Zane dejó caer las pesas y exhaló. Estaba bañado en sudor por la vigorosa sesión de ejercicios. Había tratado de dormir después de su conversación con Quinn, pero su mente no se tranquilizaba, por lo que fue imposible para él descansar. Quinn estaba profundamente dormido ahora.
Mientras subía las escaleras, no se molestaba en hacer silencio. Esta era su casa, y si a alguien no le gustaba, podía irse. Además, Quinn estaba acostumbrado a que él estuviera despierto la mitad del día. Habían compartido un lugar en Nueva York por un tiempo, y Quinn había aprendido a ignorar a Zane vagando por todo el apartamento la mayor parte del día.
Mierda, estaba en un estado de ánimo enojado. La sospecha de que Müller era líder de un grupo que quería reproducir una nueva raza superior, lo carcomía. Se culpó a sí mismo. Si no hubiera fallado en encontrar a ese bastardo y matarlo, esto ni siquiera hubiera sucedido. Había perseguido a Müller por más de sesenta años, sólo para ser eludido en cada oportunidad.
Zane se dirigió a su ducha y se desnudó. Cuando el agua caliente corrió por su piel desnuda, cerró los ojos y apoyó la frente contra los azulejos. Era hora de admitir que la razón por la que estaba realmente molesto, era Portia. La deseaba contra toda razón. Sin embargo, si tomara lo que ella le ofrecía violaría tantas reglas que Samson le tiraría el libro por la cabeza.
Y aún si no estuviera violando el código de ética de Scanguards al tocarla, él tenía que lidiar con sus propios escrúpulos.
Zane se miró a sí mismo. Vio que su pene estaba duro y listo, en el momento que sus pensamientos habían regresado a Portia. Pero él no permitiría que esto llegara más lejos. Con un doloroso movimiento de la uña contra la punta de su erección, desinfló el excitado miembro. Después de que enjabonó y enjuagó su cuerpo, cerró la llave del agua y pisó la alfombrilla suave en frente de la ducha.
El ladrido del perro, lo hizo escuchar por un momento. El animal vagaba alrededor de la casa y el jardín durante todo el día, ladrando a cualquier cosa, desde un camión que pasaba a una abeja sentada sobre una flor.
Él negó con la cabeza y siguió secándose. Por lo menos alguien en esa casa tenía un poco de diversión. Se vistió con su bata y apretó el cinturón cuando oyó un crujido desde la escalera. ¿Quinn estaba despierto?
Descalzo, Zane pasó del cuarto de baño y por su habitación, tomando de un cajón de la cómoda, una estaca en el camino. Si otro asesino estaba tratando de entrar, estaría preparado en esa ocasión. Sus dedos llegaron al interruptor de luz, y lo apagó, cubriendo la habitación de oscuridad. Dejaría que el asesino pensara que él estaba dormido.
Ningún otro sonido llegaba desde el pasillo. ¿Habría imaginado el sonido? ¿Era tal vez la vieja casa la que estaba simplemente haciendo ruidos por sí misma? Zane agudizó el oído, mientras esperaba, su cuerpo se apretaba contra la pared junto a la puerta, listo para atacar.
Contuvo el aliento, porque no quería dar a conocer su posición, cuando el picaporte de la puerta giró lentamente. Las bisagras de la puerta gimieron, mientras se abría. La sombra se movió, y Zane saltó, lanzando su brazo sobre la cabeza del intruso y alrededor de su cuello, tirándolo contra su pecho y con la otra mano sosteniendo la estaca.
Finalmente cuando respiró hondo, inhaló una fragancia que conocía muy bien. No la había olido antes porque había contenido el aliento.
Zane alcanzó el interruptor de la luz y lo presionó, bañando el cuarto de luz.
—¡Mierda! Portia —susurró, soltándola de su agarre en el cuello.
Ella se giró, sus ojos al instante recorrieron su cuerpo apenas vestido. Instintivamente, controló el cinturón, asegurándose de que no se hubiera aflojado.
—Hola.
Cubrió con la mano su boca, horrorizado de que su saludo podría haber despertado a Quinn.
Zane bajó la cabeza a su oído—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Murmuró contra su mano, pero él no la soltó.
