Mía.
Zane nunca le daría voz al mismo, sin embargo, el pensamiento rebotó en la cabeza, prohibido e inalcanzable como estaba. Pero el hecho de no poder actuar en consecuencia, no detuvo dicho deseo de repetirse una y otra vez. Mía, mía, mía. Al igual que una canción en un circuito que daba la vuelta con tanta regularidad como segundos pasaban en un reloj. Sin medios para decirle a su mente que él no tenía derecho a hacerla suya, a reclamarla como suya, hizo lo único que podía: le prodigó a su cuerpo la pasión que había tenido encerrada dentro de él durante tanto tiempo.
Sus labios se cerraron alrededor de un tenso pezón, rozó la lengua sobre él y disfrutó del gemido sin aliento que Portia liberaba. Ella era más sensible de lo que hubiese esperado que fuera una virgen. Al mismo tiempo, sus respuestas hacia él eran puras y genuinas, como las que sólo una mujer sin experiencia podría hacer. Descubrió que le atraían más que el artificial gemido y gruñido de las prostitutas que frecuentaba.
Cada gemido y suspiro de los labios de Portia se sentía como un regalo. Y egoísta como era, obtuvo más de ellos succionando más fuerte y trabajando el otro pecho con la mano, apretando y moldeándolo en su palma. Tan firme y tan suave, su cuerpo era una contradicción de términos.
Sin poder obtener lo suficiente de ella, se dejó caer al suelo de baldosas y la acercó hacia él, acostándola sobre la suave alfombra de baño. Sus manos recorrían su cuerpo, explorando un territorio inexplorado.
Cuando siguió un camino de besos por su vientre, la cabeza de ella se alzó—. ¿Zane? ¿Qué estás haciendo?
No era una amonestación, sino una pregunta coloreada con sorpresa e incredulidad. Levantó los párpados y chocó con su intensa mirada, sus ojos verdes brillaban con lujuria. Ella tenía que saber lo que se venía. A pesar de que era una virgen, no podía ser tan ignorante.
—Tengo que probar tu concha.
Su respiración se saltó, y sus fosas nasales se abrieron mientras el aroma de su excitación se intensificaba.
—No tienes que hacerlo —susurró una débil protesta, pero sus ojos decían otra cosa. Quería sus labios sobre ella, su lengua dentro de ella.
—Tengo que hacerlo.
Ni una horda de cazadores de vampiros persiguiéndolo con estacas, podría detenerlo ahora. Bajando la cabeza, movió las manos hacia sus muslos y los separó, abriéndola para su propio placer.
Un triángulo de rizos oscuros recibieron su acercamiento, y el tentador olor de la juventud y la pureza le hacía señas para moverse más al sur. Hundió su cara entre sus muslos abiertos e inhaló, permitiéndole a su olor devorarlo. Todo lo demás se desvaneció en un segundo plano. Pronto olvidó el frío suelo de las baldosas. E incluso el suave ladrido de su perro en la habitación de al lado, disminuyó. Las únicas cosas que sus sentidos fueron capaces de procesar eran su olor y el contacto de su piel sedosa entre sus manos. Sus suaves y casi inaudibles gemidos, proveían música de fondo a esa tentadora imagen de mujer atractiva y dispuesta.
Zane acarició con los dedos por los muslos, permitiéndoles converger en los pliegues húmedos de su sexo. Cuando rozó la cálida hendidura, Portia se sacudió.
—Seré amable —se oyó tranquilizarla. ¿Amable? ¿Podría serlo realmente? ¿Podría ser tierno y cuidadoso con una mujer tan preciosa como ella? ¿O acaso su deseo por ella desataría el lado bestial que había en él?
Quería dar marcha atrás, para tratar de ponerse bajo control para no hacerle daño, cuando de repente sus manos acariciaron su cráneo, sus uñas suavemente rozaban su piel. Él perdió su capacidad de moverse. Un escalofrío le recorrió justo a través de su pene, haciéndolo soltar una pre-eyaculación.
Zane lamió con su lengua su piel, lamiendo los jugos que la cubrían. Todo su cuerpo se puso rígido con el primer sabor de su inocencia.
¡Demonios!
Nunca había probado algo tan delicioso, y eso que había comido una gran cantidad de conchas en su vida. Eso no se parecía en nada a lo que había probado antes. Su sabor fuerte era rico y maduro, la textura de su piel tan suave y lisa, tentando sus labios y su lengua, haciéndolos sentir un cosquilleo. Su pulso se aceleró, con su corazón latiendo en su pecho como si quisiera saltar fuera de su cuerpo hacia el de ella.
Portia era mejor que la mejor sangre que había bebido.
La necesidad de poseerla corrió través de cada célula de su cuerpo.
