Capítulo Veintiuno

Zane entró en el garaje debajo de su cabaña en la montaña y frenó el coche, las cadenas que había puesto en las ruedas antes de llegar a las montañas, resonaban fuertemente contra el piso de concreto. En el momento en que apagó el motor, Portia se movió y abrió los ojos. Había cabeceado sólo media hora antes con Z acurrucado como una pelota en sus pies. La imagen era completamente desconocida, sin embargo, le dio calidez a su corazón.

—¿Ya llegamos? —Sus ojos viajaron por el garaje luego de regreso a él.

—Iré por el equipaje. ¿Por qué no entras con Z?

Portia abrió la puerta, y Z dio un salto, oliendo con entusiasmo su entorno.

—¡No puedo creer que tengas una cabaña en Tahoe!

Zane caminó alrededor de su Hummer, con la mochila de Portia en la mano abrió el maletero. En caso de emergencia, siempre mantenía una bolsa en su coche que estaba equipada con todo lo necesario para unas pocas noches.

—No es grande, pero es todo lo que necesito. Siempre he venido aquí solo. —Él se detuvo.

Este era su santuario. Nunca había llevado a una mujer allí. Ni siquiera sus amigos y colegas en Scanguards sabían sobre ese lugar. Incluso se había asegurado de no contar con la experiencia en bienes raíces de Amaury cuando él había comprado la casa, esperando que ese fuera su propio escape del que nadie conociera.

Zane tomó su bolsa y cerró el maletero. Portia todavía lo esperaba junto a la puerta del pasajero. Sus ojos se encontraron.

—No necesito mucho espacio —ella susurró y se humedeció el labio inferior—. Tan sólo necesitamos una cama. Siempre y cuando tengas esa…

Sus mejillas se tornaron color rosa. Zane dejó caer las bolsas y cruzó la distancia entre ellos con dos grandes pasos, deteniéndose sólo a unos centímetros de ella—. Entra ahora, Portia, y hazme un favor: no menciones palabras como «cama» hasta que estemos dentro de la casa, o tu primera vez pasará aquí en este garaje con tu espalda contra el coche.

Mantuvo toda amenaza fuera de su voz, pero no pudo reprimir el deseo que corría por él. Le hacía sonar ronco. Durante el viaje entero había luchado consigo mismo, luchó contra la necesidad de parar el coche y llevarla al asiento trasero para tomarla justo ahí en ese momento. Porque ahora que había tomado la decisión de hacerle el amor a Portia, no podía esperar ni un minuto más.

Sus pestañas se estrellaban contra sus párpados, mientras las levantaba en un suave movimiento—. No me hagas esperar. —Luego giró y guio al perro hacia el interior.

¿Esperar? Esa palabra acababa de ser expulsada de su vocabulario y había sido sustituida por la única palabra de reemplazo posible: ahora. El corazón de Zane latía en forma violenta contra sus costillas, y su pene, que había estado semiduro durante todo el viaje, aumentó a su erección total.

Recogiendo una vez más las bolsas, corrió tras ella. Ya en el interior, dejó el equipaje en el suelo y se enderezó. Como siempre, una sensación de tranquilidad lo invadió cuando entró en la gran sala de su cabaña. El techo abovedado y sus vigas de madera, añadían un aire de espacio a la pequeña casa, desmintiendo su tamaño de menos de cien metros cuadrados. La decoración era rústica, y no era algo que hubiese pensado que le gustaría en primer lugar, pero se había acostumbrado a ella.

—Hay fuego en la chimenea —señaló Portia, denotando en su voz una punzada de alarma—. ¿Alguien vive aquí?

Zane sacudió la cabeza—. Le envié un mensaje a mi vigilante antes de buscarte, para que preparara el lugar para nosotros. Mira el refrigerador. Debería estar abastecido de alimento de humanos para ti. —Tendría que ir a cazar sangre más tarde, a menos que… rápidamente apartó el pensamiento antes de que se pudiera formar en su mente. Una cosa a la vez: primero sexo, entonces tal vez más tarde, podría…

—El refrigerador está lleno de comida. ¿Qué clase de mujer cree el vigilante que soy? ¿Un gorila de 300 libras? —Ella se rio y se volvió hacia él, su cabello cayéndole en la cara.

—No sabía lo que te gustaba, así que le dije que comprara un poco de todo.

Era mucho más fácil con la sangre. Sólo había ocho variedades, cuatro positivas y cuatro negativas. Y a él le gustaban todas.

—Esto es muy dulce de tu parte.

¿Dulce? Nadie nunca le había dicho que algo que él había hecho era dulce. Poco a poco pero con un propósito, Zane se acercó a ella y se dio cuenta de cómo se quedaba completamente inmóvil, sólo sus ojos se movían mientras se acercaba. Se detuvo a unos cuantos centímetros de distancia de ella y tomó el mechón de pelo que había caído en la mejilla, apartándolo de su cara.

—No cometas el error de ver en mí algo que no soy. No tengo un solo hueso dulce o suave en mi cuerpo, y si eso es lo que buscas, te llevaré de regreso ahora.

