Capítulo Doce

Cuando Portia escuchó abrirse la puerta principal, sin haber oído un vehículo en marcha, ella sabía que era Zane. Se preguntó por qué no conducía, sino que sólo caminaba en su lugar. Sólo podía significar que él no vivía lejos. Ella tomó nota mentalmente de ello para poner a Lauren en la tarea de averiguar donde vivía. Estaba segura de que Lauren, la hija del alcalde, tendría una manera de averiguar la dirección de Zane. Una posibilidad que podría ser útil algún día. Ella no dejaría nada al azar.

Portia miró en el espejo. Sus jeans de cadera baja mostraban su vientre plano, y el tamaño de la camiseta era demasiado pequeña y lo suficientemente corta como para dejar su torso desnudo mientras se estiraba sobre sus pechos. Tenía que admitir que Lauren estaba en lo cierto: tenía pechos decentes, rellenos y redondos, y en realidad un poco más proporcionados que la mayoría de sus compañeras.

Como un híbrido, se había desarrollado más rápido durante la adolescencia, y su cuerpo era más maduro que el de un ser humano cerca de los veintiún años de edad. Menos mal: sería terrible tener un cuerpo desgarbado de adolescente para el resto de su vida. Pero el cuerpo que tenía ahora, podría trabajar con él.

De una forma u otra, Zane tenía que acceder. Incluso si ella tenía que tirársele encima. Tenía sólo cinco semanas, y durante esas cinco semanas iba a labrar su resistencia. Ningún hombre podía ser tan firme y decir no a algo que lo tentaba frente a sus narices cada noche, ni siquiera Zane. Él se quebraría tarde o temprano. ¿Estaría sólo un poco desesperada?

Portia dejó escapar un gran suspiro y plantó sus piernas más separadas, puso sus manos en las caderas y trató de dar una mirada seductora frente al espejo. Ella se encogió. Tal vez era necesario practicar un poco más esa mirada. No parecía del todo bien todavía, a menos que Zane se excitara por una sonrisa cursi acompañada de algunos movimientos de cejas. Tal vez un poco más de lápiz labial, se dijo, y giró la tapa de su última adquisición. Mientras retocaba sus labios con más color rojo sangre, sabía que no podría retrasarse por más tiempo. La noche no duraría para siempre, y, finalmente, Zane se habría ido para ser reemplazado por Oliver de nuevo.

Sus manos estaban sudorosas, giró el picaporte de la puerta y salió de su habitación. Su corazón latía tan fuerte que estaba segura que Zane lo escuchaba desde abajo, en la sala de estar. Poco a poco bajó por las escaleras, sus pies descalzos apenas hacían algún sonido. Sólo el crujido de varios pasos, resonaban en la vieja casa. Cuando llegó al final de la escalera, podía decir que la postura rígida de Zane sentado en un sillón, significaba que ya la había escuchado.

—Hola.

Miró brevemente, para murmurar un saludo indistinguible, y bajó nuevamente la cabeza para leer la revista que tenía en la mano. O pretender leerla. Sus ojos no parecían moverse de izquierda a derecha, pero parecía mirar hacia algún punto al azar en la página.

Zane llevaba lo de siempre: jeans ajustados, una camisa manga larga de color negro y botas que parecían que podrían mandar a la mierda a alguien con ellos. Su chaqueta de cuero colgaba sobre una silla cerca de la entrada. Y vaya si ese sencillo atuendo no lo hacía verse como una paleta de sexo. Por qué Lauren insistía que su cabeza calva no era atractiva, Portia no lo entendía. De hecho, nunca había visto a nadie que llevara la pérdida de pelo de la manera que Zane lo hacía, con su tipo de actitud de: «lo tomas o lo dejas», como si le importara una mierda lo que la gente pensara de él. Tal vez eso era lo que más le gustaba de él.

¿Le gustaba? Esa era una palabra demasiado fuerte. A ella realmente no le gustaba… era más como si estuviera caliente por él y eso era totalmente otra cosa. El «gustar» no tenía nada que ver con eso.

—¿Ya terminaste de mirar? —gruñó Zane.

¡Mierda! Lo odiaba cuando él le decía algo a ella de esa manera. Sólo esperaba que no hubiera estado babeando.

