Zane profundizó su beso al mismo tiempo que se sacaba sus pantalones. Gracias a la entusiasta ayuda de Portia, estaba ya desnudo un momento después. Finalmente, la tendió de espaldas en el colchón y cubrió su cuerpo con el suyo.
A pesar de que la historia le había enseñado al mundo sobre las atrocidades que los nazis habían cometido, y que los judíos no fueron los únicos que habían sido marcados para su eliminación, nunca había sido capaz de librarse de las palabras que habían usado para quebrarlo: sucio judío. Una arraigada creencia que merecía ser el indeseable al cual lo habían convertido en Buchenwald, se mantenía, al igual que la convicción de que nunca sería capaz de limpiar los actos de brutalidad que había cometido en los años siguientes.
Él fácilmente podría haber ocultado su tatuaje de ella por un tiempo más, pero algo le había instado a mostrárselo, ansioso por ver su reacción. No había esperado que fuera tan amable. Sin embargo, cuando Portia besó los números que una vez lo habían identificado como un prisionero, había sentido que las cadenas alrededor de su corazón se aflojaban. Si alguien inocente como Portia podía ver más allá de la marca que todos los días le recordaba su pasado, tal vez había esperanza después de todo. La esperanza que algún día, estaría libre de dolor y de la necesidad de venganza.
Libre para amar.
Prohibió el pensamiento de su mente, y en su lugar trajo la atención nuevamente al atractivo cuerpo de Portia. Era un afortunado hijo de puta, que ella se había metido en la cabeza que él sería el primero. No quiso apresurar el momento, sabiendo que algo como esto nunca le ocurriría nuevamente. Y el hecho de que ella tomaría de su sangre mientras él estaba dentro de ella, hacía toda la perspectiva mucho más dulce.
Sus labios tenían sabor a entrega, y sus manos que ahora vagaban libremente sobre su torso desnudo, hablaban su propio idioma, deseo y pasión, entusiasmo y curiosidad.
Apartó los labios de ella y la miró a la cara. Sus mejillas ardían, y sus respiros eran cortos y rápidos.
—Vamos a tomarlo con calma —le aseguró.
Para su sorpresa, Portia sacudió la cabeza—. No lo quiero lento. No quiero que te contengas.
—Pero tú eres una…
Apretó el dedo en sus labios para hacerlo callar—. Soy un híbrido. No puedes romperme. Por favor.
Zane acarició con los nudillos su mejilla—. ¿Qué quieres de mí, niñita?
—Trátame como a una mujer que te apasiona. Finge que no puedes controlar tu deseo. No importa que no sea real. Sólo hazme sentirlo.
Zane buscó sus ojos—. ¿Fingir? —Apoyó la frente contra la de ella—. No puedo fingir.
Hubo un suspiro decepcionado, y casi le hizo sonreír.
—Yo no tengo que fingir. —Llevó sus labios hacia sus ojos y los besó—. Mira, Portia…
Le tomó las muñecas y las sostuvo a cada lado de su cabeza. Los latidos de su corazón al instante se aceleraron, pero ella no le dio ninguna resistencia.
—… lo que quiero es que jadees cuando empuje dentro de ti, que grites pidiéndome más, rogándome que te coja más fuerte. ¿Puedes fingir eso para mí?
Los ojos de Portia se iluminaron, enviando un rayo de calor a través de él—. ¿Qué pasa si no necesito fingir?
Zane dejó salir un bajo gruñido de aprobación desde su pecho—. ¿Incluso si te hago daño?
—No puedes hacerme daño.
Cerró los ojos por un segundo. Había muchas maneras de las cuales él podía hacerle daño, a pesar de ser un híbrido casi indestructible—. ¿Así que lo quieres de verdad? ¿Quieres sexo sin ataduras, sin reservas?
—Sí.
Sin decir una palabra, él metió su muslo entre los de ella, abriéndola. El aroma de su excitación se intensificó, llenando su dormitorio. Su pene rozó el lado interno del muslo, disfrutando del calor de su cuerpo.
