La luz del día vino y se fue, su tiempo en la cama sólo fue interrumpido por viajes cortos para sacar al perro y darle de comer.
Portia rodó a su lado y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. El aroma de Zane aún persistía. Ella debió haberse dormido en algún momento cerca del atardecer. Sus ojos se posaron en el reloj de la mesita de noche. Eran apenas pasadas las nueve de la mañana.
Estirando los músculos con su agradable dolor, se levantó de la cama y tomó una de las camisetas de Zane de su armario. Vestida sólo con la camisa que le llegaba casi hasta la mitad del muslo, entró en la sala de estar.
Zane estaba sentado en un pequeño escritorio, de espaldas a ella, vestido con una camiseta y calzoncillos. En puntillas, ella se acercó a escondidas, pero su plan silencioso fue anunciado por el ladrido feliz de un perro.
—¡Z! —sentenció ella—. Estás echando a perder todo.
Zane se volvió hacia ella, dejando al descubierto la pantalla de la computadora que había estado escondida por su cuerpo—. ¿Qué estabas tratando de hacer? ¿Luchar contra mí para que pudieras hacer lo que quisieras conmigo?
Portia se inclinó para acariciar al cachorro mientras se movía con entusiasmo alrededor de sus piernas—. ¿Tendría que luchar por eso?
Ella dio un paso poniéndose al alcance de Zane, y sus brazos al instante llegaron a su cintura, atrayéndola más cerca.
—Me gustaría pelear contigo todos los días. —Hundió la cara en su estómago, inhalando su aroma.
La mirada de Portia cayó sobre el monitor, hacia un programa de correo electrónico que estaba abierto—. ¿Qué estás haciendo?
—Estaba revisando los mensajes. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el ordenador—. No puedo hacerlo desde mi teléfono celular, de lo contrario mis colegas me pueden rastrear, y no hay línea fija en la cabaña. Pero yo tengo un programa que registra los mensajes de mi celular y los transcribe.
—¿Te los envía a tu correo electrónico? —preguntó—. Eso es útil. ¿Pero tus colegas no pueden rastrearte desde dónde accedes a tus mensajes?
—Las posibilidades son muy bajas. Todo está codificado y es enviado a través de varios servidores. —Él la sentó sobre su regazo, con los labios en busca de su cuello y acariciándola allí—. Pero yo tenía que saber lo que está pasando en San Francisco.
—¿Algo de qué preocuparse?
Él negó con la cabeza—. Mis compañeros están furiosos. Nada nuevo.
Los ojos de Portia se enfocaron en una oración del mensaje que se mostraba actualmente en la pantalla y lo leyó—. ¿Quinn tiene una pista sobre el asesino? ¿Y me estás diciendo que no hay noticias?
Zane ni siquiera movió la cabeza y siguió mordisqueando su piel—. Quinn está mintiendo. No tiene nada. Es una trampa.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —continuó leyendo el mensaje, donde Quinn hablaba de un chip de teléfono celular y varios números de teléfono que estaban programados en él.
—Él está tratando de engañarme para que regrese, y está usando la única cosa que yo más quiero para hacerlo.
—¿Pero qué si está diciendo la verdad?
Zane alzó la cabeza y la miró—. Quinn fue el que me delató con mi jefe. Él es el que les dijo sobre nosotros. Es por eso que me quitaron de la misión. Confía en mí, él está tratando de jugar conmigo ahora mismo.
—Oh, pero parecía un buen tipo.
—¿Bueno? Eso es lo que todo el mundo piensa porque tiene el rostro angelical de un estudiante universitario. No dejes que eso te engañe. Él es un hombre peligroso. Y ya no es un amigo. —Había un tono áspero en la voz de Zane.
Portia le dio un beso suave en los labios—. Lo siento.
—No es tu culpa.
Ella sacudió su cabellera larga—. Lo es. Si no te hubiera molestado para que hicieras esto, no habrías perdido a tu amigo.
—¿Me hubieras molestado? —Sonrió con suavidad—. Creo que es una manera de ver las cosas. —Él inclinó su boca sobre la de ella.
—Entonces regresa a la cama —susurró, sintiendo hambre físicamente. Su cuerpo le respondió al instante, sus pezones se tensaron como puntos duros, la lava caliente disparaba a través de sus venas en lugar de sangre.
