La puerta se cerró detrás de Zane, mientras entraba en su hall de entrada, la salida del sol estaba sobre sus talones. Había hecho presa de un peatón desprevenido camino a su casa, sintiéndose tan nervioso por su discusión con Portia, que había tomado más tiempo de lo normal para alimentarse. E incluso después de casi un litro de sangre que había tomado, su cuerpo no se sentía satisfecho. Sabía muy bien lo que necesitaba para ganar la satisfacción que su cuerpo le exigía, pero el saberlo no lo traía más cerca de obtener lo que buscaba tan desesperadamente: el sabor de Portia, no simplemente un beso o una rápida cogida, era más, el sabor de su sangre, su excitación, su corazón.
Sus palabras y la expresión de su cara cuando ella le había hablado, habían revuelto su interior como un tornado que arrasaba una ciudad del centro-oeste, dejando sólo destrucción y devastación detrás. De repente, no había sido el que estaba a cargo. Ella había tomado las riendas y lo había azotado al exponer su temor más grande.
Amar de nuevo.
Había amado a sus padres y a su hermana. Él había amado las palabras que había usado para elaborar hermosas obras de arte. Había amado el canto de los pájaros en el patio de atrás.
Él había amado la vida.
Luego, se lo habían robado todo: sus padres, su hermana, y su pasión. Y, por último, su vida.
Le habían quitado todo debido a lo que él era y le dieron a cambio nada más que un corazón lleno de odio y una motivación para la venganza. Amar otra vez, sólo serviría como un doloroso recordatorio de su pérdida. La fracción de su alma que todavía estaba intacta, se haría pedazos por el impacto de otra pérdida, que seguramente ocurriría si él permitía que su corazón se ablandara.
Había hecho una promesa hace mucho tiempo, que se haría justicia. Sólo si permanecía incondicional podría lograr su objetivo, cumpliría con su promesa. El amor no tenía cabida en su vida.
Zane se sacó el abrigo de cuero y lo lanzó sobre la silla en el pasillo. Su siguiente paso lo llevó hacia algo blando. El olor que lo acompañaba, que recién lo había sentido en ese momento, porque había estado demasiado preocupado cuando entró en su casa, confirmó que había un desastre en sus manos.
—¡Z! —gritó—. ¿Dónde diablos estás?
Él sabía que había sido una mala decisión dejar al perro solo en casa. Tenía que haberlo encerrado en el patio. Accionó el interruptor de luz, Zane alzó la bota e inspeccionó los daños. ¡Genial! Las ranuras de sus plantas estaban recubiertas de mierda de perro.
—¡Te voy a matar, Z!
Con certeza el perro conocía muy bien la lección sobre auto preservación, porque no mostró su hocico por ningún lugar. No es que lo salvaría de ser castigado. Ocultarse sólo retrasaría lo inevitable.
Humeante, Zane llegó a la cocina y tiró de la toalla que estaba colgada. Mientras limpiaba el desastre del perro, maldijo a Yvette, una vez más. Podría al menos haber domesticado el cachorro antes de encajarlo en sus manos, un nuevo dueño desprevenido. ¿Dueño? No si podía evitarlo. Esa noche, el perro sería historia.
Arrojó la toalla sucia en el suelo para eliminarla más tarde. Sus botas aterrizaron en el fregadero de la cocina, antes de que él acechara descalzo en la sala de estar. Estaba vacía. Bueno, casi: había un sofá de cuero demasiado grande frente a un monstruoso televisor de alta definición. Aparte de esos dos elementos, la sala estaba vacía, sin alfombra, sin mesa de café, sin cuadros en las blancas paredes. No había aún llegado a decorar el lugar, más allá de lo estrictamente necesario, a pesar de que había comprado la casa hace más de cinco meses.
—Zetaaa, papá está en casa —susurró él, pero el maldito animal no respondía.
Zane inhaló y, haciendo caso omiso del hedor a mierda de perro, se concentró en el aroma subyacente de la piel del perro. Levantó la cabeza—. Te atrapé.
