Zane se levantó de la cama, por un breve momento preguntándose qué era lo que lo había despertado, cuando escuchó el sonido una vez más: su teléfono celular estaba vibrando. Lo tomó de la mesita de noche y miró el identificador de llamadas.
Mierda, nunca era bueno recibir una llamada de su jefe en ese momento del día.
—Samson, ¿qué?
—Te sacaré de tu misión. ¡A partir de ahora! —La voz de Samson sonó decididamente enojado.
Al instante se le escapó una maldición, antes de poder atornillar su boca para cerrarla—. ¡Mierda!
—Sí, la cagaste a lo grande. ¡Quiero verte en mi oficina media hora después del atardecer!
—¿Qué mierda he hecho yo?
—Oh, tú sabes muy bien lo que hiciste. Tocas a esa muchacha una vez más, y voy a cortarte la cabeza por eso. ¿Quedó claro?
¡Mierda, diablos, maldición!
¡Quinn!
Ese bastardo le dijo a Samson que Portia había estado en su casa, incluso, en su cama. Y Zane había fingido que esa noche había tenido una mujer para tener sexo. Quinn, el traidor de mierda, había ido corriendo de inmediato a Samson para delatarlo.
—¡En mi oficina media hora después del atardecer! —Repitió Samson y desconectó la llamada.
Zane dio un puñetazo al colchón, su estado de ánimo tan oscuro como nunca lo había estado. Saltó de la cama, listo para moler a palos a su amigo. ¿Amigo? ¡No tenía ningún amigo!
¿Cómo pudo Quinn traicionarlo de esa manera? ¡Sin siquiera una advertencia!
Un odio oscuro siguió a la decepción mientras consideraba lo que la acción de Quinn significaba. Dos cosas le vinieron a la mente al instante: Portia seguiría siendo una virgen toda su vida, y él nunca la volvería a ver.
Las dos opciones lo herían por igual. Lo hería a él, el hombre que pensaba que no podía sentir más dolor del que había sentido antes. Pero era más fuerte que nunca: el dolor al rojo vivo como si alguien estuviera conduciendo un hierro caliente a través de su palpitante corazón. Sí, estaba latiendo, más fuerte que antes, pero no porque su corazón necesitara bombear la sangre por sus venas, sino porque sentía compasión por otra persona: Portia.
A pesar de las cosas que estaban escritas en su expediente, en su corazón sabía que ella le había dicho la verdad. Podría haber tratado de manipularlo de otras maneras, pero no podía negar lo que había en sus ojos.
Y estaría condenado si desertaba ahora y la dejaba al cuidado de personas que no le creían.
Se paró enfrente de la habitación de Quinn y se retiró. No le haría ningún bien el satisfacer su necesidad de venganza en esos momentos. Quinn ligaría la paliza que se merecía, muy pronto. Por el momento, Zane necesitaba hacerse cargo de cosas más importantes.
Tan silenciosamente como su ira le permitía moverse, entró en su dormitorio y se vistió. Un rápido vistazo a su reloj confirmó que todavía faltaban por lo menos dos horas hasta el atardecer. No importaba. Tenía que actuar ahora y conseguir una ventaja antes de que alguien lo atrapara en lo que estaba planeando.
Zane bajó por las escaleras a hurtadillas, evitando cuidadosamente los escalones que crujían. En el pasillo, se dirigió hacia la puerta que conducía al garaje.
Un gemido suave le hizo dar vuelta. Z lo miraba con sus grandes ojos, moviendo su cola con entusiasmo.
—Vuelve a dormir —susurró.
Al parecer, el animal no entendió y saltó hacia su pierna, abrazándola.
Zane se agachó—. No, no puedes venir.
Grandes ojos redondos le pedían que lo reconsiderara.
¡Mierda!
—Bien —gruñó bajo y oscuro—. Pero no te quejes si te congelas.
Agarró al perro y lo puso bajo su brazo, luego se deslizó por la puerta del garaje. No se molestó en encender las luces, y al instante abrió la puerta de su Hummer, poniéndose en el asiento del conductor con rapidez.