—No puedo. —Zane se echó hacia atrás.
Su negativa la sacudió. ¿Habría tenido ya bastante de ella? La decepción estaba en la puerta, lista para entrar.
—Tengo que ir a alimentarme. —La apartó de su regazo y se levantó—. Déjame que me vista. Te lo prometo, estaré de regreso en una hora.
Atónita, se quedó ahí por un segundo, mientras él caminaba hacia la habitación. A continuación, los labios se entreabrieron y las palabras brotaron de ellos—. ¿Por qué no quieres de mi sangre?
Zane se sacudió para detenerse súbitamente.
Sus ojos se clavaron en su espalda, y se dio cuenta de que sus hombros se tensionaron.
—Portia —comenzó antes de que su voz se quebrara.
—¿Por qué?
En cámara lenta, se volvió. Sus ojos estaban de color rojo brillante y sus afilados colmillos salían de sus labios. A medida que su mirada recorrió hacia abajo, se dio cuenta de que en su bóxer tenía una tienda de campaña. Se le hizo agua en la boca en respuesta, y se dio cuenta de que el pensamiento de beber de su sangre lo excitaba.
Dio dos pasos decisivos en esa dirección, sin embargo, él aún no se movía.
—Quieres de mi sangre, ¿no es así? —ella dijo.
Su mano se acercó para acariciar su pulso en el cuello, llamando su atención sobre él.
—Entonces, ¿por qué no la tomas? ¿Por qué no hundes tus colmillos, y bebes de mí?
Se humedeció el labio inferior, la imagen que sus palabras pintaban hacían que sus rodillas se debilitaran y su pulso se golpeara contra su piel.
Los pies de Zane finalmente se movieron, sus pasos vacilantes lo llevaron más cerca hasta que se encontró sólo a unos pocos centímetros de ella.
—Sí —suspiró ella—. Quiero que me muerdas.
Su mano cayó hacia su bóxer, rozando bajo ellos su duro pene. Se sacudió mientras tiraba su cintura hacia abajo y la liberaba.
—Y yo quiero tu pene dentro de mí.
Envolvió sus manos alrededor, sintiendo el calor bajo sus dedos—. Profundo.
Le acarició por toda su longitud—. Fuerte.
Su respiración entrecortada rebotó contra ella—. Mierda, Portia.
Su mano se posó sobre la de ella reprimiéndola, deteniéndola de repetir sus movimientos—. Si tomo tu sangre, no seré capaz de detenerme.
—Cuando —le corrigió ella—. Cuando tomes de mi sangre, ambos nos aseguraremos que no me hagas daño.
***
Zane cerró los ojos, las sensaciones corrían por su cuerpo con demasiada intensidad para soportarlas—. ¿Portia, estás segura de que quieres hacer esto?
¿Le había realmente ofrecido su sangre o estaba alucinando porque necesitaba sangre? Después de todo lo que sabía acerca de él ahora, ¿todavía creía que él era digno de tomar ese regalo, que le permitiría la última intimidad de alimentarse de ella?
Las pasadas veinticuatro horas lo habían agotado. Apenas podía recordar cuánto había pasado sin comer, pero él sabía que había sido hace mucho tiempo. Hacer el amor con ella toda la noche y el día, le habían robado sus reservas, y ahora estaba agotado. Si no recibía sangre en las próximas seis horas, el hambre crecería en proporciones aterradoras, y su control se rompería. Maldición, probablemente incluso atacaría hasta al perro para alimentarse, a pesar de que la sangre del animal le daría poco alimento.
Sabiendo lo cerca que estaba de ceder a la sed de sangre que rondaba justo debajo de la superficie, ¿cómo podría aceptar su oferta? ¿Y si él no podía detenerse?
Su lado oscuro levantó su cabeza. Ella tendría un sabor delicioso, mejor que cualquier cosa que jamás había probado. Cogerla al mismo tiempo, lo haría mucho mejor.
—Tú lo quieres —la voz de ella repitió.
—¿Pero lo quieres tú?
—Yo quiero lo que tú quieres. Cuando bebí de ti, fue lo mejor que he probado jamás.
Los ojos de Zane descendieron a su garganta, donde su pulso saltaba sobre su piel.
