Capítulo Cuatro

El sol se había puesto ya sobre el Pacífico, cuando Portia llegó a casa y encontró a su padre sentado en el sofá, mirando un archivo que al instante cerró cuando la vio.

—Buenas noches, cariño, ¿cómo estuvieron tus clases? —Su padre le dio una alegre sonrisa.

Portia dejó caer la bolsa en la parte inferior de las escaleras y entró en la sala de estar.

—Estuvo bien. —Vaciló, sin saber cómo iniciar la difícil conversación. Cambió posición de un pie al otro, ella evitó mirarlo y en su lugar se quedó mirando la pared detrás de él.

—¿Pasa algo? Pareces intranquila.

—Eh… sí, hay algo que quería hablar contigo. —Ajustó su mirada hacia él.

Su padre se sentó con el torso rígido de repente—. ¿Hay alguien que te da problemas?

Ella negó con la cabeza rápidamente—. No, no es eso. Todo está bien. Es sólo que… me enteré de algo hoy que no estás consciente y… —Portia se interrumpió de nuevo, buscando las palabras adecuadas. Esto era más difícil de lo que había pensado.

—¿Qué es? Sabes que puedes decirme cualquier cosa.

Por supuesto que lo sabía, pero era un poco incómodo. En ese momento, ella deseaba que su madre aún estuviera viva, y en lugar de abordar ese delicado tema con su padre, pudiera confiar sus preocupaciones a su madre.

—Es sólo que hoy me enteré, que una vez que mi cuerpo haya llegado a su forma final, seguiré… todavía tendré mi himen si no pierdo mi virginidad antes de que eso suceda.

Ella tragó saliva. Ahora estaba fuera, y ella y su padre podrían hablar de ese asunto como dos adultos.

—¿Quién te lo dijo? —tronó la voz de su padre mientras se levantaba en el mismo instante—. ¡Lauren!

Sorprendida por su dura y aparentemente enojada reacción, Portia asintió con la cabeza rápidamente—. ¿Quieres decir que no me estabas diciendo la verdad?

—No es de su incumbencia decirte nada. Sólo sabes lo que te digo, y eso es todo. ¡Yo soy el que te está criando!

¿El que la está criando? ¡Ella había crecido!—. Padre, yo no soy una niña. Tengo derecho a saberlo.

—¡Silencio! Lauren no tiene derecho a llenar tu mente con estas cosas. ¡No te preocupes por eso!

Confundida, Portia abrió su boca de nuevo—. Pero ¿ella tenía razón? ¿Es eso lo que va a pasarme?

Su padre la miró, sus ojos brillaban de color rojo por la ira—. Tú eres mi hija. Y yo te diré cuándo y con quién perderás la virginidad.

En ese instante, vio la verdad en su cara. Él entendía las implicaciones. Siempre lo había sabido, pero había elegido mantenerla en la oscuridad.

—¿Por qué? ¿Cómo puedes hacerme esto a mí? —¿Cómo podía traicionarla así? ¿Acaso no la amaba? Las lágrimas brotaron de sus ojos.

—Lo entenderás con el tiempo, y… —El sonido de su teléfono celular lo interrumpió. Él lo miró, luego la miró a ella.

—Tengo una reunión. Ve a tu habitación y estudia. Estaré de vuelta pronto.

Luego dio media vuelta y simplemente salió como un hombre acostumbrado a que sus órdenes se cumplieran.

Portia se quedó ahí. Nunca se había sentido tan sola en su vida.

Su padre creía que era su derecho el mantenerla con su ignorancia, y lo que era aún peor, pensaba que podía elegir a un hombre para ella y decidir cuándo iba a perder su virginidad, ya sea que estuviera dentro de las próximas seis semanas o no.

Lágrimas rodaron por sus mejillas antes de que pudiera detenerlas. La decepción oprimió su corazón como un puño que lo apretaba hasta que el dolor se hizo insoportable. Su padre no la quería, porque si lo hiciera, nunca le impondría ese destino. Ella lo había admirado toda su vida. Ya no más.

Nunca más sería su hija obediente.

Esta era su vida, y ella decidiría cómo vivirla.

***

La fiesta era en una casa de la fraternidad, no muy lejos del campus. La música estaba a todo volumen de varios parlantes, la luz era tenue a lo mucho, el lugar apestaba a alcohol y humo. Portia arrugó la nariz… no era el tipo legal de humo.

Le llevó más de diez minutos localizar a Lauren. Su amiga tenía un aspecto fantástico en sus jeans de cadera baja y un top ajustado, que podía haber usado como un cinturón ancho.

—Pensé que no vendrías. —Lauren le lanzó una mirada sorprendida.

—Y no lo iba a hacer, pero tenía que hablar contigo y no respondías tu celular.

Lauren hizo un gesto hacia la multitud—. La música está demasiado fuerte, no pude oírlo sonar. ¿Qué pasa?

—Tenías razón. —Le costó admitirlo.

Al instante, Lauren la agarró del brazo y la sacó de la habitación hacia un pasillo. Un momento después, ambas se encerraron en uno de los baños.

—¿Qué pasó? —preguntó Lauren.

Portia sollozó—. Le pregunté. Y él sabía muy bien lo que me estaba haciendo. Sabía que yo seguiría siendo una… —Su voz se quebró.

Lauren la atrajo hacia sus brazos y acarició el cabello de Portia—. Lo siento, cariño.

Portia contuvo sus lágrimas. Ella no iba a llorar. Tenía que ser fuerte. Lentamente, dio un paso atrás, retirándose de los brazos de Lauren.

—He pensado en cómo hacerlo. —Había tenido la idea perfecta de cómo hacerse cargo de su situación, y ahora necesitaba la ayuda de Lauren.