Puso a Z en el asiento de atrás y cerró la puerta del vehículo.
Cuando encendió el motor, se estremeció en su interior, con la esperanza de que el ruido no despertara a Quinn. Su habitación estaba en la parte trasera de la casa, lejos del garaje, y dado que su invitado no se había acostumbrado a los ruidos particulares de ese barrio, sólo podía esperar que Quinn pensara que el sonido de un coche que arrancaba o la puerta del garaje que se abría pertenecía a alguna de las casas de al lado.
Zane pulsó el abre-puertas automático y salió del garaje tan pronto como este se levantó. Lo cerró detrás de él mientras salía hacia la calle y se marchaba.
El tráfico al final de la tarde en la Mission, era la muerte. Siempre era un riesgo el estar fuera durante el día, incluso en un automóvil especialmente equipado o en una de las camionetas especialmente polarizadas que poseía Scanguards para transportar a los vampiros durante el día. Un accidente era suficiente para poner a un vampiro en riesgo de muerte. Era una de las razones por las que había comprado una Hummer. El daño del coche sería mínimo, porque se había construido prácticamente como un tanque personal.
Estaba tan seguro en ese coche, como nunca lo estaría fuera durante el día. Aun así, era un riesgo, pero uno que él no podía evitar hoy.
A medida que atravesaba el tráfico, marcó el número celular de Portia.
Sonó dos veces antes de que ella contestara. Antes de que pudiera decir una sola palabra, él emitió su orden—. Di ¡Hola, Lauren!
—Hola, Lauren. —Tembló la voz de Portia por un segundo, pero se contuvo de inmediato—. ¿Qué pasa?
El alivio lo inundó por su rápida comprensión—. Escucha con atención. ¿Todavía quieres perder tu virginidad?
—Sí, por supuesto.
—¿Estás segura que quieres que yo lo haga?
—Sí.
—No te limites a darme una respuesta de una palabra, suena sospechoso si Oliver está escuchando.
—Oh, eso sería bonito, Lauren. ¿Cuándo crees que podemos hacer eso?
—Así está mejor.
—¿Qué te hizo pensar en eso? —preguntó.
—Mi jefe me sacó de la misión.
—¡Oh, no!
—Conociendo a Samson, pondrá a alguien para que no te dé una oportunidad de escapar.
—Eso es tan injusto. —Hizo una pausa—. Eso apesta Lauren.
—Ve a tu habitación ahora mismo. Empaca un par de cosas, sobre todo de abrigo: zapatos resistentes, una chaqueta gruesa. Cosas que necesites para unas cuantas noches.
—¿Unas cuantas?
—A menos que no quieras.
—No, eso me gustaría Lauren.
—Bueno. Te daré diez minutos. Tan pronto como escuches sonar el teléfono de Oliver, baja por la ventana, como lo hiciste la otra noche. Lo mantendré en el teléfono y lo distraeré. Corre a través del jardín de atrás y sube por la cerca de tu vecino. Estaré en una Hummer negra en la calle detrás de ti. ¿Sabes cómo llegar hasta allí?
—Por supuesto. Esa es una gran idea.
—Cuando te metas en el coche, que sea rápido. No estoy de humor para una quemadura de sol.
—Gracias. Te lo agradezco.
Zane desconectó la llamada y volanteó el coche para evitar un camión que estaba estacionado en doble fila. Llevó su coche a toda velocidad por el siguiente semáforo antes de que finalmente dejara la Mission detrás de él y entrara en Noe Valley.
El tráfico era más ligero, una vez que cruzó la transitada calle Veinticuatro y llegó a la zona predominantemente residencial. A una cuadra de la casa de Portia, se salió de su calle y se fue alrededor de la cuadra para doblar en la calle paralela a la de ella. Contó las casas y se estacionó en frente de la casa que estaba justo detrás de Portia.
Zane estacionó el coche y apagó el motor. No podía arriesgarse a que Oliver escuchara el motor en marcha cuando lo llamara por teléfono.
