Capítulo Veintiséis

—Un vampiro —repitió Müller, con los ojos desorbitados por la sorpresa.

Desde el sillón de tratamiento al que estaba encadenado, Zacharias fue testigo de lo que sería el momento decisivo en la investigación de Müller.

Con la inmortalidad de repente a su alcance, el malvado doctor se acercó a la criatura. Se veía como un humano, a excepción de los grandes colmillos que sobresalían de su boca y las manos que se parecían más a las garras de un animal que a los dedos humanos. Su cuerpo flaco, sus mejillas hundidas parecía estar muerto de hambre, casi tan muerto de hambre como los prisioneros en los otros cuarteles. Los gruñidos que lanzaba el hombre… la bestia, mientras luchaba contra pesadas cadenas que los guardias habían envuelto alrededor de él, resonaban contra las paredes de los cuarteles y despertaron a los sujetos de prueba en las celdas cercanas.

Zacharias cerró los ojos. Era la única manera de aferrarse a la cordura, pensando en los demás no como seres humanos, sino como sujetos de prueba. Sólo cuando se trataba de su hermana, cuando la veía en su celda al pasar en su camino de regreso a la suya, o cuando la oía llorar y gemir, se acordaba que todos eran seres humanos. En esos momentos, él deseaba una manera de acabar con su vida. Pero no había ninguna.

—¡Voy a matarlos a todos! —Gruñó el vampiro en checo, su voz ronca y débil.

Zacharias había aprendido algunas palabras checas de sus compañeros de prisión, lo suficiente como para entender lo que el vampiro estaba diciendo.

—¡Habla! —se maravilló Müller, y luego miró a los guardias—. ¿Tenemos a alguien que hable checo?

Ambos negaron con la cabeza.

—Rápido —instruyó Müller secamente—, encuentren a alguien y tráiganlo aquí.

Cuando el vampiro dio un zarpazo con sus garras a los guardias y chasqueó los dientes en un inútil intento de atacarlos, Zacharias miró a la pobre criatura. Su corazón se llenó de piedad. Tal vez era un animal, un demonio peligroso, pero sometido por los viciosos guardias nazis, el vampiro se convertiría en apenas un sujeto de prueba como los otros en medio de ellos. Un sollozo suave se le escapó. Ninguno de los guardias pareció escucharlo. Sin embargo, la mirada del vampiro se enfrentó con la suya. Por un momento, sólo vio al hombre dentro de la criatura.

Zacharias dijo una de las pocas palabras que sabía en checo—. Lo siento.

Él no lo sabía entonces, pero esa breve conexión de un alma a la otra, fue lo que finalmente le salvaría la vida.

Müller se frotó las manos—. Encadénalo a la camilla. Despierten a Brandt y Arenberg, y tráiganlos ya mismo. Tenemos trabajo que hacer.

Al momento en que los dos subordinados llegaron unos minutos más tarde, nadie parecía recordar que Zacharias todavía estaba encadenado a una silla de tratamiento en la otra esquina de la habitación. Los ojos de todos estaban fijos en el vampiro.

Las instrucciones de Müller eran simples—. Quiero analizar su sangre.

Brandt procedió a extraer la sangre del vampiro encadenado, mientras que Arenberg lo asistía. Müller observó desde una distancia segura.

Cobarde, fue el pensamiento de Zacharias. Con los débiles reclusos humanos, Müller no tenía ningún problema de repartir lesiones y dolor por sí sólo, pero con un vampiro que era más fuerte y que ya había matado a varios guardias durante su captura, el doctor quería ir a lo seguro.

Nadie sabía lo fuerte que era el vampiro, y si las cadenas lo mantendrían. Ya en ese momento, mientras Zacharias miraba con fascinación, permitiendo que sus ojos examinaran al extraño hombre, parecía como si las cadenas se estuvieran extendiendo, el hierro gemía, mientras el cuerpo del vampiro luchaba contra las restricciones.

Sin contacto visual con el vampiro que ahora yacía boca arriba sobre una camilla, Zacharias no podía comunicarse con él sin revelar que entendía un poco de checo. Su instinto le decía que era un secreto que necesitaba guardar.

Cuando el sonido del chasquido de metal llenó repentinamente la habitación, y una de las manos del vampiro se liberó de sus ataduras, los colegas de Müller empezaron a gritar.

—¡Está rompiendo las cadenas!

En lugar de ayudar a sus colegas, Müller se retiró a la seguridad, con los ojos llenos de fascinación—. Tan fuerte —se susurró a sí mismo.

En ese momento, Zacharias podía entender los pensamientos de Müller. Él intentaría cualquier cosa para obtener la fuerza del vampiro, aprovecharla y usarla en sí mismo.