Sin hacer ruido, caminó por las escaleras hacia el segundo piso y se dirigió a su dormitorio. El piso de arriba tenía originalmente tres dormitorios, y había elegido el más grande, que daba al jardín y llevaba a una pequeña terraza, ya que era el dormitorio principal. Había convertido el segundo dormitorio en un gran cuarto de baño y vestidor, dejando el segundo cuarto de baño de esa planta, como un baño de huéspedes. Teniendo en cuenta que nunca había tenido huéspedes, era un lujo innecesario. Se detuvo por un momento, recordando que Quinn llegaría el día siguiente. No estaba seguro todavía si ansiaba esa visita o le tenía miedo. En este momento, había demasiadas cosas en su mente para tomar una decisión al respecto.
Cuando entró en su habitación por la puerta abierta, escuchó la respiración superficial del perro. Cerró la puerta detrás de él, asegurándose de que el pequeño cachorro no tuviera ninguna posibilidad de escapar. No vio al animal en la habitación, no era difícil averiguar donde se escondía. Después de todo, sólo había una pieza mobiliaria adecuada como lugar de escondite.
Zane encendió la luz, permitiendo que el foco de cuarenta watts escondido debajo de una horrible pantalla de mal aspecto que había heredado del anterior propietario, iluminara la habitación. Le hizo recordar una vez más, que necesitaba desesperadamente poner su propio toque en el resto del lugar tal como lo había hecho con el cuarto de baño. Pero primero era lo primero.
Él se echó al suelo y miró debajo de la cama. Como era de esperarse, Z estaba agachado debajo de ella, justo en el centro de la pieza del mueble tamaño King size, a salvo por ahora. Sus ojos redondos muy abiertos, se le quedó mirando. ¿Sabía el perro lo que había hecho, o era una simple reacción a la furia de Zane? Zane se tomó un respiro. Maldición, él no sabía nada de perros. Debería de ser la última persona en tener uno.
—Vamos, pequeño Z, sé un buen perro y sal de ahí. —Zane se sentía como un tonto, tratando de convencer al estúpido animal con una voz que se reservaba únicamente para los bebés y, bueno, para los perros. Si alguien lo veía así, tendría que silenciar a esa persona para siempre.
Z puso una pata delante de la otra, e, inclinando la cabeza, se arrastró hacia delante unos cuantos centímetros. Zane metió la mano debajo de la cama, pero el perro se alejó nuevamente de él. Apretó los dientes. ¡Animal estúpido!
—Vamos, Z, debes tener hambre —tentó a la cría, bajando la voz a un dulce sonido arrullador.
El animal hizo otros pocos movimientos tentativos hacia él. Zane dejó caer su mano en el suelo, poniendo plana la palma hacia arriba—. Ven con papá. —Ah, mierda, se estaba convirtiendo en un completo idiota.
Un momento más tarde, Z lamió sobre la palma de su mano y llegó a corta distancia. Zane actuó, agarrando al perro alrededor de su cuello y tirando de él desde su escondite, mientras Z hacía un vano intento por cavar sus patas traseras y cola en el suelo de madera, produciendo un sonido de arañazo con sus garras.
—¡Te tengo!
Zane se levantó con el cachorro en sus brazos. Cuando el animal se acurrucó en él y lo miró con ojitos de cachorro, toda la indignación se evaporó de Zane. No podía castigar al animal. Sin embargo, alguien necesitaba una reprimenda.
Aferrándose a Z, metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó su celular, pulsando el botón de marcación rápida con el pulgar. Cuando la llamada se conectó un momento más tarde, puso el teléfono en su oreja.
—¡El perro de mierda no está domesticado!
La tranquila voz de Haven respondió—: Ah, Zane, me imaginé que llamarías, tarde o temprano.
—¡Quiero hablar con tu esposa!
