tiempo se congeló, y las ruedas en su mente trabajaron. Tenía razón, por supuesto, pero no podía dejarla morir. Tampoco podía permitir que su padre la usara para sus nefastos planes.

Había otra manera de liberarla a su pesar, pero era la más desesperada. Y la más bárbara. Se estremeció ante lo que tenía que hacer.

—¿Confías en mí?

Portia asintió con la cabeza.

—Si corto una de tus manos con el cuchillo de plata, estarás libre de las esposas. —Las otras esposas permanecerían en la otra muñeca, pero podría deslizar la cadena de plata que la conectaba alrededor de la viga de acero, liberándola.

Un grito ahogado salió de sus labios y sus ojos se cerraron.

—Tu cuerpo se curará a sí mismo y crecerá una nueva mano.

Su garganta trabajó con esfuerzo mientras ella abría los labios—. Es la única manera, ¿no?

Él asintió con solemnidad. Deseaba que hubiera otra.

—Hazlo.

—¡No! —gritó desde la puerta Müller, de repente avanzó de entre las llamas, como si quisiera estallar a través de ellos—. ¡No puedes hacer eso!

Zane no le prestó atención. En su lugar, sacó otra estaca de su bolsillo—. Muerde esto.

Puso el pedazo de madera entre los dientes. Su valiente Portia se aferró a él y asintió con la cabeza.

—Lo haré de forma rápida —prometió, su corazón se apretaba con el dolor. No podía esperar a que Thomas llegara con el cortador de alambre. En un minuto, sería demasiado tarde.

Puso la hoja del cuchillo en su muñeca.

—¡Noooooo! —El grito de Müller rompió a través de sus pensamientos.

Instintivamente sacudió la cabeza y vio cómo Müller se precipitaba a través de las llamas que habían llegado ya a más de dos tercios de la habitación. A pesar de su velocidad, su ropa se incendió.

—¡La llave! ¡Tómala! —gritó y levantó la mano. Las llamas se reflejaron en el metal mientras tiraba la llave.

Por pura reacción instintiva, Zane atrapó la pequeña llave en sus manos. Mientras se apresuraba a meterla en la cerradura, los ojos de Portia reflejaban para él lo que estaba sucediendo a sus espaldas.

La parte inferior de la cama se había incendiado y ahora rápidamente labraba su camino hacia Portia. Müller, estaba envuelto en llamas, frenéticamente tiraba de la ropa de cama para alejarlas de su hija. Cuando el candado hizo clic abriéndose, Zane le arrancó las esposas y lanzó la cadena de la viga de acero. Él la levantó en sus brazos y miró por encima del hombro.

Müller era una bola de fuego, aún en movimiento, pero no había más sonidos provenientes de él. Sus manos todavía se movían en todas direcciones como si tratara de apagar el fuego, pero Zane sabía que era demasiado tarde para él.

Abrió la cortina y dio una patada con la bota sobre la ventana, rompiendo el cristal. El aire fresco que entró avivó más las llamas, creando un viento trasero que lo golpeó al instante. Sin perder un segundo, saltó por la ventana, presionando a Portia fuertemente contra él.

Zane aterrizó en medio de unos arbustos que amortiguaron su caída. Sin embargo, su lesión en el hombro cedió en el impacto, lo que le hizo soltar a Portia. Por suerte, tenía los brazos envueltos alrededor de él con tanta fuerza, que se mantuvo pegado a él a pesar de su desliz.

—¿Estás bien? —le preguntó con su aliento que lo abandonaba.

Él sintió la afirmación de su cabeza.

Una explosión sacudió toda la noche. El instinto le hizo balancearse de pie, reafirmando su dominio sobre Portia, y saltando a varios metros de distancia de la casa antes de voltearse.

Las llamas se disparaban desde varias ventanas en el segundo piso y el techo se estaba incendiando también. Zane sólo podía suponer que un caño de gas o alguna otra cosa sumamente inflamable, había estallado como consecuencia del incendio en el dormitorio.

La vieja casa estilo victoriana, construida totalmente de madera, ardía como astillas para encender fuego.

Portia enterró la cabeza en el hueco de su cuello, y de repente sintió que las lágrimas goteaban por su piel.

—Lo siento, niñita. —Luego tragó, porque las siguientes palabras que dijo fueron las más difíciles de su larga vida—. Tu padre te amaba, después de todo. —A su manera, aun cuando casi había llegado demasiado tarde.

Una compuerta se abrió, y Portia sollozó contra su pecho.

—Te quiero, niñita. Siempre.

***

Para cuando las lágrimas de Portia dejaron de fluir minutos más tarde, sintió la proximidad de otros vampiros. Su espalda se puso tensa.

