Capítulo Trece

El aire fresco de la noche lo saludó mientras caminaba hacia la entrada. Zane se detuvo un momento para que Eddie pudiera alcanzarlo. Todavía furioso por el chantaje de Thomas, miró a su alrededor y se dio cuenta de la motocicleta de Eddie estacionada cerca de la puerta. Estiró el cuello.

—¿Dónde está la Ducati de Thomas?

—Él no tomó su Ducati hoy. Trajo la BMW —dijo Eddie y pasó tranquilamente por su lado.

Zane siguió—. No sabía que tenía una BMW.

—Eso es sólo porque acaba de terminar de restaurarla. Es una antigüedad.

Zane llegó hasta la motocicleta de Eddie y dio unos pasos alrededor de ella. Detrás de la Kawasaki de Eddie, había una moto más pequeña. Zane se detuvo de un sacudón, su corazón deteniéndose en el mismo instante.

—Es una R6, un modelo de 1937 —dijo Zane haciendo eco con el aliento que le quedaba en los pulmones, antes de que sus cuerdas vocales dejaran de trabajar.

—Sí, tienes razón. Thomas está muy orgulloso de ella. Pagó un alto precio. Pero hizo un gran trabajo, ¿no te parece?

Las palabras de Eddie se desvanecían en un segundo plano, mientras los ojos de Zane apreciaban el modelo de la moto que recordaba muy bien. Todo era negro y cromo, así como la que él había tenido en aquel entonces, la R6 que le había pertenecido a él cuando todavía era Zacharias, cuando aún tenía pelo y un futuro prometedor esperándolo.

Incluso ahora, podía sentir el viento alborotando su cabello mientras montaba en su motocicleta por las calles de Múnich.

Los adoquines enviaban choques pequeños a través de su cuerpo, mientras aceleraba y pasaba un coche. Detrás de él, su hermana Rachel iba sentada en el minúsculo maletero, que no estaba destinado realmente a pasajeros, y se aferraba desesperadamente de él, con las piernas estiradas hacia el bordillo.

—¡No tan rápido, Zacharias! —le gritaba, pero se reía al mismo tiempo. Ella se estaba divirtiendo tanto como él.

—¿Tienes miedo? —bromeaba y reía. No había ningún sentimiento mejor que estar en su motocicleta y sentir la ráfaga de aire pasar por sus oídos.

—No, pero papá se va a enojar si nos caemos y nos lastimamos.

—No te preocupes por papá.

Su padre no le habría dado ese regalo de cumpleaños… la motocicleta BMW R6 de tres años que parecía nueva… si no quisiera que la usara y disfrutara. Rachel era todavía demasiado niña. Con tan sólo catorce años, ella obedecía a su padre y su madre cien por ciento, mientras que él se había rebelado de vez en cuando. En un momento, había estado a punto de mudarse de casa, pero a su madre le había parecido una idea ridícula. Además, como un aspirante a poeta, seguía dependiendo del dinero de sus padres, para sobrevivir.

—Tenemos que ir a casa. Mamá nos espera con la cena —instó Rachel.

—Sólo una vez más alrededor de la cuadra —la persuadió y dio vuelta a la manija para aumentar la velocidad.

Una vez más se convirtieron en tres, y cuando llegaron a casa de sus padres, ya era de noche. Rachel bajó de un salto, y Zacharias rodó la moto hacia el garaje, cuando se dio cuenta que un hombre uniformado y armado, estaba en la puerta de entrada de su casa.

Al instante, el pánico se apoderó de él. ¿Les había pasado algo a sus padres mientras él y Rachel estaban divirtiéndose fuera? Estacionó la moto a toda prisa y corrió hacia la puerta donde Rachel ya había llegado.

—¿Mamá? ¿Papá? —Se hizo eco de la voz de su hermana contra la pared en la estrecha calle.

—¿Le ha pasado algo a nuestros padres? ¿Qué está pasando? —Las palabras se derramaban de los labios de Zacharias, como agua cayendo por una cascada.

El oficial con el revelador emblema de la SS en su uniforme respondió con una mirada estoica—. ¿Zacharias y Rachel Eisenberg?

