Capítulo Veinticinco

Portia pasó sus dedos sobre el brazo de Zane, una sensación de intimidad y conexión que antes hubiera pensado que eran imposibles. Estar en los brazos de Zane había superado todos sus sueños más locos. El dolor de perder su virginidad había sido fugaz y había sido remplazado de inmediato por el placer intenso que había crecido y crecido, hasta que ella pensó que no podía más.

Ronroneó como un gato satisfecho y se acurrucó más cerca del cuerpo delgado de Zane.

—Mis sentimientos exactamente —dijo él en su oído, y tiró de su lóbulo entre los labios, tarareando en voz baja.

Su sonrisa se intensificó como si quisiera permanentemente imprimirla en su rostro—. Me gustó.

—Sólo «¿te gustó?» —gruñó, mientras que su mano en su estómago le apretaba más firmemente en la curva de su cuerpo… su cuerpo que seguía estando muy duro—. Prácticamente perdiste el conocimiento.

Sus mejillas ardían—. Me dormí. Lo siento.

Él levantó la barbilla con la punta de los dedos y volvió el rostro hacia él—. No lo estés. Me gusta abrazarte.

—Sólo «¿te gusta?». —Bromeó de nuevo.

Sus ojos brillaban en respuesta—. ¿Qué crees tú?

Portia se movió en sus brazos y le acarició la mano sobre el lugar en el cuello, donde le había mordido. La piel había sanado al instante, reparándose a sí misma, pero todavía podía visualizar la pequeña herida.

Los ojos de Zane se oscurecieron y un gemido salió de su pecho—. Todavía puedo sentir tus colmillos allí. —Él la acercó más.

Se lamió los labios, recordando su delicioso sabor, de pronto con ganas de más—. ¿Podemos hacerlo de nuevo?

—¿Sólo la mordida?

—No. Las dos cosas.

—¿Morder y hacer el amor?

Portia sintió que el calor se extendía por su vientre—. Quiero ambos.

—En cualquier momento, niñita. Dime cuando estés lista para mí.

Alentada por su tierna voz y la calidez que sentía de él, rozó nuevamente los dedos por su antebrazo, deteniéndose en el tatuaje en su interior. Ella bajó la mirada hacia el número y lo sintió moverse.

—No hace falta que me digas si no quieres…

—Portia…

Sus músculos se tensaron.

—Debiste haber pasado por un momento horrible. —Ella había notado antes que todo lo que había experimentado en los campos de exterminio, había dado forma a sus creencias acerca de sí mismo. Y ahora que ella había experimentado la pasión que estaba dentro de Zane, quería más. Quería entenderlo, para saber qué más había en su interior. Si él la dejaba entrar.

—Es mejor que lo olvides.

—Pero tú no lo has olvidado. —Debajo de sus dedos, el tatuaje parecía arder.

Zane cerró los ojos—. No. Nunca podré olvidar.

Llevó la mano hacia su mejilla, acunándola. Se alejó por una fracción de segundo, luego colocó su mano sobre la de ella.

—¿Por qué quieres saber sobre eso? —Él abrió sus ojos y la miró.

—Porque quiero saber quién eres. —Ella recogió todo su valor para decir las siguientes palabras—: Porque me estoy enamorando de ti.

Un destello de luz se encendió en sus ojos—. Oh, Dios, Portia. Por favor, no… Tú eres joven. Esta es tu primera experiencia. No sabes lo que estás sintiendo.

Portia sacudió la cabeza. Sus sentimientos hacia él eran intensos y honestos, y sobre todo, muy claros: no era simplemente el deseo lo que la tenía cautiva en sus brazos, era algo más profundo y más potente que cualquier otra cosa que jamás hubiera experimentado—. Yo sé lo que siento.

—Tú no me conoces.

—Entonces ayúdame a conocerte.

Él la miró fijamente, con la mandíbula apretada, su pecho respiraba agitadamente como si tuviera dificultad.

—Por favor —susurró—. Dime quién eres.

Zane cerró los ojos con un movimiento de rendición—. Prométeme algo.

—Cualquier cosa.

—No me juzgarás por lo que he hecho.

Ella se inclinó para besar sus labios con aprobación. Había un sentimiento de desesperación cuando le devolvió el beso, y una renuencia a dejarla ir. Ella reaccionó moviéndose más cerca.