La voz de Haven se volvió más tranquila—. Bebé, Zane está un poco molesto. ¿Quieres hablar con él o lo hago por ti?
—¡YO NO ESTOY ENOJADO! —Estaba furioso.
Z dio un chillido asustado. Instintivamente, Zane acarició su pulgar sobre el cuello del animal, para que se calmara.
—Buenos días, Zane.
Escuchando la voz de Yvette, repitió su acusación—. ¡El perro no está domesticado!
—Por supuesto que está domesticado.
—Entonces, ¿por qué se está cagando en toda la casa?
—¿Qué esperas tú que haga? —Protestó Yvette—. ¿Que abra la puerta y salga cuando él tiene que hacerlo?
Zane abrió la boca y la volvió a cerrar de inmediato. Mierda, no había pensado en eso—. Oh.
—Así que, enciérralo en el jardín cuando te vayas, o tendrás que construirle una puerta de perrito.
—No me quedaré con él. —Al decir las palabras, Zane bajó la mirada al perro que muy contento frotaba el hocico contra su camisa.
—Él es perfecto para ti. Además, no puedes devolver un regalo. No es cortés hacerlo.
—¿Llamas a esto un regalo? ¿Y desde cuándo me importa ser cortés?
—Te acostumbrarás a él —le aseguró.
—Él va a mear sobre mí, eso es lo que va a suceder. —Pero no pudo refutar la afirmación de Yvette por completo. La criatura tenía un encanto innegable. Eso por sí solo era molesto como el infierno. No se dejaría derribar por un animal que podía fácilmente matar con una mano si se decidía a hacerlo.
—No, si consigues la puerta para el perrito. Escucha, voy a llamar al tipo que construyó la mía. Él hace un gran trabajo y es rápido. Lo enviaré enseguida. ¡Nos vemos!
—Claro que no…— Pero Yvette había desconectado ya la llamada, sin darle la oportunidad de protestar más.
—Supongo que tendré que quedarme contigo —dijo al perro y le frotó el cuello.
Z volvió la cabeza y lamió el brazo de Zane como si quisiera darle las gracias. Era evidente que el perro no sabía todavía que Zane no era precisamente el más jovial de los dueños… o que tenía un carácter muy indulgente. Pronto preferiría regresar con Yvette en su acogedora casa pequeña, rodeado de todo ese amor. Mientras tanto, antes de que el perro lo abandonara, Zane se encogió de hombros frente a la extraña sensación de que una radical ola de cambio se abalanzaba en su vida. El jurado todavía estaba debatiendo con respecto a quién en última instancia, se beneficiaría de ese cambio.
Cuando sonó el timbre veinte minutos más tarde, había que reconocer a Yvette. Por lo menos, mantenía su palabra, y ella claramente no había elogiado demasiado al trabajador: era rápido.
Zane presionó uno de los muchos timbres que había instalado en toda la casa para que pudiera abrir la puerta durante el día, sin salir de la seguridad de sus cuartos oscuros. Escuchó la puerta abrirse, mientras llenaba el tazón del perro con agua del grifo de la cocina.
Sus botas estaban sucias, todavía estaba apestando el lugar. Eso, y el emocionado ladrido del perro a sus pies, lo distrajeron de su visitante hasta que fue demasiado tarde.
—Zacarías Eisenberg.
Zane se giró. Le tomó una milésima de segundo el reconocer varias cosas: el intruso era un vampiro híbrido de estatura y complexión mediana, no estaba ahí para instalar una puerta para el perrito, y él sabía del pasado de Zane. El dirigirse a él por su nombre real lo confirmó, lo que también dejó claro una cosa: el intruso estaba ahí para matarlo.
El recipiente para el agua cayó de sus manos, su contenido se derramó por el suelo de baldosas, mientras Zane se abalanzaba sobre su presunto asesino. Sus garras se extendieron y sus colmillos descendieron de sus orificios, listos para matar.
