Zane empacó las armas que le quedaban en la parte trasera de su Hummer y cerró el maletero. Había cargado con todo lo que había guardado en la cabaña, sabiendo que no volvería allí. Portia conocía ese lugar y cómo llegar hasta allí, lo que significaba que Müller llegaría a saber de él. No tenía ninguna duda de que la sangre era más espesa que el agua y que una vez que Portia hubiera superado el choque inicial de lo que había sucedido, se pondría del lado de su padre.
En retrospectiva, había sido estúpido no matarla en el acto, pero la idea de derramar su sangre le había hecho retroceder. Por mucho que él supiera que tenía que eliminarla al igual que a su padre para que el mal no permaneciera, había una parte de él que protestaba en voz alta. Trató de no escuchar, fastidiado por la voz interior.
—¡Z! ¿Dónde carajos estás? —le gritó al perro, buscando una salida para su ira.
Hubo un gemido suave proveniente del interior de la cabaña. Zane acechó hacia el interior, sus botas hacían que el porche vibrara mientras pisoteaba y se movía al interior.
Encontró al animal acurrucado frente a la chimenea, el hocico enterrado en un pedazo de tela. Zane se acercó y reconoció el objeto con el cual Z de pronto se volvió tan aficionado: uno de los sostenes de Portia.
Zane se detuvo en seco. Ni siquiera le había dado la oportunidad de empacar o llevarse ninguna de sus cosas. Incluso su billetera todavía estaba ahí, al igual que su teléfono celular y toda su ropa. La había enviado al frío sin nada, demostrando el hijo de puta sin corazón que era.
El perro se acurrucó más en una de las copas del sujetador, inhalando su persistente aroma.
—¡Ya basta, Z! —lo sentenció—. Ella no va a volver. ¡Jamás!
No después de la forma en que la había tratado, la forma en que la había amenazado. Amenazó con matarla. Dios, ¿qué clase de monstruo le diría tal cosa a la mujer que amaba? ¿Qué clase de bruto imbécil tiraría al amor de su vida por causa de quién la había engendrado? ¿Acaso no tenía corazón? ¿No tenía compasión? ¿No tenía decencia?
El perro lo miró con ojos grandes y redondos de cachorro, antes de excavar el hocico de nuevo en el sujetador con el aroma de Portia. Su perro no tenía escrúpulos. Seguía sólo a su corazón, sin entender nada. Si tan solo Zane pudiera hacer lo mismo, pero su mente no se lo permitía.
Toda su vida se basaba en el único objetivo que era vengar a su familia, y más concretamente a su hermana, la inocente Rachel, la niña a quien nunca le habían dado la oportunidad en la vida de ser una mujer. La hermana que él había matado porque ella se lo había rogado.
No podía cambiar la dirección de su vida de repente, tirar todo y traicionar a Rachel porque se había enamorado de la hija de su enemigo. Rachel nunca se lo perdonaría. Y le debía eso. Le había prometido que haría justicia para ella y todos los demás que habían muerto a manos de Müller. No descansaría hasta que hubiera cumplido esa promesa.
Sus deseos no importaban. Había vivido sin amor durante las últimas seis décadas. Entonces, ¿qué hacía las cosas tan diferentes ahora? ¿Por qué no podía dejar de lado lo que él sentía por ella? ¿Su corazón no entendía que el amor que había sentido por ella no podría sobrevivir, no estaba permitido que sobreviviera?
—¡Perro estúpido! —le gritó y quitó el sostén de sus patas, totalmente decidido a lanzar el objeto en el fuego, donde algunas brasas aún ardían. Sin embargo, la fuerza para hacerlo lo dejó, cuando el aroma de Portia penetró en su nariz, y lo drogó.
No pudo reunir suficiente fuerza para mantenerse en posición vertical, cayó de rodillas y tomó su cabeza entre las palmas de las manos, sintiéndose tan devastado como se había sentido la noche en que había acabado con la vida de Rachel. ¿Cuántas pérdidas más podría sobrevivir antes de que todo finalmente fuese demasiado para él, antes de que caminara hacia la luz del sol y terminara con todo?
***
Su crisis le había costado una preciosa hora, una que resultó que no tenía de sobra. Pero lo hecho, hecho estaba.
Cuando Zane escuchó una camioneta SUV llegar a la entrada, con luces iluminando un lado de la cabaña, sabía que su actuación había terminado. Lo habían encontrado.
Tan pronto como el coche se detuvo, con el motor aún encendido, Samson salió del coche, seguido por Eddie, Amaury y Haven. La presencia de Haven sólo podía significar que Samson había puesto a su equipo junto a toda prisa, tomando al que estuviera disponible de inmediato, porque Haven, el compañero de Yvette, ni siquiera trabajaba para Scanguards. Sin embargo, eso no lo convertía en un enemigo menor.