Zacarías asintió con la cabeza de forma automática—. Sí somos nosotros. —Él alcanzó la mano de su hermana y la apretó. Un pensamiento invadió su mente: había oído hablar del personal de la SS que se aparecía en las casas de otras familias, y habían rumores de que se llevaban a ciudadanos decentes.

El oficial de la SS hizo un gesto con la cabeza hacia el pasillo detrás de él y desbloqueó el camino para dejarlos pasar. Todavía con la mano de Rachel en la suya, Zacharias corrió hacia la parte trasera de la casa donde escuchó voces. Cada habitación por la que pasaba, estaba iluminada.

La ansiedad hizo latir su corazón como una locomotora para cuando finalmente llegó a la sala de estar. Su madre estaba sentada en el sofá, la cabeza entre sus manos, y su padre estaba parado junto a ella, su cuerpo visiblemente en tensión. Lanzaba miradas nerviosas a los hombres en la sala: tres miembros más de la SS, uniformados de color negro y con brillantes botas que resplandecían en la luz artificial.

—¿Son esos sus hijos? —El alto y rubio oficial le preguntó.

El padre de Zacharias asintió con la cabeza y lanzó una mirada de tristeza a Zacharias y a Rachel.

—¿Padre? —Él trató de tragarse el nudo en la garganta, pero fue en vano. La presencia de esos oficiales en su casa sólo podía significar una cosa. Los rumores eran ciertos, él lo sabía cuando miró las caras de sus padres.

El rostro de su madre estaba manchado por las lágrimas. Zacharias corrió hacia ella y le tomó las manos mientras se ponía en cuclillas.

—Nos llevarán lejos. A todos nosotros. —Sollozó, y detrás de él oyó jadear sorprendida a Raquel—. Nos están arrestando.

Zane levantó la cabeza a los intrusos. A pesar de que sabía la respuesta, de todas maneras, preguntó—: ¿Por qué?

Mientras una sonrisa desagradable se propagó en el rostro del rubio, Zacharias sintió como si una mano helada se envolvía alrededor de su cuello y lo apretaba para quitarle la vida. Un mal presentimiento se estrelló contra él.

—¿Por qué? —El oficial intercambió una mirada con sus colegas—. Porque son judíos, por eso. Sucios judíos.

Judíos sucios. Las palabras aún resonaban en su cabeza cuando los guardias de la SS se lo llevaron a él y a su familia fuera y los metieron dentro de una camioneta que esperaba. Volvió la cabeza para mirar hacia atrás, vislumbrando por última vez la motocicleta que había llevado a casa tan sólo unos minutos antes. La había poseído por sólo un día… un sólo día en 1940. Él tenía veinticuatro años de edad, y su vida como él la conocía, había cambiado para siempre. Cuán drásticamente, nadie podría haberse imaginado.

Zane apartó su mirada de la moto y volvió a mirar a Eddie—. No puedo montar esa motocicleta.

—Por supuesto que puedes. No funciona de manera diferente a…

—Dije, no puedo montar esa motocicleta. —Zane apretó los dientes y miró a Eddie.

Su colega hizo bien en no hacer preguntas estúpidas—. Está bien, sube conmigo.

***

Zane se sentía entumecido cuando entró en el consultorio de Drake. Frunció el ceño a la recepcionista que parecía muñeca Barbie e ignoró su protesta que tenía que anunciarlo primero. En cambio, sólo irrumpió en la oficina del doctor y cerró la puerta detrás de él.

Drake estaba sentado detrás de su escritorio. Levantó la mirada brevemente, aparentemente sin inmutarse por la entrada espectacular de Zane.

—Estoy aquí —gritó Zane, cuando el psiquiatra volvió a mirar sus papeles. Odiaba ser ignorado.

—No soy ciego —anunció Drake con calma.

—Y si no inicias la sesión ahora, me aseguraré de que encajes en un cenicero —masculló Zane en voz baja.

—Ni sordo —agregó Drake y cerró el archivo que estaba leyendo y lo puso a un lado—. No esperaba que estuvieras tan ansioso por empezar.