Un puño de hierro lo bloqueó y lo tiró a un lado, mientras el hombro recibió el impacto del golpe. Al instante, Zane se reorientó, ignorando el dolor temporal, y pasó sus garras en el pecho de su oponente, pero sólo cortó a través de las capas externas de ropa y piel.
Z ladraba y gruñía desde el costado.
La cara del híbrido apenas demostraba dolor. En su lugar, pateó alzando la pierna en contra de los muslos y las caderas de Zane, golpeándolo contra el fregadero. Zane se apartó del mostrador, usando el impulso para abalanzarse con todo su peso contra el asesino levemente más liviano. Se estrellaron contra el aparador de cristal, rompiendo todos los cristales del mismo.
Mientras apretaba la mandíbula en conjunto con la tensión de su cuerpo, Zane clavó sus garras en el hombre, pero recibía tanto como él las daba. Las garras del atacante eran afiladas e implacables, y sólo ahora Zane notó que las manos del intruso, estaban cubiertas con guantes de corte, los cuales protegían sus manos al mismo tiempo que permitían que sus garras emergieran.
—¡Mierda! —Maldijo Zane.
Una sonrisa brilló en el rostro desagradable del híbrido y desapareció igual de rápido, mientras él continuaba utilizando sus garras contra Zane. A pesar de su tamaño mediano, igualaba a Zane en fuerza y ferocidad, y le atestaba golpe tras otro sin mostrar signos externos de agotamiento.
Zane echó su brazo hacia atrás para prepararse para un golpe, cuando una patada en su rodilla, suspendió temporalmente sus movimientos mientras él trataba de absorber el dolor. Al siguiente instante, sintió una sensación abrasadora en la parte frontal de su cuello, seguido por el olor a piel y vello quemado que subieron hasta su nariz. ¡Plata! Zane retrocedió ante el dolor y perdió el equilibrio hacia atrás. La acción lo envió a toda velocidad hacia el suelo.
Su atacante aterrizó sobre él. Con el guante revestido en sus manos, apretó una cadena de plata contra el cuello de Zane. Zane luchaba por tomar aire, acercando las manos instintivamente a su cuello, tratando de alejar la plata de su piel.
—Finalmente te tengo —dijo el asesino.
Zane reconoció un cierto acento, muy probablemente provenía de América del Sur, mientras él luchaba contra el efecto de la plata. Como era el único metal que podía herir o matar a un vampiro, temía a la plata tanto como cualquier vampiro, pero a pesar de que el dolor era insoportable e incapacitarte, Zane sabía que no podía darse por vencido. Él no estaba dispuesto a morir.
Sus dedos se chamuscaron cuando tocó la cadena, pero sin embargo siguió, haciendo caso omiso de la mueca burlona en el rostro del extraño—. ¡Asesino! ¡Tendrás que pagar hoy!
No si podía evitarlo. Zane pateó las piernas contra el imbécil que lo sujetaba, pero con la energía rápidamente drenando de su cuerpo mientras el efecto de la plata se intensificaba, sus patadas no tenían más efecto que el frenético ladrido de su perro.
Sus ojos se lanzaron hacia el animal, pero no esperaba ayuda de parte de él. Tal vez si hubiera tenido un perro adulto, que estuviera entrenado para pelear, pero era más probable que Z lamiera al tipo hasta matarlo, a que lo mordiera.
—Espera a que Müller se entere de que te he encontrado. Ahora tendré mi recompensa —anunció el asesino y levantó su torso, llegando hasta su chaqueta con una mano, mientras presionaba la cadena de plata contra el cuello de Zane con la otra.
A Zane no le sorprendía que el intruso hubiera sido enviado por Müller. Era de esperarse, tarde o temprano. Pero no podía permitir que el hijo de puta ganara.
Zane quitó sus manos del ardiente metal, incapaz de soportar el dolor por más tiempo y buscó por encima de su cabeza cualquier cosa que pudiera usar como arma. Sus dedos se encontraron con un paño húmedo y frío, y lo agarró. Justo cuando la mano del atacante salía con una estaca, Zane le arrojó el paño en la cara: era el mismo que había usado para limpiar la mierda del perro.
