Capítulo Veintinueve

Zane le dio la espalda a la computadora y sonrió a Portia. No había sonreído tanto en más de sesenta años, como lo había hecho en esas últimas veinticuatro horas.

—Tu pizza está en camino. Sólo explícame una cosa: la refrigeradora está llena con alimento de humanos, ¿y tuve que pedir comida para llevar?

—No es diferente a cuando tú quieres un determinado tipo de sangre. O es que ¿nunca has tenido antojos? —bromeó.

Zane se levantó para acercarse, pero ella salió corriendo hacia la puerta y la abrió. Z al instante salió corriendo desde su lugar frente a la chimenea, moviendo la cola.

—Oh, sí tengo antojos, niñita. —Y ahora, tenía uno en particular. Desde que había probado su sangre y confesado su amor hacia ella, algo había cambiado. Un ambiente tranquilo de repente inundaba la cabaña, y su corazón. Los dos se reían y bromeaban con mayor libertad. Sin embargo, cada vez que sus miradas se cruzaban, el calor irradiaba al instante, el fuego entre ellos quemaba más fuerte que antes.

Portia se rio y arrebató la chaqueta del gancho junto a la puerta—. Entonces, entiendes. —Ella echó un vistazo sobre su hombro y le guiñó un ojo con picardía—. Y si quieres satisfacer tu ansia en particular más adelante, será mejor que me traigas la pizza para recuperar mis fuerzas.

Un estruendo en lo profundo de su pecho salió de sus labios como suprimiendo un gemido—. Te he pedido una extra grande.

Portia se agachó y acarició el pelaje del emocionado cachorro—. Ven, vamos a salir a jugar en la nieve.

—¿Puedo participar en la diversión? —preguntó Zane y tomó su propia chaqueta, sin esperar una respuesta.

Sus gruesas y oscuras pestañas, barrieron hacia arriba en un movimiento elegante—. Sólo si te portas bien.

—Depende de a lo que le llames: portarse bien.

Ella se echó a reír—. Creo que estaré muy ocupada contigo. Tu perro tiene modales mucho mejores que los tuyos. —Se volvió hacia el perro y frotó su cuello—. ¿No crees que es así, Z?

Con dos pasos llegó a la puerta, atrayéndola hacia él—. Yo puedo comportarme, pero necesitaré un incentivo.

—¿Qué tipo de incentivo? —su voz sonaba entrecortada, y a pesar de las gruesas ropas que llevaba, olía su excitación aflorando.

—Un pequeño premio después. —Zane presionó sus caderas contra ella, haciéndole sentir lo que él tenía en mente. Ya se había acostumbrado a tenerlo constantemente duro y había renunciado a tratar de ocultarlo o de bajarlo. No tenía sentido. Portia se acostumbraría a él, y por lo visto, no le importaba su constante hambre hacia ella tampoco. No lo había rechazado ni una vez todavía.

De hecho, parecía como si hubiera florecido y se hubiera abierto como una hermosa flor en el verano. Todo en ella, era más femenino, más suave y más sensual que antes. Incluso sus movimientos se habían vuelto más elegantes. Era toda una mujer ahora.

—Veo que tienes un regalo para mí. —Ella se frotó contra él, confiada y seductoramente.

Los ladridos impacientes del perro, le hicieron desviar la mirada de su premio—. Me temo que ya lo has engreído. Será mejor que lo llevemos, o nos va a interrumpir más tarde…

—… Y no queremos eso —terminó ella la frase.

Minutos más tarde, estaban jugando en la nieve, persiguiendo al perro y entre ellos mismos. Había suficiente luz desde la cabaña para iluminar el terreno plano frente a ella, y la visión nocturna de vampiro de Zane, le permitía estudiar el área, asegurándose de que estuvieran solos. A pesar de su actitud despreocupada, nunca se olvidó de su formación. Todavía era su guardaespaldas. Pero las cosas habían cambiado. Ahora él la protegía porque la amaba y no podía soportar perderla. Si algo le sucedía a ella, lo destruiría.

Pero todavía había obstáculos que superar, hasta que pudiera hacer a Portia suya. Ella no era mayor de edad, y por todo lo que había oído hablar de su padre, sabía que no consentiría una unión entre ellos. No le dejaba otra opción que esperar unas semanas más, hasta que cumpliera los veintiún años. Entonces podría tomar sus propias decisiones.