Zane movió los hombros—. Si tus habilidades como médico son tan buenas como tu capacidad para interpretar las intenciones de una persona, te sugiero que busques otra profesión—. ¡Como si estuviera aquí para atravesar algún estúpido psicoanálisis y dejar que este charlatán hurgue dentro de su cabeza! Como si tuviera «loco» tatuado en su frente. El tipo no obtendría ni una sola palabra de él, se prometió Zane.

—Me gustaría ofrecerte asiento, pero tengo la impresión que prefieres estar de pie, así que no lo haré.

—Te equivocaste de nuevo —respondió Zane y se dejó caer en el horrible ataúd sofá, apoyando los pies sobre uno de los paneles de madera que servía como apoyabrazos. Por supuesto, hubiera preferido estar de pie, pero él no iba a cederle nada a ese imbécil. En cinco minutos, le demostraría a Drake lo incompetente que era. Y por si fuera poco, Drake estaría de acuerdo con él.

—Bonitos muebles —mintió. Él tiraría al médico tan lejos de su rastro al darle respuestas erróneas, que estaría rumbo a China a continuación.

Una ceja levantada, indicó que Drake estaba alerta a sus tácticas engañosas—. Tu jefe me advirtió que tenías gustos peculiares.

Zane permaneció con el rostro impasible, a pesar de que una tormenta se estaba arrasando dentro de él—. No creo que él me enviara aquí para que pudieses hablar de mis gustos peculiares conmigo. ¿Qué quieres, Drake? —Cruzó los tobillos, poniéndose en una posición relajada.

—Eso depende completamente de ti.

—No me vengas con esa línea. Los dos sabemos que no es verdad. Samson te dio instrucciones específicas en cuanto a lo que él quería que yo hablara… —Permaneció en calma tanto como pudo y continuó— … así que vayamos al punto: maté a ese idiota. ¿Me gustó? Inmensamente. ¿Lo lamento? No. ¿Tengo algún remordimiento? No. ¿Lo reconsideraría? Por supuesto que no.

Zane bajó los pies al suelo—. Y ahora que eso está fuera del camino, puedes cobrar la hora completa a Samson y tómate el resto del tiempo libre. —Se levantó.

El médico aplaudió, lenta y deliberadamente.

Zane le dirigió una fría mirada.

—¡Fabuloso, excelente! Me encanta un buen acto tanto como a cualquier otro vampiro. ¿Alguna vez has pensado en ser un actor?

—¡Vete a la mierda!

—No, en serio. —Drake se puso de pie y dio la vuelta alrededor de su escritorio—. Veo mucho talento en ti.

Zane entrecerró los ojos observando el obvio sarcasmo del médico—. Terminamos.

—No te precipites tanto. Creo que probablemente estás consciente que informaré a Samson: si faltas a alguna de tus sesiones o si sales temprano. —Él dio a su reloj de pulsera una mirada deliberada—. Has estado aquí apenas cinco minutos. Eso es de hecho, un récord. —Luego volvió a mirar a Zane—. Estas no son citas rápidas.

Zane apretó los puños y respiró hondo. Bien, ¿el médico lo obligaría a permanecer toda la hora? Él podía hacer eso—. Como quieras —dijo.

Se tumbó en el sofá de ataúd, puso una de las almohadas bajo la cabeza y cerró los ojos—. Despiértame en cincuenta y cinco minutos.

Hubo un silencio en la sala. Zane empezó a contar. Un minuto pasó y otro. Entonces la risa del psiquiatra hizo eco a través de la habitación. Los ojos de Zane se abrieron de golpe, atrapando al hombre con una mirada furiosa.

—Y tus colegas dicen que no tienes sentido del humor —afirmó Drake.

—Eres molesto como el infierno. —Casi tan molesto como Portia podría ser.

Mierda, no pensaría en ella y en lo que había pasado en menos de una hora antes. Tampoco se preguntaría acerca de lo que podría haber sucedido si no lo hubieran interrumpido. Maldita sea, no iba a coger a una virgen. Demonios, no debería seguir siendo una virgen. Todo estaba mal.

—¿Qué sabes acerca de los híbridos? —fue la pregunta antes de que Zane siquiera supiera lo que iba a preguntar.