Cuando la toalla cubierta de mierda golpeó la cara del híbrido, la mano que sostenía la cadena se soltó por un momento. Fue suficiente para que Zane se la quitara del cuello, liberándose a sí mismo.
El asesino quitó la toalla de su cara, al mismo tiempo que Zane pasaba sus garras a través de ella, abriéndole el pómulo izquierdo. El medio vampiro aulló, y Zane lo arrojó, golpeándolo contra la estufa.
Zane se tambaleó de pie y saltó, golpeando los dos pies en el pecho del extraño. Mientras varias costillas se quebraron, su oponente se levantó y, con la intención asesina en sus ojos y la mierda de perro en sus mejillas, a ciegas se tiró con fuerza contra Zane.
Zane gruñó y lo eludió. Ahora tenía la sartén por el mango: su enemigo estaba enojado, y lo convirtió en un luchador emocional que no podía pensar.
—Tu tiempo de morir —susurró Zane detrás de la espalda del intruso y saltó sobre él, bloqueando su cabeza con un vicioso agarre. La estaca todavía estaba en su mano derecha, el atacante trató de girarla, pero Zane lo apretó como una soga al mismo tiempo que le daba una patada en la parte posterior de sus rodillas, lo que hizo que colapsara.
—¡Maldito bastardo! —Dijo el tipo, agitando sus manos.
Los ojos de Zane recorrieron la cocina para encontrar dónde había aterrizado la cadena de plata. Manteniendo la cabeza de su oponente atrapada en su agarre del brazo, Zane lo empujó delante de él. Tomó una toalla del mostrador y envolvió su mano dañada, cubriendo la mayor parte de la superficie como fuera posible. Luego obligó a su prisionero a arrodillarse y levantó la cadena con su mano cubierta por una toalla.
Poniendo el asesino boca abajo, Zane le soltó el brazo y envolvió la cadena alrededor de su cuello, girando un nudo en su nuca—. ¿Ves?, así es como se hace.
El híbrido gritaba de agonía, mientras su piel se quemaba. Sus intentos por sacarse la cadena fueron en vano. Ahora Zane utilizó ambas manos con la toalla como barrera en contra de la plata para mantener la cadena con fuerza alrededor de su cuello. La estaca cayó de la mano del asesino.
—Mira, has cometido un error. Comenzaste tu obligatorio discurso villano antes de haberme sometido. Gran error —anunció Zane. Lo arrancó y lo arrastró hacia el horno. Antes de que el idiota tuviera tiempo para reaccionar, Zane amarró la cadena a la cocina, enganchándola alrededor de uno de los quemadores de hierro.
Mientras él daba un paso atrás y recuperaba la estaca que su prisionero había dejado caer, dio un breve vistazo a Z que lo observaba con interés, pero había dejado de ladrar.
Zane miró al híbrido, con atención. Aunque estaba seguro de que no lo conocía, había algo en él que le era familiar y no era la mierda de perro que todavía colgaba de su rostro. Su extraña nariz aguileña y el azul de sus ojos, le recordaba a alguien.
—¿Quién eres? —exigió.
El hombre escupió, pero su desafío fue castigado de inmediato por la cadena alrededor de su cuello, que hizo que su piel chisporroteara aún más con cada movimiento innecesario.
Zane llegó hacia el bolsillo del intruso, buscando una identificación, pero ni el bolsillo del saco, ni el bolsillo del pantalón tenían billetera o identificación.
—Habla y te aflojaré la cadena. —No lo haría. Su cuello todavía le ardía, y la piel dañada necesitaba todo un día de sueño para regenerarse. Su mano se apretó alrededor de la estaca, mientras daba otro paso hacia el agresor.
—Ya, antes de que pierda la paciencia —le ordenó y se tragó el dolor. Necesitaba sangre, pero una mirada hacia las persianas cerradas sobre el fregadero, le decían que el sol hacía tiempo que había asomado, y no podía aventurarse a salir.