Los cuatro vampiros se precipitaron por las escaleras. Zane se quedó allí, esperando con calma, sabiendo que luchar sería en vano. Cuatro vampiros contra uno era una probabilidad que no le gustaba.
—¿Cómo me han encontrado? —les preguntó sin alterar la voz, encontrándose con la mirada de Samson.
Eddie contestó, Samson claramente estaba demasiado enojado para tener una palabra civilizada—. Thomas rastreó una factura de servicios públicos que pagaste en línea. Era de este lugar. Nos pudiste haber invitado para esquiar de vez en cuando, pero no, mantuviste esta cabaña sólo para ti.
Zane se encogió de hombros, queriendo mantener la calma en su exterior, incluso si no sentía nada por el estilo en su interior. Sus entrañas acababan de ser arrancadas y dadas de alimento a los lobos. Todo lo que quedaba era una cáscara vacía.
—¿Dónde está? ¿Qué has hecho con ella? —Samson le gritó a pocos centímetros de su cara.
—Se ha ido.
Samson se sacudió, con una expresión estupefacta en el rostro—. ¿La lastimaste? Maldito idiota, ¿le hiciste daño?
Su corazón se rebeló—. ¡Nunca! —Incluso si él le había hecho creer que lo haría, prefería de buena gana catapultarse a sí mismo hacia una estaca de madera antes de hacerle daño a un solo cabello de la cabeza de Portia. Sí, así es como estaba de jodido.
—Entonces, ¿dónde la tienes?
Samson junto con Amaury y Haven irrumpieron en la cabaña, llamando en voz alta su nombre.
—Te dije que ella se ha ido.
—¿Qué mierda significa eso? —Gruñó Samson bajo y oscuro, sus colmillos se asomaron por entre sus labios, sus ojos brillaban de color rojo en la oscuridad.
—La casa está vacía —dijo la voz de Amaury desde el interior.
Samson tomó a Zane por el codo y lo empujó dentro. Desde su lugar favorito en la chimenea, Z ladró furiosamente.
Haven, vino de la habitación, llevando la mochila de Portia. Sacó un par de bragas de la misma—. No se ven como de tu tamaño, Zane —gruñó.
—Ella se fue hace dos horas.
Samson entrecerró los ojos, explorando la cocina abierta. Sus ojos se posaron en el lugar donde Zane había dejado la billetera de Portia—. ¿Sin sus cosas? ¿Qué tan estúpidos piensas que somos?
Samson hizo una seña a Haven que le trajera la bolsa. Tomó una bocanada del olor que se aferraba a él, y luego dio un paso más cerca de Zane, inhalando una vez más.
—La tuviste, ¿no? Maldito idiota no pudiste mantener tus manos fuera de ella, ¿verdad?
¿Por qué Samson le preguntaría algo que ya sabía?—. Ella me pidió que lo hiciera.
—¿Y su sangre? ¡Puedo oler su sangre en ti! Tenías que tomar todo, ¿no?
Se encogió de hombros, el movimiento le dolió porque trató con tanta fuerza de fingir que no le importaba—. Ella se ofreció. Nunca rechaces: a caballo regalado, no se le miran los dientes. —Dios, él se odiaba por su forma de hablar de ella, como si no hubiera significado nada, cuando había significado todo para él.
El puño de Samson golpeó la cabeza de Zane hacia un lado, el dolor al instante irradió hacia su espalda. Mierda, su jefe seguía siendo tan rápido como siempre, y le asestó un golpe doloroso.
—Hay sangre en las sábanas —la voz de Eddie anunció repentinamente.
Todo el mundo giró hacia donde él se encontraba, en la puerta de la habitación.
Samson pasó junto a Zane y se dirigió a él. Zane lo siguió, no porque él quería hacerlo, sino porque odiaba cuando los demás violaban su espacio. Él no quería que tocaran nada, y menos aún el lugar donde él y Portia se habían acostado juntos en total y absoluta felicidad.
Mientras Samson se detenía frente a la cama, donde estaban las sábanas revueltas de la última vez que Zane y Portia habían hecho el amor, el resto de los vampiros se agruparon en el espacio.
Eddie señaló una pequeña mancha en el centro de la cama—. No hay duda. Eso es sangre.
Cuando Samson giró lentamente, por primera vez desde que había llegado a la cabaña, sus rasgos mostraron algo diferente a indignación. Una pequeña llama de comprensión brilló a través de sus ojos, junto con un suspiro de alivio. ¿Samson había realmente esperado encontrar un baño de sangre en el dormitorio?
—Ella era virgen, como me lo había dicho —admitió Zane. Y nadie le había creído—. Hice lo que tenía que hacer.