—No estoy solo en casa. Por lo que, a menos que quieras que yo sea despedido como tu guardaespaldas, baja la voz —susurró entre dientes.
Ella asintió con la cabeza y dejó caer la mano. Portia de inmediato movió la cabeza hacia su cara. Mierda, olía tan bien, que no sabía cuánto tiempo podría dejar de tocarla.
—Quería verte. —Hablaba en voz baja y seductora.
¿Siempre sonaba así, o es que se estaba volviendo más desesperado mientras más se negaba a sí mismo la emoción de tomarla y convertirla en suya?
—Irrumpiste en mi casa.
Ella se encogió de hombros. Luego su mano se conectó con el pecho, y sus dedos jugaban con las solapas de su bata. Antes de que ella pudiera llevar su mano sobre su piel desnuda, él la agarró y la encarceló en su palma.
—Deja de hacer eso.
No, hazlo, quería gritar.
Su otra mano se acercó demasiado rápido para que él reaccionara y empujó la bata apartándola para que los dedos se conectaran con su lampiño pecho. Su contacto quemaba como el fuego del infierno, tan estimulante, tan tentador, sin embargo, tan prohibido. Tal vez sólo por un segundo podía dejarse empapar de su esencia, para que su fascinante aroma impregnara su cuerpo.
—Te deseo —ella murmuró y apretó sus labios contra su piel.
Sus labios se movían, deslizándose a lo largo de su cuerpo caliente, moviéndose hacia arriba por su cuello. Él inclinó la cabeza, incapaz de resistir el placer que le estaba ofreciendo. La emoción corría por él, mientras ella tiró de su piel entre sus labios y la chupó.
Sus manos agarraron su espalda y la acercó contra su gruesa erección.
—Muérdeme —exigió con profunda voz.
Portia sacudió su cabeza, sus ojos lo miraron con asombro.
—Sí —dijo más fuerte ahora—, así es como sería. Seríamos como animales, salvajes, sin restricciones. Eso es lo que conmigo serías. —La soltó y dio un paso hacia atrás—. Admítelo: no estás lista para eso. Todo lo que quieres es hacer el amor suavemente. Yo no puedo darte eso.
—Eso no es cierto. Yo quiero… más.
Él negó con la cabeza—. Vete a casa, niñita. —Entonces, algo lo sacudió—. ¿Dónde está Oliver?
—Me escapé de él.
—¿Cómo?
—Control mental.
—Tú pequeña ladina… —Sin embargo, él no podía culparla. Al igual que ella, haría cualquier cosa si quería algo con tantas ganas.
—No le hice daño.
—Él tendrá que recogerte y llevarte a casa. —Se dio la vuelta para alcanzar su teléfono celular sobre el tocador, pero la mano de Portia sujetó su muñeca.
—¡No!
—No es tu elección.
—¡Eres un gran matón!
Zane se encogió de hombros. ¿Qué más era nuevo?
—¿Zane? —La voz de Quinn fue acompañada por un golpe en su puerta.
¡Mierda! Le disparó a Portia una mirada de regaño.
—¿Está todo bien?
Zane hizo una seña a Portia y luego a la cama. Ella entendió y se metió en ella, puso las sábanas hasta su cuello, girando la cabeza lejos de la puerta.
—Todo está bien —dijo con calma, al tiempo que abría la puerta a medias para que Quinn pudiera ver el cabello largo, oscuro de Portia, pero no su rostro. Si él no hubiera abierto la puerta, Quinn sólo sospecharía.
Quinn miró dentro de la habitación—. Oye, sólo estaba preocupado por el asesino del otro día. —Luego sonrió—. ¿Alguna persona especial?
Zane sacudió la cabeza—. Sólo es de una noche.
—Puedes enviarla a mi habitación cuando hayas terminado con ella —sugirió Quinn con una sonrisa lasciva.
¡En sus sueños!— Para cuando termine con ella, no será capaz de ponerse de pie.
Quinn se echó a reír—. Bastardo con suerte.
Zane le dio una palmada en el hombro y cerró la puerta. Cuando se volvió a la cama, vio a Portia empujando hacia abajo la sábana y quitándose los zapatos.