—No hay mucho que ver, estás usando demasiada ropa.

Su cabeza se disparó y los ojos entrecerrados la fulminaron—. Ese tipo de comentario es peligroso.

Ella dio unos pasos en su dirección, acercándose más—. ¿Me tienes miedo? —Sorprendida por su propia audacia, su pulso latía más rápido y más errático que antes.

Él se burló—. ¿No tienes tarea que hacer, niñita?

El enojo le entró, dándole más valor—. Si piensas que por llamarme «niñita» puedes engañarte a ti mismo pensando que no soy una mujer adulta, adelante.

Los nudillos con los que Zane agarraba la revista, se volvieron blancos. Era evidente que estaba llegando a él, tal como lo había previsto. Desafortunadamente, en lugar de excitarlo, lo estaba haciendo enojar. Tal vez no era tan buena para el coqueteo. ¿Y por qué lo sería? Nunca había sentido la necesidad de coquetear con nadie, por lo que nunca se había molestado en hacerlo.

—No me importa si eres una mujer adulta. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡NO ESTOY INTERESADO en ti!

Impresionada por su arrebato violento, giró sobre sus talones y se dirigió a la cocina—. Mentiroso —murmuró para sus adentros antes de que abriera la puerta y se asomara en el refrigerador.

¡Vaya, esto estaba saliendo brillante! Lauren le había advertido que un hombre como Zane no se dejaría llevar con facilidad. Después de ese desastre, tenía que hablar con su amiga para ver cómo se tenía que proceder ahora. Lauren tenía mucha más experiencia con los hombres. Ella pensaría en algo para salvar la situación.

Portia tomó una coca-cola, necesitaba el azúcar y un poco de cafeína, y cerró la puerta del refrigerador.

Un segundo después, se encontró presionada contra la fría superficie de acero inoxidable. El rostro de Zane estaba a centímetros de la suya. La lata de coca-cola se soltó de su agarre y aterrizó en el suelo, haciendo un fuerte ruido en las baldosas.

Con los dientes apretados, Zane emitió su advertencia—: ¡Nunca me llames mentiroso!

Su pecho palpitaba por el esfuerzo repentino de la respiración, sus tetas se presionaban contra su cuerpo delgado con cada respiración. Sus pezones, al rozarse reaccionaron al instante. Cuando echó la cadera hacia delante, el percatarse de un hecho le dio valor de hablar: él lucía una erección.

—Te llamaría amante, pero no me diste otra opción.

Zane cerró los ojos, sus fosas nasales se dilataron en el mismo momento—. Nunca seré tu amante —contestó él, toda la ira fluyó de su voz inexpresiva—. Ve a jugar con otra persona antes de empezar algo que no puedas manejar.

¿Él pensaba que no podía manejarlo? ¡Estaba equivocado! Ella se lo demostraría.

De repente, Zane la soltó, pero antes de que él pudiera dar un paso atrás, ella enmarcó su rostro con sus manos y apretó sus labios contra los suyos.

—No —susurró, pero no se apartó.

Portia humedeció con su lengua el contorno de sus labios, instándolo a entregarse. Un estremecimiento llegó a través de su cuerpo cuando Zane se movió. Sus labios se abrieron, y al momento siguiente se encontró entre la puerta del refrigerador y su cuerpo duro.

Sus manos bajaron de su cara para envolverse alrededor de su cuello, asegurándose de que no cambiara de opinión.

—Te arrepentirás de esto —murmuró contra sus labios.

—No lo haré.

—Sé que yo lo haré. —Pero a pesar de su contradictorio comentario, acarició su lengua contra sus labios antes de adentrarse en ella, capturando su boca en un gesto que indicaba una posesión definitiva. Él la abrazó con tanta fuerza, que ni siquiera con su fuerza híbrida sería capaz de escaparse de él si hubiera querido.

Zane la besó como si quisiera castigarla, la lengua como un látigo que la atacaba hasta que se pusiera de carne viva, sus labios eran los lazos que la ataban a él mientras sus manos recorrían su torso en una frenética carrera para tocar cada centímetro antes de que alguno de ellos cambiara de parecer.