—¡Scheiße! —Brandt gritó antes que la mano del vampiro llegara alrededor de su cuello.

Mientras luchaban y Arenberg trató de someter al vampiro hundiendo una jeringa con contenido desconocido en el cuello, las cadenas de plata que a Arenberg le gustaba llevar alrededor de su cuello, se pusieron en contacto con la piel del vampiro.

Un sonido chirriante fue seguido por el olor a pelo y piel quemados, y se mezclaron con el grito del vampiro, al mismo tiempo que liberaba el cuello de Brandt. Brandt tosió y dio un salto atrás.

—¡La plata! —Müller gritó—. Lo quema.

Corrió hacia Arenberg y arrancó las dos cadenas de su cuello, y luego rápidamente las envolvió alrededor del vampiro.

El prisionero gritaba de dolor, el ardor en su piel era como si hubieran derramado ácido sobre él. Sus movimientos se debilitaron.

—¡Tráiganme más plata! —Ordenó Müller.

Desde esa noche, encadenaron al vampiro con plata. Lo debilitaba, por lo que le era imposible escapar. Las siguientes semanas fueron de agonía, no sólo para el vampiro, sino también para los demás presos. Les tomó varios intentos fallidos antes de que Müller y sus colegas descubrieran cómo podrían a su vez convertir a otros prisioneros en vampiros. Simplemente inyectando la sangre del vampiro capturado no era suficiente. Si bien curaba las lesiones de los presos, no los hacía más fuertes y no los convertía en vampiros.

Sólo cuando descubrieron que la persona que querían convertir tenía que estar al borde de la muerte y hacerlo tomar sangre de vampiro en ese momento, se encontraron con el éxito. Después de convertir al primer prisionero en un vampiro con la sangre del vampiro checo, se aseguraron de mantenerlo débil y privado de sangre humana para que pudiera ser fácilmente controlado.

Zacharias estaba en la celda de al lado del vampiro checo, y durante el tiempo en que Müller y sus colegas no estaban en los cuarteles del hospital, y sólo unos pocos guardias presentes, a menudo murmuraban entre sí. Durante las conversaciones en voz baja, Zacharias se enteró de lo que pudo de los vampiros.

—Nuestra especie es capaz de controlar la mente —dijo una noche.

—¿Controlar la mente? —Zacharias no estaba seguro de haber traducido correctamente.

—Sí, puedo enviar mis pensamientos a los demás para que hagan lo que yo quiero.

—Pero entonces, ¿por qué no les dices que te suelten?

Una sonrisa cruzó los labios cansados de un vampiro—. Estaba muerto de hambre y demasiado débil cuando me capturaron, e incluso ahora, me mantienen demasiado débil para tener la fuerza suficiente para la tarea. Necesito más sangre humana.

Zacharias reaccionó de inmediato, alejándose de las rejas que los separaban—. No —susurró para sí mismo. Se trataba de una estrategia. Si le permitía al vampiro alimentarse de él, se pondría demasiado débil y moriría. ¿Y luego quién salvaría a Rachel?

—Dame tu sangre y te ayudaré a escapar.

Zacharias negó con la cabeza, estaba demasiado asustado para creerle—. Matarás a todos.

En retrospectiva, fue un error habérselo negado al vampiro. Él podría haber salvado a todos, si Zacharias no hubiese dudado de su palabra.

En marzo de 1945, un mes antes de que el campo fuese liberado por el ejército de Patton que se acercaba, Müller había convertido tanto a Zacharias como a Rachel en vampiros para estudiar los efectos en hombres y mujeres de la especie. Rachel soportó los experimentos más horribles: le amputaron los dedos de manos y pies sólo para verlos volver crecer durante su sueño reparador. Mientras el dolor con el tiempo desaparecía, Zacharias reconoció lo que estaba pasando por la mente de su hermana, las mutilaciones y la privación de la sangre, cobraron su precio en su mente y la volvieron loca. Sus ojos tenían un vacío en ellos, que hacía a Zacharias desesperarse.

Cuando se convirtió él, también había sido doloroso, pero lo peor era el hambre constante de sangre que experimentó justo después de la transformación. Había pensado que el hambre que había vivido en los dos primeros años en el campamento había sido insoportable, pero no había palabras para describir la terrible ansiedad que su cuerpo tuvo que pasar, o la vergüenza que venía con ella. Era un animal ahora, ya no era el sofisticado hijo de un abogado que escribía poesía y amaba la música. Ya no era el hombre cuyo nombre era Zacharias Abraham Noah Eisenberg, sólo era una sombra de él, una cáscara que no merecía ese nombre. Todo lo que quedaba de su humanidad era una fracción de lo que una vez había sido: Z. A. N. E.