—Detente ya mismo —advirtió, no quería que ella se quitara más ropa. La tentación era lo suficientemente grande cuando estaba completamente vestida. Si estuviera desnuda, tendría la misma oportunidad como una bola de nieve en el infierno de mantener sus manos lejos de ella.
—¿Qué vas a hacer? ¿Gritar para pedir ayuda? —Bromeó.
Zane saltó sobre la cama y le agarró sus brazos, sujetándola—. Tú, niñita, me escucharás ahora. Tienes una elección: o te portas bien y puede que te permita permanecer hasta la noche, o llamo a Oliver en este momento para que te recoja.
Demonios, ¿qué estaba diciendo? ¿Dejar que se quede? ¿Para qué? ¿Para torturarse a sí mismo las próximas horas al tenerla cerca, sin poder tocarla? ¿Estaba completamente loco?
Portia frunció los labios—. ¿Puedes aclarar lo que quieres decir con «comportarse»?
—No juegues tus juegos conmigo, Portia, te lo advierto.
—¿O qué me harás?
Besarte. Cogerte. Morderte. Esas fueron las palabras que quería decirle, pero no pudo. Todo lo que podía hacer era mirarla y perderse en la profundidad verde de sus ojos, preguntándose qué podría haber ocurrido si se hubieran conocido en otras circunstancias, en otro tiempo. Si fuera un hombre diferente, uno que no se consumiera por el odio y la venganza, tal vez incluso podría hacerla feliz. Pero él era quien era.
—Tienes que irte. —Le soltó la muñeca y rodó hacia un lado.
—Pero acabas de decir que si me comportaba, me dejarías quedarme.
Él negó con la cabeza—. Es mejor para los dos si te vas ahora.
Se puso de costado, el codo en ángulo y apoyó la cabeza en la mano—. ¿Por qué crees que no quiero lo mismo que tú?
—No tienes idea de lo que yo quiero.
—Entonces, ¿por qué no me lo dices?
—No quiero hablar.
Levantó la mano y acarició a lo largo de su mejilla. Zane cerró los ojos, debatiéndose entre apartarla y acercarla hacia su cuerpo. No hizo ninguna de las dos cosas, su toque lo cortaba como una bala a un ciervo. Se sentía igual de vulnerable en las manos de Portia.
—Quiero tocarte —ella susurró.
—Ya me estás tocando. —Si le hacía algo más íntimo, el último hilo de su control se rompería.
—Quiero tocar el resto de tu cuerpo.
Zane se quejó—. Por favor, no. —Por favor hazlo.
—Es posible que te guste.
—Eso es lo que me da miedo —murmuró en voz baja.
Mierda, nunca se había sentido tan débil en toda su vida, ni siquiera cuando era humano, pero por más que sabía que tenía que detenerla y hacerla irse, su cuerpo no obedecía a ninguna señal de su cerebro y simplemente se quedó allí, enrollado fuertemente en anticipación de su caricia.
Cuando su mano se deslizó por debajo de la tela y acarició a lo largo de su pecho, su pulso se aceleró y el aliento tartamudeó. Sus dedos eran más suaves de lo que había esperado, y donde lo tocaba, su piel quemaba como si estuviera siendo cubierta en alquitrán caliente. Dolor y placer unidos a cada toque persistente y cada caricia sensual.
—¿No dijiste que eras virgen? —Inspiró, incapaz de comprender cómo el toque de una mujer sin experiencia como Portia, podría tener tales efectos devastadores en él.
—Estoy siguiendo mi instinto.
Y su instinto le decía que aflojara en ese momento el cinturón y quitara su bata haciéndola a un lado.
Nunca había sido tímido sobre su cuerpo, y siempre se había sentido cómodo con la desnudez con las mujeres, así como en torno a sus amigos y colegas, pero esa vez era diferente. Se sentía desnudo ante ella, expuesto y vulnerable hacia su deseo por ella. No había manera de que pudiera esconderse de ella ahora, ocultar lo mucho que la quería y la necesitaba.
Vio que la boca de Portia se abrió cuando su mirada bajó hacia su pene. Estaba completamente erecto. No recordaba haber estado tan duro.
—Tú eres… —Ella se lamió los labios— … grande.