—La mejor cosa que nunca he sentido —continuó, su voz era sólo un soplo—. Quiero que sientas lo mismo.
No sería lo mismo. Sería mucho más. Su sangre era mucho más potente que cualquier vampiro de sangre pura. La suya tenía la dulzura de la sangre humana. No sólo lo alimentaría y lo fortalecería, haría que la conexión que ya existía entre ellos se pronunciara más.
Él lo había sentido al instante el momento en que Portia había tomado su sangre, y luego otra vez más tarde, cuando habían hecho el amor una y otra vez. Había algo entre ellos que no podía negarse, aunque quisiera. Quería reclamarla como suya, maldita sean las consecuencias, y ella estaría de acuerdo, lo leyó en su cara expresiva. Pero no sería correcto. Ella era joven y él era su primera experiencia. No tenía derecho a unirla a él, cuando esto era sólo un capricho temporal de su parte.
—Portia, no me tientes más.
Ella llevó una mano hacia sus labios y rozó el dedo índice sobre su colmillo. Una llama de deseo lo atravesó.
—Así que estás tentado.
A pesar de la mano que él había apretado sobre la de ella, la cual tomaba su pene, se las arregló para pasar a acariciar su pene.
—¡Mierda! —Susurró.
—Muérdeme. Toma mi sangre.
¡Ah, mierda! Incluso él no tenía la fuerza suficiente para resistir. Con un movimiento fluido, la levantó del suelo y la llevó hasta el sofá, dejándose caer sobre él mientras la colocaba en su regazo. Sus piernas se separaron, y la camiseta que llevaba se le subió, dejando al descubierto su falta de ropa interior. Dejó escapar un gruñido de agradecimiento.
El aroma de su excitación al instante lo envolvió por completo, sólo intensificando su hambre.
—Esto no será suave —advirtió antes de que estrellara su pene en su centro blando. Seda líquida lo envolvió, su calor y humedad lo intoxicaban.
Su cabeza cayó hacia atrás, dejándole al descubierto su cuello en toda su vulnerabilidad. La piel de marfil lo tentaba, el pulso que golpeaba contra ella actuaba en cuenta regresiva para su acercamiento. Tap… tap… tap, lo llamó, pero sus ojos se perdieron hacia abajo.
Había tenido sus colmillos en tantos cuellos en las últimas décadas, que quería algo que pudiera marcar esta vez como diferente de todas las otras veces. Sus manos se acercaron a agarrar el cuello de su camiseta. Él la rompió, partiéndola en dos por la mitad.
Portia se quedó sin aliento, sus ojos se abrieron, mientras la comprensión florecía—. ¿Qué…?
—Demasiado tarde, Portia. —Demasiado tarde para protestar ahora.
Su acción no podía ser detenida, ni por ella, y ciertamente no por él. Con una mano, él le acunó el pecho, disfrutando del peso en su mano. Debajo de la pálida piel, sus ojos penetrantes notaron los vasos sanguíneos que estaban sentados cerca de la superficie, lo suficientemente cerca como para oler su dulzura.
Se le hizo un nudo en la garganta y su pene se sacudió en su interior.
—Móntame —ordenó con profunda voz.
Ella se levantó sobre sus rodillas, retirándose, luego volviendo a bajar, empalándose a sí misma de nuevo.
—¡Más fuerte!
Su cuerpo se tensó, acogiendo sus movimientos. Él había esperado disfrutar de este momento, pero su control se había roto en pedazos. Sin otro pensamiento coherente, hundió la boca en su pecho, tirando del pezón en la boca. A medida que pasaba la lengua sobre ella, sus colmillos se enterraron en su carne a cada lado del pezón, extrayendo sangre de su teta.
Portia se sacudió bajo su control sólo por un instante, antes de que sus gemidos sin aliento derivaran a sus oídos. Su rica sangre pasó por encima de su lengua y por la parte posterior de la misma, corriendo por su garganta, los diferentes sabores irrumpían en sus papilas gustativas. Picante y dulce al mismo tiempo, era todo lo que había soñado y más.
Él gimió, sus caderas empujaban en sincronía con los movimientos de Portia mientras continuaba montándolo, sus músculos se tensaban apretándose alrededor de él en cada golpe y soltándolo en cada retirada.