Al probar el hambre salvaje de su beso, la desesperación evidente de poseerla y devorarla, hizo que el corazón de Portia reconociera su propia necesidad: entregarse a este hombre, este vampiro, y entregarse a sus deseos, deseos que nunca había sentido antes. Todo era nuevo y desconocido. ¿Cómo había vivido hasta ahora sin saber lo que un toque y un beso podían hacer?, que podía consumir a una persona como si fuese un incendio forestal consumiendo un bosque, sin dejar nada más atrás que la superficie quemada.

Así es como se sentía, su piel quemándose como si lava caliente la tocara en lugar de los sensuales, largos dedos del hombre más atractivo… humano o vampiro… que ella hubiera conocido. Y dichos dedos hacían cosas en ella, cosas increíbles, cosas interesantes: su toque era tanto veneno como medicina balsámica a la vez, primero agitando sus entrañas y luego calmándolas.

Su ritmo igualaba el de su aliento, los temblores dentro de ella llegaban a niveles de terremotos. Dondequiera que el cuerpo de Zane se conectara con ella, se quemaba, y se quemaba por obtener más. Al igual que una adicta, lo atrajo más, gimiendo su aprobación y su entrega en un solo aliento. Sin embargo, él no parecía entender, continuaba dando rienda suelta a sus devastadoras proezas sexuales, cuando ya podría haberla despojado de su ropa y haberse adentrado en ella sin preámbulos.

Portia apartó sus labios de los suyos—. Tómame ahora.

Zane no escuchó. Su respuesta fue un gruñido, un sonido que sólo un animal podría hacer. Sus ojos brillaban de un naranja profundo, y su aliento corría saliendo de sus pulmones. Sin una respuesta, tomó su boca otra vez, continuando donde se había quedado, como si nunca hubiese sido interrumpido.

Tratando de aliviar el dolor entre sus muslos, Portia levantó una pierna y la envolvió alrededor de su muslo, lo que lo presionó más. Ella sintió el contorno duro de su erección contra su centro blando y se frotó contra él, tratando de encontrar alivio.

Un gemido retumbó en el pecho y reverberó en contra de su caja torácica. Una de sus manos fue hacia su espalda, presionándola totalmente contra él, aumentando la fricción entre sus cuerpos.

Ella se puso de puntillas para poder sentir su erección presionándola abajo, donde su clítoris palpitaba en concierto con su corazón. Llevó las manos hacia su trasero, clavando sus uñas en los jeans, que deseó que no los llevara puestos.

De repente, Zane la levantó, obligando a sus piernas a separarse más, forzándola a envolverse alrededor de sus caderas mientras empujaba contra ella.

El refrigerador detrás de ella se sacudió, los contenedores adentro se caían de los estantes. No le importaba. Cada vez que empujaba, su pene golpeaba el pequeño manojo de nervios que estaba hinchado y con dolor deseando liberarse. Todo lo que podía pensar era que él no se detuviera, para que esto nunca terminara.

—Necesito… —ella gimió contra sus labios, incapaz de controlar las reacciones de su cuerpo por más tiempo.

Un instante después, sintió que los colmillos de él rozaban sus labios, mordiéndolos un poco. Su nariz detectó sangre, pero su lengua no la probó, ya que Zane lamió la sangre de sus labios y la tragó.

—¡Mierda! —Él maldijo y cerró los ojos.

Ella no sabía lo que quería decir, ni le importaba—. ¡Más! —A medida que su cadera encallaba contra él, arrastrando su pene hacia su clítoris con cada movimiento, acercó su cabeza hacia ella.

¡Din don! ¡Din don!

¡No, ahora no! Ella lo ignoró. Portia apretó los labios en Zane, con la esperanza de que no hubiera escuchado el sonido en su estado drogado por la lujuria, pero él apartó. Al siguiente instante, se paró sobre sus propios pies una vez más, los pies se agitaban sin control, todo su cuerpo temblaba de necesidad.

—¡No! —Protestó ella. Lo alcanzó, pero él le dio la espalda.

—¡Mierda! —Le oyó maldecir en voz baja mientras salía de la cocina sin decir una palabra o darle una mirada.

***

Se enloqueció.

Portia le había llamado mentiroso, y estaba en lo cierto. Pero él no había querido ver la verdad. Así que la había castigado por darse cuenta, y se castigó a sí mismo aún más. Porque el saber cómo sería estar con ella, y al mismo tiempo, asegurarse de que nunca pasara, iba a matarlo. Era tan cierto como una estaca en su corazón.