Pero a pesar del temor que percibió en ella, su mano viajó hacia el sur, atravesando el estómago con aparente determinación y con una idea clara de hacia dónde se dirigía. Si él no acababa con esto pronto, ella tocaría su duro pene, y en cuestión de segundos habría acabado en su mano, incapaz de contenerse por más tiempo.
—Portia, por favor…
Su mano llegó al nido de rizos oscuros que rodeaban su pene.
—… deja. No… —Aire se precipitó fuera de sus pulmones mientras sus dedos llegaban a la base de su erección y tocaban su sensible piel.
Él se sacudió y se apoderó de su mano con el siguiente movimiento—. No.
—Zane, quiero…
El timbre de su teléfono celular lo salvó. Se alegró de tener una excusa, saltó de la cama, envolvió la bata con fuerza alrededor de él, y contestó el teléfono.
—¿Sí?
—Zane, siento despertarte. Es Oliver. Necesito tu ayuda. —Oliver sonaba agitado, y Zane tenía una idea bastante clara del por qué se encontraba como manojo de nervios.
—¿Qué pasa?
—Mierda, hombre, he perdido a Portia. Ella me engañó y se fue corriendo. No sé qué hacer. Samson y Gabriel me van a despedir. Necesito que me ayudes.
—Cálmate, Oliver. Ya estoy al tanto de ello. —¡Y vaya si lo estaba!—. Portia vino a verme. Ella está aquí. —¿Pero estaba segura?
—¡Gracias a Dios! Ahora mismo voy a buscarla. Estoy muy agradecido. —Entonces, de repente el tono de Oliver cambió como si acabara de darse cuenta—. Hey, ¿por qué ella iría a tu casa?
Ah, mierda, ese muchacho era más inteligente de lo que él había pensado—. Oye, no le diré a Samson sobre tu cagada si no le dices acerca de esto.
—¿Qué está haciendo en tu casa?
—¿Qué piensas tú que está haciendo? —Seduciéndolo, eso es lo que estaba haciendo con él.
—Dímelo tú.
—Tienes que recogerla. Ya mismo. —Él ignoró la protesta de Portia quien se encontraba detrás de él—. Pero ten cuidado. Quinn se está quedando aquí. No quiero que te escuche. ¿Está claro?
—Sí. Estaré ahí en diez minutos.
Se oyó un clic en la línea.
Zane se volvió hacia Portia, más bien digamos a una furiosa Portia.
Con las manos en sus caderas, se puso de pie al lado de la cama, fulminándolo con la mirada—. Te dije que no me iría.
—Lo harás, niñita. Voluntariamente.
—¡Ah! —Resopló—. No puedes obligarme. Oliver no me puede detener. Me escaparé de nuevo.
—No, no lo harás.
—¡Mírame! —Amenazó.
Con una calma que no sentía, Zane tomó una de sus manos y la llevó a su cara. Él le acarició el rostro en su palma de la mano y le dio un beso en ella, viendo a Portia derretirse frente a sus ojos.
—No harás nada por el estilo. Si lo haces, le pediré a mi jefe que me saque de esta misión, y nunca me verás de nuevo. —Su amenaza era una mentira, pero era bueno en mentir, su rostro era una máscara de piedra de indiferencia, una máscara que había llevado durante décadas. Se había hecho más fácil con los años, pero esta noche, era la cosa más difícil que había tenido que hacer.
—¡No lo harías! —Sus ojos buscaron los suyos, pero él se mantuvo firme y no se inmutó.
Cuando finalmente bajó sus párpados, vio la decepción que se extendió sobre su rostro—. Has ganado, pero sólo por hoy. Esto no ha terminado.
Él no la detuvo cuando bajó por las escaleras, pero la siguió hasta la parte superior de ellas y la miró mientras esperaba a que Oliver llegara. Cuando su coche se detuvo en la entrada, abrió la puerta y salió sin mirar atrás, a pesar que tendría que haber sabido que él estaba ahí de pie.
Sabiendo que no podía dormir aunque lo intentara, él entró en su sala de estar, donde Z dormía pacíficamente.
—¡Eres un perro guardián! ¿Le ladras a todo, y no pudiste advertirme acerca de ella?
El perro sólo parpadeó brevemente antes de continuar su siesta.