Samson cerró los ojos—. No cambia en nada lo que hiciste. Tú la secuestraste.
—¡Ella me pidió que lo hiciera! —gruñó Zane.
—No le correspondía pedir. ¡Es una menor de edad! ¡Y estaba a tu cuidado! —gritó Samson.
—Oh, me hice cargo de ella.
—Eras su guardaespaldas. ¡En ningún lugar de nuestras reglas hay una que te permita tocarla! ¡Maldito pedazo de mierda!
Eso era todo—. ¡No me importan tus reglas! ¡Renuncio!
—¡Tú no puedes renunciar! ¡Esto no ha terminado! ¡Ni mucho menos! —dijo Samson pasando sus manos por el pelo oscuro e hizo señas a Haven y Eddie—. Espósenlo y llévenlo al avión. Amaury y yo tomaremos el Hummer de Zane.
Luego dio a Zane otra mirada—. Si le has hecho daño, tendré que ejecutarte.
Haven, se puso los guantes y sacó algo del bolsillo de su chaqueta. Zane le echó un vistazo, reconociendo las esposas de plata al instante.
—¡Cabrones!
Pero no protestó cuando le puso las esposas de plata en las muñecas y las cerraron, ni mostró ningún signo externo de que la plata le causara dolor. Su piel chisporroteaba, y el olor a piel quemada se extendía en la habitación llena de gente, pero él sólo apretaba la mandíbula, sin permitir que ningún sonido de dolor proviniera de sus labios.
—Por última vez: ¿dónde está? —preguntó Samson.
Zane alzó la cabeza—. Escapó cuando le dije que no quería verla nunca más. —Era la verdad, en cierto modo. Omitió que también la había amenazado. No era asunto de Samson. Lo que sí era cierto, era que él no le había hecho daño.
—Ella cree que me ama —dijo más para sí que para los demás. Ella lo superaría. Era joven, y en este momento lo odiaba. Haría las cosas más fáciles. En cuanto a cómo él iba a sobrevivir al dolor, no tenía una respuesta.
—Amaury. —Samson le ordenó—. Tú y yo, sondearemos los alrededores, veremos si podemos sentir su olor o ver algún rastro en la nieve. Tenemos que encontrarla.
Amaury asintió con la cabeza, y luego arrojó a Zane una mirada enojada—. Tienes que darnos muchas explicaciones. Y si crees que saldrás fácil de esta, piénsalo de nuevo. Samson es indulgente cuando te ofrece una ejecución. Tengo otras ideas para hacer que pagues, cabrón.
—No le he hecho nada a ella —susurró Zane.
—¡No tienes idea de las mujeres! Tal vez no le hayas hecho daño físicamente, pero no tienes idea de lo que las mujeres son capaces de hacerse a sí mismas cuando se sienten agraviadas. ¿Alguna vez pensaste en eso? —Dijo Amaury siguiendo a Samson hacia el exterior.
No, Portia no se lastimaría. Ella era fuerte. Era una sobreviviente. No quería creerlo. Tratando de empujar las últimas palabras de Amaury de su mente, Zane miró a sus dos carceleros—. Muy bien, me quedaré atrapado con ustedes dos: un civil y un novato.
Haven, se inclinó más cerca—. Yo no soy susceptible a tus pequeños juegos, así que ahorra tu saliva.
Zane gruñó y se dirigió a la sala, flanqueado por Eddie y Haven. Z se balanceó hacia él, tenía una mirada confusa en su rostro y arrastraba el sostén de Portia entre los dientes.
—No podemos dejarlo aquí. —Zane le hizo una seña con sus manos atadas al perro.
Haven, levantó una ceja inquisitiva, y Eddie torció los labios—. ¿Pensaste que dejaríamos al cachorro? —Preguntó Eddie y meneó la cabeza—. No nos creas sin corazón.
—A diferencia de otras personas aquí —añadió Haven.
—Si yo tuviera un corazón, estaría herido ahora —espetó Zane—, por suerte, me he quedado sin corazón por hoy. Así que date prisa.
Pero a pesar de sus duras palabras, el alivio se apoderó de Zane, cuando Eddie tomó al perro y lo llevó fuera. Zane mantuvo la boca cerrada en el camino hacia el pequeño aeropuerto donde uno de los jets privados de Scanguards especialmente equipados, los esperaba. Ni Eddie ni Haven, parecían estar de humor para hablar tampoco. Sólo Z proporcionó un poco de compañía en el sombrío vuelo de media hora, acurrucándose en su regazo. Sin embargo, no le era posible acariciar a la única criatura que aún se preocupaba por él. Las muñecas de Zane le dolían por la plata que lo comía rozando su piel y exponía la carne por debajo.
Y se lo merecía.