Después de enviar un mensaje de texto a un contacto, consultó su reloj. Esperó dos minutos más, esperando haberle dado el suficiente tiempo a Portia de echar un par de cosas en una bolsa. Entonces tomó su teléfono de nuevo y marcó el número de Oliver.
El muchacho contestó al segundo timbrazo—. Eh, Zane. Te has levantado temprano.
Zane se obligó a sonar informal—. El maldito perro hace que me despierte a mitad del día. Te juro que se lo devolveré a Yvette.
—Sí, es por eso que no tengo mascotas. Demasiada responsabilidad.
—Sí. Escucha, Oliver, con lo que hablamos antes, acerca de que estás pensando que sería genial ser un vampiro.
—¿Sí? —Dijo la voz de Oliver con interés.
Perfecto, había encontrado el tema justo para mantener a Oliver ocupado durante unos minutos. Él no escucharía a Portia abrir la ventana y saltar hacia el jardín.
***
Portia se sintió mareada por la emoción. Estaba pasando realmente. Zane había decidido ayudarla. Esa noche, perdería su virginidad y sería en las manos de Zane. Qué era lo que le había hecho de repente tomar esa decisión, no quería investigarlo ahora mismo. La afirmación de que su jefe lo sacó de su misión de protegerla, probablemente tenía algo que ver con eso. Pero no tenía tiempo para preguntarle al respecto, en especial con Oliver cerca para escucharla.
Por lo menos ella lo había engañado al pensar que estaba hablando con Lauren, a pesar de que le había dicho adiós a Lauren sólo un momento antes.
Ella buscó en su armario y sacó algunas prendas de ropa, sin saber realmente lo que debía tomar. Caray, si tan sólo le hubiera avisado un poco antes, podría haber pensado qué vestir e incluso haber ido a Victoria’s Secret para conseguir algo de ropa interior adecuada. Ahora todo lo que pudo encontrar con el apuro, habían sido unas aburridas bragas y un sostén normal, sin adornos. ¡Genial! ¡Eso no parecía muy romántico!
Cuando escuchó de repente el timbre del teléfono celular de Oliver desde abajo, reprimió una maldición y tiró la prenda que tenía en la mano dentro de su mochila y la cerró. Tomó las botas desde el fondo de su armario y corrió hacia la ventana.
Lo más silenciosamente posible, Portia abrió la ventana y tiró la mochila hacia fuera, seguida por sus botas. Rápidamente bajó por la ventana. Su aterrizaje no emitió ningún sonido. Estaba volviéndose buena en eso.
Cautelosamente miró hacia su izquierda y luego a la derecha, prestó atención para ver si escuchaba algún sonido desde el interior de la casa, pero estaba tranquilo. Recogió su mochila con una mano y las botas en la otra, corrió hacia la cerca y saltó sobre ella con facilidad a pesar de la altura. La fuerza y velocidad de un vampiro eran útiles a veces.
El jardín del vecino estaba vacío, y esperaba que nadie la viera y alertara a Oliver de su escape. Corrió a lo largo de los arbustos y se encontró con el sendero del jardín de baldosas. Los calcetines se le empaparon con la suciedad del suelo, pero no quería tomarse el tiempo de ponerse sus botas hasta que estuviera a una distancia segura.
Después de pasar los botes de basura, llegó al portón y lo abrió. La calle la recibió.
—¡Eh! —Una voz masculina la llamó, pero a ella no le importaba lo que pensara su vecino.
Portia no se volvió y siguió corriendo hacia la calle, con los ojos en busca de la Hummer negra. Los faros del coche le hicieron señas.
¡Zane!
Por una fracción de segundo, se preguntó si estaba cometiendo un error al confiar en un hombre que apenas conocía y permitirle prácticamente secuestrarla. Pero el pensamiento se fue tan rápido como llegó. Su corazón latía más rápido, no por la carrera a paso ligero, sino por saber que ella estaría con Zane, el hombre que la excitaba más allá que todos los demás.