—Supongo que no estamos hablando de autos.

Zane le lanzó una mirada diciendo: bájate de las nubes.

—Tú no eres el único con un sentido del humor —se rio entre dientes Drake.

Zane rodó los ojos. Maldita sea, ¿por qué Drake tenía que ser el único psiquiatra en la ciudad? Bueno, el único vampiro psiquiatra.

—Los híbridos son el producto de un vampiro macho y su compañera humana en vínculo de sangre, o, en otros casos, hijos de híbridos.

De un impaciente tirón, Zane se sentó—. Hasta yo sé eso.

—Entonces tal vez te gustaría reformular la pregunta y ser un poco más específico sobre lo que quieres saber. —El médico se sentó en el sillón frente al sofá ataúd.

Zane se movió de su asiento. Demonios, tal vez debería olvidarse de todo. No era su problema. Sería más inteligente mantenerse fuera de ella. Pero su maldita boca tenía su propio motor—. ¿Hay alguna razón por la que a un padre no le guste que una chica híbrida pierda su virginidad antes de que su cuerpo alcance su forma final?

—¿Qué?

—¡Pensé que no eras sordo!

—Oh, he oído fuerte y claro. Estoy simplemente asombrado por la pregunta.

—¿Y bien?

Drake juntó los dedos—. ¿Asumo que te refieres al hecho de que si su himen aún estará en su lugar cuando tenga su transformación final? —reconoció el movimiento de cabeza de Zane antes de que él continuara—: Francamente, no tiene sentido. Sólo un masoquista le haría eso a alguien. ¿Qué edad tiene el híbrido en cuestión?

Zane se puso rígido—. Era una pregunta hipotética, Doc.

Drake frunció el ceño—. ¿Qué edad tiene tu hipotético híbrido?

—A pocas semanas de su vigésimo primer cumpleaños.

—Sugiero que lleves aparte a su madre para poder informarle las consecuencias.

—Su madre ha muerto.

—Su padre entonces.

—Él es el que la mantiene prácticamente encarcelada para que no conozca ningún hombre.

—¿Así que crees que eso es deliberado?

—¿Qué otra cosa puede ser? —Las instrucciones que había recibido Scanguards del padre de Portia, habían sido muy claras: mantenerla a distancia de los muchachos.

Drake contempló la cuestión—. ¿Por qué estás tan interesado en ese híbrido?

Zane se puso de pie—. No estoy interesado. —Ah, demonios, ni siquiera él creía ese montón de mierda.

—Mmm. Podrías haberme engañado.

Zane ignoró el comentario de Drake, mientras otro pensamiento cruzaba por su mente—. ¿El himen no puede ser eliminado por otros medios que no sea por sexo?

—No.

Zane parpadeó. ¿Estaba realmente sentado en la oficina del psiquiatra discutiendo sobre órganos sexuales con él? Se debe haber vuelto loco sin darse cuenta.

—Pero… he oído que incluso en los humanos el himen puede romperse por una actividad física vigorosa. ¿Así que no podría haberse roto ya el himen por sí mismo? —La había visto saltar por la ventana y correr como si estuviera siendo perseguida por una manada de lobos. ¿No se consideraba aquello, una actividad física vigorosa?

Drake levantó una ceja.

—¡Sí, veo el Discovery Channel. Demándame! —Se burló Zane.

Drake se aclaró la voz—. Para volver a tu pregunta, por desgracia, la respuesta es «no». El himen de un híbrido no es susceptible a tal daño permanente. Sí, puede ser roto, pero va a repararse a sí mismo durante su sueño reparador. Ni siquiera el usar los dedos para cogerla, disculpa las crudas palabras, la rasgarían permanentemente. Solamente el coito completo asegura que el himen se destruya y no se repare a sí mismo.

Drake se adelantó en su silla—. Se necesita un pene de carne y hueso y semen vivo, para disolver el himen en su totalidad. No hay otra manera. Supongo que, de alguna manera nuestro Creador quería asegurarse de que continuáramos la procreación. —Él se encogió de hombros—. ¿Qué sé yo?

Zane tragó—. Así que queda el sexo.

Sudoroso, apasionado, emocionado sexo con Portia.