—Tenemos que correr —instó a Zane, mirándolo.

Él le dirigió una leve sonrisa, y sólo ahora que ella se apartaba de él se percató que la sangre brotaba por un lado del cuello. Tenía tajos en su hombro, que sostenía de manera incómoda.

Presa del pánico, lo agarró del brazo, pero él se mantuvo firme—. Son amigos.

Con un suspiro de alivio, se volvió hacia los vampiros que se acercaban y de inmediato reconoció a uno de ellos: Quinn. Más venían corriendo de la casa en llamas detrás de ellos. Centró sus ojos. Eddie arrastraba a un lesionado Thomas desde la casa, tratando de mantenerlo en posición vertical, pero cuando las rodillas de Thomas pronto se doblaron y su cabeza cayó hacia adelante, Eddie rápidamente lo recogió y lo llevó.

Un vampiro de autoridad con el pelo negro azabache gritaba órdenes en la noche que los demás seguían sin dudar. Debía ser el líder de Scanguards, Samson.

—¡Lleven a los heridos a las camionetas! ¡Amaury! ¡Gabriel! Controlen los daños.

Ella vio como dos vampiros se acercaban a Samson, también con el pelo largo y oscuro.

—Mantengan a los seres humanos a distancia. Borren sus recuerdos. No podemos arriesgarnos a exponernos.

—Todo por mi culpa —susurró para sí.

Portia sintió la mano de Zane en su barbilla, inclinándola hacia arriba y haciéndola mirarlo.

—No es tu culpa. —Él hizo un gesto a la casa en llamas—. Tenían que ser derribados, de cualquier manera. No podíamos permitir lo que estaban planeando.

Antes de que pudiera responder, Samson corrió hacia ellos.

—Estás lesionado —afirmó con total naturalidad, pasando los ojos por Zane.

—Estoy bien. Pero Portia necesita sangre. Su padre la estaba matando de hambre.

—Estoy bien —protestó ella—. Zane necesita sangre.

Ella sintió a Zane queriendo protestar nuevamente, pero Samson lo interrumpió—. Ambos necesitan sangre. La sangre embotellada será suficiente para Portia, pero Zane necesita sangre fresca. —Él miró sobre su hombro y recorrió el jardín, antes de que saludara—. ¡Oliver! Por aquí.

Portia de pronto recordó la conversación que había tenido con Oliver sólo unos pocos días antes, lo que le había dicho de dejar que los vampiros se alimentaran de él en situaciones de emergencia.

Oliver corrió hacia ellos, dándole una sonrisa mientras se acercaba. Inmediatamente, Zane la atrajo hacia sí. Ella sintió su posesión física, y envió una ola de calor a través de su cuerpo.

—Zane te necesita —explicó Samson. Luego metió la mano en la bolsa que colgaba del hombro de Oliver y sacó una botella con líquido rojo. Se la entregó a Portia—. Ten, bebe.

En el momento en que ella puso la botella en los labios y dejó correr la sangre en su garganta, se dio cuenta de lo hambrienta que realmente había estado. Zane había estado en lo cierto. Su sangre le había dado un corto impulso, pero no había durado mucho. Cuando quitó la botella vacía de sus labios y miró en dirección de Zane, ella vio que él había clavado sus colmillos en el brazo de Oliver.

Pero sus ojos estaban abiertos, mirándola con anhelo, diciéndole que lo que realmente quería hacer, era clavar sus colmillos en ella. Sin querer dejarse llevar por sus deseos, se volvió hacia Samson.

—¿Hay algún muerto? —preguntó ella en voz baja, preocupada de que fuera responsable de la muerte de alguien.

—Ninguno de nuestros muchachos. Algunos están heridos. Sin embargo, hubo bajas del otro lado, y nos llevamos a algunos presos. —Se aclaró la voz—. No llegamos a ver a tu padre…

Portia cerró los ojos por un momento, empujando hacia atrás las lágrimas que amenazaban desbordarse—. Murió calcinado.

—Lo siento.

Su garganta se apretó. ¿De verdad lo sentía? Ella no lo sabía. Se sentía entumecida. Él la había salvado, después de todo. Tal vez un día ella encontraría en su corazón el perdón. Pero en ese momento, el dolor era demasiado fuerte.

Una sirena que se acercaba, la sacó de su trance.

—Los camiones de bomberos. Tenemos que irnos. —Samson levantó la voz—. ¡A las camionetas, todo el mundo, ahora!

Los vampiros se apresuraron a las camionetas oscuras que se encontraban esperándolos estacionadas en la acera. Con una última mirada a la casa en llamas que contenía las cenizas de su padre, Portia se volvió y salió corriendo a la acera, escoltada por Samson y Zane.