Liberándola de las muñecas, la acunó y la acercó más hacia sí mismo centrándose por encima de su núcleo. Cuando hizo la cadera hacia atrás, su pene se deslizó en el espacio entre sus muslos, acariciando contra su centro húmedo. El breve contacto casi lo deshizo.
Poco a poco, sondeó su entrada, la punta hinchada de su pene presionaba entre sus labios, sintiendo la membrana que protegía su virginidad.
—Dios, eres estrecha —le susurró a su oído.
—Hazlo —instó ella y le acarició el cuello con sus labios.
Zane inclinó la cabeza, anticipando lo que iba a pasar.
La pelvis de Portia empujó contra él. Sin pensarlo, se lanzó hacia adelante, empujando a través del himen que representaba la última barrera hacia su tesoro, instalándose.
En el mismo instante, los colmillos de Portia se hundieron en su cuello, perforándole la piel. Cuando ella llegó a su vena, un placer intenso se clavó a través de él, igualando el placer que sentía al estar alojado muy dentro de su exquisita y ajustada concha.
¡Mierda!
Sus músculos lo apretaron, haciéndolo apretar su mandíbula para evitar una liberación prematura. Él permitió que los gemidos que se construían en el pecho salieran libremente, sin preocuparse por exponerse y dejarle saber el profundo placer que ella le daba. La mano de Portia en la parte posterior de su cabeza lo mantuvo en su hambrienta boca, pero incluso si ella no lo hubiera sujetado con tanta fuerza, no se hubiera retirado. Sus colmillos en el cuello eran la sensación más íntima que jamás había experimentado.
Sólo había una manera de superarlo. Zane se retiró de su concha sólo para sumergirse de nuevo en el interior, llevando su pene más fuerte y más profundo en ella que antes. Estaba humedecida con su excitación, y al deslizarse en ella era pura seda sobre seda.
Su triunfante gruñido se unió a sus suaves gemidos, cuando cayeron en cuenta de sus acciones. Portia no le había dado un regalo, sino dos: ella había aceptado su sangre y le había dado su virginidad. A cambio, él haría lo que ella le había pedido, dar rienda suelta a su pasión y hacerla sentir deseada. Porque así lo era.
Los sonidos como bofetadas de piel contra piel, llenaban la habitación. Mezclados con gemidos suaves y suspiros de Portia y mucho más pronunciados los gemidos de él, un concierto de lujuria y pasión se escuchaba en la pequeña casa que hasta ese momento, sólo había conocido una existencia silenciosa. Ya no más. Los sonidos del amor rebotaban contra el techo y caían sobre ellos como olas rompiendo en una playa.
Sus cuerpos se movían a un ritmo perfecto, como si hubieran hecho esto miles de veces. Al mismo tiempo, todo era nuevo. Y mientras Zane sabía que Portia nunca había estado con un hombre, sintió el recuerdo de otras mujeres desaparecer de él, como si alguien hubiera hecho borrón y cuenta nueva. Se sentía tan virgen, como la dócil mujer en sus brazos. Nunca había sentido nada tan sensual y tan hermoso como la unión de ambos cuerpos. Él no tenía ningún recuerdo de haber tocado alguna vez a otras mujeres. Sólo Portia contaba, sólo su placer era importante. Porque si podía darle placer, sólo serviría para duplicar su propia satisfacción.
Él trabajó su pene dentro y fuera de ella, golpeando su pelvis fuerte y rápidamente, tal y como se lo había exigido antes. Se dio cuenta ahora de que no había manera de que lo hubiera hecho poco a poco. Demasiada lujuria reprimida lo llevaban a golpear su pene dentro de ella, a reclamar su concha para sí, hacerla desear sólo a él, a ningún otro hombre.
El deseo de marcarla revoloteaba por su cabeza, pero sabía que ella era realmente la que lo estaba marcando. No sólo con su mordida, sino también con la huella de sus dedos sobre su piel, dedos que se habían convertido en garras y se habían metido en su carne.
Zane de repente sintió cómo sus colmillos se retiraban de su cuello y lamía sobre las incisiones, cerrando la piel con su saliva.