Claro, él podría vincularse con ella ahora, pero su padre podría recurrir al Consejo de vampiros y anular su unión. Y su decisión sería clara: Zane estaría mal, y Portia sería apartada de él. Como un compañero con vínculo de sangre, significaría la muerte segura para él. Mientras que Portia como un híbrido, sería capaz de seguir comiendo alimentos de consumo humano, su cuerpo sólo aceptaría su sangre como alimento después del vínculo de sangre. Privado de la única sangre que su cuerpo aceptaría, se moriría de hambre.

Si Portia fuera un vampiro de sangre pura, las cosas serían diferentes. Ellos se alimentarían mutuamente, sin excluir otra sangre. Pero la sangre de un híbrido iniciaba los mismos cambios en un hombre vampiro con vínculo de sangre, como la sangre de un ser humano lo hacía. Tanto Samson como Amaury, habían experimentado ese cambio cuando tuvieron el vínculo de sangre con seres humanos. Ahora ellos eran totalmente vulnerables y dependientes de las mujeres que amaban. A su merced. Al mismo tiempo, habían otorgado parte de su inmortalidad a sus compañeras: mientras sus esposas humanas bebieran la sangre de sus maridos vampiros, no envejecerían. Pero ellas permanecerían humanas.

Y aunque no se había unido a Portia, sin embargo, Zane se sentía a su merced, como si ya lo estuviera. Y por extraño que pareciese, la idea no le asustaba.

Una bola de nieve le golpeó de lleno en el pecho. Se quedó mirando hacia la dirección de donde provenía.

—Pagaría por saber lo que estás pensando —ofreció Portia con una risa que llegó hasta los ojos.

—No están en venta. —Ella estaría en su cabeza muy pronto. Una vez que se unieran, tendrían una conexión más intensa e íntima, que cualquier pareja humana jamás podría soñar. Con ansias esperaba que llegara ese momento en que sus cuerpos y sus mentes se conectaran, para no separarse nunca.

Zane se agachó reuniendo un poco de nieve en sus manos y formó una bola. Su puntería fue exacta, y golpeó su dulce parte inferior mientras ella huía de él. La persiguió, sabiendo que era eso lo que ella quería.

Z corría entre él y su objetivo, haciéndolo tropezarse, justo cuando llegó hasta ella. Mientras caía, la agarró y la llevó junto con él. Ella cayó junto a él y no perdió el tiempo sujetándola hacia abajo en la nieve. Portia no sentiría el frío en su espalda, así como él tampoco lo haría. No era sólo porque estaba vestida con una chaqueta gruesa, su cuerpo híbrido toleraba temperaturas extremas, al igual que el cuerpo vampiro de Zane.

Tendido sobre ella y con la cabeza cerca de la suya, dio a conocer su demanda—. Ahora, mi premio.

—¿Qué premio? —Ella le dio una sonrisa coqueta que no le había visto usar con él antes.

Oh, sí, cada minuto se estaba volviendo más confiada, y a él le gustaba. Ella sería una compañera fuerte, alguien que lo mantendría bajo control. Y él sabía que necesitaba de ello si quería conservar su lado oscuro a raya.

—Tú eres mi premio, ¿no lo sabías?

Ella se rio sin control.

—¿Qué es tan gracioso?

—Z. Él está tirando de mi pierna. Me hace cosquillas.

Zane volvió la cabeza para encontrar el feliz perro tirando de la parte inferior de los pantalones de Portia, alternativamente, lamiendo la piel debajo de la tela y mordiendo.

—¡Z! ¡Piérdete! Consigue tu propia compañera. ¡Esta es mía!

Cuando volvió a mirar a Portia, se chocó con su mirada—. Si yo soy tuya, ¿significa que tú eres mío?

Su voz era como un goteo suave, lento pero constante que se deslizaba a lo largo de su piel hasta juntarse en la base de su espina dorsal.

—Yo soy tuyo, niñita, te guste o no.

—Me gusta —ella susurró y llevó sus labios para presionarlos contra su boca. Estaban fríos, pero en cuestión de segundos se calentaron y el ahora familiar «hambre por ella», regresó con toda su fuerza. Sus colmillos se alargaron al instante, y su pene se endureció aún más, con ansias de reclamarla aquí y ahora.

El sonido de los neumáticos de un coche en la nieve, le hicieron interrumpir el beso—. Tenemos compañía —murmuró con rapidez lanzando una mirada detrás de él antes de que se levantara, tirando de ella sin esfuerzo para que se parara a la par de él.

El joven salió de un maltratado Honda, llevando una horrible chaqueta roja con el emblema de la pizzería del pueblo grabada en la barata tela. Detuvo su paso por el porche, cuando se dio cuenta de que Zane y Portia se acercaban desde el patio, y el perro corría hacia él.