Tan pronto como las palabras salieron, él sabía que si ella quería irse, él no se lo permitiría. Ella estaba en su guarida secreta, y la única manera que dejaría ese lugar era como una mujer real, la virginidad sería sólo un recuerdo.

Portia levantó la mano y la metió en la parte posterior de su cuello, negando con su cabeza como para reprenderlo—. Ni siquiera pienses en ello.

A él le gustaba eso de ella: nunca se echaba para atrás con un desafío.

—Podrías haber elegido a cualquiera que tú quisieras. ¿Por qué yo, niñita?

¿Acaso no sabía lo deseable que ella era, que cualquier hombre con ojos en su cabeza, vería a la apasionada mujer que estaba lista a estallar hacia la superficie?

Se acercó más, su boca se cernió frente a la suya—. Porque cuando me besas, siento algo.

Con la mano libre, tomó la suya y la llevó hacia su pecho, donde su corazón latía a un ritmo rápido.

—Aquí. —Ella presionó su mano contra su corazón, y luego la llevó más abajo, pasando la cintura de sus pantalones antes de que pudiera disfrutar de la suavidad de su piel. Pero lo recompensó guiando su mano hasta llegar a acunar su sexo.

Levantando sus pestañas, Portia lo miró a los ojos—. Y aquí.

El calor irradiaba en su mano mientras él presionaba contra su concha, cualquier contacto más estrecho fue impedido por la gruesa tela de sus pantalones. Sin embargo, su pene se regocijó.

Él gimió, incapaz de contener el deseo que crecía a través de él—. Ya que estás siendo honesta —dijo él y se embriagaba del verde de sus ojos—, creo que deberías saber dónde yo siento algo cuando me besas.

Zane le tomó la mano y la dirigió hacia su pene, dejándola deslizarse sobre toda su longitud y haciéndola sentir la dureza que apretaba su cierre—. Aquí.

Le apretó el pene, lo que le hizo apretar la mandíbula para luchar contra su inminente liberación.

—¡Guau, guau!

Los ladridos de Z le hicieron desviar su atención de Portia y de sus tentadoras manos.

—Este es un mal momento, Z.

Portia dejó caer las manos de él y se volvió hacia el perro—. Creo que él tiene que ir afuera.

Zane frunció el ceño, pero sabiendo qué clase de lío podría hacer su perro, se dio cuenta de que no había forma de evitar esto—. Yo lo llevaré. ¿Por qué no te sientes como en casa mientras tanto? Estaré de regreso en diez minutos.

O tal vez en cinco: seguramente el pequeño cachorro nunca había experimentado la nieve. La montaña estaba cubierta con una capa de nieve fresca, y la temperatura, ya que estaba oscuro, estaba por debajo de cero. Él apostaba que afuera, Z se congelaría el culo en tres minutos como máximo y estaría con ganas de volver a la calidez al frente de la chimenea.

***

Los ojos de Portia siguieron a Zane mientras escoltaba al perro en el desierto nevado. Vaya, el hombre llenaba un par de jeans de la manera correcta, a pesar de su delgado cuerpo. Sus músculos se desplazaban a cada paso, y se preguntó qué se sentiría cuando estuvieran finalmente los dos desnudos, su piel deslizándose contra la suya.

Cuando cerró la puerta detrás de él, ella dejó de contener la respiración. Sería mejor aprovechar el tiempo que él no estuviera. No había tenido tiempo para cambiarse a una ropa limpia, mucho menos de tomar una ducha. Teniendo en cuenta lo que estaban planeando esa noche, sintió la necesidad de acicalarse, no sólo para estar lista para él, sino también para aumentar su confianza en sí misma. Nunca había tocado a un hombre tan íntimamente como ella ya había tocado a Zane hoy, y esperaba que el instinto la guiara para no resultar siendo una torpe en la cama.

En el dormitorio, Portia rápidamente se quitó los jeans y el suéter, y luego arrojó sus calcetines, bragas y sostén en una silla. Dándose cuenta de lo poco excitante que era su ropa interior, la miró, la volvió a tomar y la tiró debajo de la cama. No había necesidad de que él se diera cuenta de la vergonzosa ropa interior que llevaba. Sólo serviría para hacerle perder el interés, y no para excitarlo.

Una mirada hacia la cama King size con su decididamente masculina colcha con rayas oscuras, la hizo temblar a pesar de la cálida bienvenida de la pequeña casa. En poco tiempo, ellos se encontrarían en los brazos el uno del otro ahí, desnudos, envueltos sólo con su propia pasión y deseo.

Sin perder más tiempo, Portia se apresuró a entrar en el cuarto de baño privado y se metió en la ducha. Piedras suaves acariciaban la planta de sus pies, las mismas suaves piedras, que estaban en las paredes de la ducha. La suave lluvia tibia de agua, corrió por su cuerpo tan pronto como dio vuelta la llave.

Tomó el jabón e hizo espuma en su piel. Cuando lo inhaló, se dio cuenta de que el jabón no tenía perfume. Le sorprendió, sobre todo porque el olor que Zane despedía era tan intensamente masculino, que ella había pensado que se trataba de un jabón perfumado que usaba. Pero parecía que el olor del que se sentía tan atraída, era el de él. Tenía que haberlo adivinado. Un vampiro como Zane, cuya potencia y energía constantemente burbujeaban en la superficie, llevaría un olor tan potente.