Todavía podía regresarse, pero no estaría mejor que antes. No, Zane la mantendría a salvo.
Al llegar a la Hummer, se acordó de sus palabras: que fuera rápida al entrar en el coche. Ella abrió la puerta, arrojó su mochila y los zapatos en el piso del asiento del acompañante, se metió y cerró la puerta con el mismo movimiento.
El motor rugió, y ella se estremeció hacia adelante, apoyándose en el tablero.
—Agárrate fuerte.
La voz de Zane estaba en el borde, haciéndole saber que lo que estaban haciendo, no sólo estaba en contra de los deseos de su padre, sino también de las reglas de Scanguards. Sabía que iba a tener problemas por eso. Pero no había vuelta atrás.
—¿A dónde vamos? —preguntó mientras tiraba del cinturón de seguridad y lo insertaba con un clic.
—A algún lugar donde nadie nos encuentre. Asegúrate de que tu celular esté apagado.
Sacó su teléfono del bolsillo—. ¿Por qué?
—Scanguards tiene tu número. Serán capaces de triangular la ubicación con la ayuda de señales entre las torres de telefonía celular.
Se estremeció al pensar que estaban huyendo.
—¿Tienes miedo?
Portia rápidamente sacudió la cabeza—. No. —No tenía miedo, estaba aterrada. Aterrada de lo que iba a suceder. ¿Y si a ella no le gustaba? ¿Qué pasaría si esto era un error? Pero no podía acobardarse ahora. Tenía que hacer esto. Lo más probable es que Zane estuviera arriesgando su trabajo por ella, por lo que no podía echarse para atrás ahora.
—Todavía podemos regresar si has cambiado de opinión.
Ella lo miró, y él volvió su rostro hacia ella, sus ojos brillaban comprendiéndola. Pero por debajo de ellos, veía decepción alzándose, decepción que saldría a la superficie si se echaba atrás.
Un ladrido desde el asiento trasero le dio tiempo para responder. Ella se inclinó hacia un lado y se encontró con un cachorro labrador mirándola.
—¿Tienes un perro?
Ella alcanzó el pequeño cachorro y lo puso en su regazo.
—Lo vas a malcriar. Él no está entrenado, y por lo visto, nunca lo estará.
Portia acarició el suave pelaje del animal—. ¿Cuál es su nombre?
—Z.
—¿Z? ¿Sólo una letra?
—Eso es todo lo que recibirá. Es una plaga. —A pesar de las palabras, la voz de Zane era afectuosa, lo que demostraba su cariño por el perro.
Zane no lo había dejado atrás. Él había traído al perrito con él. ¿No significaba eso que le importaba, que era responsable y que definitivamente no era tan indiferente como trataba de aparentar? Un hombre que tenía un perro, sobre todo uno tan lindo, era un hombre que tenía un corazón y sentimientos.
Eso lo dejaba claro para ella. Podía confiar en él. Se haría cargo de ella tal como se hacía cargo del perro—. Vamos donde tú quieras que vayamos.
Había algo en su rostro que casi se podría llamar una sonrisa, o por lo menos el comienzo de una: sus labios temblaron y se curvaron hacia arriba por una pequeña fracción de centímetro.
—¿Está muy lejos?
—Estaremos allí en cuatro horas.
—Estoy ansiosa. —Levantó la mano del cachorro y la metió sobre el muslo de Zane, sintiéndose valiente de repente. Sus músculos se tensaron de la misma forma que la última vez que lo había hecho. Ninguna reprimenda siguió a su audaz acción.
—Tal vez lo pueda hacer en tres horas y media —reconoció y puso su mano sobre la de ella, no para sacarla, sino para capturarla donde estaba.
—Me gustaría eso. —Portia nunca había oído su propia voz sonar tan ronca.
Cuando sus miradas chocaron por un breve instante, la conciencia hizo a su cuerpo quemarse con el insaciable deseo, un deseo que veía reflejado en los ojos de Zane.
Sí, esta era la decisión correcta. La única decisión. Zane sería de ella. Pronto.