Mía, su mente volvió a gritar, ensordeciéndolo. Las emociones en conflicto se enfrentaron en su corazón, la necesidad de tomarla por un lado, y protegerla de sí mismo por el otro. En medio de esas dos fuerzas, una tercera llegó a su cabeza: el deseo de protegerse de enamorarse de ella, de dar su corazón sólo para que fuera roto en pedazos cuando ella escapara de él.
Zane apartó sus pensamientos, obligándose a sí mismo sólo a vivir el momento y tomar lo que ella estaba dispuesta a darle: su cuerpo, nada más. Tendría que conformarse con ello, aunque él quisiera más ahora. Él haría hasta lo imposible para tentarla a que le diera más. Ya había violado la ética de Scanguards, y una a una fue rompiendo cada regla que se había puesto para sí mismo: nunca involucrarse, nunca darle importancia, y nunca tener la esperanza de un amor.
Se había ido todo al infierno ahora mismo.
Todo por culpa de Portia y la forma en que él reaccionaba a ella. Al igual que ella reaccionaba a él. Su cuerpo se retorcía bajo su boca, su pelvis se mecía en su contra, y sus manos seguían acariciando su sensible cráneo.
Por primera vez en su vida de vampiro, estaba agradecido por el hecho de que era calvo. Había hecho su piel más sensible al tacto, y ahora actuaba como una de las zonas más erógenas de su cuerpo además del que ahora, luchaba por escapar de sus pantalones.
Con su lengua, exploró su hermosa concha, empujándola, chupándola y lamiéndola de una forma y otra. Cuando lamió hacia arriba y se conectó con su clítoris, ella dejó escapar un grito sin aliento.
—Tan sensible —murmuró contra el bulto de nervios completamente hinchado.
Pero Zane no le dio respiro. Él quería probar su pasión, su lujuria y su deseo. Necesitaba sentir que se deshacía en su boca, para saber que podía darle algo que ella recordaría, una sensación que nunca olvidaría y siempre lo asociaría con él.
Si bien el sexo siempre había sido un juego de poder para él, para nunca confundirse con el afecto o el amor, mientras Portia se retorcía debajo de él en obvio éxtasis, sintió que su corazón se ablandaba, que la pared a su alrededor se rompía. Sin querer examinar las implicaciones de esto, redobló sus esfuerzos y atrajo su clítoris entre los labios, presionándolos juntos.
Su gemido fue seguido por un escalofrío. Ola tras ola se estrellaron contra sus labios cuando su orgasmo explotó.
Su propia liberación fue impedida gracias a la estrechez de sus pantalones y al cierre que cavaba dolorosamente en su excitada piel. Si hubiera estado desnudo, habría derramado su semen en el suelo de baldosas.
Zane gruñó y siguió lamiendo su clítoris, encendiéndola una vez más. Luego levantó la cabeza y la miró a la cara. Sus ojos estaban cerrados, los labios entreabiertos, mostrando la punta de sus colmillos, y su pecho agitado. Nunca había visto algo más hermoso en su larga vida.
—La próxima vez que termines, estaré dentro de ti.
Sus ojos se abrieron, y su mirada lo inmovilizó—. Ahora.
Su palabra sin aliento, provocó algo desconocido en sus músculos faciales. Se torcieron sus labios moviéndose hacia arriba en una curva, separándose mientras lo hacían. Se llevó una mano a la cara para ver lo que le estaba pasando y se dio cuenta con sorpresa que estaba sonriendo.
No había sonreído en más de seis décadas.
***
El lánguido placer, hizo que su cuerpo se sintiera sin huesos. Portia se había masturbado algunas veces antes, y si bien la había hecho sentir bien, no se podía comparar con lo que las manos y la boca de Zane habían hecho en ella. Se sentía sin peso.
Cuando ella abrió los ojos, miró la cara sonriente de Zane. Se veía tan diferente ahora, más joven y mucho más feliz de lo que nunca lo había visto.
Zane se levantó de entre sus muslos, muslos que se habían extendido de tan buena gana para él sólo pensando en su propio placer. Con fluida gracia, la tomó en sus brazos, sujetándola contra su pecho desnudo, sin quitarse la camisa y los pantalones, la llevó al dormitorio.
Ella apretó la cabeza en el hueco de su cuello y deslizó sus labios contra su piel, besándolo. Sintió que inclinaba su cabeza para permitirle un acceso más cercano. Con un suspiro de aprobación, rozó los colmillos en su cuello, sintiendo el pulso por debajo de la vena que gritaba para que ella rasgara su piel y pudiera beber.
Zane gruñó—. Cuidado, Portia, si me muerdes, te estarás metiendo más profundamente de lo que tú deseas en esto.
Ella lo miró a los ojos y notó en ellos, un extraño brillo. ¿Él la estaba rechazando, lamentaba lo que acababa de hacer? Ella apartó la mirada—. Lo siento.