Pero si pensó que había pasado por lo peor, estaba equivocado.

Una noche, oyó a los guardias decir que el campamento iba a ser parcialmente evacuado y que el hospital y todos sus ocupantes, iban a ser destruidos para que los aliados que se acercaban no encontraran ninguna evidencia de la investigación que Müller estaba llevando a cabo. Desesperado por salvarse a sí mismo y a su hermana, le pidió al vampiro checo su ayuda.

—Ahora tú vienes a mí —dijo el otro vampiro débilmente—. Ahora es demasiado tarde. Estamos demasiado débiles. Los dos necesitamos sangre.

—Dime qué hacer. —Su instinto de supervivencia era todavía fuerte, y Rachel estaba sufriendo.

Miró hacia los ojos vacíos de su compañero de celda.

—Ellos me drenaron y embotellaron mi sangre. Creo que la utilizarán más adelante para crear más vampiros. ¿Quieres escapar? La plata te lo impedirá. Y el control de la mente es una habilidad que requiere de mucha energía.

Z. A. N. E. sacudió la cabeza. No podía darse por vencido. Rachel dependía de él—. Enséñame. Dime todo lo que sabes.

—¿Recuerdas el día que me capturaron?

Él asintió con la cabeza.

—Tú me dijiste ese entonces que lo sentías. Tus palabras me dieron fuerzas, y si uno de ellos no hubiera estado usando un collar de plata, me habría escapado esa noche. Te debo por eso. —Cerró los ojos brevemente, antes de continuar, con la voz haciéndose más débil cada segundo—. Escucha, amigo mío, no me queda mucho tiempo, pero tal vez tú puedas lograrlo. La sangre de un vampiro es potente. Pueden privarte de sangre humana para mantenerte débil y fácilmente controlable, pero si tomas lo último de la mía, existe la posibilidad de que puedas reunir la fuerza suficiente para utilizar el control de la mente sobre el más débil de los guardias para que te desate. Una vez que afloje tus cadenas de plata tendrás que drenarlo. Hazlo rápidamente. Sanará tu cuerpo y te fortalecerá.

Z. A. N. E. tragó. La idea de calmar su hambre, abrumó sus escrúpulos de matar—. Y el control de la mente. ¿Cómo funciona?

—Tienes que concentrarte en lo que más deseas. Sentirás un calor a partir de tu vientre. Te envolverá todo el cuerpo. Cuando sientas el calor, concentra tu mente hacia la persona en la que quieras influir. Dile lo que quieres que haga, y lo hará. Nunca pierdas tu concentración. Olvida el dolor que la plata te está infligiendo. Sólo piensa en tu meta.

La respiración del otro vampiro se volvió más lenta.

—Lo siento.

Mientras los ojos del vampiro se abrían de golpe, un tenue destello brillaba en ellos—. Es hora de morir. Adiós mi amigo, y prométeme, matarás a todos, mata a los hombres que nos hicieron esto.

Z. A. N. E. asintió y bajó la cabeza hacia el cuello del hombre. Cuando hundió sus colmillos en la carne, chupó de la vena hasta que estuvo seca, hasta que los latidos del corazón dentro de la cáscara desaparecieron. Sintió que su cuerpo se llenaba del líquido que le dio vida, sus músculos se fortalecían, su mente tenía pensamientos más claros ahora.

Él era un asesino ahora, y nada iba a cambiar eso.

El vampiro checo, había tenido razón. Con su sangre, se sentía más fuerte, y su décimo intento de control mental, finalmente produjo el resultado esperado: fue capaz de controlar a uno de los guardias y mentalmente le obligó a liberarlo de sus cadenas de plata, mientras que el segundo guardia estaba dormido.

Drenó al guardia que lo había liberado y dejó caer su cuerpo sin vida al suelo. Sintió una oleada de fuerza y poder en su nuevo cuerpo, pero antes de que pudiera llegar al segundo guardia, había despertado y hecho sonar la voz de alarma. De todas partes, más guardias venían corriendo.

En un esfuerzo por crear confusión, Z. A. N. E. logró abrir varias celdas para que algunos de los presos pudieran escapar. Él utilizó el alboroto para buscar a su hermana. Hubo disparos, y una batalla estalló entre los presos liberados y los guardias. La desesperación y la esperanza de un rumorado rescate por los aliados, les proporcionó a las ratas de laboratorio humanos más fuerza de lo que los guardias esperaban, y más de lo que hubieran tenido antes de los rumores.