—No te detengas —le instó y levantó la cabeza.
Ella lo miró, con sus labios manchados con su sangre, sus ojos brillaban. Ella era aún más bella en ese momento.
—Me encanta tu sabor.
El saberlo le dio ganas de aullarle a la luna como un animal salvaje. Ella había probado su sangre, y le encantaba. No podía pedir más. Ya era más de lo que nunca había esperado. Y ahora que su sangre corría por sus venas, él sabía que ella era más fuerte. Su sangre tendría un potente efecto sobre ella y él estaba más que dispuesto a explotar.
Zane se retiró de ella y levantó su cuerpo, sólo para voltear a Portia sobre su estómago.
—¡Oh! —Fue lo único que escapó de sus labios.
—Dijiste que no me contuviera —le recordó y capturó sus caderas con las manos, tirando de ellas hacia arriba.
Con su trasero en forma de corazón se echó hacia atrás, y abrió las piernas.
—Buena chica —elogió.
Ella gimió cuando él metió la mano entre sus mejillas y a lo largo de la fisura, antes de que él pusiera un dedo en su caliente concha.
—Te voy a coger por detrás. ¿Quieres saber por qué?
—¿Por qué? —Era más un quejido que una voz.
Se colocó en su centro, sacando el dedo y guiando a su pene hacia sus brillantes pliegues. Su piel estaba roja e hinchada, pero él no le daría su indulto. Podía aguantarlo.
—Cuando estás sobre tus manos y rodillas, tengo un control completo sobre ti. Puedo cogerte tan duro como yo quiera. Estarás bajo mi misericordia.
—Sí… ¡oh, Dios! Sí…
Zane penetró en ella, estrellando su pene hasta su empuñadura tan fuerte, que todo su cuerpo se levantó y se movió un par de centímetros hacia la cabecera. La agarró por las caderas y la tiró hacia atrás, empalándola para que su completa longitud se enterrara en ella.
—Otra vez —lo estimuló.
No necesitó que se lo dijera dos veces. Zane repitió su acción y a un ritmo que lo llevaba rápidamente hacia el abismo. Pero él no podía permitirse terminar antes de que la hiciera terminar primero. Liberando su cadera derecha, deslizó su mano sobre su estómago llegando hasta su nido de rizos, para encontrar su clítoris.
Completamente hinchado, se asomaba por debajo de su cubierta. Con los jugos que salían de su concha, mojó su dedo y lo frotó sobre su sensible órgano, provocando un pronunciado gemido de Portia.
—¡Oh, Dios! —Jadeó.
Zane frotó su pulgar sobre ella otra vez, hacia adelante y hacia atrás, luego en círculos, cada vez poniendo mayor presión. Observó sus reacciones y perfeccionó su caricia a su preferencia, al mismo tiempo que penetraba profunda y fuertemente en ella por detrás.
Cuando de repente sus músculos interiores se apretaron en torno a él, lo golpeó de la nada. Su pene dentro de ella convulsionó, arrojando su semen dentro de su vientre mientras ella continuaba ordeñándolo. El alivió sólo un poco la presión sobre el clítoris, permitiéndole cabalgar sobre las olas que azotaban su cuerpo. Cuando se calmaron poco a poco, le acarició el sensible bulto de nervios una vez más, llevándola al límite, una vez más, hasta que finalmente se derrumbó debajo de él.
Negándose a abandonar su cuerpo, rodó hacia un lado, llevándosela con él. Apretó su lindo trasero contra la ingle, manteniéndose alojado profundamente en su interior. Su espalda moldeada a su pecho mientras ella suspiraba satisfecha.
Zane puso la cobija por encima de ellos y envolvió sus brazos alrededor de ella.
—Zane —murmuró ella fatigadamente.
—¿Sí, niñita? —Él alisó su pelo detrás de la oreja.
Cuando ella no respondió, estiró el cuello para mirar su cara. Sus ojos estaban cerrados, e incluso su aliento, confirmaban que ella estaba dormida.
Dormida en sus brazos, confiando en él para mantenerla a salvo. Ya no era más una virgen.