Cuando su mano acunó la parte de atrás de su cabeza para mantenerlo lo más cercano a su pecho, el corazón de Zane saltó de alegría. Se sentía aceptado y querido por una mujer que podía tener a cualquiera. Sin embargo, ella lo había escogido a él para mostrarle lo que el placer y la pasión significaban. ¿Querría más de él? ¿Podría esperar que a pesar de su juventud e inexperiencia, su corazón podía sentir lo mismo que él?
Él se sacudió la idea, porque no quería manchar esa experiencia con la inevitable decepción que vendría después. Todo lo que podía pedir era ese momento, el momento de la posesión total, de la aceptación, de la rendición.
Portia estaba en sus brazos, gimiendo de placer, cabalgándolo duro y rápido, instándole a tomar más de su sangre. Sólo el presente contaba. No había pasado, ni futuro. Sólo el aquí y ahora.
Con su sangre llenándolo, llegando a cada célula de su cuerpo, se sentía como el hombre más rico de la tierra, un hombre que lo tenía todo, que no le faltaba nada. Y al mismo tiempo, no tenía nada que darle, sólo su cuerpo, sólo el amor que estaba dentro de él, reprimido y oculto. Podía admitirlo ante sí mismo ahora, pero nunca podría decírselo a ella. Era el único secreto que tenía que seguir ocultándole. Porque si ella sabía de sus sentimientos, se sentiría obligada a ofrecerle más. Ella era demasiado dulce para dejarlo. Podría confundir sus propios sentimientos con amor, cuando lo que sentía no eran más que deseo y ansia de algo que ella apenas acababa de descubrir: sexo.
Cargarla con sus propios sentimientos, era erróneo. Sin embargo, no le impidió traerla más cerca hacia él, clavar más sus colmillos y beber más de su dulce esencia. Y no le impedía empujar con más fuerza en ella, llenando su canal estrecho con su dura longitud que estaba lista para estallar.
Y no le impidió desear el dejar algo de él, el querer que su semen echara raíces en ella. Para crear otra vida. Al mismo tiempo, sabía que era imposible: sólo con un vínculo de sangre las parejas podían concebir, y nunca la obligaría a ese vínculo. Si lo hacía ahora en el calor de la pasión, nunca le perdonaría su unión con él para toda la eternidad.
—Más —susurró ella y bajó la cabeza a su oído.
Pero él sabía que no podía aguantar más. Ya, sus movimientos habían disminuido y su voz sonaba letárgica. Dejó caer la mano entre sus cuerpos y frotó el pulgar contra su clítoris, primero acariciando con suavidad, luego más fuerte.
Zane quitó los colmillos de su pecho, lamiendo sobre las incisiones que sus dientes habían dejado. Su saliva las cerró de forma instantánea y reparó su piel.
—¡Oh, Dios!
Sintió que su orgasmo atravesó su cuerpo y dejó de lado su control. Su liberación pasó a través de sus células como una bomba atómica, destruyendo todo a su paso.
Portia se derrumbó contra él. Le quitó la camiseta rota y la acunó contra su pecho.
—Niñita —murmuró en su pelo. Había mucho más que quería decir, pero no pudo.
Su respiración susurraba sobre su cuello—. Prométeme que te alimentarás siempre de mí.
Los músculos de Zane se tensaron. Él no podía hacer ninguna promesa, aunque deseara todo lo que le estaba ofreciendo—. No puedo.
Se apartó de él, y su cara le dijo todo lo que necesitaba saber. Ella era tan fácil de leer, y en ese momento, quiso que fuera diferente. Pero vio lo que estaba escrito: el daño que estaba haciendo al rechazarla. Y como una estaca, ese mismo tipo de dolor llevó a su corazón.
Portia se movió para salirse de su regazo, pero se apoderó de sus brazos y la detuvo, moviendo sus caderas al mismo tiempo para introducirse de nuevo en ella.
—Tú no entiendes, Portia.
Ella lo atacó con una mirada fulminante—. Oh, lo entiendo. Que ya has tenido suficiente de mí.
Zane le enseñó los colmillos—. ¡Estás equivocada!
Ella luchó contra su control. Enojado con su desafío, la volcó sobre su espalda, y se puso sobre ella. No había escapatoria ahora, a pesar de que ella lo empujara.