Un segundo más de sentir sus piernas alrededor de él, de oler su excitación y degustar sus labios calientes, y habría desgarrado su ropa a tirones con sus garras y la hubiera cogido contra el frío acero del refrigerador, sin importarle que ella fuera virgen y que lo necesitara suave, no áspero.

Con la manga de su camisa, Zane se limpió el sudor de la frente. ¡Carajo! ¿Qué mierda iba a hacer ahora? No podía continuar con esta misión. Cada segundo, en compañía de Portia, sería una tortura. ¿Y si ella lo provocaba de nuevo? ¿Tendría simplemente que tomar lo que anhelaba? Y una vez que se diera cuenta de lo salvaje que era, ¿cambiaría de opinión? Para entonces, ya sería demasiado tarde. Tenía que tomarla de todos modos, tomar lo que consideraba suyo.

Nunca debió haberle mordido el labio y probado su sangre. Esa gota había sido suficiente para hacer que su lado vampiro anhelara algo que no se atrevía a reclamar: una mujer propia. No era correcto. ¿Cómo podía esperar amar y ser amado cuando sólo vivía para el odio y la venganza?

Él no había terminado aún con la venganza. La justicia exigía una muerte más, un nombre más que añadir a la lista de quienes habían sido los responsables de tanta miseria, tanta muerte, y por robarle la vida que nunca llegó a vivir. No podía abandonarlo ahora, estaba demasiado cerca.

Si tomaba a Portia y se daba a ella, vería profundamente en él, y lo odiaría, porque él había temido desde hace un tiempo que se hubiera vuelto tan malo como los hombres que había estado persiguiendo. Si ella lo veía, lo confirmaría. No lo podía permitir. Nadie debía ver lo que escondía dentro de él, porque ni él mismo podía hacerle frente.

¡Din don! ¡Din don! ¡Din don!

El timbre de la puerta sonó con más urgencia, recordándole a Zane por qué había salido corriendo de la cocina. Se enderezó y se aclaró la voz. Mierda, todavía tenía su sabor en la lengua, y su pene duro y pesado presionaba en contra de su cierre, seguía esperando la liberación. Sería en vano.

A través de la mirilla en la puerta, identificó a Thomas y a Eddie. ¿Qué mierda querían de él ahora? Él no estaba en el estado de ánimo adecuado para hacer frente a sus colegas ahora, especialmente con el siempre alegre y joven Eddie, que era el cuñado de Amaury. Tampoco tenía el estómago para Thomas, el mentor siempre perspicaz que nunca había hecho algo malo en su vida… bueno, tal vez sólo una vez cuando se había enganchado con Milo, su amante, que lo había traicionado.

—Escucha, Zane —dijo Thomas de repente detrás de la puerta—, sabemos que estás ahí de pie, así que abre la maldita puerta.

Había momentos en que Zane odiaba los sentidos mejorados que todos los vampiros poseían. Esa noche era uno de esos momentos.

Abrió la puerta y se hizo a un lado, con la esperanza de que el olor de la vieja casa distrajera a sus colegas de la fragancia de Portia, que estaba en todo su cuerpo y su ropa. Pero en el momento en que Thomas entró llevando como siempre sus andrajos de motociclista, que consistía de cuero y más cuero, abrió sus fosas nasales y estrechó sus ojos que eran el indicio suficiente, de que se había dado cuenta de algo. Como se lo imaginó.

Mientras Eddie y Thomas entraban y cerraba la puerta detrás de ellos, Zane miró a Thomas, en silencio desafiándolo a hacer un comentario desagradable. La edad y experiencia de Thomas, se impusieron ante el impulso que se leía claramente en sus labios. Ahora todo lo que tenía que esperar, era que Portia se mantuviera fuera del camino y permaneciera en la cocina, porque Thomas sólo sabía que Zane llevaba el olor de una mujer, no que era el olor del encargo que estaba custodiando.

—¿Qué pasa? —Zane mantuvo su mandíbula apretada.

—Hola, Zane. —Eddie le saludó y miró a su alrededor.

Thomas se limitó a asentir—. Estoy aquí para relevarte.