—Entrega de Pizza —anunció lo obvio.

—Traeré algo de dinero —dijo Zane a Portia a su lado y corrió por delante.

—Tengo un poco aquí —gritó detrás de él, para detenerlo.

Habiendo llegado al repartidor de pizza que esperaba en las escaleras, Portia rebuscó en su bolsillo de la chaqueta y sacó una billetera. Zane la miraba mientras ella pagaba por la pizza.

Cuando el hombre le entregó la caja plana, puso su billetera en la parte superior.

—¡Gracias!

—Adiós muchachos, disfrútenla —dijo el muchacho y se apresuró a regresar a su coche, con las extremidades temblando por el frío.

Zane se acercó a la caja de pizza, para llevarla al interior para Portia, cuando Z corrió emocionado alrededor de las piernas de Portia, ladrando, y claramente oliendo la comida. Portia dio un paso adelante, pero tropezó, por poco pisando al perro.

Sus manos en la caja vacilaron por una fracción de segundo, inclinándose y haciendo que la billetera que llevaba en la parte superior, cayera por el porche cubierto de nieve.

—¡Z! —Zane amonestó.

—¡Él piensa que conseguirá algo de la comida! —agregó Portia mientras se inclinaba hacia la billetera.

—Yo la alcanzo, niñita.

Zane se agachó y sacó la billetera de la nieve, mientras Portia entraba, el cachorro demasiado excitado sobre sus talones. La billetera había caído abierta por el medio, revelando un compartimiento que contenía un par de tarjetas de crédito, y del otro lado una foto.

Limpió la nieve de ella, revelando completamente la foto.

Su corazón se detuvo. De repente, todo fue borroso. Náuseas lo abrumaron y sus rodillas se doblaron. Apoyó su mano contra el marco de la puerta para no caerse. El olor acre de muerte y miseria llenaron sus fosas nasales y una mano como hielo se sujetó alrededor de su corazón.

—No —susurró, tratando de enfocar sus ojos. Pero sin importar lo mucho que intentara o deseara alejar la imagen, estaba allí para quedarse, burlándose de él.

Una versión más antigua de Portia le sonreía, el parecido familiar era evidente. Ella tenía el aspecto de su madre. Nada de su padre, ni los ojos, ni la nariz o la barbilla. Es por eso que nunca lo había visto, nunca podría habérselo imaginado.

Pero tenía que ser su padre. No había otra razón por la que Portia llevaría una foto de Franz Müller en su billetera.

—Zane, estás dejando que el frío entre —su angelical voz gritó desde el interior de la cabaña.

El nudo en su garganta, le impedía responder.

Había hecho el amor con el engendro de Franz Müller, el hombre que más odiaba en ese mundo. Había pensado estar enamorado de su hija. Sólo unos minutos antes había soñado con un vínculo de sangre con ella, una unión para toda la eternidad.

Las manos le temblaban de ira ante la injusticia de todo. ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Para enamorarse de una mujer que nunca podría permitirse en su vida? Porque todo lo que ella representaba, era el mal. Nada bueno podía venir de un hombre como Franz Müller. Todo lo que tocaba era malo. Su semilla sólo podía crear mal.

—¿No vienes?

Portia estaba en la puerta, su mirada de repente cayó a la billetera en sus manos.

—Oh, gracias… —Hizo una pausa—. Esos son mis padres.

Poco a poco, al igual que el asesino que él era, levantó la cabeza y la estudió. Incluso ahora que él la miraba con más detenimiento, no podía ver ningún parecido entre ella y su padre.

—¿Qué pasa? —La preocupación se mezclaba con su voz.

—¿Es este tu padre biológico? —Él le preguntó, señalando la imagen y aferrándose a la última esperanza contra toda probabilidad, de que ella no fuera su hija, después de todo.

—Por supuesto, ¿por qué?

Una ola de dolor se estrelló contra él, convirtiéndose en rabia. Y como se había enseñado a sí mismo en los años de espera para su venganza, calmó su cuerpo y dejó que se drenara toda la emoción de él. Todo lo que quedaba ahora era frío eterno. Sintió el frío físico, y era todo lo que protegería su corazón ahora, un muro de hielo.

Ante él estaba la posibilidad de hacer daño a Müller de la forma más cruel, alejando a su hija de él, para hacerla sufrir. Sus garras emergieron, y sus colmillos se alargaron, mientras trataba de mantener la bestia bajo control.