—No soy yo quien no te quiere. —¿Por qué siquiera le estaba diciendo eso? No le debía ninguna explicación. Sin embargo, su estúpida boca, no recibió el mensaje y continuó moviéndose—. Nunca resultará lo de nosotros. Tienes toda la vida por delante. ¿Por qué querrías encadenarte a alguien como yo?
Ella sacudió la cabeza, su cuerpo de repente se ablandó debajo de él, amoldándose—. Porque yo te quiero.
—Eso lo dices ahora. Dices eso porque tuvimos gran sexo. Eso es todo lo que es. Estás confundiendo amor con lujuria.
Sus ojos se centraron en él, y algo se encendió en ellos, un destello de comprensión. Tal vez por fin había llegado a ella.
—Y tú, ¿estás confundiendo deseo con amor? O ¿Acaso sabes la diferencia?
Su reto estaba claro, y demonios, debió ser más sabio que el aceptarlo, pero sea lo que fuere, después de su orgasmo o su sangre pulsando en las venas, no pudo resistirse a contestar.
—¡Por supuesto que sé la diferencia! —contestó con los dientes apretados.
—¡Entonces dime, sabelotodo! Dime qué es la lujuria para ti y te dejaré en paz. De hecho, empacaré ahora y volveré a casa. Y nunca más me verás.
¿Nunca la volvería a ver? Su corazón se contrajo dolorosamente ante la cruel idea. Buscó su cara para descubrir si era una mentira, pero nada delató lo que pensaba. ¿Estaba ella dándole una salida, una forma de salir limpio sin perder la cara?
—Dime que no me amas. —Con las dos últimas palabras, su voz tembló.
Cerró los ojos, tratando de luchar contra los sentimientos que la demanda conjuraba. Él debería mentirle, mentir y terminar con esto. Pero el que temblara su voz al final, había llegado muy profundamente en él, exigiéndole ser honesto con ella.
Sin abrir los ojos, admitió lo que debió haber mantenido para sí mismo—. Te amo.
Mientras él hacía un movimiento para levantarse de ella, una pierna se enganchó alrededor de él, sujetándolo por la espalda. Sus ojos se abrieron, y él la inmovilizó.
Había una cálida sonrisa en el rostro de Portia—. Creo que debería explicarte las reglas de nuevo —dijo en voz baja.
—¿Qué reglas?
—Mientras me ames, no te podrás ir.
Él levantó una ceja, sorprendido por su suave tono de voz—. ¿Esa regla funciona para ambos?
Su dedo índice acarició sus labios con un movimiento lento y perezoso—. ¿Por qué no preguntas lo que quieres saber en realidad?
De pronto se sintió alegre, su actitud traviesa lo ayudó a relajarse. Tal vez podría darle una oportunidad—. Dime que no me amas y te dejaré ir ahora.
—Cuando estoy cerca de ti, puedo sentirte aquí. —Ella presionó su mano contra su corazón—. Y cuando te vas, hay un vacío allí. Y me duele. Y el dolor sólo desaparece cuando estás cerca otra vez. Dime, Zane, dime qué es.
Sus ojos eran redondos como platos y tan bellos como siempre los había visto. Adornado a esos ojos estaba el conocimiento que ella sabía la respuesta a su pregunta, pero que quería que él lo reconociera. Quería que él lo aceptara.
—¿Sentiste como que si tu corazón se rompería en pedazos al pensar que nunca nos veríamos otra vez? —Porque eso es lo que él sintió. Y el dolor era insoportable.
Portia asintió con la cabeza.
—Niñita —murmuró y rozó sus labios contra los suyos—. ¿Estás segura?
En lugar de otro movimiento de cabeza, apretó los labios contra los suyos en un beso lento. Su respiración rebotó contra él mientras ella abría sus labios para hablar.
—¿No lo has descubierto todavía? —Murmuró contra su boca.
Zane se apartó unos centímetros para poder mirarla a los ojos—. Tú me amas.
Cómo, no lo sabía, pero en sus ojos brillaba el amor que él no había querido ver a primera vista.
—Te amo, Zane.
¿Alguna vez sería digno de ella? Trató de no pensar en ello, de no preocuparse que posiblemente cambiaría de opinión y se alejaría de él un día. No lo sobreviviría, porque el perderla le robaría el último pedazo de su corazón y lo convertiría en el monstruo que acechaba en las sombras.