¿Relevarlo? ¡Mierda! ¿Cómo podrían ellos ya saber lo que había hecho, de la forma en que había violado el código de ética de Scanguards?

Thomas inclinó la cabeza hacia Eddie—. Eddie te llevará con Drake para tu cita.

¿Cita? La mirada de Zane se chocó con Eddie, luego regresó a Thomas. Los latidos de su corazón se aceleraron—. ¡Yo hubiera sabido si tuviera una cita con ese charlatán! —Eso resumía lo que pensaba del psiquiatra, que parecía ser uno de los favoritos entre el personal de Scanguards.

—Samson sabía que esa sería tu reacción, por lo que decidió que no…

—¿Decidió? ¡Samson no decide nada en mi vida!

—Si quieres seguir trabajando para Scanguards, seguirás sus reglas.

Las encías de Zane le picaban por un bocado—. ¿Así es como va a ser? ¿Y ustedes dos, están jugando a ser sus mensajeros, porque él no tiene las agallas para decírmelo en la cara? —Empujó la barbilla, desafiando a Thomas de darle una razón para lanzar sus puños a la cara tan bonita de su colega.

Thomas se movió a la velocidad de vampiro, para estar cara a cara con Zane—. Ten cuidado con lo que dices acerca de Samson, amigo mío. Él ha sido mi amigo por mucho tiempo, mucho más tiempo del que alguno de nosotros te haya conocido. Si me decido a repetir nuestra pequeña charla con él, no serás más uno de nosotros. ¿Lo entiende tu dura cabeza?

—¿Qué está pasando aquí? ¿Quiénes son estas personas, Zane? —Dijo la voz de Portia detrás de él.

Mierda, su suerte acababa de cambiar.

Zane movió la cabeza, al ver que ella se acercaba con precaución—. Colegas —dijo.

—Oh, bueno, entonces… —Ella dio a Thomas y a Eddie una cálida sonrisa.

¿Le había sonreído a él de esa manera? No podía recordarlo. El saberlo lo golpeó como si alguien estuviera clavando una estaca en su pecho: a Portia no le gustaba para nada, de lo contrario ¿por qué no le había sonreído de la misma forma en que le había sonreído a Thomas y a Eddie ahora?

Cuando Eddie se acercó a ella y le dio la mano, Zane apretó los puños. ¡Él la estaba tocando! Las puntas de sus colmillos descendieron mientras luchaba contra la necesidad de separar las manos de ellos.

—Soy Eddie. Debes ser Portia.

De reojo, Zane notó a Thomas mover la cabeza con incredulidad.

—Sí, hola Eddie.

Zane giró la cabeza de nuevo hacia Thomas que todavía no se había movido y estaba a sólo unos centímetros de él.

—Tú, pequeña mierda —susurró Thomas tan bajo, que sólo Zane pudo escucharlo—. ¿A qué mierda te crees que estás jugando?

Zane parpadeó y bajó la voz al mismo nivel. Thomas había conectado el olor de él con el de Portia—. ¿Por qué no te vas a coger a Eddie y me dejas solo?

La expresión de Thomas cambió, sus rasgos emitiendo un estado de shock. Zane sabía que el golpe fue bajo, pero alguien tenía finalmente que decírselo. Tal vez si Thomas no estuviera frustrado con su propia situación, no metería la cabeza en cosas que no le importaban.

—¡Maldito idiota! Irás a ver al Dr. Drake ahora, sin ninguna protesta, o voy a informar de esto a Samson y tu juego se terminó.

La severidad en la voz y en el rostro de Thomas era innegable. No dejó a Zane otra alternativa que ceder a su chantaje. Sin decir una palabra a Thomas, se volvió completamente e hizo un gesto a Eddie—. Eddie, nos vamos. Ya.

—¿A dónde vas? —Había acusación en el tono de Portia escrito por todas partes. Su sonrisa había desaparecido.

Antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, Thomas tomó la palabra—. Zane tiene un compromiso previo. Seré su relevo por el siguiente par de horas. —Se acercó a Portia y extendió su mano—. Yo soy Thomas. Un placer conocerte.

Zane se fue hacia la puerta, Eddie sobre sus talones.

—Puedes llevar mi motocicleta —le dijo Thomas, pero Zane no se molestó en responder.

—Idiota —murmuró en voz baja.