Portia no se molestó en lavarse el cabello. Llevaría demasiado tiempo secarlo, y teniendo en cuenta que Zane era completamente calvo, apostaba a que no tenía ningún secador de pelo. Rápidamente enjuagó su cuerpo, limpió el jabón y pisó la suave alfombra delante de la ducha, llegando a la toalla que colgaba de un soporte de la pared.

—Cuando te dije «ponte cómoda», no me di cuenta que me perdería de algo importante.

Su cabeza se dirigió hacia la puerta, donde Zane llenaba el marco.

Con un reflejo, apretó la toalla frente a ella, cubriendo su desnudez, al mismo tiempo que un suspiro se le escapó.

Sus ojos se oscurecieron y se fijaron en la toalla—. No necesitarás eso.

Vacilante, bajó la mano, empujando la toalla y pasándola sobre sus pezones, que de repente se pusieron duros y erectos y exponiéndose a su hambrienta mirada.

Las fosas nasales de Zane se abrieron, y su cuerpo se movió. Con dos pasos, llegó hasta ella y estrechó su mano sobre la suya. Ella cedió la toalla a su control. Cayó al suelo un segundo después.

La camisa de Zane rozó sus pechos mientras la atraía contra su cuerpo—. Yo podría haberte visto ducharte, si ese maldito perro no fuera tan inexplicablemente aficionado a la nieve.

Ella levantó sus pestañas y se perdió en las motas de oro de sus ojos—. O podrías haberme ayudado.

Con un gemido, hundió sus labios en su boca y la capturó. Sus labios se separaron a su demanda, dándole la bienvenida a su poderosa invasión. Lujuria pura e inalterada corría por sus venas en vez de la sangre que normalmente corría por allí. Su pulso se aceleró a un ritmo más rápido que cualquier humano bailaría, cuando la lengua de Zane acarició contra la de ella en un asalto implacable, pidiendo su rendición.

El instinto guio su respuesta. Portia saludó a su masculino sabor con un gruñido salvaje por su cuenta, enviándole una señal inequívoca de que si tenía que rendirse, exigía lo mismo de él.

Sin darle respiro a sus labios buscando su lengua y presionándola, sus manos se deslizaron por la espalda y hasta detrás de ella, donde llenó su palma de la mano con su piel. En el instante siguiente, la atrajo hacia él, su pene tan duro como antes, con sólo sus fríos jeans como una barrera entre ellos. Una barrera que ella quería que desapareciera.

Tiró de su camisa, sacándola de sus pantalones, y buscaba a tientas sus botones. Pero estaba temblando tanto por la necesidad que él había despertado en ella, que sus dedos no respondían.

Zane se quejó, y el rumor se hundió profundamente en su centro, dirigiéndose directamente a su vientre, donde se estrelló contra las olas que su cuerpo habían creado. Cuando apartó la boca de ella, ella quería gritar, protestar, pero antes de que pudiera, sus labios se conectaron con la sensible piel de su cuello, mientras ella amablemente se lo ofrecía.

Una ola de intenso calor, patinó sobre el lugar donde sus labios firmes chupaban su húmeda piel, evaporando las perlas de agua que quedaban de su ducha.

—Zane —ella murmuró, sin saber realmente lo que estaba pidiendo, pero segura que sea lo que fuere, ella lo quería. Lo quería a él.

—Tranquila, niñita —su voz ronca soplaba contra su cuello, mientras sus labios mordían su lóbulo de la oreja y chupaban el pedazo de carne suave entre ellas.

Una mordida agradable le robó el aliento, por lo que sus pechos se convulsionaron y rozaron el algodón de su camisa, recordándole una vez más, que él aún estaba completamente vestido. Pero ella necesitaba tocarlo. Sin pensarlo, las manos se apretaron en puños agarrando las solapas de su camisa. Un fuerte tirón, y todos los botones salieron volando.

Por fin, podía tocar su piel: piel caliente y suave. Sin pelo, al igual que su cráneo. Sus dedos se deslizaron sobre su pecho, donde los tendones y los músculos se flexionaban, y donde su corazón latía con violencia.

—Oh, Dios, Portia —gimió y echó atrás la cabeza, las manos sobre ella se calmaron por un momento. Cuando ella levantó la vista hacia su cara, vio sus colmillos alargarse y el brillo de sus ojos intensificarse.

Un estremecimiento de emoción la atravesó, sabiendo que podría reducir a ese hombre a una criatura que sólo vivía para ese momento de pasión y deseo.

—Te deseo —ella le susurró y sintió que sus propios colmillos le picaban debajo de las encías.

Sus ojos brillaban con lujuria, y sus fosas nasales se abrieron antes de volver a bajar la cabeza hacia ella. Pero en lugar de besar sus labios o su cuello, se trasladaron hacia abajo capturando sus pechos, una palabra rebotó contra ellos, que no estaba segura de haber escuchado bien.

Sin embargo, todavía resonaba en su cabeza: mía.