—Yo era un ser humano cuando entré en Buchenwald. Y me escapé siendo un vampiro. Entre esos dos eventos se encuentran cinco años de miseria, dolor y muerte. Los dos primeros años en el campo fueron de duro trabajo, en una fábrica de armamento, apoyando una causa en la cual no creíamos. Vivíamos en condiciones miserables, y pensé que estaba en el infierno. Pero luego me escogieron a mí y a mi hermana para otro programa.

—¿Qué programa? —Portia se hizo eco.

—Lo llamaban investigación médica, pero era mucho más que eso. Era maligno.

***

—Los cuarteles no parecían tan diferentes de los demás, donde se mantenía la población de presos en general, sin embargo, dentro de la estructura de madera, el infierno había sido recreado. Habitaciones, o más bien celdas, se alineaban a todo lo largo del edificio. En el otro lado, los laboratorios con repulsivos envases de vidrio y misteriosos contenidos, brillaban en su esterilidad, contradiciendo la condición miserable del campo.

—Debe haber sido horrible —interrumpió Portia.

Zane asintió con la cabeza—. Inimaginable. ¿Segura que quieres saber acerca de esto?

—Sí. Sigue adelante. ¿Qué ocurrió en los cuarteles?

—Aquí, los prisioneros eran bien alimentados. Sus cuerpos estaban limpios, y los médicos monitoreaban su salud de manera constante. En su superficie, parecía como un hospital moderno, con todo tipo de equipos médicos disponibles a principios de 1940. Cualquier visitante ocasional, no hubiese visto nada más espantoso que dos docenas de presos vestidos con batas de hospital, en lugar del uniforme a rayas que llevaban sus compañeros de prisión en otros cuarteles.

—Pero estos hombres y mujeres no podían considerarse afortunados, todos y cada uno deseaban nunca haber sido elegidos de las barracas infestadas de alimañas, donde se guardaba al resto de los judíos, gitanos, homosexuales y presos políticos. Si hubieran sabido lo que sería su destino, les habría encantado regresar al trabajo duro igual que los otros, más afortunados, realizaban todos los días.

Zane sintió que Portia aguantaba la respiración con la espera.

—Sin embargo, no habían tenido elección. Ellos seleccionaron a mi hermana Rachel y a mí en 1942, dos años después de que entramos en el campo. El día que nos llevaron a los cuarteles de investigación, fue el día que vi a mis padres por última vez. No sé qué les pasó después de eso.

La mano de Portia le acarició el brazo, reconfortándolo.

—Mi cabello ya no era ni la mitad de dos centímetros en ese momento, pero afeitaron lo que quedaba para poder colocar los electrodos que utilizaban para algunos de los experimentos.

—El jefe médico de la institución era el Dr. Franz Müller. Había otros cuatro médicos que trabajan bajo él. Ellos hacían todo lo que les exigía. Nadie cuestionaba sus métodos. Incluso el comandante del campo, Standartenführer Hermann Pister, no interfería. Se le dio rienda suelta a Müller. Sus órdenes oficiales eran llevar a cabo experimentos que ayudarían a los militares alemanes, a la pronta recuperación de sus soldados heridos. Y sobre todo, fue lo que todos estos médicos hicieron, no sólo en Buchenwald, sino también en otros campos como Auschwitz y Mauthausen. Müller era tan cruel como Mengele, y tan loco como el mismísimo Führer. Pero lo peor de todo era su obsesión por dos cosas: la inmortalidad y una raza maestra.

—Oh, Dios mío, yo siempre pensé que algunas de esas historias eran sólo rumores.

Zane sacudió la cabeza—. Los internos eran sus conejillos de indias para experimentar a su antojo. La crueldad era parte del programa. En un principio, ponía a prueba el umbral del dolor que un hombre podría soportar, aplicando lesiones en las heridas, cortes, quemaduras y azotes para determinar lo que el cuerpo humano era capaz de soportar. Los experimentos eran más crueles y brutales de lo que nadie podría haber imaginado: trasplantes de huesos, músculos y nervios de un preso a otro, sin el uso de anestésicos, experimentos de congelación para averiguar cuándo la hipotermia comenzaba, y a qué temperatura del cuerpo sería irreversible.