Cuando la bajó sobre la cama, se deslizó fuera de él, por haber rechazado su mordida. Maldijo su inexperiencia. Si hubiera estado antes con un vampiro, tal vez ella podría haber sabido más sobre la etiqueta en torno a morder. Como estaban las cosas, tendría que dejarse llevar por su instinto, y este le decía que quería su sangre tanto como quería su pene dentro de ella.
La mano de Zane tomó su barbilla y la movió hacia arriba, haciéndola ver su mirada expectante—. No me malinterpretes. Me sentiría honrado si bebieras de mi sangre.
Su corazón dio un vuelco—. Pero entonces ¿por qué…?
—Tomar la sangre de otro vampiro, crea una conexión…
Sabía todo acerca de vínculos de sangre, su madre se lo había explicado—. Pero si no me muerdes al mismo tiempo, no crearás un vínculo de sangre.
—Eso no es de lo que estaba hablando. Aun sin eso, habrá una relación más estrecha que si fuéramos simplemente parejas sexuales.
Ella frunció el ceño. Parejas sexuales, sonaba a forma clínica—. Ya veo. —Todo lo que él quería hacer, era lo que ella le había pedido primero: ayudarle a perder su virginidad. Nada más y nada menos.
—No lo ves.
Zane se quitó la camisa y la dejó caer al suelo. Luego extendió su brazo derecho, dejando al descubierto el interior de su antebrazo. Con el dedo de la otra mano, señaló el tatuaje que echó a perder su piel.
Los ojos de Portia siguieron esa dirección, y su pulso se paró por completo. Allí, en la piel, seis números estaban impresos. Le tomó menos de un segundo el darse cuenta de lo que eran. Ella sabía que en algún lugar había visto su importancia, lo había leído, o era de alguna clase que había tomado, o tal vez uno de los muchos documentales de televisión que miraba. En cualquier caso, sabía que Zane había sobrevivido a un campo de concentración nazi.
—Esto es lo que soy, Portia. Hice cosas indecibles para sobrevivir. No quieres mi sangre, créeme. Yo soy un animal.
Sorprendida por su odio a sí mismo, dejó de respirar.
—Soy un sucio judío, Portia. ¿Es eso realmente lo que quieres?
¿Se odiaba por ser un judío? Ella sacudió la cabeza, incapaz de comprender cómo podía tener esos sentimientos acerca de sí mismo. Cuando él se alejó y bajó los párpados, se dio cuenta de que había entendido mal su movimiento como una respuesta a su pregunta.
—¡No! —gritó y tomó su mano, acercando su brazo hacia ella—. Quienquiera que te haya dicho eso, está equivocado. —¿Cuánto tiempo le habían repetido esas palabras, que ahora las creía? ¿Qué habían hecho con él para hacerle creer que era sucio a causa de su herencia?
Pero Zane ya se había cerrado de nuevo, su sonrisa se había borrado de su cara, y había puesto nuevamente la máscara de indiferencia en su sitio.
—Te quiero.
Él negó con la cabeza—. No quiero tu compasión o tu corrección política.
—No es ninguna de las dos. —Maldita sea, ¿por qué era tan terco?
Sin preocuparse por su desnudez, ella se acercó a la orilla de la cama y volvió la cabeza hacia su antebrazo, una vez más. Ella lo llevó hacia su boca y le dio un beso en el primer número.
—Portia, deja de…
Su protesta murió cuando ella besó el segundo número, luego el tercero. En el cuarto Zane se quejó en voz baja, y cuando besó el quinto y el último, el otro brazo, había llegado a su alrededor y sus dedos peinaron su pelo.
—Para mí, eres hermoso, honorable y fuerte. Tú eres la primera persona que he querido morder. Pero si no quieres que…
Portia hizo detener sus palabras ahí, dándole la oportunidad de tomar una decisión.
—¿Nunca has mordido a nadie?
—Me crie con sangre embotellada.
La noticia parecía sorprenderle. Ella vio cómo sus ojos cambiaron, la forma en que aparentemente lucharon contra un enemigo invisible. Pocos momentos de tensión pasaron, antes de que Zane de repente la tomara en sus brazos y hundiera el rostro en su cabello.
—Cuando hagamos el amor, cuando empuje a través de tu himen, quiero que hundas tus colmillos en mí y tomes toda la sangre que quieras.
—¿Qué pasa si no puedo parar? —Por la forma en que su sangre olía, ella no estaba segura de poder retirarse a tiempo.
—Sería una muerte muy dulce.
Ella se apartó y lo miró, sólo para darse cuenta de que estaba sonriendo—. ¿Cómo puedes hacer una broma así?
—¿Quién dijo que era una broma?
—Tienes un sentido del humor muy oscuro, ¿sabías eso? —Porque esta definitivamente tenía que ser una broma.
—Hay un montón de cosas sobre mí que son oscuras, niñita. Y por tu bien, espero que nunca las veas.
Antes de que pudiera responderle, su boca estaba de vuelta sobre ella, ahogando cualquier protesta sobre el tema.