Pero no había tiempo para que Z. A. N. E. se alegrara. Encontró a Rachel en una de las salas de tratamiento, atada a una camilla. Su cabeza golpeada salvajemente. Su cuerpo estaba roto: habían abierto su vientre, mientras ella aún estaba viva. Sólo podía suponer que habían examinado para ver si los órganos reproductivos eran funcionales.

Su corazón se apretó—. Rachel.

Entonces ella abrió los ojos. Al principio, no se enfocaron, y se quedaron mirando al vacío, pero un destello de reconocimiento se encendió en ellos—. Zacharias.

—Estoy aquí ahora. No podrán hacerte daño nunca más.

Ella sacudió la cabeza, los ojos llenos de lágrimas—. Déjame ir.

—Sí, vamos. Te ayudaré a sanar. Con sangre humana —murmuró. Él atraparía a uno de los seres humanos restantes y la haría beber de él, para que pudiera curarse.

—No. Déjame ir. No puedo vivir así. Déjame ir —rogó, y él comprendió por fin.

—¡Noooooo! —se lamentó él.

Estiró sus manos hacia él, sus ojos repetían su deseo. Luego sus ojos se lanzaron hacia una mesa con instrumentos. Él siguió su mirada y vio la estaca de madera que los médicos habían creado. Cada vez que habían terminado con uno de los vampiros que habían creado, o cuando se temía que la criatura sería demasiado fuerte, lo usaban para asegurarse de que no lo hiciera.

Sus pies se movieron antes de que él supiera que su cerebro ya había tomado la decisión. Cuando su mano se envolvió alrededor de la superficie de madera lisa, sintió como si alguien rasgara su corazón todavía latente en su cuerpo.

Pero cuando volvió a mirar a Rachel y la vio darle una leve sonrisa, él sabía que era la única solución.

—Te amo, Zacharias.

Entonces él hizo lo que tenía que hacer. Fue la última vez que las lágrimas corrieron por su rostro.

Fuertes sollozos lo trajeron de regreso al presente. Las lágrimas no eran de Zane, eran de Portia.

—Niñita, ¿por qué lloras?

—Te lastimaron tanto.

Las cadenas alrededor de su corazón se aflojaron aún más—. No llores por mí. Yo soy un asesino.

Ella sacudió la cabeza, su pelo largo acariciaban su pecho en el proceso—. Ellos son los responsables. No es tu culpa. Ellos son los monstruos.

—La mayoría de ellos están muertos ahora.

Él levantó su cabeza hacia arriba con el pulgar y el dedo índice y secó sus lágrimas.

—El asesino del que Quinn hablaba la otra noche. ¿Era uno de ellos? —preguntó.

—Él era el hijo híbrido de Brandt.

En shock abrió los ojos grandes—. Pero Brandt era un ser humano.

—Ellos usaron la sangre que drenaron de los vampiros que crearon y huyeron con ella, la misma noche que me escapé. Sabían cómo convertir a un ser humano en un vampiro, por lo que realizaron la transformación entre ellos. Fue lo que siempre quiso Müller: inmortalidad y una raza superior. Él tenía lo que quería.

—¿Cómo sabes qué es lo que hicieron?

—Tuve mis sospechas cuando ellos huyeron, y toda la sangre de vampiro ya no estaba. Y lo confirmé más tarde cuando me encontré con uno de ellos. Él era un vampiro entonces. Y yo lo maté. Primero a Wolpers, y luego a Arenberg, a continuación, Schmidt, luego, Brandt.

—¿Y Müller?

—Todavía está por ahí. Él es el que envió al hijo de Brandt en pos de mí, estoy seguro. Me quiere muerto. Sabe que yo lo voy a cazar. Y sabe que no lo dejaré.

La mano de Portia se acercó para acariciarle la mejilla—. Espero que tenga una muerte horrible.

Zane llevó un dedo a sus labios para que dejara de hablar—. Shh. No quiero que te infectes con mi odio. Este es mi asunto.

—Has pasado por muchas cosas. Quiero apoyarte.

Suspiró—. Oh, niñita, no deberías enredarte en esto.

—Demasiado tarde —ella le susurró y rozó los labios contra los suyos.

Su tentador aroma limpió los recuerdos de su pasado y le recordó el por qué habían venido a su cabaña—. Dios, te sientes bien —murmuró mientras la acercaba.

—¿Podemos hacer el amor otra vez?

—Todas las veces que quieras. —Y ni siquiera eso sería suficiente. Pero al menos por unas horas o incluso unos pocos días, podría olvidarse de su pasado, y lo incierto de su futuro, y vivir sólo el momento.