Él sintió a Portia temblar a su lado, como si físicamente sintiera el frío del que estaba hablando.

—Los experimentos con lesiones en la cabeza, eran algunos de los más salvajes: los prisioneros eran atados a una silla, y sostenían repetidos golpes de martillo en la cabeza. Los gritos eran desgarradores, y los resultados inevitables: daño cerebral irreversible y finalmente la muerte.

—Müller fue a través de cientos de prisioneros. Ellos eran desechables. Cuando se violaba un umbral, matando a un sujeto de prueba, llamaba a los guardias para que les trajeran más de otros cuarteles. Había un suministro ilimitado. Cada día, más venían en trenes, hacinados como ganado. Buchenwald no era un campo de exterminio, pero los presos fuera de los cuarteles de la investigación, morían tan rápido como los que estaban dentro de los experimentos, y los que trabajaban en las fábricas de armamento morían de puro agotamiento y desnutrición.

—Con el tiempo, Müller tuvo suficiente información para tomar las pruebas al siguiente nivel. Él sabía de los límites de hasta dónde el cuerpo humano soportaría, antes de que cediera a la muerte. Pero necesitaba más. Inyectó a los prisioneros con diferentes compuestos, probando qué les permitiría soportar más el dolor, vivir más tiempo, o hacerlos más fuertes. Todo para que pudiera hacer avanzar la ideología racial del Reich: crear una raza maestra, seres humanos que fueran superiores a los demás, por lo que así podrían gobernar el mundo. Mientras que muchos murieron a causa de las inyecciones como consecuencia de los golpes y otras lesiones.

Portia dejó escapar un suspiro—. ¿Cómo podría esa pobre gente, incluso sobrevivir durante tanto tiempo como lo hacían?

Zane miró por un momento—. Yo quise muchas veces morir en ese entonces. Pero no fui tan afortunado. —Ni lo fue su hermana.

—Hicieron lo mismo con las mujeres. Incluso ahora, no puedo sacar esos gritos de mi cabeza. Los gritos de Rachel. Ella tenía dieciséis años en ese entonces, y su vida se acabó antes de empezar. El saber por todo lo que pasó, me dolía más de lo que me hicieron a mí. Y yo fui impotente para detenerlo, sin poder ayudar a mi hermanita.

Respiró estabilizándose, tratando de prestar a su voz la fuerza que siempre perdía cuando pensaba en su hermana.

—Los experimentos, por supuesto, no llegaron a ninguna parte. Todo el programa fue un fracaso, pero Müller no se rendiría. Con cada mes que pasaba, su desesperación por alcanzar su objetivo se manifestaba con brutalidad y cada vez más crueldad… la cara de Müller se había convertido en una máscara de locura, con los ojos a menudo salvajes de obsesión, el cabello siempre despeinado, porque no podía dejar de pasar sus dedos a través de él al contemplar su próximo movimiento y con el pensamiento de nuevas formas para avanzar en su tan llamada: investigación. Entonces, un día en el invierno de 1944, la solución cayó a sus pies.

—Al igual que Hitler estaba obsesionado con el ocultismo, Müller también creía en lo sobrenatural, al igual que los hombres que trabajaban para él. Hubo un extraño suceso en el campo esa noche, y los guardias investigaron. Hallaron a un hombre alimentándose de algunos presos. Bebiendo su sangre. Más tarde me enteré por un preso local que estaba en mi mismo cuartel, que había habido rumores sobre vampiros en aquella región, pero que habían sido descartados como cuentos que se decían para asustar a los niños revoltosos.

—Se las arreglaron para atrapar y capturar al vampiro. Cuando lo llevaron al cuartel de médicos, tenía cadenas tan gruesas como mi muñeca envueltas a su alrededor, Müller no podría haber estado más extasiado.

—¿Cómo? Un vampiro hubiera sido mucho más fuerte que un ser humano.

Zane asintió con la cabeza—. El vampiro mató a varios de los guardias antes que los demás pudieran vencerlo. Resultaba que él estaba cerca de morirse de hambre y demasiado débil para luchar contra ellos por más tiempo.

—¿Qué pasó entonces?

Puso su mano sobre la suya y la apretó—. Cosas terribles pasaron, niñita. Cosas que nadie tendría que haber experimentado.