La sangre de su víctima asaltó su nariz. Respiró hondo, recogió el matiz distintivo de la sangre humana en el híbrido. Un pensamiento lo invadió. Puesto que la sangre del asesino era una mezcla entre humano y vampiro, Zane se alimentaría y se fortalecería como un humano pura sangre.
Su mirada se concentró en la muñeca del tipo—. ¿No hablarás? Supongo entonces que sólo serás bueno para la cena.
Zane tomó la muñeca del híbrido y se la puso en la boca. Sus colmillos excavaron en su piel y rápidamente succionó de la vena mientras el intruso luchaba y lo golpeaba con su otro brazo, pateándolo. Pero Zane lo mantuvo a raya. Con cada gota de sangre que reponía de su cuerpo, sentía que su fuerza retornaba. Tan pronto como él tuvo lo suficiente para sanarse, soltó al tipo con disgusto.
Sus ojos estaban cerrados, el rostro contorsionado por el dolor. Pero el espectáculo no evocaba sentimientos de piedad en Zane. Este hombre había venido a matarlo—. ¿Quién eres tú?
Sus ojos se abrieron de golpe, el intenso azul de su mirada colisionó con la mirada oscura de Zane—. Soy el hijo de Volker Brandt.
¡Mierda! Había matado a Brandt el año anterior en Brasil y pensó que había cerrado ese capítulo—. Entonces morirás como tu padre. Eres veneno, eres tan malo como él. Nada que provenga de cualquiera de ellos puede ser bueno. Su semilla produce solamente el mal.
El hijo de Brandt intentó empujar la cabeza, pero la cadena hizo picadillo sus esfuerzos para enfatizar su desafío físico—. No soy el único. Si me matas, otros vendrán después. Te encontrarán, al igual que yo te he encontrado.
Zane se encogió de hombros con la falsa valentía del hombre—. Sólo hace unos minutos dijiste que Müller estaría feliz de saber que me habías encontrado. Supongo que eso significa que no tienen idea de dónde estoy.
—Él lo sabe —escupió.
—Si supiera, estaría aquí mismo y acabaría conmigo.
El híbrido cerró los ojos para evitar la mirada de Zane, pero Zane interpretó la acción como una confirmación de su conjetura. ¡Gran cosa de mierda!
Había desafío en los ojos de Brandt cuando los volvió a abrir—. Él te encontrará.
—No, si yo lo encuentro primero. ¿En qué agujero se esconde?
—No sé.
Zane golpeó su rostro, azotándolo de lado a lado, la piel cocinándose en respuesta—. ¿Dónde está?
—Nadie lo ha visto.
—Estás mintiendo. ¿Dónde está Franz Müller?
—Si lo supiera, ¿crees que habría venido solo?
Zane analizó las palabras. O bien el idiota realmente no lo sabía, o era demasiado leal para contarlo. De cualquier manera, no había ninguna diferencia. Él iba a encontrar por sí mismo a Müller. Un día—. Entonces no me sirves.
Con un fuerte impulso de su brazo derecho, enterró la estaca en el corazón de Brandt.
—No sirves para nada —susurró mientras el híbrido se disolvió en polvo.
La cadena de plata se aflojó y cayó, como también varios artículos de metal tintineando en el suelo: una pequeña llave, unas pocas monedas sueltas, y una insignia. Zane se inclinó para recoger los artículos. Se quedó mirando el símbolo grabado en la insignia.
Nunca había visto nada igual, pero apostaba su última camisa limpia que de alguna manera lo llevaría a Müller. El híbrido muerto era el hijo de Volker Brandt, y el mayor Brandt había sido la mano derecha de Müller. Tenían que haber estado en contacto de alguna manera. Sin embargo él no dejaría ninguna piedra sin voltear, hasta que descubriera dónde se estaba escondiendo Müller.