—Bueno, Eric ya está aquí. Estaba decepcionado cuando le dije que no vendrías. Le dejaré saber que…

—¡No! No es la razón por la que estoy aquí. Necesito que me acompañes a comprar un vibrador. —Se estremeció ante la idea de entrar en una tienda de juguetes sexuales por su cuenta.

Los ojos de Lauren se agrandaron—. ¿Un vibrador? Pero qué estás… oh no, ¿no estarás refiriéndote a perforar el himen con un vibrador?

—Sí, esa es la solución más fácil. Realmente no quiero tener que acostarme con nadie sólo para…

—No va a funcionar, Portia.

Aturdida, miró a su amiga—. ¿Por qué no? Es tan grande como un… ya sabes. Creo que es una idea brillante.

—Claro, si funcionara, pero no lo hará. Atravesará tu himen, pero mañana volverá a crecer. El semen de un hombre, es lo que lo hará desaparecer para siempre.

Portia reprimió la necesidad de vomitar—. Pero entonces… entonces… —Su mente rodaba batiéndose—. Entonces, por qué no obtener un esperma donado. Tienes que ayudarme. —Lauren la tomó por los hombros, casi sacudiéndola—. ¿No puedes conseguir uno de tus «amigos» para que donen? Estoy segura que puedes inventarte una excusa del por qué.

Lauren ladeó la cabeza y esbozó una triste sonrisa—. Sabes, tu idea sería fantástica, pero, por desgracia, no va a funcionar bien. Los espermatozoides tienen que estar muy frescos, y tienen que ser entregados por un pene de carne y hueso. Así que cualquier método improvisado que estés pensando, no servirá.

Esa revelación le pegó tan fuerte como la decepción anterior por la tarde. Dejó caer su cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué?

—Me gustaría poder decirte algo diferente, pero así es como es.

Portia alzó la cabeza—. ¿Y ahora qué?

—Creo que debemos buscar a Eric.

Portia sintió sus manos transpirar ante la idea—. ¿Ahora? Por qué no esperar un poco y ver si podemos encontrar otra solución. Tiene que haber algo más.

Lauren negó con la cabeza—. No hay otras soluciones. Confía en mí, no eres el primer híbrido. Vas a sobrevivir. He escuchado que Eric es bueno entre las sábanas.

Portia lanzó un gemido.

***

Media hora más tarde, Portia se enteró por experiencia propia que Eric era un besador pasable. Sólo que, sin importar las contorsiones que él hacía con su lengua a través de ella, no estaba excitada. Ella se quedó extrañamente indiferente a toda la situación. De hecho, ninguno de los chicos que ella había besado antes, la habían hecho sentir en realidad como si quisiera más. Claro, siempre habían sido agradables, al igual que sentarse bajo el sol y comer un helado era agradable.

¿Era frígida? ¿Era esa la razón del por qué no había querido tener sexo y el por qué no le había molestado que su padre no la dejara tener citas?

Eso no iba a funcionar, no con Eric. Él era un buen tipo y todo, pero por primera vez, ella quería sentirse cautivada y no sentir que se trataba como de una tarea. Quería sentirse débil en sus rodillas con su corazón palpitante, quería un hombre que le robara el aliento cuando la besara y cuyo contacto hiciera chisporrotearle la piel. Y Eric no era esa clase de hombre.

Estaba a punto de salirse de su abrazo, cuando una repentina sensación de hormigueo en la piel, detuvo su corazón. Otro vampiro había entrado en el dormitorio que ella y Eric habían encontrado para tener algo de privacidad. Portia conocía muy bien el aura de un vampiro.

Una fracción de segundo más tarde, alguien arrancó a Eric del lado de ella y lo estrellón contra la pared. Los ojos de su padre la fulminaron cuando le señaló con el dedo en la cara—. Tú, señorita, a casa. Ahora mismo. —Su voz era un gruñido bajo, ella lo conocía muy bien.

Él estaba enojado. Pero ella también lo estaba.

Portia levantó su pecho y levantó la cabeza, añadiendo otros cinco centímetros a su altura máxima de uno setenta y cinco metros. Con sus talones de cinco centímetros, estaba casi al nivel de los ojos con él—. ¡No puedes decirme qué hacer!

—¡Soy tu padre, y me escucharás! —Apretó la mano alrededor de su muñeca como unas esposas, y a pesar de su propia fuerza de vampiro, ella no era rival para su padre. Era mayor y más fuerte que ella.

—¡No! ¡No, ya no tienes derecho a darme órdenes! —Había perdido ese derecho cuando él la había traicionado.

—¡Tú no eres mayor de edad!

Portia se congeló. En la sociedad de vampiros, los padres seguían siendo los tutores legales de sus hijos hasta que el cuerpo del niño hubiese alcanzado su forma final, que se producía en su cumpleaños número veintiuno. Sólo entonces un híbrido alcanzaba la madurez. ¿Cómo podía haber olvidado que su padre había sido quien le había dicho acerca de esa regla hace muchos años atrás cuando era una niña? Tenía todo el derecho a darle órdenes. Pero ella había terminado de acatarlas.

—¡No seguiré siendo una virgen!

—¡No permitiré que te lances a algunos sucios callejeros que no te merecen! ¡Los únicos que pueden aparearse con alguien como tú, son los de tu misma clase! Alguien que elegiré para ti.

Ella sacudió la cabeza con incredulidad silenciosa. ¡No! Ella no se rendirá a su voluntad ya. Estaba dispuesta a rebelarse. Más valía tarde que nunca.

Su padre le dio un tirón hacia la puerta. Portia miró a Eric, que aún yacía en el suelo. Se movió, gemidos de dolor provenían de él. Extendió su mente hacia él, dirigiendo sus poderes para borrar los recuerdos de la última media hora. No necesitaba testigos de su humillación.