Un destello de temor cruzó los rasgos faciales de Portia, e instintivamente dio un paso hacia atrás—. ¿Qué pasa? ¿Hay alguien ahí fuera?

Movió la cabeza lentamente y deliberadamente—. No. Estamos solos.

Estaba solo con la hija de Müller. Su mirada se concentró en el rápido pulso de su cuello. No necesitaba mucho para rasgar su garganta. Pondría resistencia, pero él era más fuerte. Müller lo había hecho más fuerte. Todo era culpa de Müller.

—Tu padre es Franz Müller.

El grito que escapó de los labios de Portia, los labios que había besado unos pocos minutos antes, eran apenas audibles. Su cabeza iba de un lado a otro, en silencio negando su reclamo.

—No —susurró—. No.

Sus ojos se movieron nuevamente a la foto en su cartera.

—Es él. —Zane no reconoció su propia voz. Era la de un extraño.

—Debes estar equivocado —suplicó con los ojos llenos de humedad, abriendo su boca con incredulidad—. No puede ser él. No, no puede ser Müller. El nombre de mi padre es Robert Lewis.

Pero sus palabras no hicieron nada para cambiar los hechos. Nunca olvidaría su rostro. Y el rostro de Müller estaba impreso en su mente. Lo había perseguido durante más de seis décadas. Ahora el rostro de Portia lo perseguiría por igual.

—Un nombre no significa nada. —Habían cambiado sus nombres: Brandt y los demás. Al igual que Zane había puesto su propio nombre a descansar.

—Tú eres la hija de Müller.

Maldita por nacimiento.

El asesino dentro de él exigía satisfacción. El mal que representaba Müller tenía que ser aniquilado, destruido y muerto. Zane apretó sus garras entre los puños, tratando de contener la ira que amenazaba con apoderarse de él.

—Zane, por favor. Me estás asustando.

Él mostró sus colmillos, y esta vez no tenía nada que ver con deseo y pasión—. Deberías tener miedo. Nada bueno viene de un hombre como Müller. Su semilla produce solamente maldad —espetó.

El pánico se instaló en sus ojos, ojos que ahora se llenaron de lágrimas—. Pero ambos nos amamos. Tú me amas.

Zane dejó escapar desde su garganta una risa amarga—. ¿Amor? ¿Crees que podría amar a la hija del hombre que robó mi vida? ¿Quién mató a mi hermana? ¿El que se llevó todo de mí? —Su voz resonó a través de la noche.

—Pero…

—¡Fuera! ¡Fuera de mi cabaña! —Por cuánto tiempo podría mantener al asesino dentro de él atado, no lo sabía, pero no pasaría mucho tiempo hasta que se abalanzara sobre ella y le quitara la vida que su padre le debía.

—¡Fuera de mi vida!

Como una cierva asustada, Portia se le quedó mirando, con los labios temblando y lágrimas corriendo por su rostro.

—¡CORRE, no camines! —Llegó con los puños apretados por propia voluntad, dispuesto a atacar—. Corre, antes de que te mate, como lo haré con tu padre.

Zane cerró los ojos por un momento, frenando el impulso de hacerle daño y a su vez, hacerle daño a Müller. Cuando abrió los ojos, Portia corrió junto a él por la puerta hacia la noche. Se obligó a no escuchar los sollozos que irrumpían de su garganta, para no inhalar su olor que flotaba junto a él. No correr detrás de ella y retenerla. No retractarse de sus palabras y decirle que nunca le haría daño. Porque él no podía estar seguro de que no lo haría. Dentro de él, el asesino se escondía, en espera de su presa, enojado por haber sido privado de su venganza.

Con la última parte de su humanidad, había luchado contra su demonio interior por la supremacía, y le permitió escapar, pero si alguna vez se cruzaba en su camino una vez más, estaría mejor muerta. Tan muerto como él lo estaba ahora.

Volvió el rostro hacia el oscuro cielo de invierno—. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡Tú eres un Dios cruel! —Maldijo. Un Dios que le había demostrado lo que era el amor y después se lo había llevado al instante siguiente.

Zane sentía tinieblas invadiéndolo. Esa vez, no lucharía contra ellas. No había ninguna razón para hacerlo. Había perdido todo lo que había significado algo para él. Ahora había perdido a Portia y con ella, su única oportunidad de amar. Que la oscuridad se lo lleve. Tal vez ese había sido siempre su destino, y simplemente no había querido verlo.

Él era un asesino que sólo vivía para la venganza, y tomaría su venganza. Mataría a Müller, ahora que él sabía dónde encontrarlo.